31 de diciembre de 2013

Últimas noticias de nuestro mundo, Alejandro Gándara


—Tengo que salir de la habitación.

Sus tacones resonaron como si marcase el paso sobre el suelo de madera, dejando una constancia marcial de que se iba.

—A un relato hay que preguntarle para qué, Anja —dijo el hombre delgado, una piel que parecía haber ido perdiendo su vitalidad pegada a los huesos, y unos ojos oscuros dentro de cavernas que siguieron a la exbailarina hasta el final—. Para qué se cuenta de esa manera. Para convencer a los otros es desde luego una posibilidad: la más peligrosa en nuestro oficio. Empieza en la desidia y termina en la desconfianza, un mundo inexplorado... Para convencerse a uno mismo es otra posibilidad.

*

Anagrama, 2001


PD de aplicación práctica de este pasaje gandariano. Puesto que el presidente del Gobierno solo ha concedido 1 o 2 ruedas de prensa con libertad para preguntar en 2013, los 50 minutos que habló el pasado 27 de diciembre adquieren una relevancia trascendental. Ese escaso flujo de palabras, además de su relato sobre lo que ha pasado durante este año, es también su manera de contarse a sí mismo.  Fondo y forma, vaya.

Por tanto, podríamos aplicarle con toda tranquilidad las dos preguntas gandarianas:


Podríamos ir tema por tema: independentismo catalán, nueva subida de la luz, etc. Con todo, me quedo con la ley antiaborto que el ministro de justicia ha parido hace nada (él pare, el decide). En ese tema, y ante lo elusivo de nuestro siempre resbaladizo presidente —incapaz de contestar con claridad a nada cuando se lo propone—, yo me pregunto lo mismo de antes: ¿para qué contó y por qué contó como contó lo del aborto Rajoy?

Las respuestas, como diría Dylan, están flotando en el aire (de tan obvias como son). Ahora bien: si alguien necesita contexto, puede ver esta intervención televisiva de Rajoy en 2009 (entonces candidato) También este otro vídeo donde hablan algunas personas que responden a los intereses que Rajoy, Gallardón, Mayor Oreja, Fernández Díaz o Ana Botella defienden.

Recomendación para 2014: Conserve el lector en mente esas dos preguntas: ¿para qué me cuentan lo que me cuentan? y ¿para qué me lo cuentan del modo en que me lo están contando? Lo mismo sirven para lidiar con la literatura que con la retórica corporativa, económica o política. Muy útiles para pensar, digo.

28 de diciembre de 2013

El desierto de la educación, Joaquín Rodríguez

De acuerdo con el último informe de Eurostat publicado la semana pasada, Educational attainment: persistence or movement through the generations?, la vieja máxima sociológica enunciada hace ya tanto tiempo en La reproducción, sigue cumpliéndose a rajatabla: los hijos de padres que poseen un capital cultural y educativo superior tienden a obtener los mismos títulos distintivos, mientras que los hijos de padres cuya formación escolar sea inferior y cuyo capital cultural sea, en consecuencia menor, experimentarán una merma equivalente que les dispondrá a reproducir la condición de sus padres.

No se trata de un lastre definitivo o de un yugo del que uno no pueda desprenderse: existen casos de personas que, con tesón y ahinco, gracias a un medio que haya compensado ese lastre inicial, han sobrepasado su condición socioeducativa inicial, pero mientras se permita que la institución escolar siga su ciega inercia, los datos nos arrojarán esta evidencia incontrovertible. A menudo, esta diferencia puramente sociológica se viste o se disfraza de diferencia natural, se trasviste en ideología del don, como si la naturaleza fuera la única responsable de habernos dotado de competencias tan disímiles. Pero esa es una falacia bien conocida: aquellas instituciones escolares que solamente priman la memorización y la repetición, que solamente evalúan mediante pruebas supuestamente objetivas, que segregan a los alumnos en función de sus supuestas capacidades, generan entornos de fracaso y abandono escolar sistemático.

El artículo de Joaquín Rodríguez sigue aquí, en el blog Los futuros del libro.

*

Recomiendo leer el artículo completo y, en particular, echarle un vistazo a la gráfica del informe PISA en función de la renta per cápita. Muy revelador. El otro gran punto de interés es la reflexión sobre lo desaconsejables que resultan los centros de excelencia, esa gran idea educativa de Esperanza Aguirre. En tiempos en que el poder dominante ha convertido la palabra excelencia en su comodín predilecto para justificar rotos, descosidos y recortes de toda laya, alivia leer a alguien que habla de educación colaborativa o de educación comprehensiva. Imperdible la conferencia de Ken Robinson en el TED que enlaza el autor en su artículo. Ah, y un hallazgo eso de «ideología del don».

PD. Un día estuve en una conferencia de Joaquín Rodríguez sobre el libro digital y escribí esto.

24 de diciembre de 2013

Caerán los bancos, Niños mutantes



Ahí va un villancico navideño para Miguel Blesa, Gerardo Díaz Ferrán, el hijo de Aznar y demás amiguetes que intercambiaban correos sobre qué hacer con Caja Madrid.


Caerán todos los bancos, caerán,
y el dinero será un mal recuerdo.
Arderán los ladrones, arderán,
y sus cenizas se irán con el viento.

Vosotros no sois más que reptiles,
sanguijuelas, alimañas,
piratas del aire, malnacidos.
Devolvednos la luz a los ciegos
y todo será mucho mejor que ayer.
Y al final...
caerán todos los bancos, caerán,
y sus ruinas serán el cemento,
la semilla de la nueva cacería
y no oiremos vuestros lamentos.
Y todo será mucho mejor que ayer.
Prepárate bien, abre tu mente y siente la
música que anuncia la caída del imperio,
música que barre el suelo del universo.
Música, resuena en el centro de tu cuerpo.
Música, ayúdanos siempre.



PD. ¿Otra, otra? Venga, tres canciones más: El obrero, de La Polla Records; Hipotecados, de Alademoska; y Peineta y Mantilla, del Drogas.

20 de diciembre de 2013

Las mujeres de verdad tienen curvas, Patricia Cardoso

He visto la primera película feminista donde los varones no aparecemos como culpables de todo: Las mujeres de verdad tienen curvas (Patricia Cardoso, 2002). Imagino que se trata de un artificio narrativo para poner el foco sobre las matriarcas machistas y, por una vez, dejar tranquilo al androcéntrico patriarca en potencia que todos los varones llevamos dentro. Quiero decir: nadie se cree que sean tan buenitos los varones de la familia de Ana, la protagonista y que solo las mujeres sean castradoras. Entiendo, ya digo, que se trata de una argucia narrativa para conseguir un enfoque diferente.

Bromas aparte, la película me ha gustado justamente por contar lo que otras películas no cuentan, es decir, por narrar en los márgenes de lo que narra Hollywood a través de Jennifer López, Sandra Bullock o Julia Roberts. Y ni qué decir, por narrar en el reverso de la alargada imagen que proyecta, por ejemplo, la voluptuosa y colombianísima Sofía Vergara en Modern Family: latinoamericana tetona, analfaburribestia y que habla inglés en plan Ana Botella (o más bien, al revés, diría yo).

Necesitamos más películas, cuentos y novelas como esta historia de Patricia Cardoso, tan colombiana como Vergara. Con eso me quedo de la película. Quienes quieran leer una sinopsis, ahí va Wikipedia al rescate. Por ahora, la película puede verse completa en YouTube.


PD 01. He descubierto que en su día el Gobierno de Aragón publicó una guía educativa para acompañar, entiendo yo, el visionado de la película en los colegios. Enlazo el pdf correspondiente. También veo que el Gobierno de Navarra estuvo interesado o que hubo una adaptación teatral en el País Vasco.

PD 02 . Por cierto, esta película figura en la lista que Amnistía Internacional ofrece en su web sobre «cine y derechos humanos». Aparece en el puesto 332.

18 de diciembre de 2013

Grand Hotel, diálogo entre Preysing y Kringelein

Hace poco vi un clásico del cine, Grand Hotel, donde aparece Greta Garbo. Ni como actriz ni como personaje me interesó lo más mínimo la actriz sueca (juraría que no había visto nada antes de ella). Sobreactúa a tiempo completo, por más que su papel sea el de una diva del baile venida de Rusia. Sí me interesaron, en cambio, personajes como Preysing, un orgulloso empresario alemán que negocia la fusión de su compañía con otra, o como Kringelein, un humilde trabajador cuyo fatal destino se parece al de muchos autónomos españoles.

