La semana pasada devolví a la biblioteca un ensayo sobre fútbol, Dios es redondo, de Juan Villoro. Aunque no sé mucho del asunto ni suelo frecuentar estadios o bibliografía balompédica, lo pasé bien con este libro. Es más: lo devoré de 70 en 70 páginas. Cuando alguien escribe con entusiasmo y frescura sobre un tema que domina suele sacarme el yo-lector más entregado. Además, capaz como he sido de jalear a Maeterlinck en sus simbolismos con las flores y las abejas, ¿por qué no iba a concederle a Villoro que el fútbol es metáfora del mundo?
Tengo pendiente incursionar en las novelas y cuentos de este autor mexicano; pero desde ya que quiero inyectarme alguna dosis periodística más. Su excelente mezcla de literatura y periodismo queda lejos, muy lejos, de esa prosa mediocre que rodea a los diarios deportivos españoles. También está a años luz de esa incultura de la que suelen hacer gala tantos opinólogos radiofónicos y televisivos patrios. (Salvo honrosísimas excepciones como Santi Segurola, Enric González, Gonzalo Suárez y algún otro, da bastante pena la imagen que transmiten de nosotros los JJ Santos, Manolo Lama y compañía). De ahí que encontrarme con Dios es redondo me haya reconciliado con aquel juego de patio de colegio en el que muchos intentábamos destacar más que en los exámenes de la EGB.
(Ninguno de mi generación brilló con el balón en los pies; pero al menos nos tomábamos en serio los partidos, no como algunos profesionales millonarios...)
Mientras leía este libro —y mientras escribía estas líneas—, me he dado cuenta de que mantengo mis más y mis menos con el fútbol. Dejó de interesarme a los 21 años, y sin embargo últimamente le vuelvo a prestar atención. (Antes de lo del Mundial, quiero decir; si no el causa-efecto sería obvio). Así que puede que no tarde mucho en teclear otra entrada balompédica para el blog. Entre otras razones porque leí hace un par de meses El hijo del futbolista, de Coradino Vega, que me hizo pensar un par de cosas sobre la época del instituto.
Entre tanto transcribo unos párrafos sobre Paul Gascoigne, uno de los muchos futbolistas que avalan la tesis tolstoiana que defiende Villoro: la felicidad ni produce buenas novelas ni buenos futbolistas. O dicho más literalmente: «Existe una secreta ley que exige que los campeones tenga raspaduras». Sin cierto sentido trágico de la vida parece no haber gloria. Maradona, Pelé, la selección alemana o el propio Gascoigne son algunos ejemplos que cita el escritor mexicano.
Del pasaje que copio debajo, me gusta la sensación de bosquejo sobre la marcha. El autor me transmite que escribe como dibujan esos artistas callejeros que te retratan en 10 minutos. También que con 3 ó 4 pinceladas certeras alcanza para presentar a un personaje. Es decir: la precisión es la base sobre la que construir la expresividad. Cada tanto me encuentro con alguien que denosta el periodismo y ensalza la literatura meliflua, verborrágica, de subordinadísima y pretenciosa frase larga que así cree hablar con mayor profundidad sobre las Grandes Cuestiones de la Vida... Escritores como Juan Villoro imagino que les parecerán intrascendentes. En cambio, yo los considero imprescindibles.
Cuestión de miopía.
Mi hooligan favorito
En Francia 98 algunos fantasmas pisan el pasto: Romario, Redondo, Juninho, Guardiola. En esa nómina de ausentes destaca el gran bufón de la corte británica, Paul Gascoigne, mejor conocido como Gazza. Inglaterra perdió 2-1 contra Rumania en un partido dominado por la nostalgia de su chico malo.
Gascoigne es un bebedor de cerveza que en sus ratos libres se dedica al fútbol. Su silueta rubicunda y sus mejillas encarnadas revelan a un decano de los pubs. Sus declaraciones alimentan el morbo de los tabloides londinenses y se ordenan en tres categorías: jocosas, vengativas y estúpidas. Cuando es llamado a la selección, altera las normas de convivencia: pone champú en la jarra del té y reserva sesiones de bronceado para los jugadores negros.
Tres fotografías resumen su carrera. En la primera es un novato en un rito de iniciación: un defensa le aprieta los genitales y él aúlla de dolor. En la segunda saborea con impunidad las glorias del fútbol: le toca la nalga a una edecán. En la tercera es un desgraciado: llora por la eliminación de Inglaterra en Italia 90. Estas imágenes son tan populares como la canción «Tres leones en una camiseta», compuesta para la Eurocopa 96 y las décadas sin laureles de Inglaterra: «30 años de dolor nunca me impidieron soñar...»
Fragmento del libro Dios es redondo, de Juan Villoro (Anagrama, 2006).
PD. La foto de Gascoigne procede del Mail Online.
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