26 de junio de 2014

El corto verano de la anarquía, H.M. Enzensberger

Hace 4 o 5 meses, mi amigo Javi me prestó El corto verano de la anarquía (Anagrama, 1998), la novela que escribió H. M. Enzensberguer a principios de los setenta sobre Durruti. Perezoso de mí, lo he tenido en cola de espera sin saber muy bien en qué momento ponerme con él hasta que la semana pasada me topé con un fragmento que citaba César Rendueles en su ensayo Sociofobia (Capitán Swing, 2013). Tras leer ese párrafo, quedó claro la «vida y muerte de Durruti» sería mi siguiente lectura.

Se trata de un pasaje donde uno de los grandes referentes del anarquismo español aparece fregando los platos. Rendueles trae a colación esta imagen como ejemplo de la coherencia que debe existir entre los principios ideológicos y la vida que uno lleva. Dado que su ensayo critica el ciberfetichismo actual, el subrayado puede leerse también como que la fuerza de nuestro discurso sigue estado en lo que hacemos por lo demás en la vida real, y no tanto en lo que decimos en las redes sociales.

Además, sucede que este fragmento de Durruti y la reflexión de Rendueles me hicieron recordar una entrevista que escuché hace unos 10 años con Alaska. Allí la cantante explicaba que su padre, republicano él, se había exiliado a México para eludir la represión franquista; sin embargo, su izquierdismo se terminaba justo cuando entraba por la puerta de casa y se sentaba a esperar que su esposa le sirviera la comida. Es decir: en su casa se comportaba igual la gente a quien tanto criticaba fuera de ella.

No he encontrado esa entrevista, pero sí esta otra más reciente donde Alaska relata más o menos lo mismo y acota lo siguiente: «(...) las grandes ideologías hay que empezar por practicarlas en casa». En fin, si alguien tenía dudas sobre cómo y dónde empezar a construir su militancia, ahí va una idea bien clarita.

A continuación, el párrafo sobre Durruti que mencionaba más arriba. De yapa va otro, donde su compañera reflexiona sobre el machismo que encontró entre los anarquistas españoles.

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A principios de 1936, Durruti vivía justo al lado de mi casa, en un pequeño piso en el barrio de Sans. Los empresarios lo habían puesto en la lista negra. No encontraba trabajo en ninguna parte. Su compañera Émilienne trabajaba como acomodadora en un cine para mantener a la familia.

Una tarde fuimos a visitarle y lo encontramos en la cocina. Llevaba un delantal, fregaba los platos y preparaba la cena para su hijita Colette y su mujer. El amigo con quien había ido trató de bromear: «Pero, oye, Durruti, esos son trabajos de femeninos». Durruti le contestó rudamente: «Toma este ejemplo: cuando mi mujer va a trabajar yo limpio la casa, hago las camas y preparo la comida. Además baño a la niña y la visto. Si crees que un anarquista tiene que estar metido en un bar o un café mientras su mujer trabaja, quiere decir que no has comprendido nada».  [Manuel Pérez]

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Sí, los anarquistas siempre hablaban mucho del amor libre. Pero eran españoles al fin y al cabo, y da risa cuando los españoles hablan de cosas así, porque va contra su temperamento. Repetían lo que habían leído en los libros. Los españoles nunca estuvieron a favor de la liberación de la mujer. Yo los conozco bien a fondo, por dentro y por fuera, y le aseguro que los prejuicios que les molestaban se los quitaron enseguida de encima, pero los que les convenían los conservaron cuidadosamente. ¡La mujer en casa! Esa filosofía sí les gustaba. Una vez un viejo compañero me dijo: «Sí, son muy bonitas sus teorías, pero la anarquía es una cosa y la familia es otra, así es y será siempre».

Con Durruti tuve suerte. Él no era tan atrasado como los demás. ¡Claro que él sabía también con quién estaba tratando! [Émilienne Morin, pareja de Durruti]

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El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, Hans Magnus Enzensberger.
Editorial Anagrama, 1998 (el original es de 1972).
Traducción de Julio Forcat y Ulrike Hartmann.

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A modo de complemento durrutiano, enlazo el siguiente material:
  • Documental «Buenaventura Durruti, anarquista», de Els Joglars (unos 107 minutos). Albert Boadella es hijo de anarquista y conoció incluso a Ascaso, uno de los amigos más leales de Durruti. El documental también se podría haber llamado: «Durruti, el hombre que no tenía nada».