Este Grand Hotel berlinés de 1932 que retrata la película es asemejable, diría yo, a una suerte de Alan Faena en Buenos Aires, o al Ritz o al Villa Magna en Madrid, esto es, al típico hotel para artistas, futbolistas y ricos. Ahí, en un sitio como ese, aparece de repente un don nadie, Otto Kringelein, a quien le han diagnosticado que va morirse en unos pocos meses. Este buen hombre, trabajador fiel de la empresa que lidera el alemanote Preysing, ante la inminencia de la huesuda, decide invertir sus ahorros en pasarlo en grande en una suite. Así, al fin y al cabo, podrá presumir de haber dormido alguna vez en su vida en una habitación con baño.

El caso es que, al margen de las idas y venidas románticas alrededor de Greta Garbo, el director rodó una escena que destaca respecto del mero tono de entretenimiento del resto de la película. Se trata del encuentro entre el dueño de la empresa (Preysing) y su empleado (Kringelein) en el bar del hotel. Por supuesto, el segundo sabe quién es el primero, pero el jefazo no reconoce a su asalariado. A ver, si eres empleado de un bankio, tú sabes quién es Botín, Goirigolzarri, Blesa o González Rodríguez; pero ellos qué van a saber de ti...

La situación narrativa es interesante: Kringelein dilapida su dinero tomando exóticos combinados y convidando a los amigos allí presentes. Uno de ellos, un ladrón con cierto aire a Robin Hood y que va de conde ligón, le ha tomado cariño; así que le pide a una chica, Flaemmchen, que baile por favor con Kringelein, que es un pobre diablo y que bien merece una alegría antes de diñarla. Sin embargo, resulta que Flaemmchen es la secretaría temporal que Preysing ha contratado en Berlín para ayudarle con lo de la fusión...

En esto, Preysing, tras ver lo bonita que era su secretaria y agotado por las negociaciones para la fusión de su empresa, decide en su habitación que es el momento de lanzar a la basura veintitantos años de ejemplaridad matrimonial y laboral. Ha llegado el día de comportarse como tantos y tantos jefazos que conoce: él paga, él se cepilla a la secretaria. Según le ha enseñado la experiencia, es solo una cuestión de porcentaje, que diría Hitchcock, y por tanto depende de la generosidad (como parecen demostrar los consejeros que tenían IU y PSOE en Caja Madrid). En este caso alcanzará con unos vestidos, alojamiento en el hotel, un viaje a Manchester y una buena paga.

Cuando Preysing decide atacar a su secretaria, baja al bar. Allí se topa con Kringenlein, que ha comenzado a bailar con ella. Naturalmente, Preysing se comporta con la soberbia inherente a su posición social y cargo, y pide a Kringelein que deje de bailar con su secretaria...

Con esos datos, diría yo, queda contextualizado el siguiente diálogo que copio y pego de la transcripción que aparece en IMDB:

*

Otto Kringelein: Mr. Preysing, I am not taking orders from you here.

Preysing
: What is this insolence? Please go away.

Otto Kringelein
: You think you have free license to be insulting? Believe me, you have not. You think you're superior, but you're quite an ordinary man. Even if you did marry money, and people like me have got to slave for you for 320 marks a month!

Preysing
: Will you go away, please! You are annoying!

Flaemmchen
: Mr. Preysing, please!

Otto Kringelein
: You don't like to see me enjoying myself. When a man's working himself to death, that's what he's paid for. You don't care if a man can live on his wages or not.

Preysing
: You have a very regular scale of wages, and there's the sick fund for you.

Otto Kringelein
: [sarcastically] Oh, what a scale, and what a fund. When I was sick for four weeks, you wrote me a letter, telling me I'd be discharged if I was sick any longer. Did you write me that letter, or did you not?

Preysing
: I have no idea of the letters that I write, Mr. Kringelein. I know that you're here in the Grand Hotel, living like a lord. You are probably an embezzler.

Otto Kringelein
: [shocked] An embezzler?

Preysing
: Yes, an embezzler!

Otto Kringelein
: You will take that back, right here in the presence of this young lady! Who do you think you're talking to? You think I'm dirt? Well, if I'm dirt, you're a lot dirtier, Mr. Industrial Magnate Preysing!

Preysing
: You're discharged! Get out!

Flaemmchen
: You can't do that to him...

Preysing
: Oh, I don't know the man. I don't know what he wants. I never saw him before.

Otto Kringelein
: I know you! I've kept your books for you and I know all about you! If one of your employees was half as stupid in a small way as you are in a big way...

Preysing
: [lunges for Kringelein] What do you mean
[tries to strangle him. When several people try to break them up, he finally lets go]

Preysing
: You're discharged! You're discharged, you hear?

Otto Kringelein
: Wait! You can't discharge me. I am my own master for the first time in my life. You can't discharge me. I'm sick. I'm going to die, you understand? I'm going to die, and nobady can do anything to me anymore. Nothing can happen to me anymore. Before I can be discharged, I'll be dead!

[laughs proudly

*

Para ver algunas escenas de la película, hay que pasar por TCM. La película completa está aquí y, para localizar la escena transcrita, basta con ver del minuto 60 al 74.


15 de diciembre de 2013

El dulce amparo del poder, Álvaro Pombo

Los literatos somos, en general, miedicas. Y se comprende: escribir es una profesión grandiosa pero, a la vez miserable. Nuestra grandiosidad es la de lo que está en gestación, la de lo que puede ser pero aún no es. El literato se ve con frecuencia [obligado] a defender a su criatura a costa de sus integridades. De aquí que los literatos chaqueteemos y adulemos, casi sin querer, a los poderosos del momento: es un instinto maternal, un ser conscientes de que llevamos nuestros tesoros en vasos de barro y que el poder nos protege.

Hoy en día en España, por ejemplo, el poder ampara dulcemente. Se insinúa en la voz de los amigos, en los viajes suculentos que nunca haríamos si esa fuerza enérgica, benévola y aparentemente anónima, no nos pagara el billete de avión y las estancias en los más apartados puntos del globo. El literato es una de las criaturas menos independientes que existen: siempre tiene demasiado que perder.

Y esto es así no solo porque necesita que el poder le subvencione, sino porque necesita que el poder le jalee y le anime. En las sociedades democráticas, el poder no tiene poder de dictar los pensamientos; pero tiene, más que de sobra, poder para oscurecer a los individuos pensantes, borrarles de sus listas blancas y tranquilas. 

*

Nótese que, cuando Álvaro Pombo escribió esto, corría el año 1988 y que el fragmento irrumpe en mitad de una elogiosa semblanza sobre Antonio Gala que figura en el libro Alrededores (Anagrama, 2000). Por aquel entonces gobernaba Felipe González... Pregunta para que el quesito marrón de «Arte y literatura» del Trivial: ¿a qué literatos amparó dulcemente el Gobierno socialista de aquella época?

Pombo nada dice en esta —aburrida y poco recomendable— recopilación de retratos de otros colegas literarios de la época. En eso, en la crítica, don Álvaro practica lo que muchos otros: habla en abstracto, pero no concreta, no da nombres (salvo que el suyo sea uno de ellos, claro). A mí, en vez de tanto alquitarar con Juan Benet o tanto preguntarse si las ardillas son graciosas, hubiera preferido que hablara más sobre este asunto. Me hubiera interesado más leer un análisis a lo Pierre Bourdieu sobre las relaciones de la literatura con el poder político que enterarme de que Soledad Puértolas es una dama de Chéjov, que Antonio Muñoz Molina tiene «aire de gitano y romántico» o que hay algún paralelismo entre Rilke y Rosa Montero (!).

Álvaro Pombo, al menos en este libro, es un artista de hablar de todo lo prescindible.

Por cierto, y al hilo de la pregunta sobre el amparo felipista, y por aquello de que un libro publicado en el 2000 sirve también para leer el 2013, me planteo otras dos preguntas de Trivial:
 
  • La figura literaria de Suso de Toro feneció bajo la dulce férula de Zapatero. Es más: el escritor ha terminado por arrepentirse de haberse acercado demasiado al fuego del poder (véase 1 y 2). ¿Qué otros escritores y escritoras han pasado por el mismo proceso?

