23 de febrero de 2009

Teína n.º 20 :: Solidaridad

Ando vago con el blog últimamente, lo sé... Son las cosas de que los días duren apenitas 24 horas y uno mantenga varios proyectos en marcha, y además intente sobrevivir. En estas semanas estuve cerrando con mi compi Juan Pablo el n.º 20 de Teína, una tarea que entre unas cosas y otras se nos complicó más de la cuenta. Por suerte, este fin de semana publicamos el número, que contiene un extenso dosier periodístico dedicado a la solidaridad (aconsejo no perderse las entrevistas con Susan George y con Yoani Sánchez, también el artículo Solidaridad asalariada, de Santiago Alba).

En cuanto a literatura, el menú se compone de las entrevistas a Constantino Bértolo, Rodrigo Fresán, Pote Huerta y Sergio Chejfec, el artículo Lengua e identidad de Ignacio Echevarría, diez reseñas de libros y un artículo sobre la escritura de Mario Levrero. En fin, que esas son las razones de mi ausencia bloguera. A ver si poco a poco retomo el tono muscular 2.0.

PD: A quienes gusten del jazz, les recomiendo pasar por esta nota que escribió Pablo Contursi.

11 de febrero de 2009

La azotea, Fernanda Trías

La azotea es una dulce carga de crueldad
. Su autora, la uruguaya Fernanda Trías, se instala por méritos propios en la estela de la Trilogía involuntaria de Mario Levrero, esto es, en una relectura rioplatense de la visión kafkiana del mundo. Anclada en la precisión con que dibuja imágenes —su mejor virtud—, describe de manera minuciosa cómo se derrumba la vida familiar de una adolescente y de su padre, quienes practican el incesto de manera voluntaria tras la muerte de la novia del primero. Mediante una narración estática pero llena de contenido emocional, la autora apuesta por escribir en primera persona desde la mirada de la hija y explorar así el nebuloso mundo que encierra la cabeza de esta.

No sé cuándo empezó todo o qué fue lo que desencadenó el final. En algún momento creía que había sido el embarazo. Ahora, que ya no me queda otra cosa que mirar hacia atrás, me parece que, en realidad, nunca hubo un principio; más bien se trató de un largo final.
Si bien el incesto daría para un folletín familiar a lo García Márquez, Trías elige un camino diferente: adentrarse en la empanada mental —¿edipo no resuelto?, ¿delirio paranoide?— que tiene la hija, protagonista absoluta de la novela. Ella es la voz narradora en primera persona, y suyo es el punto de vista sobre cuanto sucede en el texto.
Ahora no le tengo miedo a la oscuridad. Hace muchos años que no le tengo miedo a casi nada dentro de la casa. Por el contrario, le tengo miedo a todo lo que está afuera, mucho más miedo que antes. Todo lo que está afuera significa todo. No hay nada fuera de la casa que no me cause terror.
En esas condiciones resulta lógico que la narradora desarrolle su propia noción de realidad, como ella misma explica a lo largo de la novela. Así lo muestran estos dos fragmentos:
En este momento de total parálisis, el mundo de afuera se confunde por completo con lo que me pasa en la cabeza. Es cómico como, al final, ellos consiguieron invadirme.
Tampoco puedo asegurar cuánto de lo que he estado recordando hasta ahora es del todo real. Igual, a quién le interesa
Por tanto, el asunto del incesto hay que tomarlo de manera simbólica, como un elemento que le permite a la autora reflexionar sobre cuestiones como los lazos de dependencia familiares, el sesgo que introducen en la mirada los miedos personales o el difícil tránsito identitario que supone la adolescencia femenina. Para entendernos, el texto podría asociarse a aquella etiqueta que Levrero terminó por admitir para su obra: «realismo interior».

Así se entienden mejor ciertas situaciones narrativas. Por ejemplo que tras la muerte de la novia, el padre desatienda por completo a la hija y
pase meses tumbado en la cama. O que la adolescente quiera ocupar el vacío dejado por su competidora, y termine incluso embarazándose de su padre. O que la narradora nunca aluda a su madre biológica ni recurra a algún familiar cuando a ella y a su padre les cortan el agua o la luz y no tienen qué comer. Es decir: el régimen de verosimilitud corre por los mecanismos interiores, por las emociones, por el ambiente narrativo; ese es el realismo que importa aquí.

Y es que, más que contar una historia, La azotea persigue impregnar al lector de un sensación de ahogo, de asfixia, a través de ciertos detonadores visuales. Algo similar a lo que sucede con las películas de Lucrecia Martel, por ejemplo. De hecho, un aspecto más que destacable es la nitidez con que la autora consigue desde la primera página esa atmósfera opresiva.
El silencio se come las paredes. Es como si el mundo entero lo supiera y quedara agazapado sólo por mí. Esta quietud tiene la presión de un globo a punto de estallar. Las orejas de los vecinos están pegadas a las paredes al otro lado de la puerta, la respiración de toda la ciudad contenida; les palpitan las sienes.
Dos párrafos más adelante, otra imagen apuntala el mismo efecto:
Algunos días abría la ventana para ventilar la pieza, pero era como si el aire se hubiera acostumbrado a quedarse en el mismo lugar, como un remolino de pena.
Son apenas dos pinceladas, pero de una gran plasticidad y equilibrio lírico.

