30 de octubre de 2012

Cánovas, Benito Pérez Galdós

Escribió don Benito Pérez Galdós en el último capítulo de su novela Cánovas (por cierto, la última de la 5.ª y —valga la repetición— última serie en que agrupó sus 50 episodios nacionales):

»[...] La paz, hijo mío, es don del cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza, y su incapacidad para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse en años y lustros de atonía, de lenta parálisis, que os llevará a la consunción y a la muerte.    

 » Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y por último, hijo mío, verás si vives que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia.    

» Alarmante es la palabra revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu Nación. Declaraos revolucionarios, díscolos si os parece mejor esta palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegaréis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis, constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento... Sed constantes en la protesta, sed viriles, románticos, y mientras no venzáis a la muerte, no os ocupéis de Mariclío... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me aburro... me duermo...».

Benito Pérez Galdós, Madrid-Santander (marzo-agosto de 1912)


PD 01. El libro puede leerse aquí.

PD 02. Con el permiso de don Benito, y a vuelateclado, rescato algunos ejemplos recientes del «lenguaje de los bobos». Por desgracia, hay miles más; que cada quien aporte/busque los suyos:
  • Dolores de Cospedal comparando el 25S con el 23F (vídeo, aquí). 
  • Rajoy felicitando a quienes no se manifiestan contra sus recortes y adjudicándose ese silencio como beneplácito ante su política (vídeo, aquí).
  • Fátima Báñez hablando de que España ya está saliendo de la crisis... cuando resulta que estamos negociando un rescate y Barack Obama habla de ayudarnos (artículo, aquí).
  • José Antonio Griñán reconociendo, ahora que su partido pierde votos a porrillo, que reformar la Constitución fue un error... y que el PSOE debería afrontar una «reflexión orgánica». Y todo ello, sin hacer autocrítica de sus casos de corrupción en Andalucía (artículo, aquí).
  • Alfredo Pérez Rubalcaba prometiendo subir los impuestos a los ricos... justo después de que su partido dejase de gobernar (artículo, aquí).
  • Un socialista expresidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, respaldando la españolización de Cataluña propuesta por el ministro Wert... Así, así se construye nación, claro que sí. (artículo, aquí).

PD 03. Empiezo a entender mejor eso que dijo Cánovas del Castillo, allá por 1876, según Benito Pérez Galdós, mientras se elaboraba la sexta o séptima Constitución del siglo XIX y no había acuerdo sobre a quién debía considerarse español: «Pongan ustedes que son españoles... los que no pueden ser otra cosa».
 

24 de octubre de 2012

Historia argentina, Rodrigo Fresán

Va, venga, hagámoslo a la manera de Fresán.

UNO. Argentina es un sitio peculiar. Muy peculiar. Por decirlo de algún modo: es un país tan difícil de explicar como de comprender (sea uno argentino o no; eso da igual). Este libro menciona al menos tres razones que explican su singularidad: 1) es un país en el que el 90% de la población está convencida de que Dios es argentino, 2) buena parte de la población considera que el país —o al menos Buenos Aires— debería estar en Europa y 3) esos mismos que creen en Maradona y en Europa consideran que Gardel, pese a que está muerto, cada día canta mejor... Resumida así tal idiosincrasia, hasta parece normal que Rodrigo Fresán haya incorporado un relato de fútbol a la nueva edición de Historia argentina. El pobre hombre, cansado de escuchar desde 1991 aquello de «¿cómo puede ser que en un libro que se llama Historia argentina no haya un cuento de fútbol?», cedió a la presión de la barra.

DOS. Países singulares engendran escritores singulares. Rodrigo Fresán lo es. Para entender dónde radica su peculiaridad lo mejor es leer el prólogo de 18 páginas que le dedica Ignacio Echevarría. Es difícil añadir algo nuevo sobre tanto y tan bueno... Pero, si alguien tiene prisa o le da pereza leerlo, se lo resumo en una frase: «[...] A eso se parece la felicidad que transmite la Historia argentina de Rodrigo Fresán: la de hablar de la Argentina sorteando la imposición de hacer de argentino; la de elegir ser argentino en el territorio libre y absolutamente dichoso de la escritura». Lo que iba en el [...] era una cita de César Aira que hablaba de «la felicidad inaudita, increíble, de ser argentino». (¡!)