  •  ¿Qué novelistas, cuentistas o poetas están sucumbiendo al dulce amparo del PP?

Y ya puestos a preguntar, en realidad, esta entrada del blog había empezado por la pregunta que me hice la primera vez que vi a Pombo en un mitin de UPyD: ¿qué hace ahí? (Esto último, nótese, solo era sana curiosidad; me interesa el compromiso político de los escritores, sea cual sea su partido). La web del partido dice esto (ver n.º 4). 

Y, como siempre me pasa, una cosas me han llevado a otras. Curioseando sobre Pombo, he visto un discurso suyo de 2011 y me ha dado un pelín de vergüenza ajena su puesta en acción. En cualquier caso, al margen de todo el show, le reconozco dos aciertos:
 
  • Un sistema con dos partidos políticos aburre a la ciudadanía y le transmite un tedio superlativo.
  • Dolores de Cospedal es como un personaje de una mala novela: antes de que hable, cualquiera es capaz de adivinar lo que va a decir... Por tanto, no tiene nada que decir.

Por último, y por tener una idea más acabada de las diversas aristas del personaje, he leído sobre el penúltimo lío —seguro que ya hay uno nuevo que desconozco— en que se  metió Pombo. Sucedió a raíz de una entrevista que concedió a la revista chilena The Clinic, que suscitó polémica por la manera en que se refería a la homosexualidad... un homosexual. Algo que terminó con una acusación que me ha dejado turulato, lo reconozco, pues desconocía la palabra (y lo que ella encierra, claro): la endohomofobia.

En fin, que he aprendido más con los alrededores del libro que con el libro en sí. De hecho, mientras veía el discurso de Pombo, he reconocido entre el público, sentado al lado de Toni Cantó, a otro escritor, a Fernando Iwasaki, un autor de quien he leído con sumo placer Libro del mal amor, Neguijón, España aparta de mí esos premios o rePUBLICANOS. Cuando dejamos de ser realistas. Y ahí sí que me he quedado impactado por lo inesperado, en especial después de escuchar su tranquilo, inteligente y bien construido discurso y saber que se presentaba como concejal de cultura en Sevilla.

Llegados a este punto, lo reconozco, me surgió otra pregunta, esta no de trivial, sino de (psico)analista político: ¿qué tienen en común Álvaro Pombo, Toni Cantó, Rosa Díez y Fernando Iwasaki? Por más vueltas que le doy, no termino de entenderlo. UPyD sigue siendo un misterio político para mí.


PD. Dejo a un lado cómo alguien como Vargas Llosa —gran amparado de cualquier tipo de poder— puede dejar que FAES publique una obra sobre su pensamiento político, elegir como prologuista y presentadora a Esperanza Aguirre, recibir un premio ¡a la libertad! de manos de Aznar... y luego decir que votó a UPyD. Si meto esa variable en la ecuación anterior, la complejidad matemática es tal que ni Sheldon Cooper en toda una temporada de The Big Bang Theory sería capaz de resolverla.

Actualización (9/01/14). Suso de Toro ha publicado 3 artículos en El Diario sobre su relación con Zapatero: 1, 2 y 3.

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Alrededores, Álvaro Pombo
Editorial Anagrama, Barcelona 2002
Publicado en Diario 16 el 26 de marzo de 1988

12 de diciembre de 2013

El porcentaje, Alfred Hitchcock



Salvo por el punto de giro del final, que reconstruye todo lo anterior, esta historia de Hitchcock reproduce unos diálogos muy apropiados para los tiempos que corren. Es como para sentarse a verlo con políticos practicantes de la puerta giratoria, presidentes y consejeros de administración de bankios, concejales de urbanismo débiles de voluntad, gurtelianos alcaldes de Boadilla del Monte o Pozuelo de Alarcón, sindicalistas ugetistas andaluces y demás caterva de ladrones (perdón por no ser más exhaustivo esta vez...; si dejo que esto se convierta en la lista de los Reyes Godos o de los afluentes del Ebro no llego a lo que quería decir).

A lo que venía... El personaje de Pete, el reparador de televisiones, es algo así como el ideal que todos tenemos en la cabeza de cómo deberían ser quienes gestionan nuestro dinero (sea público o privado); es una persona honesta, insobornable, trigo limpio, vamos. Con tipos como Pete, hasta las reuniones de tus hijos en el colegio son más llevaderas. Hitchcock juega con ello durante los 25 min de película y te hace cabecear: «De esos, de esos necesitamos aquí, aunque solo sea para presidir la comunidad de vecinos; pero de esos».

El país se ha ido tan al reverendísimo carajo que, sentimental de ti, te engolosinas adorando a Pete. Si pudieras, sacabas a Rajoy y ponías a Pete de presidente del Gobierno. O de rey. O de Rubalcaba. O mejor aún: de toro Montoro en el Ministerio de Hacienda. Y hasta, durante un rato, Hitchcock te hace creer que ya existía el antídoto contra la cruda escena de 9 reinas donde Ricardo Darín y Gastón Pauls discuten sobre si todos tenemos o no un precio, y Darín concluye: «Putos no faltan, lo que faltan son financistas».

En vez de precio, Hitchcock lo llamó porcentaje... El fondo del problema es el mismo que en 9 reinas; la manera de resolverlo, diferente. Muy al estilo Hitchcock. Y no contaré más, por si alguien quiere ver el corto. Pero, vamos, que Alfredo lo tenía clarineti.


8 de diciembre de 2013

La mujer rota, Simone de Beauvoir

De las tres historias que incluye este libro, solo me ha interesado la primera: La edad de la discreción. Las otras dos, Monólogo y La mujer rota, me han dejado la sensación de que las ideas feministas de Simone Beauvoir siguen vigentes, pero que su manera de narrar ha envejecido mal. No lo sé, no conozco bien su obra y quizá sea una conclusión algo apresurada. Guardaba buen recuerdo de su novela Los mandarines, pero hace ya demasiado que la leí —unos 15— y quizá ese recuerdo sea algo idealizado. 

De Monólogo me interesó la idea de que algunos varones no respetan a las mujeres que viven solas. Tampoco a aquellas que no van acompañadas siempre de sus maridos. Al principio, todo me sonó a cliché social ya superado; sin embargo, luego me acordé de que hace unos meses una amiga fue a comprar un taladro y el dependiente, cubanísimo él, le preguntó por su marido. Como quiera que mi amiga contestó que el taladro lo quería para ella porque le gustaba el bricolaje y que su marido era quien se ocupaba de ir al supermercado y de cocinar, el dependiente, todo sabrosura y algo incómodo con que una mujer comprase una herramienta tan fálica como un taladro, le dijo dos cosas: una, que él no podría vivir con una mujer que hiciera faenas masculinas y dos, que si su marido no sabía usar el taladro, él le hacía todos los agujeros que ella quisiese. No hace falta ser Lezama Lima para entender la metáfora encerrada en los dichos de tan atento vendedor. Por supuesto, la situación nunca hubiera sucedido si su marido hubiera ido a la tienda.

De La mujer rota, me pareció delirante la postura de la narradora. En mi opinión, la historia contiene una buena idea narrativa mal desarrollada: ¿en qué momento y por qué una pareja se convierte en una mala novela, es decir, en un transcurrir de páginas que aburre de lo previsible que es? Para mí esa hubiera sido la idea a narrar, y no tanta llantina de la amantísima esposa por la infidelidad —consentida— de su marido con una mujer más guapa y brillante. Si tu marido te dice que de los 20 días de vacaciones, 10 los pasará contigo y 10 con su amante, menos melodrama y más pegarle una patada en el culo (y cambiar la cerradura de la puerta). En fin, en la vida y en la ficción tolero mal a quienes se ponen voluntariamente en posiciones de sufrimiento y después solo saben quejarse por ello. En términos técnicos, sobra monólogo interno de doliente esposa y falta acción.

Por último, La edad de la discreción gira alrededor de dos conflictos. Uno es que Philipe, el hijo de la narradora, deja la universidad pública, abandona la ideología familiar —el marxismo— y eso le ocasiona un disgusto sideral a su madre, entre otras razones porque «va a transformarse en un hombre de negocios, y yo no lo he educado para eso». La madre, una señora que sabe mucho de Rousseau o Montesquieu, quiere que su hijo cumpla con el destino que ella le había prediseñado milimétricamente y que sea un intelectual, un talento académico. La intransigencia maternal llega a tal extremo que incluso rompe relaciones con el chaval y le prohíbe visitarla... En Francia, se ve, se es marxista antes que madre.