17 de junio de 2014

¿Dónde está mi tribu?, Carolina del Olmo

A principios de año, leí ¿Dónde está mi tribu?, un estupendo ensayo sobre maternidad y crianza. Voluntarioso de mí, nada más terminarlo me prometí reseñarlo; sin embargo,  han pasado los meses y, entre unas cosas y otras, lo he ido dejando y dejando... Y resulta que ahora debería releerlo para escribir algo convincente y, claro, eso atenta contra la ingente lista de libros por leer que tengo (ansioso que es uno, qué va a ser). 

Así que aprovecho que hoy he releído varios pasajes para poner a salvo en el blog algunos subrayados. Juraría que la mayoría pertenecen al capítulo 2, «Cuando el enemigo está dentro», donde Carolina del Olmo reflexiona sobre la ética de los cuidados o la cooperación en una sociedad donde el hedonismo, el individualismo y el deseo protagonizan el discurso dominante.
 

 

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Desde la perspectiva contemporánea, la identidad personal se expresa mayoritariamente a través de las preferencias individuales y no mediante las obligaciones que uno asume.

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[...] vivimos en una organización social que [...] permanentemente incentiva nuestra autodefinición como conjuntos de deseos y lastra las decisiones basadas en compromisos. Nuestro mundo cuestiona no solo el derecho a cuidar y a ser cuidados por otros —un problema que se puede mitigar con subsidios públicos—, sino también nuestra obligación de cuidar. Por eso devalúa el trabajo de dar cuidado, por más que se venere nominalmente la figura de la madre. Se desprecia de hecho la vulnerabilidad, aunque nos llenemos la boca con la defensa de los más débiles. Se ensalza una independencia ficticia y se nos imponen unos ritmos de trabajo incompatibles con prácticamente cualquier otra actividad vital. Se obliga a la mayoría a incumplir sus deberes en tanto que partes de una red amplia de reciprocidad y cuidado, y se impone una carga demasiado pesada a quienes sí cumplen esta obligación.

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[...] la cooperación no es una decisión que toman sujetos autónomos tras considerar que es la mejor opción para alcanzar sus fines individuales. La interdependencia es el punto de partida y no un añadido, caritativo o interesado, a la afirmación de nuestra individualidad. Una concepción economicista que entiende la conducta cooperativa como pacto entre individuos independientes nos impide comprender que la reciprocidad es un elemento esencial de nuestra capacidad para florecer en tanto que animales vulnerables y dependientes.


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Todos hemos sido bebés, criaturas indefensas, y la inmensa mayoría seremos otra vez dependientes en algún momento de enfermedad, vejez o desamparo a lo largo de nuestras vidas. O, más bien, todos lo somos siempre y en todo momento. La discapacidad es un grado, una escala en la que nos situamos más arriba o más abajo en los diferentes momentos y contextos de nuestras vidas, y no algo que se tiene o no se tiene, según una clara línea divisoria. La circunstancia del adulto sano e independiente no es más que eso, una coyuntura pasajera en la que no tiene sentido basar el total de nuestras apreciaciones globales sobre la ética, la política o la sociedad. La escritora Ana María Matute decía en una entrevista reciente que un niño no es un proyecto de adulto, sino que el adulto es «lo que queda del niño». Tendríamos que ser capaces de tomarnos en serio esta afirmación.

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[...] El mito de la chica aterrada por si no encuentra pareja y se le pasa el arroz se resquebraja. Estupendo. Pero ¿no podemos imaginar un término medio entre la histérica búsqueda de pareja de Ally McBeal y la reivindicación del individuo independiente que no necesita compartir su vida con nadie? El que una persona —sea mujer u hombre— que permanece soltera no se sienta incompleta o fracasada es un gran noticia. [...] Pero lo cierto es que esa soledad asumida con orgullo entraña muchas veces una incapacidad para el compromiso que hoy es extraordinariamente común.

[...] En nuestro imaginario persevera la imagen del matrimonio burgués que se mantiene de cara a la galería y en el que reina el desamor y la indiferencia, cuando no la hostilidad. Frente a esa realidad, la aceptación de la soltería puede ser un ejercicio de honestidad y valentía. Pero lo cierto es que la nuevas pautas sociales, el tiempo líquido en el que nos ha tocado vivir, imponen una urgente revisión de estos tópicos. Hoy por hoy, lo que triunfa es lo que se ha dado en llamar la «cultura de los solteros», un estilo de vida basado en la conducta hedonista y el consumismo, que acepta valores del mercado como principios universales y rechaza el compromiso y las ataduras. En este contexto, el incremento de hogares formados por una única persona, que han pasado de ser el 7,5% del total en 1970 al 20% según el censo de 2001 (el último del que se dispone datos detallados), difícilmente puede interpretarse como una señal de liberación en marcha. Tal vez la madame Bovary del siglo XXI sea una mujer soltera con éxito profesional.

