31 de diciembre de 2013

Últimas noticias de nuestro mundo, Alejandro Gándara


—Tengo que salir de la habitación.

Sus tacones resonaron como si marcase el paso sobre el suelo de madera, dejando una constancia marcial de que se iba.

—A un relato hay que preguntarle para qué, Anja —dijo el hombre delgado, una piel que parecía haber ido perdiendo su vitalidad pegada a los huesos, y unos ojos oscuros dentro de cavernas que siguieron a la exbailarina hasta el final—. Para qué se cuenta de esa manera. Para convencer a los otros es desde luego una posibilidad: la más peligrosa en nuestro oficio. Empieza en la desidia y termina en la desconfianza, un mundo inexplorado... Para convencerse a uno mismo es otra posibilidad.

*

Anagrama, 2001


PD de aplicación práctica de este pasaje gandariano. Puesto que el presidente del Gobierno solo ha concedido 1 o 2 ruedas de prensa con libertad para preguntar en 2013, los 50 minutos que habló el pasado 27 de diciembre adquieren una relevancia trascendental. Ese escaso flujo de palabras, además de su relato sobre lo que ha pasado durante este año, es también su manera de contarse a sí mismo.  Fondo y forma, vaya.

Por tanto, podríamos aplicarle con toda tranquilidad las dos preguntas gandarianas:


Podríamos ir tema por tema: independentismo catalán, nueva subida de la luz, etc. Con todo, me quedo con la ley antiaborto que el ministro de justicia ha parido hace nada (él pare, el decide). En ese tema, y ante lo elusivo de nuestro siempre resbaladizo presidente —incapaz de contestar con claridad a nada cuando se lo propone—, yo me pregunto lo mismo de antes: ¿para qué contó y por qué contó como contó lo del aborto Rajoy?

Las respuestas, como diría Dylan, están flotando en el aire (de tan obvias como son). Ahora bien: si alguien necesita contexto, puede ver esta intervención televisiva de Rajoy en 2009 (entonces candidato) También este otro vídeo donde hablan algunas personas que responden a los intereses que Rajoy, Gallardón, Mayor Oreja, Fernández Díaz o Ana Botella defienden.

Recomendación para 2014: Conserve el lector en mente esas dos preguntas: ¿para qué me cuentan lo que me cuentan? y ¿para qué me lo cuentan del modo en que me lo están contando? Lo mismo sirven para lidiar con la literatura que con la retórica corporativa, económica o política. Muy útiles para pensar, digo.

28 de diciembre de 2013

El desierto de la educación, Joaquín Rodríguez

De acuerdo con el último informe de Eurostat publicado la semana pasada, Educational attainment: persistence or movement through the generations?, la vieja máxima sociológica enunciada hace ya tanto tiempo en La reproducción, sigue cumpliéndose a rajatabla: los hijos de padres que poseen un capital cultural y educativo superior tienden a obtener los mismos títulos distintivos, mientras que los hijos de padres cuya formación escolar sea inferior y cuyo capital cultural sea, en consecuencia menor, experimentarán una merma equivalente que les dispondrá a reproducir la condición de sus padres.

No se trata de un lastre definitivo o de un yugo del que uno no pueda desprenderse: existen casos de personas que, con tesón y ahinco, gracias a un medio que haya compensado ese lastre inicial, han sobrepasado su condición socioeducativa inicial, pero mientras se permita que la institución escolar siga su ciega inercia, los datos nos arrojarán esta evidencia incontrovertible. A menudo, esta diferencia puramente sociológica se viste o se disfraza de diferencia natural, se trasviste en ideología del don, como si la naturaleza fuera la única responsable de habernos dotado de competencias tan disímiles. Pero esa es una falacia bien conocida: aquellas instituciones escolares que solamente priman la memorización y la repetición, que solamente evalúan mediante pruebas supuestamente objetivas, que segregan a los alumnos en función de sus supuestas capacidades, generan entornos de fracaso y abandono escolar sistemático.

