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18 de noviembre de 2013

Doña Perfecta, Benito Pérez Galdós



«Pueblo chico, infierno grande». Así resumió una amiga a la salida del teatro, en su más puro estilo rioplatense, el argumento de Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós. Y es que Orbajosa, esa representante de la España de provincias, donde todo —desde la catedral a los ajos— es autoafirmación de lo autóctono frente a lo ajeno, es fácilmente extrapolable a otros países. También, por desgracia, es sencillo identificar alrededor o en otras culturas a Doña Perfecta: esa matriarca perpetuadora del machismo, que vigila con mano de hierro que nadie atente contra sus privilegios de oligarca y que cultiva el manejo bajo cuerda para obtener sus fines. Esperaba menos de la obra y, sin embargo, mucho encontré... Galdós me cae cada día mejor.

Con la obra ya reposada, he buscado ente mis libros uno que contiene algunos ensayos críticos de don Benito. He releído aquí y allá lo que subrayé en su día sobre su querencia por el realismo, sus motivaciones artísticas o su punto de vista respecto de la novela (antes de terminar en adaptación teatral, Doña Perfecta fue novela, según leo en Wikipedia). Finalmente, he decidido transcribir dos pasajes reveladores respecto de lo que vi en el teatro.

El primero procede del ensayo «La sociedad como material novelable» (págs. 220 y 221):
(...) Imagen de la vida es la novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de raza, y las viviendas, que son el signo de familia, y la vestidura, que diseña los últimos trazos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción.

(...) En vez de mirar a los libros y a sus autores inmediatos, miro al autor supremo que los inspira, por no decir que los engendra, y que después de la transmutación que la materia creada sufre en nuestras manos, vuelve a recogerla en las suyas para juzgarla; al autor inicial de la obra artística, el público, la grey humana, a quien no vacilo en llamar vulgo, dando a esta palabra la acepción de muchedumbre alineada en un nivel medio de ideas y sentimientos; al vulgo, sí materia prima y última de toda labor artística, porque él, como humanidad, nos da las pasiones, los caracteres, el lenguaje, y después, como público, nos pide cuentas de aquellos elementos que nos ofreció para componer con materiales artísticos su propia imagen: de modo que, empezando por ser nuestro modelo, acaba siendo por ser nuestro juez.
(Ni qué decir tiene que lo de las «vestiduras» me hizo pensar en las mantillas vaticanas de Cospedal o en el ostentoso abrigo de piel con que la alcaldesa de Madrid salió a supervisar el operativo de limpieza de Madrid el sábado pasado.)

Y el segundo subrayado procede del ensayo «Observaciones sobre la novela contemporánea» (págs. 130 y 131):
(...) Pero  la clase media, las más olvidada por nuestros novelistas, es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser expresión de cuanto bueno y malo existen en el fondo de esa clase, de la incesante agitación que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el remedio de ciertos males que turban las familias. La grande aspiración del arte literario en nuestro tiempo es dar forma a todo eso.
Hay quien dice que la clase media en España no tiene los caracteres y el distintivo necesarios para determinar la aparición de la novela de costumbres. Dicen que nuestra sociedad no tiene hoy la vitalidad necesaria para servir de modelo a un gran teatro como el del siglo XVII, ni es suficientemente original para engendrar un periodo literario como el de la moderna novela inglesa. Esto no es exacto. La sociedad actual, representada en la clase media, aparta de los elementos artísticos que necesariamente ofrece siempre lo inmutable del corazón humano y los ordinarios sucesos de la vida, tiene también en el momento actual, y según la especial manera de ser con que la conocemos, grandes condiciones de originalidad, de colorido, de forma.

Lo reconozco: el adjetivo pasmoso me ha matado. Pasmado se iba a quedar Galdós de sus consideraciones sobre la clase media española como motor del progreso. Y ahí viene la pregunta que me hago: ¿hasta qué punto es trasladable lo que dice Galdós al día de hoy? ¿Es la clase media española el corazón narrativo, el modelo a la hora de contar la sociedad del siglo XXI?

