27 de diciembre de 2010

José Ignacio Lapido y el capitalismo (musical)

Usted es uno más de los músicos que han optado por la producción propia. ¿Qué le pasa a la industria discográfica? ¿Cuánto tiempo le da y qué soluciones propone?

[José Ignacio Lapido] Refiriéndonos a la industria, podríamos parafrasear a Leonard Cohen y decir que ellos "me sentenciaron a veinte años de aburrimiento". La industria discográfica de este país tiene muchos pecados que purgar, y los está purgando. Históricamente se han dedicado a buscar el beneficio a corto plazo, sin cultivar carreras de largo recorrido de artistas con criterio. No han ejercido una labor educativa con el público potencial. Han primado la horterada rentable de usar y tirar, y ahora que la gente se puede bajar la horterada gratis, se quejan. Aparte, claro está, de que en la sociedad, especialmente en la de nuestro país, ha calado hondo la absurda idea de que todo lo relacionado con la cultura debe ser gratis. Estamos en un periodo de liquidación por derribo, en el sálvese quien pueda. Y mi tabla de salvación ha sido crear Pentatonia Records. Que cada cual se agarre al palo que más le convenza, pero que se asegure que flote.


El capitalismo está especializado en vender detritus envuelto en bonito papel celofán. Y el capitalismo musical hace lo mismo: vestir con sonidos espectaculares canciones que no son nada, o peor aún, que son horribles. Si nos fijamos en las listas de ventas de los últimos 30 años veremos que hay muy pocos clásicos que hayan sobrevivido bien al paso del tiempo. Sólo en el año 1969 se editaron más canciones que han pasado a ser clásicos de la música popular que en todos estos últimos 30 años. Entonces todavía había un criterio. Ahora sólo hay apariencia.


Si alguien es capaz de votar a Berlusconi, es perfectamente capaz de comprarse un disco de Lady Gaga.


PD 01. Los fragmentos proceden de una entrevista de Manuel Cuéllar para El País.
PD 02. La foto procede de la revista efeeme y es de Salvador Serrano.
PD 03. Aquí va el MySpace de José Ignacio Lapido.

7 de diciembre de 2010

La verdad sobre Bob Dylan

Mañana toco en Newport
y estoy un poco confundido.
Tráeme mi guitarra,
sigamos a esos meteoritos.



Parade - El aerolito Dylan







Hace poco le escuché a Ibon Errazkin en Mapa sonoro (min. 8.30) decir que el pop debe tener una parte de sorpresa, algo que te haga decir «¿pero qué es esto?» o que incluso te haga pensar que no entiendes muy bien de qué va el asunto. El pop como exploración, como búsqueda de lo diferente, como salvoconducto para ser todos un poco más marcianos de vez en cuando. Más literario no le había podido salir la enunciación de su canon musical.

Disco tras disco, las composiciones de Antonio Galvañ (el hombre tras Parade) cumplen siempre con ese juicio de Errazkin. O al menos a esa conclusión he llegado yo esta mañana mientras escuchaba La fortaleza de la soledad, un refinado discazo pop que tenía semiolvidado. Y sobre todo he pensado en ello cuando ha sonado «El aerolito Dylan», una joya cósmicamente conjetural que debería figurar en la entrada The Electrical Dylan Controversy de Wikipedia. Si alguien quiere saber por qué Bobby cambió su acústica por una guitarra eléctrica en el Newport Folk Festival debería prestar atención a este tema...


Paseaba con Dylan.
Era el verano del 65,
centelleaban las Perseidas,
cuando se volvió y me dijo:

«Mañana toco en Newport
y estoy un poco confundido.
Tráeme mi guitarra,
sigamos a esos meteoritos».

Así que subimos
hasta lo alto de la colina.
Él tocaba con su acústica
Song to Woody, Chimes of freedom.

Entonces un hilo finísimo
le atravesó, encendido.
La noche de San Lorenzo
marcó a Bobby su camino

«Judas», le llamaron «Judas».
Pero sólo yo sabía
que todo fue un aerolito,
el aerolito Dylan.

Al cabo de un rato
recuperó la consciencia.
La guitarra estaba rota.
Me miró con suficiencia.

«No la necesito –me dijo–.
He tenido una idea:
el mercurio ardiente ya sé cómo suena;
mañana tocaré con la guitarra eléctrica».

Y sólo yo sabía
que fue el aerolito Dylan...


PD 01. «El aerolito Dylan», canción extraída de La fortaleza de la soledad, de Parade. La foto procede del fotolog bananaRepublic.

PD 02. De algún modo, esta canción me hizo recordar otro conjetural, aunque este literario: Cómo maté a John Lennon, de Andrés Neuman.

1 de diciembre de 2010

¿Cama o diván?

—Vos nunca te metés en mis problemas porque tenés pánico al compromiso.

—No, pará, nena, pará, pará, pará: a mí, si querés llevarme a la cama, llevame; pero al diván, no, ¿eh?

(Minuto 3.37 de esta secuencia de El hijo de la novia.)

26 de noviembre de 2010

En Durango buscan a dos monjas

Ahora díganme cómo se llaman,
si no es mucha molestia hermanitas.
Una dijo: «Me llamo Sor Juana».
La otra dijo: «Me llamo ¡Sorpresa!».
Y se alzaron el hábito a un tiempo
y sacaron unas metralletas
y mataron a los federales
y se fueron en su camioneta.




Hasta que leí Trabajos del reino, de Yuri Herrera, yo apenas sabía algo de los narcocorridos. A través de las entrevistas y reseñas que leí sobre este autor mexicano conocí a Los Tigres del Norte. Ahora, en estos días, he terminado Hecho en México, de Lolita Bosch, donde además de encontrarme de nuevo con Los Tigres, he hallado otra perla del género: Grupo Exterminador. Desconozco a qué se debe esta incipiente mexicanización de mi vida (hace poco leí Dios es redondo, de Juan Villoro, y Damas chinas, de Mario Bellatín), pero me gusta.

Aquí va la letra completa del corrido.


Las dos monjas

Una troca salió de Durango
a las dos o tres de la mañana.

¡Viva México!

Una troca salio de Durango
a las dos o tres de la mañana.
Dos muchachas muy chulas llevaban
coca pura y también marihuana;
pero se disfrazaron de monjas
pa' poderlas llevar a Tijuana.

Los retenes de la carretera
a las monjas no las revisaban.
Tal vez era respeto al convento,
pero nunca se lo imaginaban...
que eran dos grandes contrabandistas
que en sus barbas la droga pasaban.

El agente que estaba de turno
en aquella inspección de Nogales,
por lo visto no era muy creyente
y enseguida empezó a preguntar
que «de dónde venían y qué traivan»,
dijo el jefe de los federales.

Muy serenas contestan las monjas:
«Vamos rumbo de un orfanatorio,
y las cajas que ve usted en la troka
son tecitos y leche de polvo
destinados pa' los huerfanitos.
Y si usted no lo cree, pues ni modo».

Dijo el jefe de los federales:
«Voy a hacer el chequeo de rutina.
Yo les pido disculpe hermanitas,
pero quiero a sacarme la espina...
Yo presiento que la leche en polvo
ya se les convirtió en cocaína».

Con un gesto de burla el agente
se arrimó y les dijo a las monjitas:
«Yo lo siento por los huerfanitos:
ya no van a tomar su lechita.

Ahora díganme cómo se llaman,
si no es mucha molestia hermanitas».
Una dijo: «Me llamo Sor Juana.
La otra dijo: «Me llamo ¡Sorpresa!».
Y se alzaron el hábito a un tiempo
y sacaron unas metralletas
y mataron a los federales
y se fueron en su camioneta.

En Durango se buscan dos monjas
que ya no han regresado al convento.
Y una cosa si les aseguro:
que llegaron con el cargamento,
Por hay dicen que están muy pesadas
y que viven allá, en Sacramento.

De Durango salieron dos monjas
a las dos o tres de la mañana.


PD. He leído esta reseña de Edmundo Paz Soldán sobre Trabajos del reino y «la función del arte en el sistema capitalista regida por los valores del narcotráfico». (Acá va la mía, más humilde, junto con una entrevista que le hice a Yuri Herrera para Teína. Y aquí otra entrevista, pero en RNE).

25 de noviembre de 2010

El año que tampoco hicimos la Revolución, Todoazen

El Colectivo Todoazen es un grupo plural y multidisciplinar que centra su trabajo en el campo de las investigaciones narrativas. Han participado en la tarea de escribir este libro J. G., economista (que declara unos ingresos brutos anuales de 26.000 euros), I. E., sociólogo (que declara unos ingresos brutos anuales de 14.000 euros, y B. C.), escritor (que declara unos ingresos brutos anuales de 9.500 euros).

Así empieza El año que tampoco hicimos la Revolución, del Colectivo Todoazen (Caballo de Troya, 2009).
Colectivo Todoazen - El año que tampoco hicimos la Revolución

No hay semana en que los humildes currantes nos vayamos a dormir sin llevarnos un soponcio salarial. Varían los actores y las cantidades, pero el final de las noticias que nos dan parece tan constante como la gravedad en la Ley de Newton: alguien muy listo gana, como mínimo, unas 9,81 veces lo que tú. Es decir, que tiene unas 10 vidas más para jugar a esto del mercado libre, y por tanto en caso de game over se queda con 9 en el tablero mientras tú ves desaparecer la tuya. Así funciona el dumping aplicado a las personas (también llamadas «recursos humanos», «capital humano», «pueblo», «trabajadores», etcétera, según convenga).

Desde hace unos días, en el diario Público están erre que erre con que Dolores de Cospedal ganó una pasta gansa en 2008 por ser la secretaria del Partido Popular y que en 2009, además, su partido le aumentó un 30% el salario. Al parecer hablamos de unos 240.000 € y un par de sueldos (como senadora y como secretaria). También de alguien que dijo en junio que su partido era «el partido de los trabajadores».