TRES. A veces pienso que ser argentino es como ser cubano o palestino: casi más una profesión o un karma que un gentilicio. Son identidades tan absorbentes que lo fagocitan todo en la vida de uno. Desde ahí me identifico con Fresán: a mí hay días que la españolidad —sobre todo si habla el ministro Wert, veo Intereconomía o leo La Razón— me cuesta horrores. Pero horrores. (¿En qué nos parecemos esa gente y yo?) Por suerte, la literatura es una patria más libre que cualquier nacionalismo (incluido el español) y escribir en tu idioma es una manera de ser feliz, acaso incluso libre, sea cual sea tu denominación de origen.

CUATRO. En «Apuntes para una teoría del cuento» Fresán dejó dicho lo siguiente: «Los cuentos ya no tienen por qué rendirse a una estructura casi prusiana a la hora de contar algo». Y en algún otro lado sostenía que las estructuras/tramas de J.G. Ballard eran en sí ballardianas, esto es, su sello, la marca de su estilo. Pues bien, yo diría que las estructuras de los cuentos de Fresán y la elección de qué contar / no contar / desde dónde / etc. son fresánicas. Quizá esa sea una de las grandes aportaciones de Historia argentina: una manera diferente de contar, de montar artilugios narrativos, de idear ilusiones ópticas hechas de literatura.

CINCO. En un hipotético examen de literatura sobre Rodrigo Fresán, el alumno o la alumna debería contestar que este autor practica la poética de los baldes y las escobas, como el ratón Mickey en Fantasía. Para evitar suspender, el educando debera evocar la página 45 de Historia argentina:

«Así es la historia, y la verdad es que extraño un poco a Leticia; hay momentos en que todo el tema me desborda y es como si me viese desde afuera. Toda mi vida, quiero decir. La veo como si fuese la de otra persona. Una vez leí en una revista que los que estuvieron clínicamente muertos por algunos segundos sienten lo mismo. Se ven desde afuera. Tal vez esté clínicamente muerto desde hace años, quién sabe, desde que vi Fantasía por primera vez, y lo que veo en momentos así hace que estos veinticinco años de edad no tengan demasiado sentido. Como si le faltaran partes importantes a la historia. Me cansa mucho buscar esas partes que faltan. Cuando ocurre esto, nada mejor que ponerse a pensar en “El aprendiz de brujo”. Escobas y baldes fuera de control ante la mirada perpleja de un ratón que acaba de alterar el orden del universo. Por más que el psiquiatra decía que no tengo que pensar en eso, juro que me siento mucho mejor cuando lo hago».

SEIS. Esta es la Historia argentina contada por un nerd literario capaz de ir de Mickey Mouse a Borges pasando por Bob Dylan, Peter Pan, Philip K. Dick o Fitzgerald. Un nerd argentino muy anglosajón, pero anglosajón y literario de una manera distinta a la del señor ciego que leía la Enciclopedia británica y alrededor del cual orbita la literatura de allá (y parte de la de acá). Un nerd lleno de referencias musicales, por cierto. Si no cambias libros con él, seguro que cambias discos. Y si no, cómics.

SIETE. Además de enfrentarse a su modo a varias de las claves que descrifan la identidad argentina (gauchos, desaparecidos, Malvinas, fútbol, rock, etcétera), las historias de Fresán hablan mucho sobre cómo se cuenta una historia. Un ejemplo meridiano del tal inquietud está en la página 181:
«Mariana siempre discutió mi compulsión a contar una historia por encima de todo, por encima de maniobras estéticas. Una buena historia y la mitad del camino está hecho. Contarla sin demasiados artificios y fuegos artificiales. Las buenas historias son aquellas que vienen equipadas con su propia batería de efectos, esas a las que no hay que potenciar porque seguramente se ofenderían, con razón, de por vida. Mariana, en cambio, siempre prefirió las estructuras complejas. Salir de A y no llegar a B antes de pasar por Z. Dime cómo escribes y te diré cómo haces el amor».
OCHO. En un hipotético examen de literatura sobre Rodrigo Fresán, la segunda y última pregunta sería la siguiente: ¿Fresán hace el amor como Mariana?

NUEVE. En su día leí Esperanto y traté de adentrarme en Mantra. No pude con ellos. Quiero decir: no soy fresánico (o más bien: no lo era). Y sin embargo, hete aquí que me encuentro escribiendo esto... y pensando en que quizá no sería mala idea leer La velocidad de las cosas. Y luego el del cielo, el último. Quizá también el de los Jardines de Kesington. Eso sí, antes de buscar alguno de esos libros, una reflexión: Fresán publicó este libro a los 27 años y yo he llegado a él 18 años después. No sé a qué velocidad irán las cosas en Kesington; pero en este palacio, como suele decirse, van despacio.