A pesar de su juventud, Trías demuestra una sensorialidad y oficio más propios de una prosista experimentada que de una veinteañera recién llegada a la literatura. Oraciones como
«Las pantuflas siguen debajo de la cama y parecen dos gatos disecados», «El aire del verano me penetró como aceite hirviendo» o «Me pregunto si no habrán sido unos pocos encuentros —como luces rojas en una carretera apagada— los que guiaron mi vida» constituyen la prueba de que hay una refinada inteligencia detrás del texto.

Además, maneja con gran libertad la estructura, y salta con fluidez hacia delante y hacia atrás en la narración sin perder por ello el hilo. El artificio que usa para sostener esos malabarismos consiste en que la novela empieza y termina más o menos en el mismo instante narrativo, y todo lo que hay entre ambos forma una larga suspensión del presente para recordar cómo se ha llegado hasta la situación de inicio. El final, además de una perfecta pieza de cierre, funciona como un último y exacto toque imprevisible que acrecienta esa sensación levreriano-kafkiana que recorre el texto.
La azotea es un libro arriesgado en su planteamiento, con más contenido emocional que peripecias, y que disfrutarán quienes aprecian la sutilidad de las atmósferas, los detalles que sugieren historias ambiguas y la narración con imágenes. Y todo ello contado, como subraya Levrero en la contratapa, con una «casi amable crueldad». En fin, hay que ver qué cosas escribe la gente a los 22 años.


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La azotea,
Fernanda Trías.
Trilce Ediciones, Montevideo 2000.



9 de febrero de 2009

Gens ediciones

Ya anda por ahí el n.º de febrero de Vulture. Esta vez el entrevistado de la sección Pequeñas independencias es Sergi Bellver, el hombre orquesta de Gens ediciones. Con él charlé unas tres horas poco antes de que se marchase a Barcelona a pasar las vacaciones de Navidad y justo después de que terminase su jornada laboral... Quizá el detalle parezca nimio; sin embargo, cuenta mucho sobre la dedicación y la cuota de romanticismo que supone el oficio de editor (de hecho, retrasamos la reunión para que él pudiese ir a Correos a enviar unos libros para la prensa). Hoy, que el ruido mediático de las grandes superficies y los grupos editoriales impide muchas veces conocer el trabajo artesanal que algunos desempeñan, no está de más poner el acento en estas pequeñas cosas. Los buenos catadores de literatura lo agradecerán.

. Entrevista en pdf (está por llegar)
. Versión en html de Vulture.

SERGI BELLVER, EDITOR DE GENS EDICIONES

«Buscamos descubrir autores que se tomen en serio la literatura»

Desde que nació en 2005, esta editorial apuesta por no hacerle concesiones a las modas y persigue que ningún buen texto literario, sea quien sea su autor, quede sin publicar.

Rubén A. Arribas


«Soy el hombre orquesta», bromea Sergi Bellver mientras abre la puerta de la editorial. Como sucede en todo sello literario pequeño, su labor abarca casi cualquier tarea: recibe los originales, corrige las pruebas de impresión, conversa con los autores, vigila que los contenidos de la web estén actualizados o difunde el proyecto en su bitácora y en Facebook. Incluso se encarga de meter cien libros en sus respectivos sobres y pasar después un buen rato en Correos enviándoselos a los medios. Con razón, sostiene que este año y algo que lleva en Gens le ha supuesto «todo un máster en edición».

Entre sus tareas está también la de lector editorial. Para explicar cómo trabajan aquí, deja sobre la mesa un manuscrito de un autor inédito. El cuadernillo de espiral sólo está identificado por un código alfanumérico, es decir, no figura el nombre del escritor. Como explica la web, y como señala Bellver, el comité de lectura criba el material sin saber quién lo ha escrito.

—Estamos enfocados hacia los textos, no hacia los autores. Si el texto nos gusta, aunque el autor sea desconocido o nos caiga mal, lo publicamos.

Entre otras cosas, eso implica que Gens prefiere publicar libros de calidad a buscar un autor emergente, sostenerlo durante dos o tres títulos y confiar en que sus ventas despeguen tarde o temprano. De ahí que el rigor en la lectura sea su filosofía de trabajo. De hecho, la editorial dedicó casi dos años a seleccionar relatos inéditos de autores desconocidos para la antología Parábola de los talentos. Algunos de los cuentistas que incluyeron, como Matías Candeira o Juan Carlos Márquez, meses después se convirtieron en finalista del Premio NH de Relato y en ganador del Premio Tiflos de Cuento 2008 respectivamente. Así que el comité de lectura parece tener criterio y buen ojo.

Algo parecido sucedió con Caja Alta, la colección de poesía. La editorial dedicó un año a cribar poemarios de autores desconocidos hasta que dio con uno de suficiente calidad, NN, del chileno Julio Espinosa Guerrero; con él inauguraron su catálogo poético. Después, Territorio en penumbra, de Luis Luna, y La llama bajo los escombros, de Julio Monteverde, segundo y tercer título de la colección, salieron con apenas un mes de diferencia.