Mira que el pueblo dice barbaridades en la tele por 4 pesetas, ¡qué no va a decir un político por 240.000 eurazos!

¡Trabajadores a mí! ¡Santiago y cierra, España!

Oxímoron proletario-salarial aparte, la susodicha, por supuesto, se hace la loca. Que si machismo, que si leyes especiales contra ella, que si otros ganan más que yo, que si ahora veto al diario que me da caña, etcétera. Lo esperable. En breve dirá, si es que no lo ha dicho ya, que esta es la réplica del PSOE por lo de José Bono (quien tampoco necesita apretarse el cinturón y vive tan holgadamente o más que ella).

Y así estamos, día tras día, cuando no es el patrimonio de Cristina Garmendia, es la S.L. de Aznar y Botella, o que José Montilla gana el doble que Zapatero, y cuando no es un alcalde de pueblo que se embolsa 9.000 € mensuales del dinero que Hacienda le retiene a los idiotas como yo.

Como diría mi padre: «Todos en un barco, y a Siberia». (Pero no a Siberia-Gasteiz, no, ¡a Siberia-Siberia!) Aunque yo más bien los pondría a hacer trabajo social; quizá así desarrollarían un mínimo sentido de comunidad. El padre de un amigo cuida a gente en estado terminal y el de otro colabora recibiendo enfermos en urgencias un par de días a la semana. Ambos ganan bastante menos que los citados anteriormente y son más útiles.

Constantino Bértolo, editor del libro del Colectivo Todoazen, suele recomendar una medida para solucionar esta clase de males. Es la misma que se han aplicado los autores de El año que tampoco hicimos la Revolución: que sea público cuánto gana cada quien. Es más: que en las empresas haya una hoja donde figure el sueldo de todos los empleados, desde el becario al gerente general. Ídem con quienes viven de dar conferencias o de formar opinión; junto al nombre del loro de turno, un cartelito que diga cuánto cobra por decir lo que está diciendo. Y, a ser posible, otro con su estado de cuenta bancario o la declaración de la renta. Así todos nos entederemos mejor y sabremos qué privilegios tememos perder cuando defendemos tal o cual idea.

Yo lo veo bien. A mí, cuando quiero alquilar un piso, me piden demostrar con números que se puede confiar en mi palabra. Un aval bancario de 6 meses, una nómina o la última liquidación del IVA, la renta anterior... De todo. Así, cuando yo digo «podré pagar la mensualidad», la gente se fía y me alquila una de las 15 casas que conforma su patrimonio. De este modo, subrayan, saben desde dónde hablo.

Pues yo quiero lo recíproco.

Hay quienes van por la calle y se imaginan a todo el mundo en pelotas. Los hay que dan una conferencia y, para evitar los nervios, se imaginan que la audiencia tiene una gallina en la cabeza. Yo, desde hace un tiempo, cada vez que alguien me habla, lo primero que pienso es ¿cuánto gana? Y a continuación: ¿cuánto declarará de verdad ante Hacienda?

Desde que lo hago entiendo algo mejor el mundo en que vivimos.


PD 01. Esta entrada, Sociología hecha literatura, del blog de Caballo de Troya juraría que complementa bastante bien lo comentado anteriormente sobre su editor. El libro El año que tampoco hicimos la Revolución está disponible en varias páginas web. Imagino que los propios autores lo habrán liberado.

PD 02. Ahí va un subrayado de El año que tampoco hicimos la Revolución para reflexionar sobre esa ficción llamada «democracia», donde nos han vendido que quienes estamos en la parte de abajo de la pirámide de ingresos brutos decidimos algo en esta sociedad... ¿El qué?
El reparto de la tarta. Un 0,16 % de los contribuyentes españoles posee el 27,5 % de los depósitos del sistema bancario, según una estimación del BBVA a partir de datos del Ministerio de Hacienda de 2001. En euros contantes y sonantes, 53.000 personas sumaban depósitos declarados a Hacienda por valor de 111.600 millones de euros hace dos años y medio. La banca privada del BBVA, dirigida en exclusiva a clientes con un patrimonio neto superior a dos millones de euros, gestiona 7.040 millones de euros de 1.108 «grupos familiares», según datos del 30 de junio pasado que arrojan un crecimiento semestral de los depósitos del 11,5 % y unos depósitos medios por cliente de casi siete millones.
Tampoco está de más saber cuántos ricos hay en el país y cuánto declaramos ganar por término medio.

24 de noviembre de 2010

La hermana de Katia, Andrés Barba

Jorge Herralde tuvo ojo con Alberto Olmos (Segovia, 1975), Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) y Andrés Barba (Madrid, 1975). En 2010, más o menos una década después de que aquellos desconocidos veinteañeros saliesen finalistas del premio que convoca la editorial Anagrama, los tres parecen bien asentados en el panorama literario español. Cada uno a su manera, cada uno con su estilo. Los tres han sido elegidos por Granta hace poco como jóvenes autores representativos de la literatura en español.

En 1998 Alberto Olmos quedó finalista del Herralde con A bordo del naufragio, tras Roberto Bolaño y sus detectives salvajes. Al año siguiente Neuman sacó medalla de plata con Bariloche, tras Marcos Giralt Torrente, autor de París. Neuman repitió puesto en 2003 con Una vez Argentina, esta vez secundando a El pasado de Alan Pauls. Y Andrés Barba, por su parte, quedó finalista con La hermana de Katia en 2001, en una edición del premio que ganó Alejandro Gándara con Últimas noticias de nuestro mundo.

Quizá haya algún finalista veinteañero más en la lista del Herralde y yo me lo he saltado. Ni idea. Tampoco pretendo demostrar una teoría, tan sólo constatar un dato curioso en el que venía pensando desde hacía unos meses. Más que nada porque conozco relativamente bien la obra de Olmos y Neuman, a quienes entrevisté para Teína, y porque no había leído a Barba (y eso que le tenía ganas al ensayo de La ceremonia del porno).

Pragmático que es uno, hace un mes busqué en la biblioteca algo de él y encontré La hermana de Katia. Lo leí de un tirón en un viaje Madrid-Bilbao. Vale, no me pareció una novela estupendísima; con todo, me la leí entera, disfruté con varios pasajes y me hizo pensar en algo bastante jodido a mi edad: ¿qué hacía yo a los 26 años mientras este chaval perpetraba un libro donde las madres pueden trabajar de putas, tener un apacible novio carnicero y mostrarnos la guerra que dan una hija que baila en un tugurio a lo Elizabeth Berkley en Showgirls y otra que pierde la ingenuidad mientras intenta ligar con un mormón de Maine?

¿Qué hacía yo? Imagino que lo que otros muchos: buscar trabajo, gastar mi dinero en cervezas diciendo tonterías en los bares, explotarme algún grano de acné que aún resistía el paso del tiempo... Esas cosas. Entre tanto, Andrés Barba escribía pasajes como este de un monólogo que tiene la abuela de la novela:
Tu madre primero y ahora Katia. Luego vendrás tú, feúcha como eres pero seguro que también te cogen porque a ésos no te creas que les importa mucho lo guapa o lo fea que seas, vendrás y me dirás “Abuela, bailo en un striptease”, te pondrás como se ponía el otro día tu hermana cuando estábamos aquí bailando, que parecía que estaba intentando calentar a Jorge, que no es mal hombre pero que es un hombre, callado y tal, lo que necesita tu madre, uno que no le dé muchos dolores de cabeza ni le pida explicaciones, tampoco es fácil de encontrar eso, con su carnicería y sus cosas, guapo no es pero quién quiere un hombre guapo, los guapos terminan siempre dando problemas, en el físico tiene un aire a tu abuelo, los hombros anchos, buena tripa, culo caído, medio calvo, callado, mejor que sean callados, tu abuelo era callado también, a veces, es curioso pero casi no me acuerdo de tu abuelo, hay cosas que parece que una las va a recordar siempre y las olvida, lo peor es que ni siquiera te da pena olvidarlas. Oh, Nuria, mi niña, las olvidas y cuando te das cuenta de que las has olvidado pasas un momento de susto, sí, de susto, cosas que cuando las estabas viviendo te decías pase lo que pase no voy a olvidarme de esto, y de pronto ya no te acuerdas, recuerdas que no querías olvidarlo, recuerdas que ocurrieron, pero no recuerdas las cosas, y ni siquiera sabes si fuiste o no culpable de olvidarlas, recuerdas que eran buenas o dolorosas, siguen ahí pero como cuando despiertas de un sueño y sabes que ha sido horrible pero no sabes qué era exactamente, estás segura de que era una pesadilla pero no sabes de qué tipo, últimamente sueño que sois vosotras las que os olvidáis, que me despierto mañana aquí, en vuestra casa, y no sabéis quién soy, “¿Quién es usted?”, dice tu madre. “¿Y esta vieja?”, dice Katia, y tú no dices nada, tú me miras así, como me estás mirando ahora, que no se sabe si eres tonta o te haces la tonta, si entiendes o no, y yo me voy hasta tu madre y le digo que me abrace, eso que a tu madre nunca le han gustado los mimos, no a Nuria, Nuria era distinta, y después me dais de comer, me dejáis ropa pero como se le deja ropa a una extraña que da lástima, que no tiene dónde caerse muerta, me decís “Cómase esto, póngase esto” como si no me conocierais de nada, y cuando se hace de noche me obligáis a marcharme, me decís “Puerta”, amablemente, sí, pero “Puerta”, me despierto y casi me da miedo cuando aparece tu madre, por eso no me tomo las pastillas que dijo el médico, no es que me olvide, es que estoy cambiando, en el balneario me lo dicen las chicas nuevas de la limpieza, me dicen “Está usted un poco rara últimamente”, pero no es que esté rara, es que cambio, no sólo cambian las personas de cuarenta años, o las de treinta, también se cambia después, se cambia distinto pero se cambia, de pronto hay cosas que te dejan de gustar, cosas que te habían gustado toda la vida te dejan de gustar, recuerdas cosas que parecen mentira, de hace muchísimos años, y no sabes lo que hiciste ayer, ni siquiera lo que hiciste esta mañana pero cuando tenías siete años un chico te miraba en el colegio, Gustavo, se llamaba Gustavo. (...)
Lo malo de tener 35 años y leer los libros que otros escribieron a los veintialgo es que te pone existencial, como cuando escuchas a un futbolista casi adolescente hablar de que gana en un día lo que tú en un mes. Eso sí, lo mejor de tener 35 años y encontrar gente de tu edad que te gusta cómo escribe es esa tonta sensación de volver al bachillerato y sentir que tu compañero de pupitre, y no el autor, es quien ha leído en voz alta el texto. Y eso... Eso es lindo.