El artículo de Joaquín Rodríguez sigue aquí, en el blog Los futuros del libro.

*

Recomiendo leer el artículo completo y, en particular, echarle un vistazo a la gráfica del informe PISA en función de la renta per cápita. Muy revelador. El otro gran punto de interés es la reflexión sobre lo desaconsejables que resultan los centros de excelencia, esa gran idea educativa de Esperanza Aguirre. En tiempos en que el poder dominante ha convertido la palabra excelencia en su comodín predilecto para justificar rotos, descosidos y recortes de toda laya, alivia leer a alguien que habla de educación colaborativa o de educación comprehensiva. Imperdible la conferencia de Ken Robinson en el TED que enlaza el autor en su artículo. Ah, y un hallazgo eso de «ideología del don».

PD. Un día estuve en una conferencia de Joaquín Rodríguez sobre el libro digital y escribí esto.

24 de diciembre de 2013

Caerán los bancos, Niños mutantes



Ahí va un villancico navideño para Miguel Blesa, Gerardo Díaz Ferrán, el hijo de Aznar y demás amiguetes que intercambiaban correos sobre qué hacer con Caja Madrid.


Caerán todos los bancos, caerán,
y el dinero será un mal recuerdo.
Arderán los ladrones, arderán,
y sus cenizas se irán con el viento.

Vosotros no sois más que reptiles,
sanguijuelas, alimañas,
piratas del aire, malnacidos.
Devolvednos la luz a los ciegos
y todo será mucho mejor que ayer.
Y al final...
caerán todos los bancos, caerán,
y sus ruinas serán el cemento,
la semilla de la nueva cacería
y no oiremos vuestros lamentos.
Y todo será mucho mejor que ayer.
Prepárate bien, abre tu mente y siente la
música que anuncia la caída del imperio,
música que barre el suelo del universo.
Música, resuena en el centro de tu cuerpo.
Música, ayúdanos siempre.



PD. ¿Otra, otra? Venga, tres canciones más: El obrero, de La Polla Records; Hipotecados, de Alademoska; y Peineta y Mantilla, del Drogas.

20 de diciembre de 2013

Las mujeres de verdad tienen curvas, Patricia Cardoso

He visto la primera película feminista donde los varones no aparecemos como culpables de todo: Las mujeres de verdad tienen curvas (Patricia Cardoso, 2002). Imagino que se trata de un artificio narrativo para poner el foco sobre las matriarcas machistas y, por una vez, dejar tranquilo al androcéntrico patriarca en potencia que todos los varones llevamos dentro. Quiero decir: nadie se cree que sean tan buenitos los varones de la familia de Ana, la protagonista y que solo las mujeres sean castradoras. Entiendo, ya digo, que se trata de una argucia narrativa para conseguir un enfoque diferente.

Bromas aparte, la película me ha gustado justamente por contar lo que otras películas no cuentan, es decir, por narrar en los márgenes de lo que narra Hollywood a través de Jennifer López, Sandra Bullock o Julia Roberts. Y ni qué decir, por narrar en el reverso de la alargada imagen que proyecta, por ejemplo, la voluptuosa y colombianísima Sofía Vergara en Modern Family: latinoamericana tetona, analfaburribestia y que habla inglés en plan Ana Botella (o más bien, al revés, diría yo).

Necesitamos más películas, cuentos y novelas como esta historia de Patricia Cardoso, tan colombiana como Vergara. Con eso me quedo de la película. Quienes quieran leer una sinopsis, ahí va Wikipedia al rescate. Por ahora, la película puede verse completa en YouTube.


PD 01. He descubierto que en su día el Gobierno de Aragón publicó una guía educativa para acompañar, entiendo yo, el visionado de la película en los colegios. Enlazo el pdf correspondiente. También veo que el Gobierno de Navarra estuvo interesado o que hubo una adaptación teatral en el País Vasco.