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9 de junio de 2014

Paraísos, Iosi Havilio

Le había perdido un poco la fe a Iosi Havilio tras Estocolmo, su segunda novela... Sin embargo, su buen hacer en el libro anterior, Open Door, me ha llevado en estos días a jugar el partido de desempate con Paraísos, su tercera y última novela (al menos de las publicadas en España). Por suerte, este autor argentino me ha ganado de calle y me ha dejado expectante para recibir la siguiente.

Paraísos (Caballo de Troya, 2013) es una suerte de microcosmos «armoniosamente desarticulado» donde cerca de una veintena de personajes deambulan por la vida sin saber muy bien hacia dónde van ni por qué en cada momento, sin hacerse grandes preguntas de por qué están aquí o para qué, pese a que casi siempre van de mal en peor. Son esa clase de gente que suele habitar en la marginalidad y que transita de manera algo caótica por la existencia, es decir, lejos de esa lógica ordenada y lineal que la sociedad nos propone como paradigma de la felicidad. 

La voz que nos habla de esas personas es la de una mujer algo insulsa, incapaz de cualquier atisbo de efusividad o dramatismo por terrible que sea lo que le sucede. Se le muere el marido en la primera página de la novela, la echan poco después de la casa donde vive con su hijo, emigra a la ciudad sin apenas ahorros, se ve incapaz de atender apropiadamente a su hijo, un buen día una amiga quiere involucrarla en el robo de unas joyas... Su vida es una sucesión de cosas espantosas, en general una más grande que la anterior; y, sin embargo, esta voz nos lo cuenta todo como si nada fuera con ella, como si encontrara cierta paz interior en ese sentimiento de ajenidad.

Esa suerte de extrañamiento es uno de sus hallazgos de la novela, pues termina generando un efecto inquietante, perturbador. De hecho, el gran protagonista de Paraísos es Simón, el hijo de la narradora, un personaje que apenas habla en las más de 300 páginas que componen la amalgama de extravíos de su madre. Como solo tiene 4 o 5 años, a poco que tengas cierta sensibilidad, te acuerdas tú más de él que su madre, quien parece olvidarlo en momentos cruciales: cuando cambia el cuarto de una pensión por un apartamento mugriento en un edificio tomado, cuando roba en el lugar donde trabaja, cuando se pincha un resto de la morfina que le inyecta a una vecina que tiene un cáncer terminal, cuando se pone de porros o alcohol hasta perder el sentido... Ya digo, con algo de humanidad alcanza para pensar cada pocas páginas: «Pobre pibe, qué va a ser de él».

El otro hallazgo literario es, precisamente, la relación entre madre e hijo, alejada por completo de los estereotipos «madre bohemia», «madre coraje» o «madre-todo-ternura». Esta es una madre que, por alguna difusa e inextricable razón, en vez de aislar a su hijo de los peligros y cuidarlo para que crezca sano y fuerte, lo expone sin querer a casi todos. En teoría, ella querría evitárselos; sin embargo, su caos mental —su falta de herramientas emocionales o intelectuales para enfrentarse con el mundo— es más fuerte y, de un modo u otro, contribuye a aumentar el desastre que parece envolverla. De hecho, impacta lo suyo que la persona que más tiempo pasa con Simón sea Herbert, un chico algo mayor que él, hijo de un narcotraficante que vive en la misma casa tomada y que cada tanto llega magullado porque su padre lo faja.

Pero, bueno, así de infernales son las leyes de estos paraísos marginales (literarios o no). Tal vez sea cierta esa frase de La fuerza del destino, la ópera de Verdi, que Havilio desliza justo en mitad del libro: «La vita è inferno all'infelice». Bien leída, esa sentencia resume qué viene a contarnos esta novela. La Tosca, Eloísa, Mercedes, Herbert, Sonia, Canetti, Benito, Iris, Axel y compañía no dejan de ser una panda de infelices cuyo infierno parece estar escrito de antemano. Y Simón y su madre, en particular, nos dan a entender que, de seguir por ese rumbo, ellos y quienes vengan detrás están predestinados a ser habitantes de paraísos similares.

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PD. Aquí se puede leer un fragmento de la novela y aquí una entrevista con el autor.


Actualización del 19/06/14: Hay nueva novela de Iosi Havilio; se llama La serenidad y, de momento, solo está publicada —intuyo— en la Argentina. Por aquí, una entrevista con el autor en Página 12; por acá, el blog de Havilio.