19 de noviembre de 2010

Diario de un emigrante, Miguel Delibes

El argumento de Diario de un emigrante (1958) gira en torno a un joven pareja vallisoletana que emigra de Valladolid a Chile en los años 60. Lorenzo y Anita, veinteañeros ellos, no pasan necesidad en España; sin embargo, no les resulta estimulante el entorno patrio, tan gris y monótono él. Además, ella ha recibido una carta de su tío Egidio, que vive en Santiago de Chile y los anima a hacer las Américas. Es más: incluso se ofrece a pagarles el pasaje de barco.

Después del clásico tira y afloja, Lorenzo pide una excedencia en su trabajo de bedel en un instituto y viaja con su chica, embarazada, a América. Él y ella están convencidos de que su relato será exitoso; al fin y al cabo, la gente dice que al otro lado del Atlántico les espera una fortuna que amasar y que hasta servicio doméstico van a tener. O, dicho en castizo y parafraseando una frase popular, que en América todo el mundo ata los perros con longanizas. En fin, las cosas de que no hubiese Internet en los 60.

Al margen de ciertos paralelismos entre los emigrantes españoles de entonces y los inmigrantes que recibimos hoy, lo que más me ha interesado del libro es el machismo que rezuma la relación entre Lorenzo y Anita. Desconozco hasta qué punto Delibes quería retratar una relación así o, sencillamente, se limitaba a construir una relación de pareja con la realidad que lo rodeaba... Lo desconozco. En cualquier caso deja entrever los usos y costumbres del momento.

En el diario que escribre sobre el viaje, Lorenzo deja clara una idea: su trabajo vale más que el de Anita. ¿Por qué? Porque es hombre. Y punto. Su trabajo como recadero, ascensorista o gerente de un ineficiente salón de limpiabotas vale más que el de Anita como peinadora. Ya se sabe: los hombres trabajan para mantener a la familia y las mujeres, para entretenerse y sacar un dinerillo con que cubrir sus gastos.
De que me levanté me mostró el alijo de perfumes de allá. Lo que yo la dije, que ojo, pero ella me dio en los morros con un mazo de billetes. Quince mil del ala, que se dice pronto. ¡Hay que tocarse las narices! Esto lo hace la chavala a base de simpatías y un poquito de gusto, como yo digo, porque vamos por peinar nadie da hoy plata. Claro que también está lo de las uñas y los potingues. Con unas cosas y otras malo será que la chavalilla no se saque para sus gastos. Y después de todo, lo suyo no es más que un entretenimiento, porque, bien mirado, a esto no puede llamársele currelar.
Anita visita la casa de unas cuantas damas adineradas y las peina. Tiene talento y diversifica su negocio hacia la manicura, los perfumes y demás potingues; así que prospera y al cabo de una semanas incluso se plantea abrir un salón de belleza por su cuenta. Como suele pasar muchas veces entre los inmigrantes, las mujeres prosperan más deprisa y mejor que los varones. Y, claro, para un machito ganar menos que su pareja es una afrenta a su hombría. Es, por tanto, el momento de golpear con autoridad la mesa y reclamar el poder patriarcal.
Me levanté con mal cuerpo y, ya de mañana, tuve un agarrón con la chavala. Lo de peinar dará chiches, no lo discuto, que yo mismo junté anteayer treinta billetes juntos, pero está la guagua y ya se sabe que antes es Dios que todos los santos. Así se lo planté y ella empezó con toda la calma que no fuera vaina y que si prefiero que se establezca está determinada a ello. Ya la dije que ni a tarros, y ella que a qué ton, que le faltan manos para atender a la parroquia y que mejor la pintaría así. Con todo el temple la solté que bien estaba lo suyo como pasatiempo, pero que dice muy poco en mi favor el tener a mi señora currelando, y que poner un establecimiento era tal y como dar dos cuartos al pregonero y que yo tengo mi orgullo y que por ahí no pasaba. La chavala se atufó y me salió con que lo que me escocía es que ella medrase y yo para atrás como el cangrejo, y eso me cabreó y le dije que ojo, que por ahí iba mal, pero ella porfió que el tío había dicho que era más capaz que yo y que eso era lo que me enojaba, y ya me sacó los chorros del canasto y la voceé, de segundas, que ojo y que como volviera a comparar la pegaba una mano de guantadas que se iba a acordar de la fecha.
Resulta interesante ver cómo Lorenzo actúa como un personaje en crisis con su masculinidad. Cómo el cuestionamiento o la pérdida de privilegios del incipiente patriarcado que quiere fijar, lo saca varias veces de sus casillas a lo largo de la novela. Nunca le pega a Anita; pero, como cuando los padres se angustian porque sus hijos tumban la autoridad que ellos creían haber heredado de los abuelos, Lorenzo pierde su sitio, sus referencias, parte de su identidad. Y pierde tanto su sitio en el Nuevo Mundo que al final convence a Anita para regresar a Valladolid.

Eso sí, le falta un último escollo: asumir la decepción, pues El Dorado no ha sido tal. Si algo resulta duro para un emigrante, no es perder las raíces o vivir alejado de la familia; lo peor es regresar a casa y que tu relato sea el de un fracaso. Es más: ¿cómo eludir las mentiras que habías contado para justificar que tú tenías razón al moverte, y no quienes prefirieron quedarse en el pueblo?
Te pones a ver y el hombre no es más que un animal de costumbres, que ni se diferencia de la perdiz, ni nada. Y si yo les tuviera bien puestos pegaría media vuelta, ¡march!, y si te he visto no me acuerdo. Pero, lo que pasa. Uno cogió la pichicharra de América y les ha ido a los amiguetes con el cuento, que si hay perdices como escombro, y que si uno vive como un duque, y vete ahora a decirles que no hay de qué y que te vuelves porque la murria no te deja parar y porque no tienes donde caerte muerto. La fetén es que la Anita y yo, yo y la Anita, nos hemos llevado un desengaño de órdago.
Lo de enriquecerse espiritualmente está muy bien; pero volver con una mano delante y otra detrás parece poca razón para haber cuestionado el lugar que se te había asignado en el engranaje productivo. Con todo, Lorenzo ya ha aprendido que en todas partes cuecen habas y que en ninguna parte pagan por dormir. Ni en América ni en España.

Eso sí, lo que no queda claro es si Lorenzo ha aprendido a respetar a su chica. Parece quedar en manos de lector esta otra moraleja. También la de que quien prospera fuera de su país, como Anita en Chile, suele ser porque vale y se lo trabaja, pese a convivir a veces con alguien que infravalora su trabajo y quiere desahogarse dándole una mano de guantadas cada tanto. Más de una mujer inmigrante conoce bien esa situación en España, ¿no?

Grande Delibes, que nos permite hablar del presente con libros del 58.

16 de noviembre de 2010

Tigres en la frontera

Yo soy la sangre del indio. Soy latino, soy mestizo,
somos de todos colores. Y de todos los oficios.
Y si contamos los siglos,
aunque le duela al vecino, somos más americanos,
somos más americanos que todititos los gringos.



Una joya la letra completa de esta canción de Los Tigres del Norte:

Ya me gritaron mil veces que me regrese a mi tierra,
porque aquí no quepo yo.
Quiero recordarle al gringo:
yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó.
América nació libre... El hombre la dividió.

Y si no miente la Historia,
aquí se asentó en la gloria la poderosa nación:
entre guerreros valientes, indios de dos continentes, mezclados con español.
Y si a los siglos nos vamos: somos más americanos,
somos más americanos que el hijo de anglosajón.

Nos compraron sin dinero las aguas del Río Bravo.
Y nos quitaron a Texas, Nuevo México, Arizona y Colorado.
También voló California y Nevada.
Con Utah no se llenaron.
El estado de Wyoming,
también nos lo arrebataron

Yo soy la sangre del indio. Soy latino, soy mestizo,
somos de todos colores. Y de todos los oficios.
Y si contamos los siglos,
aunque le duela al vecino, somos más americanos,
somos más americanos que todititos los gringos.

PD. En Hecho en México, de Lolita Bosch, he leído una estrofa adicional que juraría que no cantan aquí... Dice así:

Ellos pintaron la raya para que yo la brincara
y me llaman invasor. Es un error bien marcado:
nos quitaron 8 estados, ¿quién es aquí el invasor?
Soy extranjero en mi tierra
y no vengo a darles guerra:
soy hombre trabajador.

13 de noviembre de 2010

Money changes everything, Cyndi Lauper

Ella dijo: «Lo siento, cariño: te dejo;
encontré a alguien. Me espera fuera, en el coche».

Nena, dije, ¿cómo puedes hacerme esto?,
nos habíamos prometido amor eterno...

Ella dijo: «Bueno, lo sé; pero
cuando lo hicimos hubo algo
en lo que, en verdad,
no estábamos pensando:

el dinero.