Y otra más: ¿a qué llamaría ahora Galdós «clase media»? Digo, salvo unos cuantos aristócratas y el colectivo obrero, el resto de la población se considera «clase media», gane uno más de un millón de euros al año —como Aznar, Cospedal y su esposo, Felipe González, los directivos de Bankia o los futbolistas— o sea uno mileurista con título de doctor universitario (como los ingenieros en energías renovables, los científicos o los médicos que se están yendo a otros países).

Y una tercera... En un país donde predominan las teleseries estadounidenses —en especial, aquellas que nos muestran lo caras que son las facturas de una sanidad privatizada—, las películas más taquilleras son las de entretenimiento —las de no pensar, que dicen por ahí— y donde la literatura más vendida suele ser extranjera o se ocupa de templarios, catedrales en el mar, biblias de barro, tiempo entre costuras, etc., ¿le importa a alguien leer sobre lo que le pasa a la clase media patria?

Quiero decir: Galdós me hace pensar que lo sabemos todo o casi todo sobre la clase media estadounidense... y poco sobre la nuestra. Que nos sigue pareciendo cool leer sobre algo que ocurre en un pueblo perdido de California, Japón o Suecia; pero, por favor, que nadie ambiente una novela en Vigo, Riaza de Riofrío o Cuenca porque entonces es como menos novela... Y en ese punto, paradójicamente, yo empiezo a sentirme un poco de Orbajosa (ajos incluidos).


*

PD 01. Ambos subrayados proceden de Ensayos de crítica literaria. Edición de Laureano Bonet (Editorial Península, 1999).

PD 02. Aquí puede leerse la novela de Pérez Galdós. 

30 de octubre de 2012

Cánovas, Benito Pérez Galdós

Escribió don Benito Pérez Galdós en el último capítulo de su novela Cánovas (por cierto, la última de la 5.ª y —valga la repetición— última serie en que agrupó sus 50 episodios nacionales):

»[...] La paz, hijo mío, es don del cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza, y su incapacidad para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse en años y lustros de atonía, de lenta parálisis, que os llevará a la consunción y a la muerte.    

 » Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y por último, hijo mío, verás si vives que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia.    

» Alarmante es la palabra revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu Nación. Declaraos revolucionarios, díscolos si os parece mejor esta palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegaréis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis, constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento... Sed constantes en la protesta, sed viriles, románticos, y mientras no venzáis a la muerte, no os ocupéis de Mariclío... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me aburro... me duermo...».

Benito Pérez Galdós, Madrid-Santander (marzo-agosto de 1912)


PD 01. El libro puede leerse aquí.

PD 02. Con el permiso de don Benito, y a vuelateclado, rescato algunos ejemplos recientes del «lenguaje de los bobos». Por desgracia, hay miles más; que cada quien aporte/busque los suyos:
  • Dolores de Cospedal comparando el 25S con el 23F (vídeo, aquí). 
  • Rajoy felicitando a quienes no se manifiestan contra sus recortes y adjudicándose ese silencio como beneplácito ante su política (vídeo, aquí).
  • Fátima Báñez hablando de que España ya está saliendo de la crisis... cuando resulta que estamos negociando un rescate y Barack Obama habla de ayudarnos (artículo, aquí).
  • José Antonio Griñán reconociendo, ahora que su partido pierde votos a porrillo, que reformar la Constitución fue un error... y que el PSOE debería afrontar una «reflexión orgánica». Y todo ello, sin hacer autocrítica de sus casos de corrupción en Andalucía (artículo, aquí).
  • Alfredo Pérez Rubalcaba prometiendo subir los impuestos a los ricos... justo después de que su partido dejase de gobernar (artículo, aquí).
  • Un socialista expresidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, respaldando la españolización de Cataluña propuesta por el ministro Wert... Así, así se construye nación, claro que sí. (artículo, aquí).

PD 03. Empiezo a entender mejor eso que dijo Cánovas del Castillo, allá por 1876, según Benito Pérez Galdós, mientras se elaboraba la sexta o séptima Constitución del siglo XIX y no había acuerdo sobre a quién debía considerarse español: «Pongan ustedes que son españoles... los que no pueden ser otra cosa».