El otro conflicto es la vejez, la vida después de la jubilación. Dado que el matrimonio protagonista son un par de mandarines filosóficos, políticos y culturales, más que del deterioro del cuerpo, el relato se ocupa del instante en que decaen sus facultades creativas y ya no son capaces de ofrecer pensamiento novedoso. Al margen de la crisis personal que eso supone, lo relevante es que el relato deja que el asunto de la vejez atraviese también todos los otros temas: los problemas con el hijo progre-capitalista, el estancamiento de la pareja tras muchos años de relación o la vigencia de aquella ideología sobre la que un día dos personas forjaron su identidad. Todo eso puede resumirse en una frase que, en el contexto de la narración, resulta bella a la par que demoledora: «Ver cambiar el mundo es asombroso, y desolador».

Claro, si eso lo digo yo, que soy joven, suena a chiste. Sin embargo, si lo dijese a los 75 años y como una suerte de conclusión sobre lo que he vivido, daría un poco más de yuyu, ¿no? Tendría un no sé qué de inquietante. Pues eso, que por ese lado me ha conquistado Beauvoir. Así que, gracias a La edad de la discreción, seguiré recordando a doña Simone con cariño.

PD. El ABC ha debido de publicar pocas fotos de mujeres desnudas... Una es la del culo de Simone de Beauvoir. Qué curioso, ¿eh? Tanto como lo malo que es el artículo.

Actualización (10/01/14): Estoy leyendo ¿Dónde está mi tribu?, de Carolina Olmo, y en el blog de la autora encontré una referencia muy divertida sobre Beavouir; parece ser que se tiende a verla como «un monstruo antimaternal». Recomiendo leer el comentario de Olmo.

26 de noviembre de 2013

Eurozone, compañía Chévere



5 razones por las que me gustó Eurozone, del grupo teatral gallego Chévere:

01 | Los actores y actrices se toman la molestia de explicarle al público la analogía entre Reservoir Dogs y lo que sucede sobre el escenario. Y eso me pareció todo un detalle, dado que la mayoría de la población ve teleseries estadounidenses con hospitales privados y, sin embargo, ni siquiera se da cuenta de que ya no somos espectadores, sino actores de realities sanitarios que parecen inspirados —y acaso naturalizados— por esas teleseries. A veces, hay que ayudar al público a leer bien la obra... No vaya a ser, como diría W.H. Auden sobre la poesía, que este se quede con lecturas improbables, falsas o absurdas, en vez de con aquellas más o menos verdaderas.

02 | Por fin, alguien retoma la idea de Asesinatos S.L., la novela de Jack London. O mejor dicho: de sus prometedoras primeras 40 páginas. Eurozone da la oportunidad a los espectadores de cometer un magnicidio, es decir, te permite sentirte una pizquita cliente de Dragomiloff y que alguien liquide por ti a un político responsable de la situación que vivimos. En nuestra función le pegaron un tiro a Angela Merkel. Y sé que suena mal, pero lo celebramos por todo lo alto. Se ve que ya estamos cansados de morir siempre los mismos.

03 | Si yo fuera preferentista de Bankia, me sentiría algo reconfortado cuando amordazan en escena a Rodrigo Rato y Angela Merkel lo tortura. También cuando no paran de llamarlo ladrón. El monólogo de Rato pidiendo piedad por su vida y ofreciendo un iPhone 5 a cambio de ella tiene su punto. También tiene su aquel el ministro De Guindos en su papel de infiltrado de la banca, como Mario Draghi, en el sistema político.

04 | Esta es una obra nacida de la urgencia, de la necesidad de querer decir algo aquí y ahora, de aportar imágenes, palabras, datos, ideas, anécdotas, ¡algo!, para que el público se conciencie de cómo hemos llegado hasta aquí. No es una obra para la posteridad —ni falta que hace—; es una obra para el presente, para intervenir y pelear contra el discurso anticiudadano del BCE, el FMI y demás tropa financiera. Sí, es David contra Goliath... Pero, mejor que estarse quieto, seguir lanzando piedras contra los gigantes.

05 | Merece la pena ir a ver Eurozone aunque solo sea por una imagen: la escalera mecánica averiada que preside el centro del escenario. Como dice la obra, esa escalera puede proceder de algún aeropuerto sin pasajeros o de alguna de esas ciudades culturales sin cultura que tanto abundan en este país; por tanto, es la metáfora perfecta de España. A partir de ahora, cuando el rey, Rajoy, Rubalcaba y compañía hablen de España, yo pensaré en eso: en una escalera mecánica averiada.

20 de noviembre de 2013

Fuera de juego, Miguel Ángel Ortiz (presentación)



El sábado que viene, día 23, estaré en Medina de Pomar (Burgos) haciendo los honores a Fuera de juego, la primera novela de Miguel Ángel Ortiz. El autor, dado que juega en casa, será el encargado de poner la hinchada —familia, amigos, vecinos, etc.— y de precalentarla, en caso de ser necesario por el frío, con todo tipo de bebidas espirituosas... En cualquier caso, si algún errático lector de este blog vive cerca del lugar, está más que invitado a compartir un rato de literatura. En la invitación están los datos necesarios (salvo la previsión de si nevará o no...).

Por lo demás, enlazo aquí la versión en papel y la versión electrónica de la novela. También un texto que escribió el autor para la librería donde trabaja, La Formiga d'Or, de Barcelona. Ah, y su blog: Deshojando Renglones, donde hay un fragmento de la novela.

Nos vemos en Medina.

PD. Fuera de juego la ha publicado Caballo de Troya. Su editor, Constantino Bértolo, también andará por Medina y dirá unas palabras.

Actualización (8/01/2014): enlace a la entrevista que le hice al autor.

18 de noviembre de 2013

Doña Perfecta, Benito Pérez Galdós



«Pueblo chico, infierno grande». Así resumió una amiga a la salida del teatro, en su más puro estilo rioplatense, el argumento de Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós. Y es que Orbajosa, esa representante de la España de provincias, donde todo —desde la catedral a los ajos— es autoafirmación de lo autóctono frente a lo ajeno, es fácilmente extrapolable a otros países. También, por desgracia, es sencillo identificar alrededor o en otras culturas a Doña Perfecta: esa matriarca perpetuadora del machismo, que vigila con mano de hierro que nadie atente contra sus privilegios de oligarca y que cultiva el manejo bajo cuerda para obtener sus fines. Esperaba menos de la obra y, sin embargo, mucho encontré... Galdós me cae cada día mejor.

Con la obra ya reposada, he buscado ente mis libros uno que contiene algunos ensayos críticos de don Benito. He releído aquí y allá lo que subrayé en su día sobre su querencia por el realismo, sus motivaciones artísticas o su punto de vista respecto de la novela (antes de terminar en adaptación teatral, Doña Perfecta fue novela, según leo en Wikipedia). Finalmente, he decidido transcribir dos pasajes reveladores respecto de lo que vi en el teatro.

El primero procede del ensayo «La sociedad como material novelable» (págs. 220 y 221):
(...) Imagen de la vida es la novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de raza, y las viviendas, que son el signo de familia, y la vestidura, que diseña los últimos trazos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción.

(...) En vez de mirar a los libros y a sus autores inmediatos, miro al autor supremo que los inspira, por no decir que los engendra, y que después de la transmutación que la materia creada sufre en nuestras manos, vuelve a recogerla en las suyas para juzgarla; al autor inicial de la obra artística, el público, la grey humana, a quien no vacilo en llamar vulgo, dando a esta palabra la acepción de muchedumbre alineada en un nivel medio de ideas y sentimientos; al vulgo, sí materia prima y última de toda labor artística, porque él, como humanidad, nos da las pasiones, los caracteres, el lenguaje, y después, como público, nos pide cuentas de aquellos elementos que nos ofreció para componer con materiales artísticos su propia imagen: de modo que, empezando por ser nuestro modelo, acaba siendo por ser nuestro juez.
(Ni qué decir tiene que lo de las «vestiduras» me hizo pensar en las mantillas vaticanas de Cospedal o en el ostentoso abrigo de piel con que la alcaldesa de Madrid salió a supervisar el operativo de limpieza de Madrid el sábado pasado.)