3 de junio de 2014

Hombres, de Documentos TV

Hoy he escuchado un titular tremendo en la radio: «Uno de cada tres españoles tolera algún tipo de violencia de género».  Como estamos con lo de la abdicación del rey, que si viene Felipe VI o que si llega, por fin, la III República, los locutores no han ido más allá de dar el titular y de aportar algún dato apresurado. Al vuelo, he pescado que se trataba de un informe elaborado por el Gobierno y que la muestra estadística era de más de 2500 entrevistas. A continuación, he buscado la noticia en internet y, en esta nota de agencia que publicaba el diario 20 minutos, he encontrado el asunto más y mejor explicado.

Al parecer, estoy rodeado de gente que opina que la violencia sobre tu pareja es entre inevitable o aceptable. Y, por increíble que parezca, un 40% de entrevistados exculpan a los agresores por aquello de que acaso tengan problemas mentales... Lo que hay que leer. Ahora bien, no me extraña: yo podría contar al menos 4 historias relativamente cercanas y truculentas sobre esa violencia de baja intensidad que son los micromachismos, un concepto que aprendí hace unos meses con la sección homónima de El Diario (muy recomendable, por cierto).

Eso sí, también debo decir que al menos podría contar 1 historia en dirección contraria (¿microfeminismo?, ¿microhembrismo?).

Y ya que me he metido en esta camisa de once varas, aprovecho y recomiendo este documental sobre la crisis de identidad de los varones en el siglo XXI que descubrí la semana pasada. Han pasado 8 años desde que Documentos TV lo emitió y uno podría pensar que ha quedado desfasado, fuera de foco, etc.; sin embargo, a la vista de la cantidad de varones que este año han matado a sus parejas en España, yo diría que es más bien lo contrario: TVE debería reponerlo y promoverlo de nuevo. De hecho, aquí va mi granito de arena.

Para mi gusto, al programa le sobra una pizca de orientalismo —y eso que a me gusta el zen—, la cita de Castaneda —salvo que uno se tome su chamanismo como una ficción estilo Tolkien— o la insistencia en la plancha —ese invento del demonio que jamás he conseguido dominar—; en cualquier caso, y bromas aparte, el documental contiene algunas reflexiones que merecen la pena ser repetidas. Ahí van 5 a vuelateclado:

  1. A los varones nos va mucho el rollo épico, ese que dice: «Yo daría la vida por mi familia». Y, honestamente, más útil y menos melodramático que inmolarse es dedicar unas cuantas a horas a las tareas domésticas y aprender a cocinar, dónde está el supermercado o cambiar los pañales de tu hijo. La batalla por la igualdad se empieza por ganar en casa.

  2. Hasta hace muy poco, los varones hemos acaparado el poder y hemos construido un imperio heteropatriarcal que nos permite gozar de ciertos privilegios a los cuales debemos aprender a renunciar. Ya lo dice alguien del documental: «Todos los imperios tienen su fin...». Así que mejor aceptarlo y aprovechar la crisis para transformarnos en personas más completas.

  3. El limitado mundo afectivo de muchos varones españoles comienza en la escuela, que ha sido y es una incubadora de machitos. Basta pensar que no valoramos igual si dos niños se pelean en el patio del colegio que si les da por besarse en la mejilla a modo de saludo. Lo segundo suele considerarse más extraño y preocupante que lo primero (salvo que la paliza sea mayúscula). Tampoco acostumbramos a besarnos cuando ya estamos más talluditos, ni quisiera con nuestros tíos o primos a partir de cierta edad. Conclusión: estamos poco entrenados para el contacto físico.

  4. Vale, eres varón y quieres ser padre. ¿Con quién hablas sobre tus dudas y sentimientos al respecto? Bueno, ya lo sabemos: los varones nacemos sabiéndolo todo y vamos y venimos de cualquier guerra con la pierna rota, las costillas al aire o la cabeza trepanada si hace falta. Ni sentimos ni padecemos. Quiero decir: no necesitamos hablar con nadie, ¿para qué? Eso es de blandurrios.

  5. El machismo es un problema de los varones donde las mujeres son las víctimas (y no al revés). El silencio ante el machismo nos convierte en cómplices. Por tanto, la erradicación del machismo solo es posible si los varones desautorizamos los comportamientos machistas de otros varones (además de los nuestros propios, se entiende). Nosotros somos quienes debemos torcer las tendencias estadísticas, digo.

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PD. A modo de yapa, añado otro documental, La mujer, cosa de hombres, que también encontré en TVE y que filmó Isabel Coixet a partir de anuncios de la tele. Estructuralmente, tiene un vago aire a la parte de los crímenes que Bolaño escribió sobre Ciudad Juárez en 2666. Como suele decirse, habla por sí solo...