El dinero lo cambia todo».



PD. Letra completa de Money changes everything, de Cyndi Lauper, por aquí. (Lo de arriba es una adaptación de estar por casa del inicio de la canción). Y por acá, una versión punki-ochentera a más no poder:

12 de noviembre de 2010

Ya no pisa la tierra tu rey, Cristina Sánchez-Andrade



—Madrecita —dijimos al final del día, al encontrar a la abadesa cosiendo en la sala de estudio, inexplicablemente lúcida y tranquila para lo que había ocurrido aquel día. Acaba de enhebrar la aguja para coser el luto—, ¿por qué es el sexo una cosquilla?

La abadesa contuvo el aire contuvo el aire. Clavó la aguja en el paño y se puso a dar puntadas sin contestar.

—¿Y esa cosquilla... —preguntamos entonces— tiene algo que ver con el abismo oscuro de la libertad?

Dejó de coser. Nos miró fijamente a través de sus lentes. Dijo:

—La libertad, niñas mías, también es una cosquilla.

Sexo, libertad y monjas. He ahí el trío de argumentos que ha usado Cristina Sánchez-Andrade para perpetrar una novela espléndida. Una lírica bomba contra la mojigatería y la represión sexual, a la par que un delicioso ejercicio narrativo capaz de satisfacer las pasiones literarias más altas. Una novela que debería figurar en todos los conventos y demás casas de clausura en que se marchitan tantas mujeres de este país.

En Ya no pisa la tierra tu rey, la voz narradora recae sobre una peculiar «congregación de monjitas». En concreto sobre un anónimo grupo de «veintitantas monjas asomadas» que cuentan a su manera los azares de su vida. Hablan desde esa especie anonimato porque con el tiempo las duras exigencias conventuales han diluido su identidad individual en una colectiva. Salvo la abadesa, que siempre es la abadesa, todas las demás cenobitas responden más al nombre de monja que al propio.

Además, todas ellas viven las consecuencias de esa enfermiza creencia de que el pecado anida tras el placer, sobre todo si este es sexual. Como suele suceder, ninguna inferiora pone en duda la iluminada palabra de la superiora hasta que prueba las mieles del orgasmo. La marquesa de Grandes y Ribadavía y Gato, financista y mecenas del convento, tiene un hijo cuya afición consiste en trepar el muro de la casa de dios y descargar el semen de su juventud entre las piernas de las monjas. El éxtasis místico de estas religiosas tiene bastante de carnal, vaya.

El joven marqués no es un Casanova; según su madre, sencillamente es un «putero asaltaconventos». También un vago y un eterno adolescente incapaz de asumir responsabilidad alguna. El relato de su vida es el de un señor que abusa de su sexo y condición social para procurarse placer cuando le da la gana. Como buen varón, el máximo castigo al que está sujeto es el tibio enojo de una madre. Ya se sabe: una travesura es una travesura; cualquier día uno se casará y sentará la cabeza. Para el placer masculino, ni siquiera el muro de un convento es un límite.

Sin embargo, el relato de la parte femenina de esta historia (la abadesa, las monjas, la marquesa o Hilda, una futurible esposa del joven picaflor) es otro. Muy otro. Para ellas los muros que levantan la sociedad o la Iglesia son infranqueables, y burlarlos va acompañado de un castigo duro. El relato de esta congregación de voces cuya identidad se ha diluido por obra y gracia de la negación de todo cosquilleo consiste en el descubrimiento del placer. También en que existe vida extramuros de las convenciones sociales y de la obediencia que exigen quienes te dominan.
Obedecer supone no pensar, flotar en las delicias del abandono. Obedecer es fácil: tan fácil como acumular rencor contra la persona que ordena ser obedecida, tan sencillo y natural como odiar.
Lejos de ser una novela sobre monjas y conventos, Ya no pisa la tierra tu rey puede leerse como una alegoría de cierta generación de mujeres. Sobre todo de aquellas que nacieron y se educaron bajo la alargada sombra del nacionalcatolicismo franquista. Tras el despersonalizado narrador grupal laten voces femeninas reconocibles, por ejemplo, en la obra de Carmen Martín Gaite. Esas mujeres cuyas manos, como sugiere un pasaje de la novela, fueron «ágiles para freír filloas y torpes para el amor». En fin, las madres, abuelas y bisabuelas de muchos de nosotros.

Quiero decir: en España, para ser monja, hace 20 ó 30 años sólo hacía falta casarse.

Antes ya se sabe: ni educación ni juventud ni independencia económica o ideológica ni libertad sexual. La verdad era una y trina: Kinder, Küche, Kirchen, como se dice niños, cocina e iglesia en benedictino alemán.

Vuelvo a la novela. Vuelvo al asunto del relato sobre el placer. Y dejo a las monjas de intramuros para fijarme en un monja de extramuros, Hilda, que es quien habilita esa alegoría que comento. Hilda es una campesina que la marquesa hace pasar por noble con un único objetivo: casarla con el picaflor de su hijo y hacer que este abandone su adicción a frecuentar los misterios que la fe clausura bajo los hábitos de algunas religiosas. A través de ella, Sánchez-Andrade nos muestra una tipología femenina familiar donde las haya:
Realmente, el único que conocía la verdad sobre doña Hilda era el lacayo, porque un día la descubrió sin capuchón. Fue justo antes de la boda, la época en que ella espiaba a su prometido tras la puerta para salir como una cabritilla a ayudarle con el afeitado, la época en que le rascaba la espalda y le limaba las asperezas de los pies con piedra pómez. La época en que el marqués actuaba como un viejito chocho.

La época en que, muchas veces, la vida era el relato de una monja. Una monja tuerta que, subida en la última de las ollas amontonadas junto a la ventana del sobrado, nos iba dando cuenta de lo que pasaba por su ojo vivo.
Si Faulkner sintetizó su obra magna parafraseando a Shakespeare, «La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia», Sánchez-Andrade parece hacer lo propio aquí con su novela: hay muchas mujeres cuya vida es el mero relato de una monja. Y no sólo eso, es el relato de una monja tuerta subida a la última de las ollas amontonadas junto a la ventana desde donde ve escaparse todos y cada uno de los vagones de un tranvía llamado deseo.

Quizá ese sea el modelo de «familia tradicional» que defiende tanto cruzado monoteísta: idiotas llenos de ruido y furia que desposan a monjas tuertas, ellos puteros asaltaconventos y ellas, con buenas manos para las filloas y torpes para el placer. Al final va a ser cierto que el Apocalipsis está a punto de llegar. Eso sí, mientras recibo mi citación para el Juicio Final, echaré mano de otra novela de Cristina Sánchez-Andrade que tengo por casa: Las lagartijas huelen a hierba. Es por lo del cosquilleo...

3 de noviembre de 2010

Dios es redondo, Juan Villoro

La semana pasada devolví a la biblioteca un ensayo sobre fútbol, Dios es redondo, de Juan Villoro. Aunque no sé mucho del asunto ni suelo frecuentar estadios o bibliografía balompédica, lo pasé bien con este libro. Es más: lo devoré de 70 en 70 páginas. Cuando alguien escribe con entusiasmo y frescura sobre un tema que domina suele sacarme el yo-lector más entregado. Además, capaz como he sido de jalear a Maeterlinck en sus simbolismos con las flores y las abejas, ¿por qué no iba a concederle a Villoro que el fútbol es metáfora del mundo?

(En El festín, Ángel Petisme dice lo mismo del culo de una mujer... Quiero decir: cada loco con su tema.)

Tengo pendiente incursionar en las novelas y cuentos de este autor mexicano; pero desde ya que quiero inyectarme alguna dosis periodística más. Su excelente mezcla de literatura y periodismo queda lejos, muy lejos, de esa prosa mediocre que rodea a los diarios deportivos españoles. También está a años luz de esa incultura de la que suelen hacer gala tantos opinólogos radiofónicos y televisivos patrios. (Salvo honrosísimas excepciones como Santi Segurola, Enric González, Gonzalo Suárez y algún otro, da bastante pena la imagen que transmiten de nosotros los JJ Santos, Manolo Lama y compañía). De ahí que encontrarme con Dios es redondo me haya reconciliado con aquel juego de patio de colegio en el que muchos intentábamos destacar más que en los exámenes de la EGB.

(Ninguno de mi generación brilló con el balón en los pies; pero al menos nos tomábamos en serio los partidos, no como algunos profesionales millonarios...)

Mientras leía este libro —y mientras escribía estas líneas—, me he dado cuenta de que mantengo mis más y mis menos con el fútbol. Dejó de interesarme a los 21 años, y sin embargo últimamente le vuelvo a prestar atención. (Antes de lo del Mundial, quiero decir; si no el causa-efecto sería obvio). Así que puede que no tarde mucho en teclear otra entrada balompédica para el blog. Entre otras razones porque leí hace un par de meses El hijo del futbolista, de Coradino Vega, que me hizo pensar un par de cosas sobre la época del instituto.

Entre tanto transcribo unos párrafos sobre Paul Gascoigne, uno de los muchos futbolistas que avalan la tesis tolstoiana que defiende Villoro: la felicidad ni produce buenas novelas ni buenos futbolistas. O dicho más literalmente: «Existe una secreta ley que exige que los campeones tenga raspaduras». Sin cierto sentido trágico de la vida parece no haber gloria. Maradona, Pelé, la selección alemana o el propio Gascoigne son algunos ejemplos que cita el escritor mexicano.

Del pasaje que copio debajo, me gusta la sensación de bosquejo sobre la marcha. El autor me transmite que escribe como dibujan esos artistas callejeros que te retratan en 10 minutos. También que con 3 ó 4 pinceladas certeras alcanza para presentar a un personaje. Es decir: la precisión es la base sobre la que construir la expresividad. Cada tanto me encuentro con alguien que denosta el periodismo y ensalza la literatura meliflua, verborrágica, de subordinadísima y pretenciosa frase larga que así cree hablar con mayor profundidad sobre las Grandes Cuestiones de la Vida... Escritores como Juan Villoro imagino que les parecerán intrascendentes. En cambio, yo los considero imprescindibles.