DIEZ. ¿Por qué acabar en un número redondo si ya estaba todo dicho en ocho y el nueve ya estaba casi de más? Por una sola razón: mis amigos me matan si no escribo que Gardel era uruguayo (como el mate o el dulce de leche).

PD. Para saber más, recomiendo esta entrevista que publicó Cristian Vázquez cuando trabajábamos en Teína.

17 de octubre de 2012

La Fábrica del Lenguaje, S.A., Pablo Raphael

En mi libreta figuran unas cuantas notas sobre este libro, que sin embargo ya devolví hace un par de meses a la biblioteca. Como entonces seguía en crisis con el blog, ahí se quedaron y no las usé para escribir algo sobre este ensayo. Ahora, por el contrario, que estoy de lo más hacendoso, al menos quiero salvar 4 o 5 anotaciones que tomé. El sentimiento de culpa literario es lo que tiene.

Según mis apuntes, allá en la página 40 figuraba este pensamiento (no sé si literal o alterado por alguna distorsión mental mía): las generaciones actuales vivimos en una cultura tan global y no literaria que si le preguntáramos a la gente por 5 escritores o escritoras venezolanos es probable que ni siquiera un venezolano pudiese contestarte. (Y yo, ahí ahí estoy, ¿eh? A ver: José Balza, Ednodio Quintero, Rómulo Gallegos, Juan Carlos Méndez Guédez y..., y..., me falta uno, mierda. Vale, un momento que miro la estantería: Israel Centeno, carajo. Ya están los 5. Costó, cago en tó). La gente sabe de cine, de televisión, de telenovela, de casi cualquier cosa menos de literatura. Entre otras razones porque la sociedad lee cada vez menos literatura.

Otra nota que tengo —también debe de ser entre literal y medioinventada por mí— habla sobre la posmodernidad. Es más, dice que la posmodernidad literaria consiste en un puñado de nombres que intentan hacerse un hueco en la literatura y vivir de ella en tiempos del capitalismo; en tiempos donde un bote de sopa Campbell es arte, es decir, donde un libro, conceptualmente, es para muchos mandamases de la industria cultural una lata de atún que se coloca en un punto de venta para competir con otras latas de atún.

No figura la página... Así que quizá esto sea más una excrecencia mía que un pensamiento del autor. O algo a medias, vaya usted a saber.

La tercera nota es más confiable, al menos figura que procede de la página 72. Y, según mi horrible letra a mano, dice lo siguiente: «Así como la necesaria reforma de la Iglesia católica no nacerá de Roma, el nuevo español sucede y vendrá del otro lado del Atlántico». (Esto tiene pinta de ser literal, de Raphael). Calculo que lo apunté porque estoy, en esencia, de acuerdo. También porque estoy cansado de algunas personas que están convencidas de que la gente del otro lado del Atlántico habla mal nuestro idioma. En fin, somos unos 400 millones de hispanohablantes y solo unos 46 —y menguando— en España; así que la matemática lingüística es clara.

También tengo transcrita una fórmula, que tiene pinta de receta generacional para los autores y autoras nacidos en la década del 70. Según Raphael, a diferencia de otras, esta generación no ha tenido una guerra en la que involucrarse y ha empleado su energía en otros menesteres. La fórmula dice así:
Rebeldía + Juego textual + Desdén por la alta cultura + Actitud 'forever young'
De la página 124, o a raíz de algo que leí ahí —sí, así de impreciso es esto—, anoté esta pregunta: ¿cómo influirán los escritores y la escritoras de la alta cultura en una sociedad que cada vez lee menos, y sobre todo que cada vez lee a ese tipo de autores porque ni siquiera sabe que existen? Mejor no contestar...

Una nota general —esta es mía— habla sobre que la manera de escribir de Pablo Raphael, que me recuerda a la de Iván de la Nuez... Hay momentos en que hay tanta pirotecnia verbal, en que el texto salta tan rápido de un tema a otro y sin fijar con calma los conceptos y las argumentaciones, que no entiendo nada, me pierdo. Unos lo llaman pensamiento arborescente. Otros, pensamiento Google. Yo, retórica algo empalagosa —¿afrancesada?— y zapping temático que me pone los nervios. Será que soy de Castilla la Mancha, no sé, tierra lejana de México y Cuba respectivamente.