PD 02 . Por cierto, esta película figura en la lista que Amnistía Internacional ofrece en su web sobre «cine y derechos humanos». Aparece en el puesto 332.

18 de diciembre de 2013

Grand Hotel, diálogo entre Preysing y Kringelein

Hace poco vi un clásico del cine, Grand Hotel, donde aparece Greta Garbo. Ni como actriz ni como personaje me interesó lo más mínimo la actriz sueca (juraría que no había visto nada antes de ella). Sobreactúa a tiempo completo, por más que su papel sea el de una diva del baile venida de Rusia. Sí me interesaron, en cambio, personajes como Preysing, un orgulloso empresario alemán que negocia la fusión de su compañía con otra, o como Kringelein, un humilde trabajador cuyo fatal destino se parece al de muchos autónomos españoles.

Este Grand Hotel berlinés de 1932 que retrata la película es asemejable, diría yo, a una suerte de Alan Faena en Buenos Aires, o al Ritz o al Villa Magna en Madrid, esto es, al típico hotel para artistas, futbolistas y ricos. Ahí, en un sitio como ese, aparece de repente un don nadie, Otto Kringelein, a quien le han diagnosticado que va morirse en unos pocos meses. Este buen hombre, trabajador fiel de la empresa que lidera el alemanote Preysing, ante la inminencia de la huesuda, decide invertir sus ahorros en pasarlo en grande en una suite. Así, al fin y al cabo, podrá presumir de haber dormido alguna vez en su vida en una habitación con baño.

El caso es que, al margen de las idas y venidas románticas alrededor de Greta Garbo, el director rodó una escena que destaca respecto del mero tono de entretenimiento del resto de la película. Se trata del encuentro entre el dueño de la empresa (Preysing) y su empleado (Kringelein) en el bar del hotel. Por supuesto, el segundo sabe quién es el primero, pero el jefazo no reconoce a su asalariado. A ver, si eres empleado de un bankio, tú sabes quién es Botín, Goirigolzarri, Blesa o González Rodríguez; pero ellos qué van a saber de ti...

La situación narrativa es interesante: Kringelein dilapida su dinero tomando exóticos combinados y convidando a los amigos allí presentes. Uno de ellos, un ladrón con cierto aire a Robin Hood y que va de conde ligón, le ha tomado cariño; así que le pide a una chica, Flaemmchen, que baile por favor con Kringelein, que es un pobre diablo y que bien merece una alegría antes de diñarla. Sin embargo, resulta que Flaemmchen es la secretaría temporal que Preysing ha contratado en Berlín para ayudarle con lo de la fusión...

En esto, Preysing, tras ver lo bonita que era su secretaria y agotado por las negociaciones para la fusión de su empresa, decide en su habitación que es el momento de lanzar a la basura veintitantos años de ejemplaridad matrimonial y laboral. Ha llegado el día de comportarse como tantos y tantos jefazos que conoce: él paga, él se cepilla a la secretaria. Según le ha enseñado la experiencia, es solo una cuestión de porcentaje, que diría Hitchcock, y por tanto depende de la generosidad (como parecen demostrar los consejeros que tenían IU y PSOE en Caja Madrid). En este caso alcanzará con unos vestidos, alojamiento en el hotel, un viaje a Manchester y una buena paga.

Cuando Preysing decide atacar a su secretaria, baja al bar. Allí se topa con Kringenlein, que ha comenzado a bailar con ella. Naturalmente, Preysing se comporta con la soberbia inherente a su posición social y cargo, y pide a Kringelein que deje de bailar con su secretaria...

Con esos datos, diría yo, queda contextualizado el siguiente diálogo que copio y pego de la transcripción que aparece en IMDB:

*

Otto Kringelein: Mr. Preysing, I am not taking orders from you here.

Preysing
: What is this insolence? Please go away.

