26 de noviembre de 2013

Eurozone, compañía Chévere



5 razones por las que me gustó Eurozone, del grupo teatral gallego Chévere:

01 | Los actores y actrices se toman la molestia de explicarle al público la analogía entre Reservoir Dogs y lo que sucede sobre el escenario. Y eso me pareció todo un detalle, dado que la mayoría de la población ve teleseries estadounidenses con hospitales privados y, sin embargo, ni siquiera se da cuenta de que ya no somos espectadores, sino actores de realities sanitarios que parecen inspirados —y acaso naturalizados— por esas teleseries. A veces, hay que ayudar al público a leer bien la obra... No vaya a ser, como diría W.H. Auden sobre la poesía, que este se quede con lecturas improbables, falsas o absurdas, en vez de con aquellas más o menos verdaderas.

02 | Por fin, alguien retoma la idea de Asesinatos S.L., la novela de Jack London. O mejor dicho: de sus prometedoras primeras 40 páginas. Eurozone da la oportunidad a los espectadores de cometer un magnicidio, es decir, te permite sentirte una pizquita cliente de Dragomiloff y que alguien liquide por ti a un político responsable de la situación que vivimos. En nuestra función le pegaron un tiro a Angela Merkel. Y sé que suena mal, pero lo celebramos por todo lo alto. Se ve que ya estamos cansados de morir siempre los mismos.

03 | Si yo fuera preferentista de Bankia, me sentiría algo reconfortado cuando amordazan en escena a Rodrigo Rato y Angela Merkel lo tortura. También cuando no paran de llamarlo ladrón. El monólogo de Rato pidiendo piedad por su vida y ofreciendo un iPhone 5 a cambio de ella tiene su punto. También tiene su aquel el ministro De Guindos en su papel de infiltrado de la banca, como Mario Draghi, en el sistema político.

04 | Esta es una obra nacida de la urgencia, de la necesidad de querer decir algo aquí y ahora, de aportar imágenes, palabras, datos, ideas, anécdotas, ¡algo!, para que el público se conciencie de cómo hemos llegado hasta aquí. No es una obra para la posteridad —ni falta que hace—; es una obra para el presente, para intervenir y pelear contra el discurso anticiudadano del BCE, el FMI y demás tropa financiera. Sí, es David contra Goliath... Pero, mejor que estarse quieto, seguir lanzando piedras contra los gigantes.

05 | Merece la pena ir a ver Eurozone aunque solo sea por una imagen: la escalera mecánica averiada que preside el centro del escenario. Como dice la obra, esa escalera puede proceder de algún aeropuerto sin pasajeros o de alguna de esas ciudades culturales sin cultura que tanto abundan en este país; por tanto, es la metáfora perfecta de España. A partir de ahora, cuando el rey, Rajoy, Rubalcaba y compañía hablen de España, yo pensaré en eso: en una escalera mecánica averiada.

20 de noviembre de 2013

Fuera de juego, Miguel Ángel Ortiz (presentación)



El sábado que viene, día 23, estaré en Medina de Pomar (Burgos) haciendo los honores a Fuera de juego, la primera novela de Miguel Ángel Ortiz. El autor, dado que juega en casa, será el encargado de poner la hinchada —familia, amigos, vecinos, etc.— y de precalentarla, en caso de ser necesario por el frío, con todo tipo de bebidas espirituosas... En cualquier caso, si algún errático lector de este blog vive cerca del lugar, está más que invitado a compartir un rato de literatura. En la invitación están los datos necesarios (salvo la previsión de si nevará o no...).

Por lo demás, enlazo aquí la versión en papel y la versión electrónica de la novela. También un texto que escribió el autor para la librería donde trabaja, La Formiga d'Or, de Barcelona. Ah, y su blog: Deshojando Renglones, donde hay un fragmento de la novela.

Nos vemos en Medina.

PD. Fuera de juego la ha publicado Caballo de Troya. Su editor, Constantino Bértolo, también andará por Medina y dirá unas palabras.

Actualización (8/01/2014): enlace a la entrevista que le hice al autor.