Por último, un dato que aún debo investigar con mayor profundidad: existe un grupo de música que se llama Instituto Mexicano del Sonido que aparece varias veces en el libro. Como sé tanto de música mexicana como de literatura venezolana, procedo ya mismo a desasnarme al respecto. En principio me gusta: la letra de sus canciones me hace prestar atención a su música. Solo por eso ya merecía la pena este libro. 

Fin de este desastre. La próxima vez a ver si soy más serio y menos haragán... Aunque esto es un blog, apenas tengo tiempo libre y me prometí a mí mismo tomármelo esta vez de manera relajada. Veremos.

PD. Aquí una crítica de Nicolás Cabral no muy positiva sobre el libro. Desconozco quién es Cabral, pero Google me dice que es un autor mexicano y que publica artículos en Letras Libres. Para compensar, aquí una entrevista con Pablo Raphael y por acá, el booktrailer de La fábrica del lenguaje S.A., que tiene su punto.


11 de octubre de 2012

Historia de dos ciudades, Charles Dickens

Cada tanto, el sentimiento de culpa me puede y me cito con algún clásico que aún no he leído. Hace un par de semanas fue con Charles Dickens y su Historia entre dos ciudades. Como me suele ocurrir cuando me enfrento a un clásico decimonónico —y además en traducción—, me cuesta lo mío adaptarme a la manera de narrar de aquel entonces. O mejor dicho: tengo mis altibajos; momentos en los que me domina la euforia y me fascina la habilidad literaria de aquella gente, momentos en los que me aburro de tanta cháchara innecesaria y comienzo a leer sospechosamente deprisa... Muy deprisa.

Sin embargo, hay una tercera clase de instantes: aquellos en que no doy crédito a que un clásico haya escrito semejante pasaje o escena tan absurda. En la parte final de Historia entre dos ciudades encontré uno de esos momentos. Se trata de una escena donde van a pelear dos mujeres: Madame Defarge y la señorita Pross. El motivo de la reyerta, en versión muy resumida, es que la francesa quiere denunciar y mandar guillotinar a la señora Darnay, esto es, la señora a cuyo servicio está la inglesa.

Madame Defarge trabaja como tabernera en el barrio más peligroso de París y, desde que ha empezado la Revolución se pasea por ahí con un cuchillo en la cintura y una pistola entre los pechos (¿?). Ver descabezados a 40 o 50 aristócratas por día la pone de buen humor. Quiere la guillotina para la señora Darnay porque el marido de esta, Charles Darnay, pertenece a una familia de marqueses, los Evrémonde, que ha ultrajado a los suyos desde hace varias generaciones. Charles es la oveja blanca en una estirpe de ovejas negras; sin embargo, en tiempos de la Revolución, el aristocrático estigma familiar de los Evrémonde pesa más que su buena conducta, su negativa a heredar o que se gane la vida trabajando como profesor.

Por su parte, la señorita Pross, tiene de «señorita» lo que indicaba antes ese remoquete: su soltería. Poco más. Es la típica mujerona que lleva décadas trabajando para una familia, guisa bien y nunca ha padecido las servidumbres de la libido. Y así es feliz, parece ser. De todos modos, lo relevante para disfrutar de la escena acaso sean estos otros datos: lleva casi 2 años en París y no ha aprendido una palabra de francés, y concurre a la pelea tan solo muñida del amor a su patria y a la familia donde ha servido tantos años.

Presentadas a las mujeres que contienden, vamos al meollo. Así pinta Dickens el preámbulo a la lucha:
Los negros ojos de madame Defarge la siguieron en todos estos rápidos movimientos y se pararon, fijos en ella, cuando se detuvo. La señorita Pross no había sido nunca una mujer hermosa, y los años no habían suavizado ni dulcificado los rasgos indómitos y severos de su rostro; pero también ella era, a su modo, una mujer resuelta, y midió a madame Defarge de arriba abajo con la mirada:

«Por las trazas podrías ser la consorte del mismísimo Lucifer —dijo la señorita Pross para su capote—, pero si crees que me arredras, te equivocas. Soy inglesa».
Ya sabemos que la gente de siglos anteriores hablaba de otro modo; ahora bien, digamos que tiene su puntito eso de las trazas, la consorte y Lucifer. Lo de acudir a la nacionalidad de una para armarse de valor también tiene su aquel, que diría mi abuela; pero, bueno, aceptemos por un instante que las mujeres inglesas del siglo XVIII pensaban —en el sentido literal— así, como describe Dickens. Al fin y al cabo, digo, las españolas siempre se han tenido a sí mismas en muy alta estima. (Quizá esté muy influido por Isabel, no lo sé).

