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2 de octubre de 2012

Walsh, Bolaño y los sombreros

Hace algunos meses leí Cuentos para tahúres y otros relatos policiales, de Rodolfo Walsh (Espasa Calpe, 2003). Allí figuraba un cuento que me llamó la atención, «Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto)», en cuya estructura el autor —si es cosa de la editorial, mi hallazgo se viene abajo ya mismo— insertó cuatro sombreros dibujados en la tercera sección del relato:




Como suele pasar en todo policial, alguien ha matado a alguien y el investigador, Daniel Hernández, coloca «los cuatro sombreros sobre el escritorio» para reflexionar sobre quién de los tres sobrevivientes ha liquidado al que falta. Todos, por supuesto —y por fortuna para el lector—, niegan ser el asesino; así que el detective debe echar mano de su capacidad de observación y de razonamiento para deducir a quién detiene. Parte de la gracia del cuento nace de que Walsh construye un relato policial sobre una estructura similar a la del acertijo de periódico dominical o al típico juego en que si mueves una o dos cerillas formas tal o cual objeto. Fiel al tono del libro, el autor plantea, más que un asesinato, un problema de lógica. Y en este caso, además, lo hace con cierto tono zumbón, humorístico, como corresponde a ese género de acertijos domésticos.

Pero no venía yo a hablar de eso... Lo que motivó esta entrada fue encontrar los sombreros dibujados en la tercera sección. Esos sombreros que aparecían en un libro de relatos policiales de 1953, según figura en el prólogo del libro, y que me recordaron a otros sombreros literarios: los de Bolaño en Los detectives salvajes (Anagrama, 1998):

(Escaneé fatal, perdón; pero es demasiado gordo el libro).


Llevo tiempo dándole vueltas a si existe una relación entre los sombreros mexicanos de Bolaño y los portugueses de Walsh. Quizá los de Walsh fueron cosa de algún editor y no de él, lo desconozco (y no escribiré a Espasa o a Ediciones de la Flor para averiguarlo). Mi quimérica hipotésis —y por eso me gusta y no tengo intención de contrastarla con la realidad— es que puede que haya algún puente oculto entre ese libro de 1953 y el de 1998, entre el investigador Daniel Hernández y los detectives Arturo Belano y Ulises Lima, entre ese argentino medio irlandés llamado Rodolfo Walsh y ese chileno medio mexicano llamado Roberto Bolaño, ambos muertos cuando tenían 50 años. En fin, que se me ocurrió esta pequeña conspiración literaria y no me resistí a escribir sobre ella.

PD. Ya sé que mi hipótesis es un poco estúpida; sin embargo, gracias a mi estupidez y a escribir con ella esta entrada del blog, descubrí que muchos profesores argentinos usan este cuento para que los chavales prueben a hacer un poco de cine y así, de paso, tomen contacto con la literatura. Y eso me dejó planteada una pregunta: ¿hacemos algo parecido en España? (Tendré que averiguarlo).

De los vídeos que he encontrado en YouTube, he seleccionado este, de la Escuela N.º 260, que si Google no miente está en General Roca, provincia de Río Negro (la de Walsh, vaya). Además de que la estética me ha parecido estupenda, los protagonistas me han resultado enternecedores. Felicidades para ellos y para su profe.



PD walshiana. Aquí, una pequeña contribución mía: reseña de Operación Masacre.

26 de mayo de 2010

Operación Masacre, Rodolfo Walsh

Hace unas semanas devolví Operación Masacre a la biblioteca y tenía desde entonces pendiente escribir unas notas sobre este libro. Lo conocía de manera fragmentaria; así que me había propuesto subsanar de una vez por todas este notable hueco entre mis lecturas. En buena hora lo hice: me gustó mucho y en algunos pasajes incluso me conmovió la tenacidad periodística de Walsh.

Fiel al espíritu del blog, lo único que pretendo con estas notas es subrayar 2 ó 3 aspectos que me hicieron pensar. Para resúmenes o análisis más sesudos y amplios, cuestiones de contexto, etcétera, abajo dejo unos enlaces.

El primer asunto que rescato es el epílogo, donde Walsh realiza un balance sobre lo conseguido con sus investigaciones. Como si, resignado, enunciara una constante de la Historia, sostiene que los triunfos que consiguió por denunciar públicamente los fusilamientos fueron más bien simbólicos: «esclarecer los hechos», aprender a sobreponerse «al miedo» o encontrarse con «la sonrisa infantil» de uno de los fusilados que sobrevivió a la matanza. A continuación, con el mismo tono impiadoso, hace el recuento de «fracasos», que ocupan el doble de espacio.

