8 de diciembre de 2008

Constantino Bértolo

Ya no se trata de que alguien quiera seducir, sino de que todos quieren ser seducidos, sin que la base falsa o tramposa sobre la que pueda estar construida la seducción origine reparo alguno. Diríase incluso que los medios con que se lleve a acabo han perdido relevancia; como si la importancia residiese más en la intención que en la estrategia, y su valor para los seducidos se midiese en función del prestigio de quien seduce, mientras que para el seductor lo que básicamente cuenta es la cantidad de seducidos que logra alcanzar.

Con esta situación comunicacional, los autores descubren que la clave de su capacidad para ser escuchados reside de manera primordial en el prestigio de su marca como autor, lo que les obliga a someter su entidad pública a las reglas de lo mediático: aparición frecuente en medios de comunicación, autopublicidad, creación de una imagen como escritor, etcétera, y a incorporar a su obra, como elemento relevante de su poética, las lecciones del marketing comercial: facilidad sintáctica, tratamiento de conflictos con contrastado nivel de audiencia, acentuación del suspense y el misterio, utilización de una ironía gratificadora... La asunción de este hecho por parte de los autores podría explicar en parte la tendencia narrativa que juega a mantener porosas fronteras entre la ficción y la realidad, o a difuminar los límites entre el autor, el narrador y el personaje. Que la publicidad bien entendida empieza por uno mismo. En aras de la engañosa soberanía del consumidor la soberbia de escribir se ve obligada, sin renunciar a la soberbia necesaria para mantenerse como producto que incorpora el aura de lo artístico, a aceptar al lector como cliente, es decir, a predicar una narrativa al servicio del mercado, de la estadística. Y si aquella antigua soberbia que suponía el hecho de atreverse a hablar en público, tenía como reverso la humildad de quien osa someter a juicio público sus obras, en la actualidad la soberbia sólo se ve amenazada por la humillación de una cifra de ventas mediocre, o ridícula siempre en relación con las metas cuantitativas que la competencia pregone.

Vivimos en una civilización que tiene su espejo en el mall o centro comercial, dominada por la idea de que existir es ser encontrado. Y los escritores narran con ese «inconsciente colectivo» sobre sus conciencias. Bajo este orden cultural, la responsabilidad literaria tal y como la hemos presentado muy difícilmente deja sentir su presencia. Nos movemos en una situación que encuentra sus premisas en un terror de baja intensidad pero de larga onda expansiva, que condena al ostracismo y amenaza con un constante estado de desaparición a quien no participe, legislando que quien no participa no difiere, simplemente no existe.

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La cena de los notables, Constantino Bértolo.
Editorial Periférica, Cáceres 2008.

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