18 de noviembre de 2013

Doña Perfecta, Benito Pérez Galdós



«Pueblo chico, infierno grande». Así resumió una amiga a la salida del teatro, en su más puro estilo rioplatense, el argumento de Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós. Y es que Orbajosa, esa representante de la España de provincias, donde todo —desde la catedral a los ajos— es autoafirmación de lo autóctono frente a lo ajeno, es fácilmente extrapolable a otros países. También, por desgracia, es sencillo identificar alrededor o en otras culturas a Doña Perfecta: esa matriarca perpetuadora del machismo, que vigila con mano de hierro que nadie atente contra sus privilegios de oligarca y que cultiva el manejo bajo cuerda para obtener sus fines. Esperaba menos de la obra y, sin embargo, mucho encontré... Galdós me cae cada día mejor.

Con la obra ya reposada, he buscado ente mis libros uno que contiene algunos ensayos críticos de don Benito. He releído aquí y allá lo que subrayé en su día sobre su querencia por el realismo, sus motivaciones artísticas o su punto de vista respecto de la novela (antes de terminar en adaptación teatral, Doña Perfecta fue novela, según leo en Wikipedia). Finalmente, he decidido transcribir dos pasajes reveladores respecto de lo que vi en el teatro.

El primero procede del ensayo «La sociedad como material novelable» (págs. 220 y 221):
(...) Imagen de la vida es la novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de raza, y las viviendas, que son el signo de familia, y la vestidura, que diseña los últimos trazos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción.

(...) En vez de mirar a los libros y a sus autores inmediatos, miro al autor supremo que los inspira, por no decir que los engendra, y que después de la transmutación que la materia creada sufre en nuestras manos, vuelve a recogerla en las suyas para juzgarla; al autor inicial de la obra artística, el público, la grey humana, a quien no vacilo en llamar vulgo, dando a esta palabra la acepción de muchedumbre alineada en un nivel medio de ideas y sentimientos; al vulgo, sí materia prima y última de toda labor artística, porque él, como humanidad, nos da las pasiones, los caracteres, el lenguaje, y después, como público, nos pide cuentas de aquellos elementos que nos ofreció para componer con materiales artísticos su propia imagen: de modo que, empezando por ser nuestro modelo, acaba siendo por ser nuestro juez.
(Ni qué decir tiene que lo de las «vestiduras» me hizo pensar en las mantillas vaticanas de Cospedal o en el ostentoso abrigo de piel con que la alcaldesa de Madrid salió a supervisar el operativo de limpieza de Madrid el sábado pasado.)

Y el segundo subrayado procede del ensayo «Observaciones sobre la novela contemporánea» (págs. 130 y 131):
(...) Pero  la clase media, las más olvidada por nuestros novelistas, es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser expresión de cuanto bueno y malo existen en el fondo de esa clase, de la incesante agitación que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el remedio de ciertos males que turban las familias. La grande aspiración del arte literario en nuestro tiempo es dar forma a todo eso.
Hay quien dice que la clase media en España no tiene los caracteres y el distintivo necesarios para determinar la aparición de la novela de costumbres. Dicen que nuestra sociedad no tiene hoy la vitalidad necesaria para servir de modelo a un gran teatro como el del siglo XVII, ni es suficientemente original para engendrar un periodo literario como el de la moderna novela inglesa. Esto no es exacto. La sociedad actual, representada en la clase media, aparta de los elementos artísticos que necesariamente ofrece siempre lo inmutable del corazón humano y los ordinarios sucesos de la vida, tiene también en el momento actual, y según la especial manera de ser con que la conocemos, grandes condiciones de originalidad, de colorido, de forma.

Lo reconozco: el adjetivo pasmoso me ha matado. Pasmado se iba a quedar Galdós de sus consideraciones sobre la clase media española como motor del progreso. Y ahí viene la pregunta que me hago: ¿hasta qué punto es trasladable lo que dice Galdós al día de hoy? ¿Es la clase media española el corazón narrativo, el modelo a la hora de contar la sociedad del siglo XXI?

Y otra más: ¿a qué llamaría ahora Galdós «clase media»? Digo, salvo unos cuantos aristócratas y el colectivo obrero, el resto de la población se considera «clase media», gane uno más de un millón de euros al año —como Aznar, Cospedal y su esposo, Felipe González, los directivos de Bankia o los futbolistas— o sea uno mileurista con título de doctor universitario (como los ingenieros en energías renovables, los científicos o los médicos que se están yendo a otros países).

Y una tercera... En un país donde predominan las teleseries estadounidenses —en especial, aquellas que nos muestran lo caras que son las facturas de una sanidad privatizada—, las películas más taquilleras son las de entretenimiento —las de no pensar, que dicen por ahí— y donde la literatura más vendida suele ser extranjera o se ocupa de templarios, catedrales en el mar, biblias de barro, tiempo entre costuras, etc., ¿le importa a alguien leer sobre lo que le pasa a la clase media patria?

