24 de octubre de 2012

Historia argentina, Rodrigo Fresán

Va, venga, hagámoslo a la manera de Fresán.

UNO. Argentina es un sitio peculiar. Muy peculiar. Por decirlo de algún modo: es un país tan difícil de explicar como de comprender (sea uno argentino o no; eso da igual). Este libro menciona al menos tres razones que explican su singularidad: 1) es un país en el que el 90% de la población está convencida de que Dios es argentino, 2) buena parte de la población considera que el país —o al menos Buenos Aires— debería estar en Europa y 3) esos mismos que creen en Maradona y en Europa consideran que Gardel, pese a que está muerto, cada día canta mejor... Resumida así tal idiosincrasia, hasta parece normal que Rodrigo Fresán haya incorporado un relato de fútbol a la nueva edición de Historia argentina. El pobre hombre, cansado de escuchar desde 1991 aquello de «¿cómo puede ser que en un libro que se llama Historia argentina no haya un cuento de fútbol?», cedió a la presión de la barra.

DOS. Países singulares engendran escritores singulares. Rodrigo Fresán lo es. Para entender dónde radica su peculiaridad lo mejor es leer el prólogo de 18 páginas que le dedica Ignacio Echevarría. Es difícil añadir algo nuevo sobre tanto y tan bueno... Pero, si alguien tiene prisa o le da pereza leerlo, se lo resumo en una frase: «[...] A eso se parece la felicidad que transmite la Historia argentina de Rodrigo Fresán: la de hablar de la Argentina sorteando la imposición de hacer de argentino; la de elegir ser argentino en el territorio libre y absolutamente dichoso de la escritura». Lo que iba en el [...] era una cita de César Aira que hablaba de «la felicidad inaudita, increíble, de ser argentino». (¡!)

TRES. A veces pienso que ser argentino es como ser cubano o palestino: casi más una profesión o un karma que un gentilicio. Son identidades tan absorbentes que lo fagocitan todo en la vida de uno. Desde ahí me identifico con Fresán: a mí hay días que la españolidad —sobre todo si habla el ministro Wert, veo Intereconomía o leo La Razón— me cuesta horrores. Pero horrores. (¿En qué nos parecemos esa gente y yo?) Por suerte, la literatura es una patria más libre que cualquier nacionalismo (incluido el español) y escribir en tu idioma es una manera de ser feliz, acaso incluso libre, sea cual sea tu denominación de origen.

CUATRO. En «Apuntes para una teoría del cuento» Fresán dejó dicho lo siguiente: «Los cuentos ya no tienen por qué rendirse a una estructura casi prusiana a la hora de contar algo». Y en algún otro lado sostenía que las estructuras/tramas de J.G. Ballard eran en sí ballardianas, esto es, su sello, la marca de su estilo. Pues bien, yo diría que las estructuras de los cuentos de Fresán y la elección de qué contar / no contar / desde dónde / etc. son fresánicas. Quizá esa sea una de las grandes aportaciones de Historia argentina: una manera diferente de contar, de montar artilugios narrativos, de idear ilusiones ópticas hechas de literatura.

CINCO. En un hipotético examen de literatura sobre Rodrigo Fresán, el alumno o la alumna debería contestar que este autor practica la poética de los baldes y las escobas, como el ratón Mickey en Fantasía. Para evitar suspender, el educando debera evocar la página 45 de Historia argentina:

«Así es la historia, y la verdad es que extraño un poco a Leticia; hay momentos en que todo el tema me desborda y es como si me viese desde afuera. Toda mi vida, quiero decir. La veo como si fuese la de otra persona. Una vez leí en una revista que los que estuvieron clínicamente muertos por algunos segundos sienten lo mismo. Se ven desde afuera. Tal vez esté clínicamente muerto desde hace años, quién sabe, desde que vi Fantasía por primera vez, y lo que veo en momentos así hace que estos veinticinco años de edad no tengan demasiado sentido. Como si le faltaran partes importantes a la historia. Me cansa mucho buscar esas partes que faltan. Cuando ocurre esto, nada mejor que ponerse a pensar en “El aprendiz de brujo”. Escobas y baldes fuera de control ante la mirada perpleja de un ratón que acaba de alterar el orden del universo. Por más que el psiquiatra decía que no tengo que pensar en eso, juro que me siento mucho mejor cuando lo hago».

SEIS. Esta es la Historia argentina contada por un nerd literario capaz de ir de Mickey Mouse a Borges pasando por Bob Dylan, Peter Pan, Philip K. Dick o Fitzgerald. Un nerd argentino muy anglosajón, pero anglosajón y literario de una manera distinta a la del señor ciego que leía la Enciclopedia británica y alrededor del cual orbita la literatura de allá (y parte de la de acá). Un nerd lleno de referencias musicales, por cierto. Si no cambias libros con él, seguro que cambias discos. Y si no, cómics.

SIETE. Además de enfrentarse a su modo a varias de las claves que descrifan la identidad argentina (gauchos, desaparecidos, Malvinas, fútbol, rock, etcétera), las historias de Fresán hablan mucho sobre cómo se cuenta una historia. Un ejemplo meridiano del tal inquietud está en la página 181:
«Mariana siempre discutió mi compulsión a contar una historia por encima de todo, por encima de maniobras estéticas. Una buena historia y la mitad del camino está hecho. Contarla sin demasiados artificios y fuegos artificiales. Las buenas historias son aquellas que vienen equipadas con su propia batería de efectos, esas a las que no hay que potenciar porque seguramente se ofenderían, con razón, de por vida. Mariana, en cambio, siempre prefirió las estructuras complejas. Salir de A y no llegar a B antes de pasar por Z. Dime cómo escribes y te diré cómo haces el amor».
OCHO. En un hipotético examen de literatura sobre Rodrigo Fresán, la segunda y última pregunta sería la siguiente: ¿Fresán hace el amor como Mariana?

NUEVE. En su día leí Esperanto y traté de adentrarme en Mantra. No pude con ellos. Quiero decir: no soy fresánico (o más bien: no lo era). Y sin embargo, hete aquí que me encuentro escribiendo esto... y pensando en que quizá no sería mala idea leer La velocidad de las cosas. Y luego el del cielo, el último. Quizá también el de los Jardines de Kesington. Eso sí, antes de buscar alguno de esos libros, una reflexión: Fresán publicó este libro a los 27 años y yo he llegado a él 18 años después. No sé a qué velocidad irán las cosas en Kesington; pero en este palacio, como suele decirse, van despacio.

DIEZ. ¿Por qué acabar en un número redondo si ya estaba todo dicho en ocho y el nueve ya estaba casi de más? Por una sola razón: mis amigos me matan si no escribo que Gardel era uruguayo (como el mate o el dulce de leche).

PD. Para saber más, recomiendo esta entrevista que publicó Cristian Vázquez cuando trabajábamos en Teína.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, lo leí identificándome en todas las palabras.

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  2. Muchas gracias por la lectura y el comentario, Extraño del Pelo Largo. Qué bueno saber que más o menos acerté.

    Un saludo desde esta cabeza donde lo extraño es el pelo.

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