Además de constatar en unas cuantas líneas que los malos no sólo quedan impunes, sino que al final suelen salir incluso premiados, Walsh cierra su reflexión de esta manera:
Cuando escribí esta historia, yo tenía treinta años. Hacía diez que estaba en el periodismo. De golpe me pareció comprender que todo lo que había que hecho antes no tenía nada que ver con una cierta idea del periodismo que me había forjado en todo ese tiempo, y que esto sí —esa búsqueda a todo riesgo, ese testimonio de lo más escondido y doloroso—, tenía que ver, encajaba en esa idea. Amparado en semejante ocurrencia, investigué y escribí enseguida otra historia oculta, la del caso Satanowsky. Fue más ruidosa, pero el resultado fue el mismo: los muertos bien muertos, y los asesinos probados, pero sueltos.

Entonces me pregunté si valía la pena, si lo que yo perseguía no era una quimera, si la sociedad en que uno vive necesita realmente enterarse de cosas como estas. Aún no tengo respuesta. Se comprenderá, de todas maneras, que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia, en todas esas palabras, y finalmente en los que una vez fue mi oficio, y ya no lo es.
Quizá sea algo aventurado de mi parte, pero ahora entiendo mejor por qué años después se pasó a la acción armada para combatir la dictadura (murió asesinado el 25 de marzo de 1977). Desconozco si existía una manera no violenta de cambiar la realidad argentina en aquel momento; con todo, me conmueve ver cómo el periodista y escritor, harto de no poder mejorar el mundo con sus palabras, se convierte en guerrillero para darle continuidad a su militancia, al sentido de su lucha. Y cómo deja entrever esa resolución ya en un libro, como conclusión última, en un epílogo escrito al cabo de unos años.

Dice Constanino Bértolo en Libro de huelgas, revueltas y revoluciones que pasamos demasiado deprisa, sin mojarnos, sobre la importancia de la violencia a lo largo de la Historia para obtener conquistas sociales. Operación Masacre y la biografía de Walsh me ponen en el aprieto de pensar en ello. De preguntarme si el rollo Gandhi a veces sólo sirve para que te exterminen más rápido.

Otro punto que me gustó fue ver cómo Walsh, cuando encuentra el punto clave, lo convierte en el centro de gravedad de su investigación. Gran parte de sus pesquisas giran en torno a un detalle: comprobar si el Gobierno declaró la ley marcial a las 00.32 del 10 de junio de 1956 para sofocar el alzamiento de los generales Valle y Tanco contra la Revolución Libertadora. Esa fecha y esa hora delimitaban dos estados jurídicos muy diferentes para cualquier persona detenida por la Policía. Antes de las 00.32, si te detenían y te mandaban fusilar sin que hubiese juicio (con juez, abogado y tal), era un secuestro, terrorismo de Estado. Después de esa hora, con la ley marcial ya aprobada, tu situación jurídica era otra y la autoridad podía disponer de ti a su libre albedrío. Walsh demuestra que la Policía libertadora detiene y ordena fusilar a un grupo de ciudadanos antes de esa hora, es decir, que incurre en terrorismo de Estado.

Por último, destaco el momento en que Walsh detiene la narración para decirle al lector: usted y yo sabemos que los periodistas tenemos la tentación de dejarnos llevar por las palabras, en fin, de exagerar, de embellecer o de afear la historia para que nos dé más juego; así que, de acuerdo, ponga en duda todo lo que he dicho..., pero atienda a estos hechos y a estos documentos oficiales; con este material estoy trabajando. Y va y los enumera. No trata de seducir o de esconderse tras los arabescos de las palabras; se limita a expresar con claridad sus ideas, una tras otra. Su verdad está construida de hechos comprobables. Toda una lección de periodismo.

Next stage: sacar de la biblio Quién mató a Rosendo... Eso sí, antes tendrán que comprarlo; el otro día lo busqué y no estaba.

PD. Un poco de contexto sobre la Revolución Libertadora. Más información sobre Walsh: aquí y aquí, por ejemplo. Y acá, un mp3 con uno de los capítulos del libro.