En fin, sigamos:
Cada una hablaba en su lengua y ninguna entendía las palabras de la otra, así pues estaban ambas muy atentas para deducir, por la actitud y el gesto, lo que aquellas voces inteligibles significaban.

—No le beneficiará nada esconderse de mí en este momento —dijo madame Defarge—. Los patriotas sabrán lo que eso significa. Déjame que la vea. Ve y dile que quiero verla. ¿Me oyes?

—Aunque esos ojos que tienes fuera escoplos —dijo la señorita Pross—, y yo fuera de madera, no iban a sacarme ni una viruta, arpía extranjera. Vas a encontrarte con la horma de tu zapato.  
Que los británicos son muy suyos, ya lo sabíamos. Ahora bien, aquí a Dickens se le va el asunto un poco de las manos, ¿no? Digo, tiene mérito que, estando en París, la señorita Pross llame «arpía extranjera» a una francesa de los barrios bajos de la ciudad... Es un sinsentido. Y casi tanto mérito o más tiene que, si ninguna de las dos mujeres habla y entiende el idioma de la otra, la inglesa acuda a la retórica de ebanista zapatero para explicar su punto de vista de la situación. Es curioso, porque, en cambio, la línea de diálogo de Madame Defarge resulta bastante verosímil.

Dickens parece reflexionar sobre eso a su manera...
Mal podía entender Madame Defarge estos giros idiomáticos en un sentido estricto, pero adivinaba lo suficiente para comprender que se la trataba con absoluto desdén.

—¡Marrana estúpida! —dijo madame Defarge, frunciendo el entrecejo—. No eres quién para replicarme. Exijo verla. ¡O le dices que estoy aquí y quiero verla ahora mismo o te quitas de delante de la puerta y me dejas pasar! —esto último acompañado de un colérico y elocuente ademán del brazo derecho. 
—Nunca en mi vida me figuré que pudiera sentir ganas de entender esa imbecilidad de lengua que hablas —dijo la señorita Pross—. Pero daría todo lo que tengo, menos la ropa que llevo puesta, por saber si sospechas la verdad o un parte de ella.
No sé qué es más memorable: si lo de «la imbecilidad de lengua que hablas» o el recato a quedarse desnuda que tiene esta mujer... Por lo demás, las mujeres francesas parecen más normales que las inglesas: donde las segundas te dicen «aunque esos ojos que tienes fueran escoplos...», las primeras se limitan a gritarte «marrana estúpida». Se ve que la ebanistería y la zapatería estaba menos desarrolladas en la Francia revolucionaria que en la Inglaterra aristocrática

Con todo, Dickens lleva un poco más allá la xenofobia inherente a su señorita Pross y acude de nuevo a la cuestión de la patria para justificar la valentía de este personaje:
Ninguna de las dos dejaba de observar un solo instante los ojos de la otra. Madame Defarge no se había movido del sitio en que la vio la señorita Pross por vez primera; pero entonces avanzó un paso.

—Soy inglesa —dijo la señorita Pross— y estoy en una situación desesperada. Mi propia vida no me importa un ardite. Sé que cuanto más tiempo te entretenga aquí, mayores serán las esperanzas de salvación para mi Palomita. ¡Como me llegues a poner un solo dedo encima, no te dejo ni un mechón de ese cochino pelo sobre la cabeza!
A esta altura, la escena más que alta literatura parece un sketch de Faemino y Cansado, y reconozco que seguía leyendo porque me parecía una escena muy divertida de tan inverosímil como eran las líneas de diálogo de la señorita Pross. Lo de «soy inglesa y estoy en una situación desesperada» me sonó estratosférico. Quizá fuera lo que pensaba ayer Carlos Wert, nuestro ministro de cultura, mientras hablaba sobre el catalán en el Parlamento: «Soy español y estoy en una situación desesperada».

Vaya usted a saber.