Y el segundo subrayado procede del ensayo «Observaciones sobre la novela contemporánea» (págs. 130 y 131):
(...) Pero  la clase media, las más olvidada por nuestros novelistas, es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser expresión de cuanto bueno y malo existen en el fondo de esa clase, de la incesante agitación que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el remedio de ciertos males que turban las familias. La grande aspiración del arte literario en nuestro tiempo es dar forma a todo eso.
Hay quien dice que la clase media en España no tiene los caracteres y el distintivo necesarios para determinar la aparición de la novela de costumbres. Dicen que nuestra sociedad no tiene hoy la vitalidad necesaria para servir de modelo a un gran teatro como el del siglo XVII, ni es suficientemente original para engendrar un periodo literario como el de la moderna novela inglesa. Esto no es exacto. La sociedad actual, representada en la clase media, aparta de los elementos artísticos que necesariamente ofrece siempre lo inmutable del corazón humano y los ordinarios sucesos de la vida, tiene también en el momento actual, y según la especial manera de ser con que la conocemos, grandes condiciones de originalidad, de colorido, de forma.

Lo reconozco: el adjetivo pasmoso me ha matado. Pasmado se iba a quedar Galdós de sus consideraciones sobre la clase media española como motor del progreso. Y ahí viene la pregunta que me hago: ¿hasta qué punto es trasladable lo que dice Galdós al día de hoy? ¿Es la clase media española el corazón narrativo, el modelo a la hora de contar la sociedad del siglo XXI?

Y otra más: ¿a qué llamaría ahora Galdós «clase media»? Digo, salvo unos cuantos aristócratas y el colectivo obrero, el resto de la población se considera «clase media», gane uno más de un millón de euros al año —como Aznar, Cospedal y su esposo, Felipe González, los directivos de Bankia o los futbolistas— o sea uno mileurista con título de doctor universitario (como los ingenieros en energías renovables, los científicos o los médicos que se están yendo a otros países).

Y una tercera... En un país donde predominan las teleseries estadounidenses —en especial, aquellas que nos muestran lo caras que son las facturas de una sanidad privatizada—, las películas más taquilleras son las de entretenimiento —las de no pensar, que dicen por ahí— y donde la literatura más vendida suele ser extranjera o se ocupa de templarios, catedrales en el mar, biblias de barro, tiempo entre costuras, etc., ¿le importa a alguien leer sobre lo que le pasa a la clase media patria?

Quiero decir: Galdós me hace pensar que lo sabemos todo o casi todo sobre la clase media estadounidense... y poco sobre la nuestra. Que nos sigue pareciendo cool leer sobre algo que ocurre en un pueblo perdido de California, Japón o Suecia; pero, por favor, que nadie ambiente una novela en Vigo, Riaza de Riofrío o Cuenca porque entonces es como menos novela... Y en ese punto, paradójicamente, yo empiezo a sentirme un poco de Orbajosa (ajos incluidos).


*

PD 01. Ambos subrayados proceden de Ensayos de crítica literaria. Edición de Laureano Bonet (Editorial Península, 1999).

PD 02. Aquí puede leerse la novela de Pérez Galdós. 

11 de noviembre de 2013

De Charlie Parker a Dostoyevski (vía Cioran)

El otro día, viendo Bird, la película que Clint Eastwood filmó sobre Charlie Parker, me acordé de Emil Cioran y de sus reflexiones sobre las taras en los artistas. En un momento de la película, Parker entra en el baño, coge un frasco de yodo que ve en el botiquín y se lo bebe. Su esposa, que ya sabe de las tendencias autodestructivas de su marido, pide a los del hospital que lo ingresen en la unidad de psiquiatría.

En un momento dado, el psiquiatra y la esposa de Parker dialogan sobre el enfermo. El médico, muy en el espíritu de la época, propone darle unos electroshocks... Ella se niega y arguye que su marido es una persona extraordinariamente creativa y que, en parte, su talento para componer o improvisar procede del desastre de vida que lleva (heroína, alcohol, una hija muerta, etc.). Entonces el psiquiatra va y le plantea la pregunta del millón de dólares: «¿Usted quiere un músico o un marido?».

Naturalmente, ella, amante del jazz desde que era niña, pide lo imposible: los dos. Uno va con el otro y vicerversa. Sin embargo, la película más bien contesta que no le quedó más remedio que querer al creador del bebop, al ser humano que necesitaba tocar tanto como inyectarse heroína para calmar sus dolores.

Impactado por la desgraciada vida del Charlie Parker, rebusqué entre mis libros y encontré esto que subrayé hace años en Conversaciones con Cioran (Tusquets, 1996):
ENTREVISTADOR.— Usted dice que el escritor escribe siempre sobre sí mismo. ¿Cómo pudo Dostoyevski encontrar todo eso en sí mismo?

EMIL CIORAN. —Porque sufrió mucho, lo dice él mismo. Eso es el conocimiento. Por el sufrimiento y no por la lectura es como se adquiere. En la lectura, hay como una distancia. La vida es la verdadera experiencia: todos los fracasos que se pueden sufrir, las reflexiones que de ellos se desprenden. Todo lo que no es experiencia interior no es profundo. Puedes leer miles de libros, pero no serán una verdadera escuela, al contrario de la experiencia de la desdicha, que todo lo afecta profundamente. La vida de Dostoyevski fue un infierno. Vivió todas las adversidades, todas las tensiones. Seguramente es el escritor más profundo en las expresiones interiores. Fue hasta el límite extremo.
 Y un poco antes, el filósofo rumano ya había dicho algo en la misma línea:
(...) Todo en la vida depende de las experiencias que hemos tenido, si tienen una sustancia o no. Si es algo puramente intelectual, carece de valor. El intelectual francés es un poco así. Todo depende del contenido interior, no de la inteligencia, porque la inteligencia como tal es la nada. Si no hay contenido interior, una idea no puede conocer la experiencia.
No quiero ensalzar el martirio del artista como vía para acceder a la genialidad; tan solo quiero subrayar esa reflexión tan radicalmente vitalista de Cioran que viene tan al pelo de Charlie Parker: «La vida es la verdadera experiencia: todos los fracasos que se pueden sufrir, las reflexiones que de ellos se desprenden. Todo lo que no es experiencia interior no es profundo». Basta compararla con esta cita de Parker: «La música es tu propia experiencia, tus propios pensamientos, tu sabiduría. Si no la vives, no va a salir de tu cuerno. Te dicen que hay una línea limitadora para la música. Pero, man, no hay fronteras para el arte».

6 de noviembre de 2013

El mito de Marilyn vs. Francisco Umbral

                                                                 
(...) Me pregunta Mónica Randall que si fueron importantes los hombres en la vida de Marilyn. Pues claro que fueron importantes. Un mito así no lo habrían hecho las mujeres. Unas por envidia y otras por progresismo y desdén hacia la mujer-objeto, no creo que las mujeres hayan entronizado nunca nada semejante a Marilyn. 


RANDALL. —¿Cuál de sus maridos le aportó más serenidad a la estrella?

UMBRAL. —Yo creo que fue Joe di Maggio, aquel del palo, el campeón de lo que fuese, que no sé lo que era. Y no porque crea que a las mujeres hay que darles con un palo, sino porque un deportista siempre aporta más serenidad que un intelectual. Un intelectual, como Arthur Miller, que fue otro de los grandes maridos de la estrella, siempre es peligroso, induce a leer y a pensar. Los intelectuales practican cosas subversivas, como la lectura, y suelen ser rojos, como se probó que era Miller.

RANDALL. —¿Cómo ves tú el mito de Marilyn?
UMBRAL. —Lo veo como un mito capitalista, americano, cinematográfico, industrial, alienante y convencional. Marilyn igual podría haber sido cualquier otra.

*


Mis mujeres,
Francisco Umbral
Editorial Planeta. Colección Textos. Barcelona, 1976.

*

PD. Como contrapunto a lo de Umbral, me vino a la cabeza Futbolistas de izquierda, de Quique Peinado.