Cuestión de miopía.

Mi hooligan favorito

En Francia 98 algunos fantasmas pisan el pasto: Romario, Redondo, Juninho, Guardiola. En esa nómina de ausentes destaca el gran bufón de la corte británica, Paul Gascoigne, mejor conocido como Gazza. Inglaterra perdió 2-1 contra Rumania en un partido dominado por la nostalgia de su chico malo.

Gascoigne es un bebedor de cerveza que en sus ratos libres se dedica al fútbol. Su silueta rubicunda y sus mejillas encarnadas revelan a un decano de los pubs. Sus declaraciones alimentan el morbo de los tabloides londinenses y se ordenan en tres categorías: jocosas, vengativas y estúpidas. Cuando es llamado a la selección, altera las normas de convivencia: pone champú en la jarra del té y reserva sesiones de bronceado para los jugadores negros.

Tres fotografías resumen su carrera. En la primera es un novato en un rito de iniciación: un defensa le aprieta los genitales y él aúlla de dolor. En la segunda saborea con impunidad las glorias del fútbol: le toca la nalga a una edecán. En la tercera es un desgraciado: llora por la eliminación de Inglaterra en Italia 90. Estas imágenes son tan populares como la canción «Tres leones en una camiseta», compuesta para la Eurocopa 96 y las décadas sin laureles de Inglaterra: «30 años de dolor nunca me impidieron soñar...»

Fragmento del libro Dios es redondo, de Juan Villoro (Anagrama, 2006).

PD. La foto de Gascoigne procede del Mail Online.

22 de octubre de 2010

El ABC me pone (mucho)

Debe de ser la edad, pero últimamente me pasa como a un amigo, Javi: me ponen los periódicos y voceros de la derecha española más rancia. Él se despierta, para desgracia de su novia, escuchando a Federico Jiménez Losantos. Además de echarse unas risas, asegura que así llega con las neuronas listas para batallar en el trabajo con los adeptos de FJL, Libertad Digital, La Gaceta, Intereconomía y opinólogos similares. Es algo así como una táctica zen: recibes un golpe absurdo y este despierta en ti la sabiduría.

A mí me pasa con el ABC y La Razón, que cada tanto por azares de la vida aparecen en la cocina de casa. No es cuestión de magia, sino que alguien los trae y los deja ahí para que los lea. Reconozco que es un placentero momentazo hojearlos.

A modo de ejemplo, transcribo mi lectura del ABC de ayer, 21 de octubre de 2010, por si alguien pudiera sacar alguna conclusión (de mí, del ABC, de lo que sea):
  • Pág. 5. La reina, con mantilla negra, sostiene una bandera española. Titular: «La Reina, abanderada en Cataluña».
  • Pág.10. Enrique Ponce, premio taurino ABC. Foto enorme del diestro frente a un toro. Abajo, foto de la reunión entre gente del PP y varios toreros.
  • Pág.14. Columna de Hermann Tertsch, ese presentador de Telemadrid que llegaba en mal estado a los telediarios o que decía sufrir (indemostrables) ataques de moros, gente del cine o ultraizquierdistas a la salida del Toni 2.
  • Pág. 25. Destacado:
Solo siete mujeres | El presidente se traiciona a sí mismo y en su nuevo Gobierno habrá más hombres (nueve) que mujeres (siete).
Tiene mérito que ABC use el verbo traicionarse, cuando sus hojas huelen a testosterona. Es más: según la pág. 4, la única mujer con responsabilidad directiva es la gerenta de Recursos Humanos, Raquel Herrera. El director general, los 6 subdirectores y demás gente que corta el bacalao compartirían baño conmigo en el aeropuerto de Barajas. Asimismo, el recuento del n.º de columnistas y de redactores que firman los artículos evidencia que el ABC es muy macho, casi tanto como Enrique Ponce delante de un toro. La proporción, a ojo, debe de ser de 10 a 1 (bastante peor que el 9/7 de Zapatero).
  • Pág. 30. Llegados a este punto, una conclusión: sólo existen 2 partidos en España; uno al que hay que darle caña, el PSOE, y otro que es la alternativa deseada, el PP. Los demás ni existen ni se les espera.
  • Pág. 33. Huelga francesa. Hay un despiece titulado «Los socialistas, desaparecidos». Copio unos párrafos del autor, J.P. Quiñonero, que no tienen desperdicio:
Ségolène Royal, candidata derrotada por Sarkozy en las presidenciales de 2007, ha provocado una gran polvareda nacional invitando a los estudiantes a echarse a la calle para protestar contra la reforma, sin que ella misma haya explicado jamás qué haría para solventar la crisis del sistema nacional de pensiones.
¿A qué las 2 últimas líneas recuerdan a cierto partido de la oposición en España? Eh, pues espera (por cierto, nótese la contradicción entre «Los socialistas, desaparecidos» y que Ségolène Royal haya «provocado una gran polvareda nacional». Un fallido freudiano lo tiene cualquiera, claro que sí):
El modelo político francés y sus propias divisiones permiten al PS criticar a Sarkozy sin que nadie sepa qué podría proponer un presidente socialista mañana.
Traduzco: critican en la candidata socialista francesa lo mismo que alaban y jalean a Mariano Rajoy. Sin embargo, como diría Super Ratón, no se vayan que aún hay más:
Sègoléne tira a toda hora contra Sarkozy con cualquier pretexto y desde los ángulos más distintos.
Uhhhhh... Señorías: no haré más comentarios, salvo que ABC fue fundado en 1903.
  • Pág. 40. Doble de publicidad: si te compras no se cuántos días el periódico, ABC te ofrece 5 sartenes por 29,90 €. (Te ahorras casi 100 eurazos).
  • Pág. 52, 53 y 54. Boletín de cómo anda el PP de Madrid. Ahí vemos que Albert Boadella, como su colega Sánchez Dragó, ha terminado alineado con Ana Botella, Jaime Mayor Oreja o Manuel Pizarro. (Quién te ha visto y quién te ve, Boadella).
  • Pág. 65. Anuncio de Mujer Hoy, el suplemento femenino de ABC, que hoy viernes publica una «radiografía» de «la sexualidad de las españolas». El texto para animarnos a comprar el periódico y llevarnos gratis la revista dice así:
El informe realizado con la participación de casi 2.500 mujeres de entre las lectores de «Mujer Hoy» concluye que más de la mitad de las españolas fingen orgasmos y que desearían tener una pareja más joven que ellas. “Medianamente” satisfechas de su vida sexual, las encuestadas resaltan que les gusta que el sexo y el amor vayan de la mano.
Esto en manos del Gran Wyoming sería dinamita pura. Por si ha pasado inadvertido: la muestra se ha tomado sobre 2.500 lectoras de la revista de ABC... Y de ahí se concluye que, como una buena parte de las lectoras conservadoras fingen orgasmos, «más de la mitad de las españolas» también chillan con pasión de cartón-piedra. Impresionante. En fin, que la derecha tiene problemas en la cama, vaya por Dios.

Por cierto, ¿qué opina de la Conferencia Episcopal de la insatisfacción sexual de sus feligrisas? Quiero decir: Rouco y Camino, ¿qué opinan de que Mujer Hoy publique párrafos como este otro?
Casi 2.500 de vosotras habéis compartido con Mujer hoy vuestras opiniones y experiencias más íntimas. Gracias a ello hemos podido realizar una radiografía muy íntima del deseo de las españolas y hemos descubierto cosas que nunca confesarías en público: fingimos orgasmos; el tamaño sí que nos importa; nos gustaría tener una pareja más joven que nosotras, e incluso, aceptaríamos hacer un trío. Todo eso, unido a hechos como que nos gusta que el sexo y el amor vayan de la mano; buscamos en nuestra pareja a un verdadero cómplice y amigo; estamos medianamente satisfechas con nuestra vida sexual, aunque reconocemos que todo se puede mejorar; somos conscientes de los diferentes roles entre hombres y mujeres que existen en este terreno y de cómo está cambiando la mentalidad de las jóvenes. Así vivimos las españolas nuestra sexualidad. Descúbrelo en nuestra encuesta exclusiva.
Con fantasías sexuales como estas entre su feligresía (ya me dirá alguien cómo se concilia ir a misa, hacerse un trío y vivir enamorada), no sé yo si les conviene dar tanta caña contra el aborto o los homosexuales.
  • Contraportada. Elena Poniatowska: «Me llaman la princesa roja por la malevolencia de la derecha», entrevistada por Blanca Torquemada (vale, no haré chistes fáciles). Venga, el puntito zurdo para hacer como que el periódico es plural.
PD 01. Envío desde aquí mi comprensión a las lectoras de Mujer Hoy. Si quieren probar los placeres del multiorgasmo y encontrar de una vez por todas a Dios en la cama, las invito a dejar de leer o escuchar a Herman Tertsch, Curri Valenzuela (1 y 2), Luis María Ansón, Ana Samboal o Juan Manuel de Prada (ver foto). Mi experiencia dice que son malos para la libido.

PD 02. La foto la he sacado de Religión Digital (ver enlace en Juan Manuel de Prada).

21 de octubre de 2010

El club de las mujeres ambiciosas, Jesús Rodríguez

Hace poco leí en Inundaciones y en Fantasía roja, ambos de Iván de la Nuez, que hay una tienda en Alemania dedicada a vender objetos que llevan la foto del Che. Lo contaba para mostrar el poder de penetración de la famosa instantánea que captó Korda y que el editor Giangiacomo Feltrinelli convirtió una imagen de dominio mundial (y eso que no existía Internet).