Otto Kringelein
: You think you have free license to be insulting? Believe me, you have not. You think you're superior, but you're quite an ordinary man. Even if you did marry money, and people like me have got to slave for you for 320 marks a month!

Preysing
: Will you go away, please! You are annoying!

Flaemmchen
: Mr. Preysing, please!

Otto Kringelein
: You don't like to see me enjoying myself. When a man's working himself to death, that's what he's paid for. You don't care if a man can live on his wages or not.

Preysing
: You have a very regular scale of wages, and there's the sick fund for you.

Otto Kringelein
: [sarcastically] Oh, what a scale, and what a fund. When I was sick for four weeks, you wrote me a letter, telling me I'd be discharged if I was sick any longer. Did you write me that letter, or did you not?

Preysing
: I have no idea of the letters that I write, Mr. Kringelein. I know that you're here in the Grand Hotel, living like a lord. You are probably an embezzler.

Otto Kringelein
: [shocked] An embezzler?

Preysing
: Yes, an embezzler!

Otto Kringelein
: You will take that back, right here in the presence of this young lady! Who do you think you're talking to? You think I'm dirt? Well, if I'm dirt, you're a lot dirtier, Mr. Industrial Magnate Preysing!

Preysing
: You're discharged! Get out!

Flaemmchen
: You can't do that to him...

Preysing
: Oh, I don't know the man. I don't know what he wants. I never saw him before.

Otto Kringelein
: I know you! I've kept your books for you and I know all about you! If one of your employees was half as stupid in a small way as you are in a big way...

Preysing
: [lunges for Kringelein] What do you mean
[tries to strangle him. When several people try to break them up, he finally lets go]

Preysing
: You're discharged! You're discharged, you hear?

Otto Kringelein
: Wait! You can't discharge me. I am my own master for the first time in my life. You can't discharge me. I'm sick. I'm going to die, you understand? I'm going to die, and nobady can do anything to me anymore. Nothing can happen to me anymore. Before I can be discharged, I'll be dead!

[laughs proudly

*

Para ver algunas escenas de la película, hay que pasar por TCM. La película completa está aquí y, para localizar la escena transcrita, basta con ver del minuto 60 al 74.


15 de diciembre de 2013

El dulce amparo del poder, Álvaro Pombo

Los literatos somos, en general, miedicas. Y se comprende: escribir es una profesión grandiosa pero, a la vez miserable. Nuestra grandiosidad es la de lo que está en gestación, la de lo que puede ser pero aún no es. El literato se ve con frecuencia [obligado] a defender a su criatura a costa de sus integridades. De aquí que los literatos chaqueteemos y adulemos, casi sin querer, a los poderosos del momento: es un instinto maternal, un ser conscientes de que llevamos nuestros tesoros en vasos de barro y que el poder nos protege.

Hoy en día en España, por ejemplo, el poder ampara dulcemente. Se insinúa en la voz de los amigos, en los viajes suculentos que nunca haríamos si esa fuerza enérgica, benévola y aparentemente anónima, no nos pagara el billete de avión y las estancias en los más apartados puntos del globo. El literato es una de las criaturas menos independientes que existen: siempre tiene demasiado que perder.

Y esto es así no solo porque necesita que el poder le subvencione, sino porque necesita que el poder le jalee y le anime. En las sociedades democráticas, el poder no tiene poder de dictar los pensamientos; pero tiene, más que de sobra, poder para oscurecer a los individuos pensantes, borrarles de sus listas blancas y tranquilas. 

*

Nótese que, cuando Álvaro Pombo escribió esto, corría el año 1988 y que el fragmento irrumpe en mitad de una elogiosa semblanza sobre Antonio Gala que figura en el libro Alrededores (Anagrama, 2000). Por aquel entonces gobernaba Felipe González... Pregunta para que el quesito marrón de «Arte y literatura» del Trivial: ¿a qué literatos amparó dulcemente el Gobierno socialista de aquella época?

