9 de enero de 2011

El gaucho insufrible, Roberto Bolaño

Había pensado en escribir un mensaje con mis propósitos blogueros para el 2011, como he visto que se estila en la red; sin embargo, como lo más probable es que los incumpla, mejor lo dejo. Tanta seriedad y tanto compromiso me abruman. Bastante tengo con el estrés que me genera la parte capitalista de mi vida. Por tanto, seguiré escribiendo cuando pueda, cuando me apetezca y sobre aquello que me pida paso entre otras múltiples obligaciones. Quizá la libertad, en parte, tenga que ver con eso, con aprender a no contraer demasiadas deudas con uno mismo.

Hace unos días, por fin, rescaté una buena parte de los libros que tenía en cajas desde hace casi 3 años, cuando regresé de vivir unos 4,5 en Buenos Aires. Hasta ahora no tenía ni el espacio vital ni las estanterías para colocarlos; así que los guardaba en ese purgatorio en que algunos hijos convertimos la casa de nuestros padres mientras ultimamos detalles con el destino. Por suerte, esta última mudanza pondrá orden y concierto en el asunto.

De los 21 kg de libros —la mitad de la mercancía— que me trajo el lunes Correos, tengo desde entonces un filete de unos 250 g en la mesa de trabajo: El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño. En concreto releo una conferencia que pensaba dar Bolaño y que, según tengo entendido, no llegó a pronunciar. Se llama «Los mitos de Chtulhu» y está dedicada a Alan Pauls. Es un texto fragmentado y lapidario, escrito parece con la muerte en los talones, donde da su punto de vista sobre el mundillo literario español.

Me gustó encontrarme subrayado este pasaje que transcribo sobre los nuevos escritores. Es mi plegaria para comenzar el año.


Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad, deseosa de respetabilidad. Son rubios y morenos hijos del pueblo de Madrid, son gente de clase media baja que espera terminar sus días en la clase media alta. No rechazan la respetabilidad. La buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias.


No es de extrañar que de golpe se sientan cansados. La lucha por la respetabilidad es agotadora. Pero los nuevos escritores tuvieron y aún tienen (y Dios se los conserve por muchos años) padres que se agotaron y gastaron por un simple jornal de obrero y por lo tanto saben, los nuevos escritores, que hay cosas mucho más agotadoras que sonreír incesantemente y decirle sí al poder. Claro que hay cosas mucho más agotadoras. Y de alguna forma es conmovedor buscar un sitio, aunque sea a codazos, en los pastizales de la respetabilidad. Ya no existe Aldana, ya nadie dice que es preciso morir, pero existe, en cambio, el opinador profesional, el tertuliano, el regalón del partido, sea este de derecha o de izquierda, existe el hábil plagiario, el trepa contumaz, el cobarde maquiavélico, figuras del pasado que cumplen, a trancas y barrancas, a menudo con cierta elegancia, su rol, y que nosotros, los lectores o los espectadores o el público, el público, el público, como le decía al oído Margarita Xirgu a García Lorca, nos merecemos.


El gaucho insufrible, Roberto Bolaño.
Editorial Anagrama, Barcelona 2003.

PD. Aquí está el texto completo (o eso me ha parecido a simple vista).