Desconozco si pasar de guerrillero a icono pop es bueno o malo. Si esta omnipresencia infográfica, incluso en forma de merchandising capitalista, supone una derrota en toda regla o si, por el contrario, constata que el Che ha vencido por el medio más insospechado y esa foto de Korda ha entrado como un caballo de Troya en las casas y en el discurso de la gente más insospechada.

Como ejemplo patrio de esto último tenemos a Pablo Casado, de las juventudes del PP, que mezcló en un mitin a Miguel Ángel Blanco con el guerrillero argentino. Así, sin anestesia, como si su Palencia natal o Euskadi mantuvieran algún tipo de similitud con Cuba y el resto de países latinoamericanos en 1959. Y entre los ejemplos fuera de España, hace poco he descubierto uno curioso: el de Carla Bruni y Nicolas Sarkozy.

He leído El club de las mujeres ambiciosas, donde Jesús Rodríguez compila 13 perfiles de mujeres, cada cual con un superpoder diferente. Las elegidas van desde Shakira a Inés Sastre, pasando por Elena Ochoa, Elena Benarroch o Ana Patricia Botín. Uno de esos perfiles está dedicado a «Madame Sarkozy», según se refiere a ella el periodista de El País.

El texto empieza con la aproximación de Rodríguez al hogar de su entrevistada. Mientras llega a encontrarse con Bruni, el cronista nos habla de la gente de seguridad, de la niñera peruana o de la casa en forma de «hotelito» en el majestuoso y elegante distrito XVI. Así hasta llegar, ¡atención!, a «una enorme caja para cigarros puros decorada con la imagen del Che en esmalte rojo y negro y una vistosa leyenda autógrafa: “Hasta la victoria siempre”. Regalo del Comandante».

¿Una caja de puros con la foto del Che en el palacete donde conviven Sarkozy y Bruni? ¿Un regalo de Fidel Castro?

Entonces, quien esto escribe, humilde lector que sobrevivió a los gin tonics de juventud, piensa en las huelgas generales en contra de las pensiones que están convocando los franceses, en las deportaciones de gitanos, en las restrictivas leyes contra la inmigración, en el caso L'Óreal, en el nepotismo que practica Sarkozy con su hijo Jean, en sus críticas en plan Berlusconi a la izquierda... Digo, piensas y te preguntas: ¿qué hace esa caja ahí?

Por alguna razón inefable, el periodista considera inoportuno seguir ese hilo. Pasa a otra cosa. Se limita a comentar que Carla Bruni es una «ex top model planetaria, ex amante de Jagger, Trump y Clapton», «cantante y compositora», «mujer anuncio» y «primera dama de Francia». Ni rastro de la cajita ni tampoco de cómo encaja la chica peruana con la política de inmigración de Sarkozy. El silencio es tan grande como un un millón de grillos despiertos a media noche.

Es más: yo me quedé enganchado ahí (lo siento, Jesús).

Imaginemos que Rajoy llega a la Moncloa, que al poco tiempo se divorcia y se casa por la vía exprés, no sé, ¿con Marta Sánchez? Llegas a entrevistarla a ella como cantante y ves una caja de puros con la imagen del Che. ¿Quién? El Che, ese al que algunos de los correligionarios del marido llaman «asesino» y tal... Además, es un regalo de Fidel Castro, ese caballero con el que los pares ideológicos del presidente prefieren romper relaciones antes que buscar puntos de encuentro. ¿De verdad que no chirría algo, como cuando te enseñan una foto de un niño afgano corriendo por las ruinas Kabul con una camiseta de Messi?

En fin, evito insistir en un hipotético ejemplo con Ana Botella, José María Aznar y, no sé, ¿Elsa Pataky?

A cambio de la discusión política, el texto nos cuenta que Madame Sarkozy considera su casa como un «refugio» —tiene bemoles la palabra—, bebe «agua Perrier» y que a sus 39 años conserva un cuerpazo considerable (totalmente de acuerdo). También que guarda obras de Proust, Joyce o Verlaine, que tuvo un hijo con el filósofo Raphaël Enthoven, que Houllebecq le ha escrito una canción o que conserva un Stainway que pertenecía a su padre, «un rico industrial turinés y compositor de óperas». La cuota trágica la pone su hermano, quien murió de sida a los 45.

Sigo leyendo.

Tras declararse «Totalmente laica. Como la República», Bruni nos ofrece el más difícil todavía. Por primera vez, habla de su marido por el nombre de pila y opina sobre él:

(...) Nicolás es una persona normal. No miente para ser presidente. Tiene una forma más moderna de enfocar su vida y su carrera. No ha tenido que elegir entre tener una vida y su carrera; tiene las dos cosas, por eso es tan moderno.

—¿Moderno?
—Sí, totalmente libre. Es libre. Creo que es la palabra que mejor le define. Si no, no se habría casado con alguien como yo.

—Pero es un político conservador...
—Mi marido no es conservador. No se corresponde con la idea que yo tenía de un conservador. El resto de su partido lo es, pero nosotros no.

Esta vez, el periodista sí repreguntó, menos mal... Porque, como dirían Pulp, this is hardcore!

Es increíble cómo las palabras pierden valor. O, mejor dicho, cómo la gente intenta apropiarse del valor prestigioso que poseen algunas de ellas. Para Dolores de Cospedal, el PP es el «partido de los trabajadores», Zapatero vende como políticas «de centro-izquierda» los reajustes dictados por el Mercado y Carla Bruni sostiene, a la vera de una caja de puros con la imagen del Che, que su marido, no es conservador. Cualquier día el rey Juan Carlos dirá que le fue fiel a Sofía y esta que le encantaría leer un pregón en Chueca. Ay, qué martirio esto de leer: como en las películas porno, al final nadie se casa y nada parece lo que es.

PD. Añadido de última hora. Una amiga, Elena, me ha pasado un vídeo de Kevin Johansen, el de la canción Mc Guevara's o Che Donald's.

20 de octubre de 2010

Combates, Ednodio Quintero

El domingo, de vuelta de Bilbao hacia Madrid, comencé a leer en el autobús Combates (Candaya, 2009), del escritor venezolano Ednodio Quintero. La dominical Plaza Nueva de Bilbao, siempre tan generosa a la hora de ofrecerme libros baratos que otros descartan (3 € pagué por este), tuvo a bien ponerlo en mis manos. Mientras mi compañero de al lado oscilaba entre devorar cada renglón de la Rock de Lux y sumirse en profundas siestas, yo fui avanzando en los relatos. Casi 5 horas de viaje dan para leer bastante.

Allá por la página 69 di un respingo: había comenzado un relato llamado «Caza» donde el protagonista le quiere azuzar los perros a una gitana. «Coño, qué actual», me dije. Además, en el segundo párrafo, lejos de amainar, el asunto aumentaba en intensidad:

Cuando todas las jaulas estuvieron abiertas y los perros ladraban y se empujaban inquietos delante del portón, les señalé la presa, una mancha colorida, como una sucia bandera, que se agitaba en la colina. La jauría salió en estampida, y yo, satisfecho, enrumbé mis pasos hacia la caballeriza. El alazán, que permanecía siempre ensillado, golpeaba el piso de piedra con los cascos de las patas delanteras. Pronto partí al galope por el camino de la colina. No quería perderme los detalles de la carnicería. Alcancé la cima y desde aquella posición tuve una visión espléndida del valle. Los perros corrían a saltos rítmicos, como gimnastas en una exhibición, y la gitana, con el cabello al viento, y de tanto en tanto volteándose para atisbar a sus perseguidores, se empeñaba en mantener una ventaja cada vez más precaria. En pocos minutos le darán alcance y la despedazarán, pensé, y clavé las espuelas en los ijares de mi cabalgadura.

Y ahí, mientras mi compañera de detrás contaba a gritos por teléfono que se «aburría como un hongo» porque no había película y la que estaba al otro lado del pasillo dormía abrazada a un libro de Alain Finkielkraut, me asaltó la idea: la voz de ese cuento podía ser la de Sarkozy, ese señor que está tan obsesionado con expulsar a los gitanos de su terruño. Tanto que incluso dice compartir punto de vista con Angela Merkel (clic aquí), no vaya a quedarse solo en su iluminación.

Sarkozy (y algún otro) me diría: «Si tanto te gustan los gitanos, chaval, te envío de vecinos a los míos». Vale, se veía venir. Lo que digo es que me maravilla el estilo tan avanzado que exhibimos los europeos cuando se trata de resolver determinados asuntos sociales. No sé para qué tanta cultura, historia o dietas a cuenta de los contribuyentes en parlamentos; para tomar medidas así de populistas «no hace ser un ciencia», que diría el castizo. A saber: ¿para qué necesitamos políticos, si resulta que sus ideas parecen sacadas de una conversación de encarajillados borrachos de bar?

Soy un ingenuo, lo sé. Con todo, uno espera de quienes reciben el poder político cierta capacidad para mostrarnos caminos que los ciudadanos, preocupados por pagar el IVA y el IRPF, no atisbamos. Les votamos para que, entre Karate Kid y el Sr. Miyaghi, hagan de lo segundo... No del chico malo de la película que lesiona al protagonista en el combate final. Me parece a mí, digo. Es triste; pero cada vez demostramos mayor incapacidad para dialogar y menor talento para buscar soluciones creativas (Angela Merkel habla ya de «fracaso de la sociedad multicutural»).

En fin, que leí el cuento pensando todo el tiempo en Sarkozy (¿estará resentido el presidente porque los cigarrillos Gitanes dejaron de fabricarse hace unos años en Francia?) Hoy he buscado «Caza» en Internet y, casualidades del duende gitano, lo he encontrado: el propio autor lo ofrece en abierto en su perfil de Facebook. Así que aprovecho para reproducirlo aquí. El presidente francés y Merkel harían bien en leerlo hasta el final... Quizá tenga moraleja.