Pombo nada dice en esta —aburrida y poco recomendable— recopilación de retratos de otros colegas literarios de la época. En eso, en la crítica, don Álvaro practica lo que muchos otros: habla en abstracto, pero no concreta, no da nombres (salvo que el suyo sea uno de ellos, claro). A mí, en vez de tanto alquitarar con Juan Benet o tanto preguntarse si las ardillas son graciosas, hubiera preferido que hablara más sobre este asunto. Me hubiera interesado más leer un análisis a lo Pierre Bourdieu sobre las relaciones de la literatura con el poder político que enterarme de que Soledad Puértolas es una dama de Chéjov, que Antonio Muñoz Molina tiene «aire de gitano y romántico» o que hay algún paralelismo entre Rilke y Rosa Montero (!).

Álvaro Pombo, al menos en este libro, es un artista de hablar de todo lo prescindible.

Por cierto, y al hilo de la pregunta sobre el amparo felipista, y por aquello de que un libro publicado en el 2000 sirve también para leer el 2013, me planteo otras dos preguntas de Trivial:
 
  • La figura literaria de Suso de Toro feneció bajo la dulce férula de Zapatero. Es más: el escritor ha terminado por arrepentirse de haberse acercado demasiado al fuego del poder (véase 1 y 2). ¿Qué otros escritores y escritoras han pasado por el mismo proceso?

  •  ¿Qué novelistas, cuentistas o poetas están sucumbiendo al dulce amparo del PP?

Y ya puestos a preguntar, en realidad, esta entrada del blog había empezado por la pregunta que me hice la primera vez que vi a Pombo en un mitin de UPyD: ¿qué hace ahí? (Esto último, nótese, solo era sana curiosidad; me interesa el compromiso político de los escritores, sea cual sea su partido). La web del partido dice esto (ver n.º 4). 

Y, como siempre me pasa, una cosas me han llevado a otras. Curioseando sobre Pombo, he visto un discurso suyo de 2011 y me ha dado un pelín de vergüenza ajena su puesta en acción. En cualquier caso, al margen de todo el show, le reconozco dos aciertos:
 
  • Un sistema con dos partidos políticos aburre a la ciudadanía y le transmite un tedio superlativo.
  • Dolores de Cospedal es como un personaje de una mala novela: antes de que hable, cualquiera es capaz de adivinar lo que va a decir... Por tanto, no tiene nada que decir.

Por último, y por tener una idea más acabada de las diversas aristas del personaje, he leído sobre el penúltimo lío —seguro que ya hay uno nuevo que desconozco— en que se  metió Pombo. Sucedió a raíz de una entrevista que concedió a la revista chilena The Clinic, que suscitó polémica por la manera en que se refería a la homosexualidad... un homosexual. Algo que terminó con una acusación que me ha dejado turulato, lo reconozco, pues desconocía la palabra (y lo que ella encierra, claro): la endohomofobia.

En fin, que he aprendido más con los alrededores del libro que con el libro en sí. De hecho, mientras veía el discurso de Pombo, he reconocido entre el público, sentado al lado de Toni Cantó, a otro escritor, a Fernando Iwasaki, un autor de quien he leído con sumo placer Libro del mal amor, Neguijón, España aparta de mí esos premios o rePUBLICANOS. Cuando dejamos de ser realistas. Y ahí sí que me he quedado impactado por lo inesperado, en especial después de escuchar su tranquilo, inteligente y bien construido discurso y saber que se presentaba como concejal de cultura en Sevilla.

Llegados a este punto, lo reconozco, me surgió otra pregunta, esta no de trivial, sino de (psico)analista político: ¿qué tienen en común Álvaro Pombo, Toni Cantó, Rosa Díez y Fernando Iwasaki? Por más vueltas que le doy, no termino de entenderlo. UPyD sigue siendo un misterio político para mí.