—Publicamos libros cuando encontramos textos que nos gustan... No tenemos presión para publicar. Gens persigue ser viable, pero no crecer de manera desaforada. Lo importante para nosotros es descubrir autores que se tomen en serio la literatura.


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Tres libros de Gens ediciones

Nosotros, todos nosotros, de Víctor García Antón. Bajo una aparente sencillez narrativa, García Antón disloca en sus cuentos la realidad para hacer pasar por normal la extraña manera en que sus narradores se relacionan con las mujeres. Guiños al surrealismo —a su esencia bretoniana, no a la versión pintoresca que circula por ahí—, mucha libertad formal y una prosa trabajada con tesón de orfebre, convierten a este autor en un apetecible fruto para lectores ávidos de propuestas poco trilladas (pero, ojo, de alta calidad). Quienes disfruten cuestionándose cómo leen o intenten definir qué es un cuento apreciarán este libro.

André Breton y los datos fundamentales del surrealismo, Michel Carrouges. Esta joya ensayística lo tiene todo para convertirse en un título de referencia del sello. Inédito en español hasta la fecha, este libro de Michel Carrouges, coetáneo de André Breton, ahonda en qué clase de brecha abrió el surrealismo en la educación clásica y racionalista francesa, y por extensión en el mundo. La traducción es del cuentista y experto en surrealismo Ángel Zapata. Lectura indispensable para tanto pseudovanguardista como anda suelto.

(Más Michel Carrouges: aquí y aquí.)

Territorio en penumbra, de Luis Luna. Este poemario trabaja con la densidad de la palabra. En la estela de Paul Celan o José Ángel Valente, el autor condensa su voz hasta el epigrama y busca siempre unas pocas palabras —mínimas, insustituibles— que sean capaces de bordar sobre la página en blanco «un nido silencioso» donde la voz poética pueda instalar «la pérdida», la herida de ser también ese otro que uno desconoce y que descubre, por ejemplo, mientras escribe. Elipsis, sobriedad y precisión son los mejores valores de Luis Luna.

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Más entrevistas a editores


5 de febrero de 2009

Isaac Rosa, Luis Landero y Jesús Ferrero




Ayer me encontré tres microrrelatos dedicados a Madrid. No sé muy bien de qué se trata la iniciativa, pero intuyo que debe de ser algún plan para promocionar la ciudad (además de alguna confabulación criptojudeomasónica para poner de los nervios a Javier Marías y hacerle pensar que se acerca la decadencia definitiva de la cultura española). Aunque los tres microrrelatos no son una joya, sí que encuentro interesante el concepto: literatura en formato breve, imágenes de la ciudad y You Tube para difundir el combo. Estaría bien que cada ciudad se animase a hacer los suyos, ¿no? El de arriba es de Isaac Rosa. Más abajo dejo los de Luis Landero y Jesús Ferrero.




Luis Landero



Jesús Ferrero

4 de febrero de 2009

Relatos relámpago



Hoy me encontré esta estupenda manera de promocionar libros de microrrelatos, entre ellos el de Relatos relámpago, perpetrado por narradores extremeños. Y, como quiera que uno pasó doce años viviendo entre Coria, Plasencia y Badajoz, aporta su granito para la promoción de los productos generados en aquella tierra. Además, quienes salen en el video se han tomado la molestia de criticar a Javier Marías, quien en su columna en El País calificó de nadería el cuento del dinosaurio de Monterroso y de vagos a los que escriben microrrelatos. En fin, las cosas de Marías, que verborrágico como es en sus novelas, debe de observar aterrorizado que haya escritores que usen muchas menos palabras para decir lo mismo que él.

Por cierto, el crítico Fernando Valls habla en Soplando vidrio de esta antología de microrrelatos.

Relatos relámpago, VV.AA.
Editora Regional de Extremadura, 2008


1 de febrero de 2009

Marosa di Giorgio

Yo había pedido Los papeles salvajes, alguno de los dos tomos que recopilan la obra poética de Marosa di Giorgio; pero no pudo ser. Mi amiga uruguaya sólo encontró en Montevideo Misales (El Cuenco de Plata, Buenos Aires 2005), un libro de relatos eróticos en prosa poética donde aparecen toda clase de animalillos y gente de cualquier edad. Así que obligado a iniciar mi aproximación a una autora tan singular por un camino que no sé si era el mejor, busqué esta tarde algunos poemas suyos en internet. Y Google, que es uno de mis dioses favoritos, me ofreció este interesante portal mexicano, Palabra virtual (voz y vídeo en la poesía iberoamericana), que ofrece poemas de di Giorgio leídos por ella misma. Una delicia, vamos.

Aquí va el enlace directo a esos poemas (son unos veinte).

PD: Hay que ver cuánto escritor imperdiblemente raro puede alumbrar un país tan pequeño como Uruguay. ¿Será el mate? ¿Los chivitos? ¿El agujero de ozono en el azul del cielo?