CAZA
Ednodio Quintero

A Verónica Jaffé

Ya era la tercera vez que la gitana entraba al prado, y ella sabía que su presencia me irritaba. La amenacé de nuevo con soltarle los perros, pero pareció no darse por enterada y se quedó merodeando por los alrededores del caserón. Yo estaba dispuesto a librarme de la intrusa, mi paciencia tenía límites, y me encaminé en dirección al pabellón de caza en busca de los doce galgos encerrados en jaulas de madera. La gitana me alcanzó y halándome por la manga del jubón me preguntó: «¿De verdad, señor, piensa echarme los perros?». Vi en sus ojos, negrísimos y húmedos, un ramalazo de terror; temblaba de miedo. Peor para ella, pensé. Con voz serena confirmé la sentencia: «Sí, muchacha, los azuzaré contra ti. Así que, puedes comenzar a correr». Luego me escuché diciendo una insensatez: «Pero no te preocupes, es sólo un sueño». «¡Un sueño!», repitió y sus ojos desorbitados brillaron con tonalidades de azabache y carbón.

Cuando todas las jaulas estuvieron abiertas y los perros ladraban y se empujaban inquietos delante del portón, les señalé la presa, una mancha colorida, como una sucia bandera, que se agitaba en la colina. La jauría salió en estampida, y yo, satisfecho, enrumbé mis pasos hacia la caballeriza. El alazán, que permanecía siempre ensillado, golpeaba el piso de piedra con los cascos de las patas delanteras. Pronto partí al galope por el camino de la colina. No quería perderme los detalles de la carnicería. Alcancé la cima y desde aquella posición tuve una visión espléndida del valle. Los perros corrían a saltos rítmicos, como gimnastas en una exhibición, y la gitana, con el cabello al viento, y de tanto en tanto volteándose para atisbar a sus perseguidores, se empeñaba en mantener una ventaja cada vez más precaria. En pocos minutos le darán alcance y la despedazarán, pensé, y clavé las espuelas en los ijares de mi cabalgadura.

Al final del valle se levantaba un bosquecito, y a medida que me acercaba a él, guiándome por las huellas de los perros, me sorprendía de la resistencia de la gitana, pues aún no escuchaba la algarabía de la jauría cobrando la presa. Bueno, me dije, en el bosque tendrá mayores dificultades para correr, los perros saben lo que hacen, la rodearán, no escapará. Y si por un azar logra subirse a un árbol, los galgos montarán guardia hasta que llegue su señor, y aquí está la ballesta. Yo llevaba mi arma favorita en bandolera, y con la mano libre palpé el carcaj lleno de flechas, atado al arzón. Lo lamento, en este juego quien fija las reglas soy yo.

Atravesé el bosque siguiendo un sendero estrecho que no conocía muy bien, y en un paso abrupto y resbaloso tuve que bajarme del caballo y obligarlo a saltar. Se veían por doquier ramas quebradas, rastros de pisadas, y en el aire flotaba el aroma de rabia de aquellas bestias entrenadas para matar. Cuando salí del otro lado, la impaciencia comenzaba a ganarme la partida. Le solté la rienda al caballo y lo animé con gritos e imprecaciones, que parecían más bien dirigidos a la fugitiva. Luego de un largo trecho, a campo traviesa y sin aflojar la marcha, divisé un remolino de polvo en la lejanía: la gitana y sus perseguidores. Aunque la evidencia no dejaba espacio para la duda, yo me negaba a admitir la resistencia inhumana de aquella muchacha, un ser andrajoso y famélico, cuya sola presencia me perturbaba. ¿Y si se tratara de una hechicera? Tonterías, en el tercer siglo del segundo milenio prevalece la razón sobre la superchería. Seguramente, la pícara se crió a la intemperie y le hicieron beber sangre de jabalí. De ahí sus habilidades para la marcha forzada. Pero el tiempo corre también tras ella, sus fuerzas mermarán.

Sin dejar de galopar me di cuenta de que algo no encajaba en mi visión: el panorama que se desplegaba delante de mis ojos me era totalmente desconocido. ¿Acaso nos habíamos salido de mis dominios? Aquello sí era una novedad. Mis posesiones abarcaban centenares de leguas a la redonda del caserón señorial. Es verdad que yo no las había recorrido en su totalidad, pues se trataba de una tarea que ningún humano podría cumplir. Pero todos los terrenos aledaños al caserón me resultaban tan familiares como la palma de mi mano. ¿Cuánto nos habíamos alejado para caer en aquel territorio ignoto? Sin duda estoy dentro de mis predios, lo que sucede es que soy víctima de alguna alucinación. Espejismo, así lo llaman los cruzados que regresan de tierra santa. Sí, no debo buscar otra explicación, pues la perspectiva de cazar a una gitana fuera de mis feudos me produce un cierto malestar. Quiero decir que me podría acarrear algún inconveniente. Mis vecinos —con quienes no me precio de tener buenas relaciones—, influidos por los clérigos, condenan estas prácticas cinegéticas. Que yo aprecio como un ejercicio sano y excitante, propio de señores, eso sí. Mi padre lo consideraba superior a la caza del león, y le atribuía propiedades relacionadas con la potencia y la fertilidad. Con frecuencia le oí contar delante de sus invitados, cuando el vino lo volvía locuaz, que había engendrado a su hijo predilecto (yo) al regreso de una batida. Ah, y ahora vienen los clérigos —que siempre han envidiado mi vasta heredad— con su prédica revoltosa: dicen que también los gitanos tienen alma.

¿Qué pasa? Me he distraído en consideraciones retóricas, que debería reservar para las horas nocturnas, y he perdido el rastro de la jauría. Sigo sin reconocer el paisaje, enfilo mi cabalgadura hacia aquel montículo. Allá los veo, la maldita gitana mantiene la delantera. Avanzan por un camino ancho y trillado, tuercen en una curva, se acercan a una extraña edificación. ¿Extraña? Tal vez inexistente. Nunca había visto nada igual. Galopo, galopo, el suelo truena bajo los cascos del caballo, un presentimiento horrible cruza mi mente, crece como un torrente alimentado por una lluvia tenaz y repentina, aun cuando el caballo se convirtiera en Pegaso sé que no voy a llegar a tiempo para impedir que la gitana guíe los perros hasta la habitación. Sí, porque he reconocido el edificio, que a primera vista me pareció insólito: es un hotel de montaña. Esta misma tarde, vencido por el sueño, estacioné el jeep debajo de aquellos árboles, alquilé una habitación en la planta alta y me quedé dormido. Escucho la risa de la gitana, oigo los ladridos que se acercan a mi puerta, la derribarán antes de que me despierte.



PD. El libro del que procede, como dije más arriba, es Combates.

13 de octubre de 2010

Wall Street, el corazón de la codicia


Ayer fuimos a la sesión de las diez a ver Wall Street (el dinero nunca duerme). Por cuestiones de azar, la vimos en un centro comercial, esto es, en uno de los símbolos del capitalismo actual. Pantalla enorme. Butacas comodísimas. Y buen sonido para disfrutar de la música de David Byrne y Brian Eno. También, por desgracia y como corresponde a esta clase de lugares, vimos la película en ese anacronismo tan español que es la (puta) versión doblada.

No soy cinéfilo, así que si alguien busca un análisis sesudo que vaya a otro blog. Quiero decir: yo ni siquiera sabía que esta era la segunda parte de otra Wall Street, la que el propio Stone rodó en 1987. Ese es mi nivel. Y dicho esto, afirmo que, en líneas generales, me gustó y se me hicieron cortos los 130 minutos que dura... A pesar de que la historia de amor entre Shia LaBeouf y Carey Mulligan es un tanto babosilla y previsible por momentos.

Pero, bueno, todo sea porque en mitad de un romance macerado en un loft con vistas al skyline neoyorquino, ella le pide a él que, si de verdad la quiere, devuelva el anillo de Bulgari y que se comprometan con uno de esos que regalan en las chocolatinas. «Me hace sentir incómoda», dice ella sobre el ostentoso diamante, en su papel de incorruptible bloguera de alma izquierdista y de hija de un broker que terminó en la cárcel. Eso sí, también es cierto que guarda 100 millones de dólares en un banco suizo o que su plato favorito es la langosta con ajos. Quiero decir: así también devuelvo yo una tele de plasma de 200 pulgadas hoy mismo.

De la película, me quedo con la impresión general que transmite: el dinero lo jode todo. Jode tu pareja, la relación con tus padres, con la familia, tus relaciones profesionales... Te puede poner muy arriba, pero tiene un poder corrosivo que ya quisiera para sí algún elemento químico. El dinero anida en el corazón de nuestra sociedad, es el verdadero dios alrededor del que gira todo y sus evangelios los escriben los think tank neoliberales (como el aznarísimo FAES). Desconozco si da la felicidad o si ayuda a conseguirla; lo que si parece evidente es que marca las reglas. Marca el minuto, como cantaría Mala Rodríguez. Pauta y condiciona las relaciones entre las personas, sean afectivas o comerciales. Apela de manera continua e inagotable al deseo. Wall Street lo muestra con claridad, con buena música, con unas panorámicas espléndidas de Manhattan.

Uno de mis momentos favoritos es cuando LaBeouf le cuenta a Douglas que anda metido en un negocio de energías alternativas y que si la ecología, el futuro y blablablá. Douglas, que hace de un icónico broker al que metieron en la cárcel 8 años por tráfico de información privilegiada, le contesta (la cita es aproximada, pero bastante exacta): «Lo único verde en este mundo es el color del dinero». (Que se lo digan a Al Gore, ¿eh?)

Ahí queda eso.