Quiero decir: Galdós me hace pensar que lo sabemos todo o casi todo sobre la clase media estadounidense... y poco sobre la nuestra. Que nos sigue pareciendo cool leer sobre algo que ocurre en un pueblo perdido de California, Japón o Suecia; pero, por favor, que nadie ambiente una novela en Vigo, Riaza de Riofrío o Cuenca porque entonces es como menos novela... Y en ese punto, paradójicamente, yo empiezo a sentirme un poco de Orbajosa (ajos incluidos).


*

PD 01. Ambos subrayados proceden de Ensayos de crítica literaria. Edición de Laureano Bonet (Editorial Península, 1999).

PD 02. Aquí puede leerse la novela de Pérez Galdós. 

11 de noviembre de 2013

De Charlie Parker a Dostoyevski (vía Cioran)

El otro día, viendo Bird, la película que Clint Eastwood filmó sobre Charlie Parker, me acordé de Emil Cioran y de sus reflexiones sobre las taras en los artistas. En un momento de la película, Parker entra en el baño, coge un frasco de yodo que ve en el botiquín y se lo bebe. Su esposa, que ya sabe de las tendencias autodestructivas de su marido, pide a los del hospital que lo ingresen en la unidad de psiquiatría.

En un momento dado, el psiquiatra y la esposa de Parker dialogan sobre el enfermo. El médico, muy en el espíritu de la época, propone darle unos electroshocks... Ella se niega y arguye que su marido es una persona extraordinariamente creativa y que, en parte, su talento para componer o improvisar procede del desastre de vida que lleva (heroína, alcohol, una hija muerta, etc.). Entonces el psiquiatra va y le plantea la pregunta del millón de dólares: «¿Usted quiere un músico o un marido?».

Naturalmente, ella, amante del jazz desde que era niña, pide lo imposible: los dos. Uno va con el otro y vicerversa. Sin embargo, la película más bien contesta que no le quedó más remedio que querer al creador del bebop, al ser humano que necesitaba tocar tanto como inyectarse heroína para calmar sus dolores.

Impactado por la desgraciada vida del Charlie Parker, rebusqué entre mis libros y encontré esto que subrayé hace años en Conversaciones con Cioran (Tusquets, 1996):
ENTREVISTADOR.— Usted dice que el escritor escribe siempre sobre sí mismo. ¿Cómo pudo Dostoyevski encontrar todo eso en sí mismo?

EMIL CIORAN. —Porque sufrió mucho, lo dice él mismo. Eso es el conocimiento. Por el sufrimiento y no por la lectura es como se adquiere. En la lectura, hay como una distancia. La vida es la verdadera experiencia: todos los fracasos que se pueden sufrir, las reflexiones que de ellos se desprenden. Todo lo que no es experiencia interior no es profundo. Puedes leer miles de libros, pero no serán una verdadera escuela, al contrario de la experiencia de la desdicha, que todo lo afecta profundamente. La vida de Dostoyevski fue un infierno. Vivió todas las adversidades, todas las tensiones. Seguramente es el escritor más profundo en las expresiones interiores. Fue hasta el límite extremo.
 Y un poco antes, el filósofo rumano ya había dicho algo en la misma línea:
(...) Todo en la vida depende de las experiencias que hemos tenido, si tienen una sustancia o no. Si es algo puramente intelectual, carece de valor. El intelectual francés es un poco así. Todo depende del contenido interior, no de la inteligencia, porque la inteligencia como tal es la nada. Si no hay contenido interior, una idea no puede conocer la experiencia.
No quiero ensalzar el martirio del artista como vía para acceder a la genialidad; tan solo quiero subrayar esa reflexión tan radicalmente vitalista de Cioran que viene tan al pelo de Charlie Parker: «La vida es la verdadera experiencia: todos los fracasos que se pueden sufrir, las reflexiones que de ellos se desprenden. Todo lo que no es experiencia interior no es profundo». Basta compararla con esta cita de Parker: «La música es tu propia experiencia, tus propios pensamientos, tu sabiduría. Si no la vives, no va a salir de tu cuerno. Te dicen que hay una línea limitadora para la música. Pero, man, no hay fronteras para el arte».

