30 de diciembre de 2008

Michel Carrouges (II)

Sigo aquí, a lo mío: leer en cuanto puedo a Michel Carrouges y el capítulo 4, dedicado a la escritura automática. Mira que no me caen bien los verborrágicos intelectuales franceses, pero este señor me está ayudando a despedir el año por todo lo alto. Qué profundidad en lo que dice, qué manera de correlacionar datos, qué manera entusiasta de escribir (cuando se centra y no sermonea, claro). Avanzo despacio por André Breton y los datos fundamentales del surrealismo, además de por las fechas en las que estamos, porque saboreo dos y tres veces algunos párrafos que casi no puedo dar crédito a que los haya escrito alguien que nació en 1910: son de una modernidad pasmosa. De hecho, aquí estoy, transcribiendo cuatro de ellos —ver más abajo— mientras pienso, ay, ay, ay, si llega a caer este libro en manos de Mario Levrero.

No es que lo dudara, pero este libro me está dejando clarísimo que el escritor uruguayo era surrealista. No importa si él lo sabía o no, si se reconocía como tal o no: lo era; todo lo que cuenta Carrouges aquí demuestra que Levrero entendió y practicó la esencia de este movimiento hasta el fondo. Y sin vivir en París, como tanto escritor latinoamericano del Boom del 62.

En general, nos ha llegado una imagen distorsionada de los surrealistas; siempre nos los muestran como una banda de artistas gamberros a los que les encantaba delirar y hacer marcianadas. Poco más. Este libro, como uno de Hugo Ball que tengo en alguna caja vaya usted a saber dónde, habla permanente de cualquier cosa menos de practicar la frivolidad. Carrouges pone el acento en el aspecto espiritual, en la escritura como herramienta para explorar el inconsciente y en buscar las fuentes del psiquismo. Eso es Levrero cien por cien. Lo que cuenta este escritor francés sobre la escritura automática es Levrero explicando cómo conectarse con el ser interior y escribir sobre lo que uno ve, no sobre lo que uno piensa.

Para muestra, un botón; he aquí una cita de Carrouges rescatando otra de André Breton haciendo lo propio con el poeta Pierre Reverdy:
La imagen es una creación pura del espíritu.
Más levreriana no puede ser. En fin, no sé qué pasa en este país desde que he vuelto de la Argentina... Pero hay que ver qué librazos están publicando. Si alguien no encuentra textos interesantes, quizá es que lo esté absorbiendo el torbellino mediático de las multinacionales. Alcanza con dar un paso al costado y cualquier lector exigente encuentra material en abundancia con que olvidarse de tanta crisis.

Bueno, paro ya, que me voy por las ramas. A lo que venía; aquí van estos cuatro párrafos que he releído varias veces hoy (entre medias va una cita de Breton).
Las palabras son la arcilla de nuestra vida mental, incluso inconsciente. Antes de ser escritas sobre el papel, antes también de tomar forma en nuestros labios, se agitan ya en las corrientes de las profundidades. Incansablemente las almacena la memoria cada día; y allí permanecerían inertes, como un océano petrificado, si las fuerzas del instinto y la imaginación no las polarizaran, y no las animasen de un incesante movimiento, como un mar cuyo flujo y reflujo se afana en azotar las costas. Por eso los poetas de ayer y de hoy aguardan en su campos vallados que la ola ascendiera hasta ellos, con pulso irregular, desde los deltas y los estuarios de la inspiración; mientras que los surrealistas se acercan a la orilla y se sumergen sin titubear en el océano del automatismo, para escuchar el gran rumor interminable, el oráculo incesante de las olas.

Para ellos, ni siquiera se trata ya de registrar lo que ha dado en llamarse «corriente de la conciencia», es decir: esa confusa verborrea que nace del diálogo espontáneo que en cada hombre mantienen sus más vulgares preocupaciones cotidianas y sus instintos más primarios, un flujo comparable al ruido de los arroyos en los campos o al del rumor del tráfico en la ciudad. Los surrealistas aspiran a ir mucho más allá, hacia los vastos mares interiores.

«Una vez más, todo lo que sabemos es que estamos dotados de palabra, y que a través de ella, algo grande y oscuro tiende imperiosamente a expresarse a través de nosotros; que cada uno de nosotros ha sido elegido y designado en sí mismo entre otros miles para formular lo que, en vida, ha de ser formulado. Es una orden que hemos elegido de una vez y para siempre, y que nunca hemos tenido la frivolidad de discutir, como si estuviéramos destinados a ella desde toda la eternidad». (Point, André Breton, página 56).

Lejos de ser una monólogo, la escritura automática es, muy por el contrario, un diálogo entre el hombre consciente y la parte misteriosamente perdida de sí mismo que, sin embargo, está en secreta comunicación con todo el universo. El poeta es un médium, designado por no se sabe qué oscuro poder para ser el auto revelador del destino del hombre, en lo que tiene de más enigmático.

Y dejo de copiar aquí, antes de que los de Gens me denuncien o me pidan dinero por transcribir pasajes de este libro que, en mi opinión, se convertirá en un título de referencia en su catálogo.

PD: Oh, Carrouges, aquí me tienes, genuflexo ante tus páginas. Lo tuyo y La novela luminosa, de Mario Levrero, lo mejor que he leído este año.

Amén.

*

André Breton y los datos fundamentales del surrealismo, Michel Carrouges.
Traducción de Ángel Zapata.
Gens ediciones, Madrid 2008.

Más Michel Carrouges desplumado: por aquí.

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