En fin, que en una pelea entre dos mujeres sencillas, humildes y que no entienden sus idiomas respectivos hubiera bastado con dos líneas de diálogo. Madame Defarge podría haber dicho: «¡Marrana estúpida!», y la señorita Pross haber contestado: «¡Como me pongas un dedo encima, no te dejo ni un mechón de ese cochino pelo sobre la cabeza!». Así, ambas se hubieran entendido la mar de bien y hubieran presentido que, de no tener cuidado, la otra le iba a zurrar. Todo lo demás, Dickens sabrá por qué lo puso.


PD 01. La foto de arriba procede de la entrada que esta novela tiene en Wikipedia.
PD 02. Deberes: a ver si veo la película, que aquí está completa.

8 de octubre de 2012

Palabra del capitán Spock



«Las necesidades de muchos anteceden a las necesidades de unos pocos, incluso a las de uno mismo». Esas son las últimas palabras del capitán Spock al comandante Kirk antes de morir. Como no soy trekkie, las he aprendido hoy gracias a un capítulo de The Big Bang Theory, una serie llena de frikis adictos a Star Trek. Y me han gustado mucho; me hicieron recordar uno de los grandes eslóganes de Occupy Wall Street: «Somos el 99%».

PD. En el vídeo, la frase está hacia el 2:10. En español se dobló así.

2 de octubre de 2012

Walsh, Bolaño y los sombreros

Hace algunos meses leí Cuentos para tahúres y otros relatos policiales, de Rodolfo Walsh (Espasa Calpe, 2003). Allí figuraba un cuento que me llamó la atención, «Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto)», en cuya estructura el autor —si es cosa de la editorial, mi hallazgo se viene abajo ya mismo— insertó cuatro sombreros dibujados en la tercera sección del relato:




Como suele pasar en todo policial, alguien ha matado a alguien y el investigador, Daniel Hernández, coloca «los cuatro sombreros sobre el escritorio» para reflexionar sobre quién de los tres sobrevivientes ha liquidado al que falta. Todos, por supuesto —y por fortuna para el lector—, niegan ser el asesino; así que el detective debe echar mano de su capacidad de observación y de razonamiento para deducir a quién detiene. Parte de la gracia del cuento nace de que Walsh construye un relato policial sobre una estructura similar a la del acertijo de periódico dominical o al típico juego en que si mueves una o dos cerillas formas tal o cual objeto. Fiel al tono del libro, el autor plantea, más que un asesinato, un problema de lógica. Y en este caso, además, lo hace con cierto tono zumbón, humorístico, como corresponde a ese género de acertijos domésticos.

Pero no venía yo a hablar de eso... Lo que motivó esta entrada fue encontrar los sombreros dibujados en la tercera sección. Esos sombreros que aparecían en un libro de relatos policiales de 1953, según figura en el prólogo del libro, y que me recordaron a otros sombreros literarios: los de Bolaño en Los detectives salvajes (Anagrama, 1998):

(Escaneé fatal, perdón; pero es demasiado gordo el libro).


Llevo tiempo dándole vueltas a si existe una relación entre los sombreros mexicanos de Bolaño y los portugueses de Walsh. Quizá los de Walsh fueron cosa de algún editor y no de él, lo desconozco (y no escribiré a Espasa o a Ediciones de la Flor para averiguarlo). Mi quimérica hipotésis —y por eso me gusta y no tengo intención de contrastarla con la realidad— es que puede que haya algún puente oculto entre ese libro de 1953 y el de 1998, entre el investigador Daniel Hernández y los detectives Arturo Belano y Ulises Lima, entre ese argentino medio irlandés llamado Rodolfo Walsh y ese chileno medio mexicano llamado Roberto Bolaño, ambos muertos cuando tenían 50 años. En fin, que se me ocurrió esta pequeña conspiración literaria y no me resistí a escribir sobre ella.

PD. Ya sé que mi hipótesis es un poco estúpida; sin embargo, gracias a mi estupidez y a escribir con ella esta entrada del blog, descubrí que muchos profesores argentinos usan este cuento para que los chavales prueben a hacer un poco de cine y así, de paso, tomen contacto con la literatura. Y eso me dejó planteada una pregunta: ¿hacemos algo parecido en España? (Tendré que averiguarlo).

De los vídeos que he encontrado en YouTube, he seleccionado este, de la Escuela N.º 260, que si Google no miente está en General Roca, provincia de Río Negro (la de Walsh, vaya). Además de que la estética me ha parecido estupenda, los protagonistas me han resultado enternecedores. Felicidades para ellos y para su profe.



PD walshiana. Aquí, una pequeña contribución mía: reseña de Operación Masacre.