4 de noviembre de 2013

De qué hablo cuando hablo de correr, Hanuki Murakami

Si el sufrimiento no formara parte de ellos, ¿quién iba a tomarse la molestia de afrontar desafíos como un maratón o un triatlón, con la inversión de tiempo y esfuerzo que conllevan? Precisamente porque son duros, y precisamente porque nos atrevemos a arrostrar esa dureza, es por lo que podemos experimentar la sensación de estar vivos; y si no experimentamos la sensación de estar vivos plenamente, sí al menos de manera parcial. Y, a veces (si todo va bien), podemos aprender que lo que de veras da calidad a la vida no se encuentra en cosas fijas e inmóviles, como los resultados, las cifras o las clasificaciones, sino que se halla, inestable, en nuestros propios actos.


En el triatlón cada quien tiene su deporte de procedencia. Además de los clásicos ciclismo, natación y atletismo, hay gente que viene del fútbol, del surf o del waterpolo. Y alguno habrá que venga de la esgrima, el tiro con arco o la hípica, que de todo hay. El novelista Haruki Murakami, antes de llegar a corredor de resistencia o triatleta, regentaba un bar de jazz en Tokio y apuraba cigarrillos en su casa hasta el alba mientras intentaba escribir su primer libro. Todo su deporte era ver partidos de béisbol y dirigir su negocio.

El futuro escritor tenía por entonces 30 años, una novia preocupada porque él se ganase bien la vida y una clientela que apreciaba el toque elegante de su local. Sin embargo, un buen día cerró el negocio y quiso tomarse más en serio lo de ser escritor. Semanas después, como casi cualquier otro oficinista de este mundo, empezó a engordar por pasar tantas horas sentado. Y, de paso, empezó a fumar hasta 60 cigarrillos por día. Como es sabido, el tabaco, el exceso de café o la vida sedentaria ayudan poco a sentirse bien con uno mismo. Fue entonces cuando Murakami empezó con el footing.

Primero fue el llamado «trote cochinero». Luego vino eso de salir a correr casi a diario. Y meses después, gracias a esa terquedad tan nipona, afloró el obsesivo que contaba kilómetros a final de semana y que torcía el gesto si no promediaba unos 250 km de entrenamiento al mes. Por el camino había ido cumpliendo las etapas típicas: carreras populares de 5 km, más tarde de 10 km y así, siempre hacia arriba, hasta hacer un maratón por año durante dos décadas. Y, cuando el maratón no fue suficiente, incluso retándose a correr 100 km alrededor del lago Saroma.

El arte de ir poco a poco

Hay muchas metáforas y moralejas posibles tras leer estas memorias/ensayo. Una que me gusta mucho es que, gracias a correr, Murakami adquire consigo mismo compromisos que cumple con el honor de un samurái. Por ejemplo, asume que debe mantener una ética como corredor, que resume en dos mandamientos inquebrantables: 1) a los maratones se va a correr, no a andar; 2) lo importante es vencer siempre al tú de ayer; ni marcas ni puestos, lo esencial es superarte respecto al día anterior. La épica está en tus actos, en tu voluntad por cambiar; no en tus marcas.

De ahí que en su libro no haya lugar para palabras como dieta, macrociclos o series. Todo eso le da igual. Para él salir a correr es una oportunidad de estar solo, relajarse un rato, disfrutar de los discos de Loving' Spoonful o de Eric Clapton, contemplar los árboles del parque, escuchar su respiración, sentir cómo avanzan las piernas, observar a la gente, pensar en sus novelas o darse cuenta de que los días pasan y unos envejeces con más dignidad que otros en esa carrera hacia la muerte que es la vida. Es más: según Murakami, su momento más dulce como corredor fue a los 45 años, signo inequívoco de que la madurez mental, el saber disfrutar de lo que haces, importa más que tu marca.

De ahí que, tras el atracón de ultrarresistencia que se pegó con los 100 km de Saroma, buscara nuevos horizontes. Tras una prueba que le exigió más de 13 horas de esfuerzo, acusó la llamada «tristeza del corredor», esto es, se sintió vacío y dejó de encontrarle sentido a lo que hacía. Correr ya no le daba placer. Así, con 50 años a sus espaldas y un buen montón de maratones en las piernas, optó por buscar una nueva fuente de motivación. Y ahí apareció el triatlón, una disciplina que le implicaba aprender a nadar y convivir con un engendro tan diabólico a veces para él como los pedales automáticos.

Casualidades de la vida, en Japón hay una ciudad que lleva por nombre su apellido: Murakami. Y por inverosímil que parezca, allí se corre un triatlón olímpico, el Murakami Internation Triahtlon. Así que de Murakami (Haruki) a Murakami (Triathlon) y tiro por que me toca; allí debutó como triatleta. La primera vez casi se ahoga debido a los golpes de la marea humana de nadadores y se retiró en el primer segmento. La herida dejó tocado su orgullo. Hasta 4 años después no se animó a intentar vencer a aquel tú que lo había derrotado nadando y darse la oportunidad de completar los segmentos II y III (ciclismo y carrera). Superado el reto, quedo enganchado para siempre al triatlón.

De qué hablo mientras hablo de correr es un libro de memorias, pero por encima de todo es una gran reflexión sobre cómo el maratón o el triatlón funcionan como una metáfora de la vida para muchas personas. También sobre cómo el deporte, practicado desde el placer, puede ser fuente de inspiración para tomar decisiones cotidianas o incluso para contestarse las grandes preguntas de la vida. Al fin y al cabo, correr, como leer o escribir, es una oportunidad para estar solo un buen rato y debatir con uno mismo sobre el más acá, el más allá y lo que haga falta.

*


PD. Una reseña parecida a esta —soy un maniático de la edición, qué va a ser—  la publiqué en el blog de la extinta revista Trisense a finales de 2011. Las otras dos reseñas que completan mi particular trilogía sobre libros de correr son Correr o morir, de Kilian Jornet, y Correr, de Jean Echenoz.

1 de noviembre de 2013

Can Tunis, Paco Toledo y José González


Documental Can tunis, otra visión de Barcelona, de Paco Toledo y José González

Este documental contiene una de las escenas más memorables que recuerdo. Un chaval de 11 años conduce un coche por su barrio, Can Tunis, mientras reflexiona sobre sus vecinos, la droga o cómo ha cambiado las calles donde ha crecido. Es tan alucinante lo que hace como que lo dice Y es un ejemplo de eso que solía decir García Márquez: la realidad siempre supera a la ficción.

Y si no que alguien me busque al guionista o escritor capaz de superar este fragmento del monólogo del chaval: 
A ver, ¿mi vida? Yo aún no sé lo que es mi vida; hasta que no sea grande no sé qué es mi vida. Yo sé lo que hago y lo que digo, pero mi vida aún no me la sé. No sé si voy a ser borracho, alcohólico... No sé lo que voy a hacer. O futbolista.
PD. Enlazo una entrevista en La Vanguardia con los directores: «La droga enriqueció y destruyó Can Tunis». Con eso y el documental, ya vamos teniendo claro que Barcelona no es tan mona como nos la cuentan, sino que también tiene sus Barranquillas o su Gallinero al más puro estilo Madrid.

29 de octubre de 2013

El verano peligroso, Ernest Hemingway

Vaya por delante que ni me gustan ni me interesan los toros. También que no tengo claro si deben prohibirse o tolerarse, a pesar de que no entiendo por qué debe morir el animal (con más frecuencia que el torero, digo). O qué hay de cultural, de artístico o de entretenimiento en un sarao semejante, donde un pobre bicho recibe banderillas, puyas, estocadas y hasta descabellos. Imagino que algo tendrá que ver con los ancestrales rituales taurobólicos o que acaso sea una suerte de edipo rupestre que algunos no han conseguido superar. No lo sé. Ahora bien, aclarado eso, debo decir que me ha gustado este libro de Hemingway sobre el duelo que sostuvieron Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordoñez en el verano de 1959 por ser «el mejor matador del mundo».

(Vaya título, ¿eh? El mejor matador del mundo...)

Las prevenciones del inicio no son porque sí; hace poco el Ayuntamiento de Barcelona prohibió que una foto de un torero fuese el cartel promocional del World Press Photo en la ciudad. Ya se sabe: los toros equivalen a españolismo, que si Cataluña no es taurina, etcétera. Y también, no hace tanto, ese mismo consistorio le denegó a la serie Isabel el permiso para rodar allí algunos capítulos... En fin, que bajan algo más que revueltas las aguas con este asunto de los símbolos identitarios. Toda prevención es poca a la hora de ser catalogado por quienes reflexionan a golpe de titular.