Lo otro que me gustó de la película es el aroma a macho que desprende. Sin decirlo explícitamente, los fotogramas nos enseñan Wall Street como el gran mecanismo de poder masculino. Todas las escenas donde unos cuantos gerifaltes deben decidir el destino del sistema financiero estadounidense —y por extensión: mundial— rebosan testosterona, puros habanos, corbatas, venganzas al estilo mafia. Vale, ya sabemos que existe Ana Patricia Botín; pero ella es la excepción. La regla, como todos sabemos, es otra.

Por último, descataría que la película muestra muy bien en qué clase de mundo especulativo vivimos. En la economía, como en la criticada prensa rosa, funciona a las mil maravillas aquello de «difama que algo queda». En la prensa salmón es lo mismo; basta con unos cuantos rumores falsos diseminados adecuadamente para que tu empresa pierda un montón de pasta, entre en crisis o se vaya a la mierda. Casi nadie contrasta la información y a cualquier medio de comunicación le sobra con 2 datos para montar una teoría, por alocada que sea. En fin, que después de ver la película se me han quitado las ganas de tener mi propia petrolera. Por ahora me conformo con ver la primera parte, la de 1987.

PD. Vídeoentrevista con Oliver Stone... en el Wall Street Journal.

11 de octubre de 2010

IDEO: 3 posibles futuros para el libro

The Future of the Book. from IDEO on Vimeo.

Esto de cómo será la lectura en el futuro se parece cada día más a volver a jugar al adictivo Monkey Island, pero en una versión ultrasofisticada y ultrainteractiva. Lo único que me da miedo del futuro libresco es casi lo mismo que ahora: de dónde sacaré tiempo para acariciar las hojas, sean de papel o en forma de pantalla. Como las de tantos otros, mis semanas laborales tienen muchas más de 40 horas laborales. El ocio es un bien cada día más escaso. Tampoco tiene pinta de que en el futuro, por muy digital que sea, nos vaya a sobrar.

PD. El vídeo lo encontré gracias a Joaquín Rodríguez, de quien soy devoto lector desde que leí Edición 2.0 Sócrates en el hiperespacio y Edición 2.0 Los futuros del libro. Esta es la entrada que le dedicó en su blog.

7 de octubre de 2010

Reconstrucción, Antonio Orejudo

Muchos se preguntan para qué sirve leer. Y ya puestos, se cuestionan si leer ficción ayuda a entender el mundo que nos rodea. No pienso emprender una tarea evangélica al respecto; me conformo por hoy con mostrar un ejemplo práctico de cómo interaccionan las novelas con la información que nos llueve por tierra, mar, aire e Internet.

Hace un mes o así terminé Recontrucción, de Antonio Orejudo. Como he comentado más de una vez en el blog, es uno de los narradores españoles contemporáneos por los que profeso una devoción militante. Uno de esos autores que me devuelven aumentada mi fe en la Literatura. Esta novela está ambientada en la Europa del siglo XVI y tiene como protagonista a un orador, Bernd Rothmann, educado por las altas esferas del catolicismo y que encabeza una revuelta contra la Iglesia. Allá por la página 71, tengo marcado lo siguiente en el diálogo que mantienen dos personajes:
En toda predicación, por muy espiritual que sea, hay que dejar siempre un espacio para hablar de dinero.
En estos días circula por los medios españoles un titular que me hace reflexionar una y otra vez sobre ese subrayado. Al principio pensaba que era cosa de los periodistas de izquierdas, que tergiversaban, simplificaban, sacaban de contexto, etcétera. Pero no, lo he buscado en el ABC, insigne periódico de la derecha española y vocero de las tesis eclesiásticas, y reproduce tal cual el titular en cuestión. Dice así:
Los obispos dicen que la visita del Papa es «un negocio espiritual y económico»
Como diría el castizo: se podría decir más alto, pero no más claro.

Parece increíble que un obispo se haya animado a decir semejante oración, ¿no? Y, sin embargo, el entrecomillado es del secretario general de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino. ¿Ven para que sirve leer ficción? Para hacer auténticos actos de fe con la realidad por inverosímil que a veces nos parezca. Ni siquiera dios resiste ante el capitalismo... Hay que ver. Es más: no sé qué suena peor, si la alusión al negocio económico o al negocio espiritual.

Pero que quede claro: todo, hablemos del alma o del bolsillo, absolutamente todo es un negocio.

Por cierto, que parte del negocio consiste en que la gente alquila los balcones de su casa a precios que oscilan entre 500 y 700 €. Aquí, un anuncio de los muchos que ofrece Google y aquí, un artículo al respecto publicado en El Periódico. Otra parte es la que menciona el diario La Vanguardia, que sostiene que este viaje «proporcionará a Barcelona y a la Sagrada Familia un impacto publicitario difícil de cuantificar». Entre tanto muchos ciudadanos nos preguntamos por qué tenemos que pagarle la visita a Ratzinger con nuestros impuestos, pues sus fieles sólo han recaudado por ahora 300.000 €.

En fin, que lo único espiritual que nos va a quedar en este país son los melenudos de Obus cantando ¡Dinero, dinero! o los de Barón Rojo cantando Resistiré. Eso sí, me deja tranquilo que la Iglesia ha blanqueado con honestidad y sin tapujos que todo el orégano del monte es negocio, poética del marketing, Mercado. Que incluso el espíritu es susceptible de negocio, que nadie está al margen del verdadero dios que nos gobierna: el dinero. De ahí que ficciones como Reconstrucción, de Antonio Orejudo, nos ayuden a poner a salvo el alma de las garras del capitalismo papal.

*

PD. Del artículo del ABC, no tiene desperdicio este fragmento (ojito: CEE es Conferencia Episcopal Española, no Comunidad Económica Europea):
Martínez Camino ha explicado que la CEE solo se ha pronunciado sobre leyes que son lesivas para las personas como la del Aborto o los matrimonios homosexuales, pero ante una norma "tan compleja" como la reforma laboral, "los obispos tienen muy claro que no deben inmiscuirse en cuestiones que son legítimamente discutibles". (...)
Cada día me da más miedo la gente como Martínez Camino. La intolerancia contra los homosexuales o contra el aborto, ¿serán parte del «negocio espiritual»? El 7 de noviembre lo sabremos.

5 de octubre de 2010

De compras en la Cuesta de Moyano

El domingo, después de mis reflexiones sobre pescado y literatura, me fui a la Cuesta de Moyano. Es uno de mis sitios favoritos de Madrid, pero no por los libros. O no sólo. Lo que más me gusta es que hay mucho friki y loco suelto por ahí.

El domingo, por ejemplo, dos tipos bajaban en bicicleta pegados a las casetas, por el escaso espacio que hay entre los puestos y las mesas. Y, claro, se armó el lío: casi atropellan a uno de los vendedores mientras este llevaba llevaba libros de su mesa al puesto. Eran las 14.30 h, hora de cerrar para algunos, y un momento en que la Cuesta está menos transitada. Me imagino que por esa razón estos dos descerebrados bajaron por ahí, en vez de por la calle del centro.

Parezco un padre, lo sé, pero es que me asombra la falta de civismo del personal. Un par de pibes de unos 25 años iban en la bicicleta y, en vez de disculparse, se encararon con el librero, un señor mayor con gorra de visera, pelo blanco y bata antipolvo. Un señor, que no recuerdo en qué puesto atiende, pero que debe de rondar los 70 y que tiene una mala hostia de órdago (no es la primera trifulca en que lo veo envuelto). En fin, que el hombre les gritó. Les dijo en voz alta, clara y firme lo que opinábamos todos pero no nos animábamos a decir: «Las personas van por este lado, los imbéciles tenéis que ir por el centro».

Los imbéciles, sí, señor. Lo único que le faltó es preguntarles qué capítulo de Barrio Sésamo se habían perdido: bicicletas por un lado, personas por otro. Fácil. Sencillo de entender incluso para inteligencias desacostumbradas a relacionarse con los libros. Los chavales, como es de esperar, si no llega a haber gente alrededor, desmontan y apalean al buen hombre.

Pero lo del frikismo no venía por esto, sino porque lo que ocurrió a continuación: en el puesto de libros en que yo estaba, un señor de unos 55 años dijo algo así como: «A esos habría que meterlos en la cárcel, como a los de la kale borroka y hacer responsables a sus padres de los daños que causan».

Toma ya.

Desconozco si el que uno de los chavales llevara una camiseta del Atlético fue un agravante (ojalá que no); en cualquier caso, más inverosímil que ese salto de la falta de urbanidad al terrorismo callejero, me pareció que otro señor de edad similar dijera: «Usted no tiene ni idea de lo que está diciendo. Soy doctor en Derecho, doy clases y sería imposible hacer responsables a los padres».

Glups.

Lo que siguió después de esa conversación mejor no reproducirlo. Durante unos minutos, pareció que estos dos caballeros estaba a punto de liarse a golpes, mientras espigaban libros en la balumba, porque no se ponían de acuerdo sobre la responsabilidad subsidiaria de los padres cuando los hijos les salen imbéciles. Faltó poco. Y el debate giró alrededor de si los padres tenían más o menos ingresos con que cubrir los posibles destrozos de los hijos. Eso sí, nadie rebatió el origen de la contienda verbal: la identificación de dos chavales que, bah, estuvieron mal, pero tampoco era para tanto, con la kale borroka de ETA.

En fin, cuánta neurosis suelta y por tratar que hay en este mundo. Casi me dieron más miedo estos dos hombres que los chavales que iban en bicicleta.

PD. Mi lista de compras literarias (no todo es pescado en esta vida):
Total gastado: 11 €. (Total ahorrado: unos 25 €. ¡Vamos,carajo!)

Eso sí, debo reconocer que no quise excederme; podría haberme traído por un par de euros más una novela de Ismael Grasa (me encantó De Madrid al cielo). Otra vez será.

PD 02. La foto la saqué de esta web.