PD. Dejo a un lado cómo alguien como Vargas Llosa —gran amparado de cualquier tipo de poder— puede dejar que FAES publique una obra sobre su pensamiento político, elegir como prologuista y presentadora a Esperanza Aguirre, recibir un premio ¡a la libertad! de manos de Aznar... y luego decir que votó a UPyD. Si meto esa variable en la ecuación anterior, la complejidad matemática es tal que ni Sheldon Cooper en toda una temporada de The Big Bang Theory sería capaz de resolverla.

Actualización (9/01/14). Suso de Toro ha publicado 3 artículos en El Diario sobre su relación con Zapatero: 1, 2 y 3.

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Alrededores, Álvaro Pombo
Editorial Anagrama, Barcelona 2002
Publicado en Diario 16 el 26 de marzo de 1988

12 de diciembre de 2013

El porcentaje, Alfred Hitchcock



Salvo por el punto de giro del final, que reconstruye todo lo anterior, esta historia de Hitchcock reproduce unos diálogos muy apropiados para los tiempos que corren. Es como para sentarse a verlo con políticos practicantes de la puerta giratoria, presidentes y consejeros de administración de bankios, concejales de urbanismo débiles de voluntad, gurtelianos alcaldes de Boadilla del Monte o Pozuelo de Alarcón, sindicalistas ugetistas andaluces y demás caterva de ladrones (perdón por no ser más exhaustivo esta vez...; si dejo que esto se convierta en la lista de los Reyes Godos o de los afluentes del Ebro no llego a lo que quería decir).

A lo que venía... El personaje de Pete, el reparador de televisiones, es algo así como el ideal que todos tenemos en la cabeza de cómo deberían ser quienes gestionan nuestro dinero (sea público o privado); es una persona honesta, insobornable, trigo limpio, vamos. Con tipos como Pete, hasta las reuniones de tus hijos en el colegio son más llevaderas. Hitchcock juega con ello durante los 25 min de película y te hace cabecear: «De esos, de esos necesitamos aquí, aunque solo sea para presidir la comunidad de vecinos; pero de esos».

El país se ha ido tan al reverendísimo carajo que, sentimental de ti, te engolosinas adorando a Pete. Si pudieras, sacabas a Rajoy y ponías a Pete de presidente del Gobierno. O de rey. O de Rubalcaba. O mejor aún: de toro Montoro en el Ministerio de Hacienda. Y hasta, durante un rato, Hitchcock te hace creer que ya existía el antídoto contra la cruda escena de 9 reinas donde Ricardo Darín y Gastón Pauls discuten sobre si todos tenemos o no un precio, y Darín concluye: «Putos no faltan, lo que faltan son financistas».

En vez de precio, Hitchcock lo llamó porcentaje... El fondo del problema es el mismo que en 9 reinas; la manera de resolverlo, diferente. Muy al estilo Hitchcock. Y no contaré más, por si alguien quiere ver el corto. Pero, vamos, que Alfredo lo tenía clarineti.


8 de diciembre de 2013

La mujer rota, Simone de Beauvoir

De las tres historias que incluye este libro, solo me ha interesado la primera: La edad de la discreción. Las otras dos, Monólogo y La mujer rota, me han dejado la sensación de que las ideas feministas de Simone Beauvoir siguen vigentes, pero que su manera de narrar ha envejecido mal. No lo sé, no conozco bien su obra y quizá sea una conclusión algo apresurada. Guardaba buen recuerdo de su novela Los mandarines, pero hace ya demasiado que la leí —unos 15— y quizá ese recuerdo sea algo idealizado. 