Por mi parte, y sin ánimo de enemistarme con unos o hacerle el caldo gordo a los otros, solo añadiré que en el mapa de Hemingway aparece Barcelona, que en la Monumental torearon Dominguín y Ordoñez y que «a los dos matadores los sacaron en hombros». También que la corrida ocupa casi todo el capítulo 8 (páginas 121 a 129) y que, dado que Hemingway se sumó al bando republicano durante la Guerra Civil Española, no es sospechoso de ser franquista. Asimismo, una suposición razonable es que, si el escritor estadounidense estaba aquella lluviosa tarde de 1959 en la plaza, lo normal es que hubiese en el tendido más gente que simpatizaba con sus ideas políticas. Insisto en lo de «razonable»: a lo largo del libro, Hemingway nunca menciona que en esa plaza ni en ninguna se sintiera rodeado de fascistas.

Y, para desgracia del Ayuntamiento de Barcelona, aquella taurina tarde de 1959 fue única para el autor de Fiesta. Ordoñez toreó de tal modo que lo obligó a perpetrar un símil musical atrevido como pocos:
Antonio fue al encuentro de la res y la aceptó en sus propios términos. Si debía trabajar en un lugar que resultaba mortalmente peligroso, trabajaría allí; pero conscientemente y no a causa de la ignorancia. Si debía entrar en el terreno del toro y dominarlo con lentos movimientos de la muleta de modo que los ojos del animal no pudieran apartarse de ella ni ella salir de su ángulo de visión porque el hombre quisiera reducir el momento de auténtico peligro, eso era exactamente lo que iba a hacer. Si solo podía superar a Luis Miguel por medio de una pureza de estilo digna de Bach, siempre bien medido, sin otra ayuda que aquel pobre instrumento, iba a esforzarse en lograrlo. Que le matasen no parecía importarle en absoluto.

Algunos aficionados al toreo sostienen que a don Ernesto se le fue la mano con Ordoñez en aquel verano del 59, que no era ni tan bueno ni tan purista; y que Dominguín no practicaba ese toreo tan comercial de que lo acusa. Pero, sin entender en la materia y sin profesar amor alguno por este oficio, me resulta complicado evaluar si es que Hemingway idealizó a Ordoñez o es que la afición española nunca le perdonó al escritor que pusiese a parir a Manolete siempre que podía. Ya lo averiguaré.

Y, venga, ya que revolcándome estoy en el fango del nacionalismo —incluido el español, se entiende—, rescato un fragmento de que lo dice Hemingway sobre Bilbao (pág. 185):
Antonio deseaba actuar en Bilbao, la plaza más difícil de España, donde los toros son más grandes y el público más severo y exigente, de modo que nadie pudiera decir jamás que hubo algo dudoso o turbio en la temporada de 1959 en la que lidió como nadie lo había hecho desde Joselito y Belmonte. No le importaba que Dominguín también fuese. Pero iba a resultar un viaje lleno de peligros. Si a Luis Miguel le hubiera representado su padre, que era listo y algo cínico y entendía el negocio, en vez de sus dos simpáticos hermanos, que necesitaban el 10% de cada corrida suya y de Antonio, nunca hubiese ido a Bilbao para que acabasen de destruirlo.
En serio, no quiero meterme en líos ni polémicas con los nacionalistas ni con los taurinos; tan solo es que la semana pasada, mientras corría el Medio Maratón de Valencia, vi ¡un enoooooorme toro de Osborne plantado en mitad de la Universidad Politécnica de Valencia! Sí, un toro en la universidad. En mi antigua universidad. Y no me lo podía creer; cuando yo estudiaba allí, jamás hubo uno... Casualidades de la vida, resulta que ese fin de semana estaba terminando las últimas páginas de El verano peligroso. Así que el avistamiento me sirvió para entender mejor por qué me estaba gustando el libro.

No tengo ni idea de cómo llegó ese toro a esa universidad, pero sospecho lo peor: la típica asociación identitaria entre el animal —que representa a una marca comercial, no lo olvidemos— y la españolidad. De hecho, he navegado un poco y enseguida he encontrado un par de menciones de ambos bandos: uno decía que el toro ya había sido atacado por la «incultura catalanista» —le habían lanzado unas bolas de pintura— y el otro, que había que atacar símbolos fascistas como ese. Discursos muy profundos de uno y otro lado, como se ve.

Tampoco comprendo cómo hemos llegado hasta ese grado de crispación. No entiendo qué hace un toro injertado en la bandera española como muestra de patriotismo —por respeto a nuestro jamón, el símbolo patrio debería ser el cerdo, ¿no?— y no entiendo esa constante asociación del toro con el fascismo. A mí abuelo le gustaban los toros y, ahora que él no está, mi prima ha heredado la afición. Él no era fascista y ella, tampoco lo es. Y yo, que hice mi parvulario en Coria, donde la gente corría los toros por la calle y en algún momento fantasee con emular a mis mayores, tampoco. Quiero decir: parece saludable convivir con las divergencias. 

Quizá sea esa la razón por la que me ha interesado tanto el libro de Hemingway; me ha hecho darme cuenta de que para entender mejor este país y su historia tengo que leer más sobre los toros. Es más: mi gran conclusión tras leer El verano peligroso es que debo agenciarme Juan Belmonte, matador de toros, de Manuel Chávez Nogales. Quién me lo iba a decir a mí, que antes hubiera considerado entre aburrida e innecesaria esa lectura.

*

PD 01. Por cierto, los toros de Osborne son de la familia de Bertín... Osborne, que sí es un señor muy de derechas.

PD 02. A todo esto, Hemingway opina que en la Maestranza de Sevilla es donde peores corridas se dan... Lo digo por lo de Bilbao. Entre eso y lo de Manolete, don Ernesto iba haciendo amigos taurinos a troche y moche. Este blog contextualiza muy bien, según mis escasas entendederas, lo de Ordoñez y Dominguín.

PD 03. Este libro lo leí gracias al servicio gratuito de intercambio de libros de la fundación Melior.



24 de octubre de 2013

La disolución doméstica, Néstor Mir




Murakami cuenta en De qué hablo cuando hablo de correr que entrena escuchando a The Lovin' Spoonful o a Eric Clapton; pues, bien, yo he hecho algo parecido estas dos últimas semanas escuchando La disolución doméstica, de Néstor Mir. Lo reconozco: me cuesta ser imparcial porque aprecio a Néstor —compartimos travesía en la revista Teína— y el disco es un regalo; en cualquier caso, lo objetivo es que según lo recibí, lo pasé al mp3 y salí a cumplir con mi sesión preparatoria para el Medio Maratón de Valencia. Me puso de tan buen humor, disfruté tanto de temazos como Knock out casero o Desencuentros dominicales, que lo convertí en el disco de cabecera para mi cita con los 21,097 km del domingo pasado.

A Néstor solo lo había oído cantar en francés, así que nunca me enteraba mucho de lo que decía. Quizá por eso me ha sorprendido doblemente encontrarme con un disco repleto de canciones que cuentan historias de gente común, de personas como las que te cruzas en tu edificio. Ahí están títulos tan sugerentes como la Britney Spears de barrio o El oficinista accidental para demostrarlo. También el epílogo que cierra el —estupendo— libro ilustrado con que vino acompañado mi cedé:

(...) Hace cuatro años, mi teorización sobre el origen del universo sufrió una derrota imprevisible frente a un enemigo insospechado: la comunidad de vecinos.

La vida compleja de verdad no se esconde en los confines del universo. No, la complejidad de la existencia se parapeta tras la mirilla de nuestro vecino de la puerta 16. En una reunión de la comunidad de vecinos aprendí más sobre el ser humano que en todos los cientos de libros que había leído hasta la fecha. Néstor, me dije, te has dedicado a mirar hacia arriba cuando las respuestas las tenías al lado.