6 de noviembre de 2013

El mito de Marilyn vs. Francisco Umbral

                                                                 
(...) Me pregunta Mónica Randall que si fueron importantes los hombres en la vida de Marilyn. Pues claro que fueron importantes. Un mito así no lo habrían hecho las mujeres. Unas por envidia y otras por progresismo y desdén hacia la mujer-objeto, no creo que las mujeres hayan entronizado nunca nada semejante a Marilyn. 


RANDALL. —¿Cuál de sus maridos le aportó más serenidad a la estrella?

UMBRAL. —Yo creo que fue Joe di Maggio, aquel del palo, el campeón de lo que fuese, que no sé lo que era. Y no porque crea que a las mujeres hay que darles con un palo, sino porque un deportista siempre aporta más serenidad que un intelectual. Un intelectual, como Arthur Miller, que fue otro de los grandes maridos de la estrella, siempre es peligroso, induce a leer y a pensar. Los intelectuales practican cosas subversivas, como la lectura, y suelen ser rojos, como se probó que era Miller.

RANDALL. —¿Cómo ves tú el mito de Marilyn?
UMBRAL. —Lo veo como un mito capitalista, americano, cinematográfico, industrial, alienante y convencional. Marilyn igual podría haber sido cualquier otra.

*


Mis mujeres,
Francisco Umbral
Editorial Planeta. Colección Textos. Barcelona, 1976.

*

PD. Como contrapunto a lo de Umbral, me vino a la cabeza Futbolistas de izquierda, de Quique Peinado.

4 de noviembre de 2013

De qué hablo cuando hablo de correr, Hanuki Murakami

Si el sufrimiento no formara parte de ellos, ¿quién iba a tomarse la molestia de afrontar desafíos como un maratón o un triatlón, con la inversión de tiempo y esfuerzo que conllevan? Precisamente porque son duros, y precisamente porque nos atrevemos a arrostrar esa dureza, es por lo que podemos experimentar la sensación de estar vivos; y si no experimentamos la sensación de estar vivos plenamente, sí al menos de manera parcial. Y, a veces (si todo va bien), podemos aprender que lo que de veras da calidad a la vida no se encuentra en cosas fijas e inmóviles, como los resultados, las cifras o las clasificaciones, sino que se halla, inestable, en nuestros propios actos.


En el triatlón cada quien tiene su deporte de procedencia. Además de los clásicos ciclismo, natación y atletismo, hay gente que viene del fútbol, del surf o del waterpolo. Y alguno habrá que venga de la esgrima, el tiro con arco o la hípica, que de todo hay. El novelista Haruki Murakami, antes de llegar a corredor de resistencia o triatleta, regentaba un bar de jazz en Tokio y apuraba cigarrillos en su casa hasta el alba mientras intentaba escribir su primer libro. Todo su deporte era ver partidos de béisbol y dirigir su negocio.

El futuro escritor tenía por entonces 30 años, una novia preocupada porque él se ganase bien la vida y una clientela que apreciaba el toque elegante de su local. Sin embargo, un buen día cerró el negocio y quiso tomarse más en serio lo de ser escritor. Semanas después, como casi cualquier otro oficinista de este mundo, empezó a engordar por pasar tantas horas sentado. Y, de paso, empezó a fumar hasta 60 cigarrillos por día. Como es sabido, el tabaco, el exceso de café o la vida sedentaria ayudan poco a sentirse bien con uno mismo. Fue entonces cuando Murakami empezó con el footing.

Primero fue el llamado «trote cochinero». Luego vino eso de salir a correr casi a diario. Y meses después, gracias a esa terquedad tan nipona, afloró el obsesivo que contaba kilómetros a final de semana y que torcía el gesto si no promediaba unos 250 km de entrenamiento al mes. Por el camino había ido cumpliendo las etapas típicas: carreras populares de 5 km, más tarde de 10 km y así, siempre hacia arriba, hasta hacer un maratón por año durante dos décadas. Y, cuando el maratón no fue suficiente, incluso retándose a correr 100 km alrededor del lago Saroma.

El arte de ir poco a poco

Hay muchas metáforas y moralejas posibles tras leer estas memorias/ensayo. Una que me gusta mucho es que, gracias a correr, Murakami adquire consigo mismo compromisos que cumple con el honor de un samurái. Por ejemplo, asume que debe mantener una ética como corredor, que resume en dos mandamientos inquebrantables: 1) a los maratones se va a correr, no a andar; 2) lo importante es vencer siempre al tú de ayer; ni marcas ni puestos, lo esencial es superarte respecto al día anterior. La épica está en tus actos, en tu voluntad por cambiar; no en tus marcas.