De Monólogo me interesó la idea de que algunos varones no respetan a las mujeres que viven solas. Tampoco a aquellas que no van acompañadas siempre de sus maridos. Al principio, todo me sonó a cliché social ya superado; sin embargo, luego me acordé de que hace unos meses una amiga fue a comprar un taladro y el dependiente, cubanísimo él, le preguntó por su marido. Como quiera que mi amiga contestó que el taladro lo quería para ella porque le gustaba el bricolaje y que su marido era quien se ocupaba de ir al supermercado y de cocinar, el dependiente, todo sabrosura y algo incómodo con que una mujer comprase una herramienta tan fálica como un taladro, le dijo dos cosas: una, que él no podría vivir con una mujer que hiciera faenas masculinas y dos, que si su marido no sabía usar el taladro, él le hacía todos los agujeros que ella quisiese. No hace falta ser Lezama Lima para entender la metáfora encerrada en los dichos de tan atento vendedor. Por supuesto, la situación nunca hubiera sucedido si su marido hubiera ido a la tienda.

De La mujer rota, me pareció delirante la postura de la narradora. En mi opinión, la historia contiene una buena idea narrativa mal desarrollada: ¿en qué momento y por qué una pareja se convierte en una mala novela, es decir, en un transcurrir de páginas que aburre de lo previsible que es? Para mí esa hubiera sido la idea a narrar, y no tanta llantina de la amantísima esposa por la infidelidad —consentida— de su marido con una mujer más guapa y brillante. Si tu marido te dice que de los 20 días de vacaciones, 10 los pasará contigo y 10 con su amante, menos melodrama y más pegarle una patada en el culo (y cambiar la cerradura de la puerta). En fin, en la vida y en la ficción tolero mal a quienes se ponen voluntariamente en posiciones de sufrimiento y después solo saben quejarse por ello. En términos técnicos, sobra monólogo interno de doliente esposa y falta acción.

Por último, La edad de la discreción gira alrededor de dos conflictos. Uno es que Philipe, el hijo de la narradora, deja la universidad pública, abandona la ideología familiar —el marxismo— y eso le ocasiona un disgusto sideral a su madre, entre otras razones porque «va a transformarse en un hombre de negocios, y yo no lo he educado para eso». La madre, una señora que sabe mucho de Rousseau o Montesquieu, quiere que su hijo cumpla con el destino que ella le había prediseñado milimétricamente y que sea un intelectual, un talento académico. La intransigencia maternal llega a tal extremo que incluso rompe relaciones con el chaval y le prohíbe visitarla... En Francia, se ve, se es marxista antes que madre.

El otro conflicto es la vejez, la vida después de la jubilación. Dado que el matrimonio protagonista son un par de mandarines filosóficos, políticos y culturales, más que del deterioro del cuerpo, el relato se ocupa del instante en que decaen sus facultades creativas y ya no son capaces de ofrecer pensamiento novedoso. Al margen de la crisis personal que eso supone, lo relevante es que el relato deja que el asunto de la vejez atraviese también todos los otros temas: los problemas con el hijo progre-capitalista, el estancamiento de la pareja tras muchos años de relación o la vigencia de aquella ideología sobre la que un día dos personas forjaron su identidad. Todo eso puede resumirse en una frase que, en el contexto de la narración, resulta bella a la par que demoledora: «Ver cambiar el mundo es asombroso, y desolador».

Claro, si eso lo digo yo, que soy joven, suena a chiste. Sin embargo, si lo dijese a los 75 años y como una suerte de conclusión sobre lo que he vivido, daría un poco más de yuyu, ¿no? Tendría un no sé qué de inquietante. Pues eso, que por ese lado me ha conquistado Beauvoir. Así que, gracias a La edad de la discreción, seguiré recordando a doña Simone con cariño.

PD. El ABC ha debido de publicar pocas fotos de mujeres desnudas... Una es la del culo de Simone de Beauvoir. Qué curioso, ¿eh? Tanto como lo malo que es el artículo.

Actualización (10/01/14): Estoy leyendo ¿Dónde está mi tribu?, de Carolina Olmo, y en el blog de la autora encontré una referencia muy divertida sobre Beavouir; parece ser que se tiende a verla como «un monstruo antimaternal». Recomiendo leer el comentario de Olmo.