En esa revisión sobre las inquietudes existenciales, las historias de padres con hijos desempeñan un papel fundamental. Y eso, por infrecuente, es de agradecer. Quizá sea que estoy en plena crisis de los 40 o vaya usted a saber qué, pero hacía mucho tiempo que no escuchaba canciones, como Veronal & Crucifixión o El rey del mambo, y me daban ganas de pasárselas a mis amigos con hijos (a los padres de mis sobrino-amigos, se entiende). Son canciones que, de algún modo, me hicieron pensar en Leer con niños, de Santiago Alba Rico, y releer algunos pasajes que había subrayado. Este, en concreto, diría que casa bien con el disco:
Los niños son nuestros antepasados. Descendemos, en efecto, de nuestros hijos, cuyos cuerpos no solo nos transportan de cuerpo en cuerpo en el espacio, sino también en el tiempo, y en ambas dimensiones a grandes distancias; no nos obligan, mediante la atención compartida, a donar existencia a los vivos sino a los muertos. Lavarlos, prepararles la comida, coserles la ropa, ahuecarles la almohada, el cuidado de los niños impone también darles explicaciones, cantarles canciones, contarles cuentos, todo lo que nos convierte en depósitos y transmisores de cuerpos desaparecidos: «la democracia de los muertos» que Chesterton llama «tradición». Gracias a los niños la humanidad, además de tener manos, tiene memoria.

Hay pues una pedagogía, pero antes una antropogogía, mediante la cual los niños mejoran y domestican a los mayores. ¿Qué hacen los niños con los hombres? ¿Qué nos pasa al lado de los niños? ¿Qué pasaría en un mundo de solteros estériles conectados solo por imágenes? Olvidaríamos la música, los libros, el esfuerzo de la razón por responder a un «por qué» que ya no formularía nadie. Desaparecería el relato, que es la exigencia primera del niño en un mundo borroso y sin fronteras, en un tiempo sin límites, en un desorden de flujos rápidos e inacabados. Perderíamos el concepto mismo de «cuidado» (...) 
Los hijos te cambian la vida, por supuesto, aunque no a todo el mundo por igual. He conocido a padres que permanecen impermeables a las enseñanzas de sus querubines y que solo saben imponer su criterio; padres que solo quieren educar, pero sin dejarse ser educados por sus hijos. La disolución doméstica es un disco que, parafraseando a Santiago Alba, nos hace pensar sobre qué hacen los niños con nosotros, los adultos, sobre cómo contribuyen a nuestra mejora y domesticación, sobre cómo evitan que nos convirtamos en solteros estériles conectados con la vida solo a través de imágenes. Basta escuchar la última canción, Réquiem por Valencia y mi esplendor, para comprenderlo.


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PD 01. Este disco lo ha publicado Malatesta Records, un sello independiente, valenciano y basado en la implicación de las bandas que lo integran. Los discos puedes escucharlos gratis desde la web.

PD 02. Enlace al blog de Néstor Mir, desde allí puedes acceder a cualquiera de sus múltiples proyectos. Uno que acabo de descubrir justo después de publicar esta entrada es este Diario de un concierto a domicilio para la revista Verlanga.

PD 03. El disco fue efectivo en mi preparación: hice 1:35:42, mi mejor marca hasta ahora. Desconozco los tiempos de Murakami... Eso sí, él es capaz de correr maratones y hasta 100 km seguidos. No creo que yo llegue a tanto. De momento, me conformo con los 21 km.



18 de octubre de 2013

Los bosques de Upsala, Álvaro Colomer

Unas 3000 personas se suicidan al año en España. Eso dicen las estadísticas. Y algo parecido leí en su día en la pág. 111 de Los combatientes, de Cristina Morales; eso escuché en el reportaje de Documentos TV, La muerte silenciada; y eso he recordado en la pág. 160 de Los bosques de Upsala, de Álvaro Colomer. Se dice pronto, ¿eh? Unas 3000 personas. Al año. En este país. Y, como de casi todo lo importante, apenas hablamos de ello.

Por tanto, aunque solo sea por contribuir a que el suicidio sea más visible, esta novela ya merece la pena leerla. Además, dada la profundidad del contenido y la calidad de la escritura, la experiencia estética está a la altura de lo que busca un lector exigente. Por momentos, Los bosques de Upsala me hace sentir que estoy leyendo a una suerte de Thomas Bernhard en español. Y no solo por la apuesta formal —párrafo interminable, texto discursivo, narración en primera persona, personaje obsesivo, ciertos ritornellos...—, sino por la acidez y dureza que consigue el narrador en ciertos pasajes.

(Es más, me la juego: yo diría que hay un homenaje explícito a Los malogrados, en la pág. 170, cuando dice «tamaño malogrado».)

De entre los temas que el texto pone sobre el tapete, diría que dos son los que aportan la mayor carga de profundidad. Por un lado, a través del entomólogo Julio Garrido, protagonista y narrador, nos acercamos a un punto de vista crítico con el entorno que nos rodea; según este investigador universitario, vivimos en «una sociedad que solo valora el trabajo y que desprecia, arrincona y aísla a quienes ya no son productivos». Lástima que el propio Julio tenga unas limitaciones emocionales de tal calibre que sus acciones sean inconsistentes con sus palabras. Él es el primero en no saber cómo poner coto a sus exigencias laborales tras el intento de suicidio de su esposa.

Por otro lado, la novela propone que la sociedad debería aceptar y reconocer que hay un porcentaje de población que desea morir. Sí, hay personas para quienes la realidad, por diversas razones, se vuelve tan dolorosa a diario que les resulta insoportable. Es más: incluso pierden la esperanza de que eso vaya a cambiar. En estos casos, la técnica del avestruz sirve de poco; sería mucho mejor hacer caso a los especialistas y hablar en público sobre ello. O dicho de otro modo: convendría que dejásemos de ser hipócritas y miedosos, y sobre todo de estar desinformados.

Por tanto, me animo a decir que el objetivo último de la novela es cuestionar el modelo social que hemos construido. Algo falla; no hace falta haber estudiado en Harvard para darse cuenta. Julio nos lo cuenta así mientras espera en la sala de urgencias, donde otros como él aguardan por razones parecidas noticias de los médicos:
Nunca me había parado a pensar que la ocultación de la locura es marca de nuestro tiempo, y a tenor de la tranquilidad que se respira en esta sala de espera, no puedo dejar de preguntarme cuántas personas conozco que deben medicarse en el más absolutos de los secretos por miedo a reconocer abiertamente que la vida, la vida acelerada que todos llevamos, se les ha convertido en una cosa insoportable.
Y otro personaje Juan, potencial suicida y cuñado de Julio, más adelante sostendrá que vivimos «inmersos en una sociedad plagada de depresivos, ansiosos, esquizofrénicos, bipolares y yo que sé cuántos desequilibrados más». Vivimos, y parece que no queremos darnos cuenta, —sigue Juan— rodeados de «locos con aspecto de personas normales». Uno tendería a pensar que exagera, hasta que lee en los periódicos que sí, que nadamos en la abundancia, pero de antidepresivos y ansiolíticos.

Por último, hay un detalle de la novela que me ha gustado mucho. Y es que muestra que tienes hueco en esta sociedad mientras estás sano, es decir, mientras no sufras un percance grave que te retire del mundo laboral y te convierta en dependiente. A Elena, la esposa de Julio, le da por intentar suicidarse con barbitúricos... Al margen del problemón sentimental que eso supone, Los bosques de Upsala cuenta muy bien cómo volverse dependiente descompensa el resto de aspectos de la vida de una pareja, en particular los laborales de Julio, que es quien debe mantener económicamente a los dos. Si en España es casi imposible conciliar tener hijos con el trabajo, ni qué decir si tienes un adulto a tu cargo (sea suicida o no). Álvaro Colomer no evita el choque con esa realidad y nos entrega pasajes terribles, donde Julio parece querer que Elena se suicide de una vez por todas y le deje de molestar.

En fin, he aquí una novela que nos habla de atreverse a «mirar la realidad al desnudo». Quizá así dejemos de vivir enjaulados y comencemos a sentir una pizca de amor y buen rollo alrededor. Quizá así retengamos entre nosotros a esos «ángeles ápteros» que despegan hacia el más allá en busca de una tranquilidad que no son capaces de encontrar aquí. Si construimos un entorno más amable,  favoreceremos que el instinto de supervivencia siga siendo más fuerte que el deseo de aniquilación en personas a quienes queremos y que, a veces, tienen días muy malos.


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PD 02. Y un comentario sobre otro libro relacionado con el suicidio: Amarillo, de Félix Romeo.