De ahí que en su libro no haya lugar para palabras como dieta, macrociclos o series. Todo eso le da igual. Para él salir a correr es una oportunidad de estar solo, relajarse un rato, disfrutar de los discos de Loving' Spoonful o de Eric Clapton, contemplar los árboles del parque, escuchar su respiración, sentir cómo avanzan las piernas, observar a la gente, pensar en sus novelas o darse cuenta de que los días pasan y unos envejeces con más dignidad que otros en esa carrera hacia la muerte que es la vida. Es más: según Murakami, su momento más dulce como corredor fue a los 45 años, signo inequívoco de que la madurez mental, el saber disfrutar de lo que haces, importa más que tu marca.

De ahí que, tras el atracón de ultrarresistencia que se pegó con los 100 km de Saroma, buscara nuevos horizontes. Tras una prueba que le exigió más de 13 horas de esfuerzo, acusó la llamada «tristeza del corredor», esto es, se sintió vacío y dejó de encontrarle sentido a lo que hacía. Correr ya no le daba placer. Así, con 50 años a sus espaldas y un buen montón de maratones en las piernas, optó por buscar una nueva fuente de motivación. Y ahí apareció el triatlón, una disciplina que le implicaba aprender a nadar y convivir con un engendro tan diabólico a veces para él como los pedales automáticos.

Casualidades de la vida, en Japón hay una ciudad que lleva por nombre su apellido: Murakami. Y por inverosímil que parezca, allí se corre un triatlón olímpico, el Murakami Internation Triahtlon. Así que de Murakami (Haruki) a Murakami (Triathlon) y tiro por que me toca; allí debutó como triatleta. La primera vez casi se ahoga debido a los golpes de la marea humana de nadadores y se retiró en el primer segmento. La herida dejó tocado su orgullo. Hasta 4 años después no se animó a intentar vencer a aquel tú que lo había derrotado nadando y darse la oportunidad de completar los segmentos II y III (ciclismo y carrera). Superado el reto, quedo enganchado para siempre al triatlón.

De qué hablo mientras hablo de correr es un libro de memorias, pero por encima de todo es una gran reflexión sobre cómo el maratón o el triatlón funcionan como una metáfora de la vida para muchas personas. También sobre cómo el deporte, practicado desde el placer, puede ser fuente de inspiración para tomar decisiones cotidianas o incluso para contestarse las grandes preguntas de la vida. Al fin y al cabo, correr, como leer o escribir, es una oportunidad para estar solo un buen rato y debatir con uno mismo sobre el más acá, el más allá y lo que haga falta.

*


PD. Una reseña parecida a esta —soy un maniático de la edición, qué va a ser—  la publiqué en el blog de la extinta revista Trisense a finales de 2011. Las otras dos reseñas que completan mi particular trilogía sobre libros de correr son Correr o morir, de Kilian Jornet, y Correr, de Jean Echenoz.

1 de noviembre de 2013

Can Tunis, Paco Toledo y José González


Documental Can tunis, otra visión de Barcelona, de Paco Toledo y José González

Este documental contiene una de las escenas más memorables que recuerdo. Un chaval de 11 años conduce un coche por su barrio, Can Tunis, mientras reflexiona sobre sus vecinos, la droga o cómo ha cambiado las calles donde ha crecido. Es tan alucinante lo que hace como que lo dice Y es un ejemplo de eso que solía decir García Márquez: la realidad siempre supera a la ficción.

Y si no que alguien me busque al guionista o escritor capaz de superar este fragmento del monólogo del chaval: 
A ver, ¿mi vida? Yo aún no sé lo que es mi vida; hasta que no sea grande no sé qué es mi vida. Yo sé lo que hago y lo que digo, pero mi vida aún no me la sé. No sé si voy a ser borracho, alcohólico... No sé lo que voy a hacer. O futbolista.
PD. Enlazo una entrevista en La Vanguardia con los directores: «La droga enriqueció y destruyó Can Tunis». Con eso y el documental, ya vamos teniendo claro que Barcelona no es tan mona como nos la cuentan, sino que también tiene sus Barranquillas o su Gallinero al más puro estilo Madrid.