5 de diciembre de 2008

Pote Huerta

En el n.º de diciembre de Vulture he publicado una entrevista con Pote Huerta, editor de Lengua de Trapo. El texto es corto —tiranías del papel 17 x 17—, pero la charla fue larga y sustanciosa. Discurrió en el despacho de Pote, que está situado en una casa antigua del barrio de Chueca. Lejos del corporativismo que transmiten los edificios de los grandes grupos editoriales, la entrada a LdT es cálida: libros al frente —no sé si todo su catalágo, pero casi—, sofás para esperar leyendo, gente que te da a elegir entre cocacola o cerveza... Quiero decir: todavía no disponen de personal de seguridad que verifique si es cierto que tienes cita con el editor. Mola. Uno entra en la editorial como entra en una librería, sin que nadie sospeche de ti.

Sólo un detalle más antes de ir al texto de marras: no la vi, pero Alberto Olmos —que andaba por allí retirando ejemplares de El talento de los demás en formato bolsillo— me contó que en la casa hay una sala de lectura —¿era al lado de la cocina?—, donde imagino que Pote y su banda pasarán parte del día cribando manuscritos. Como diría Levrero, quizá más adelante retome el asunto y complete —quizá no, quién sabe— la descripción de lo que vi; por ahora, el texto de la entrevista.

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POTE HUERTA, EDITOR DE LENGUA DE TRAPO

«Tenemos vocación por descubrir talentos, pero no es lo único que hacemos»

Desde 1995, LdT ha desempeñado un papel clave en el panorama literario español como descubridora de talentos. Hoy se plantea retenerlos y crecer a la par de ellos.

Rubén A. Arribas


Un cazador de talentos. Así podría definirse a Pote Huerta. Y es que su editorial, Lengua de Trapo (LdT), quedará asociada para siempre al descubrimiento de Antonio Orejudo, Rafael Reig o Antonio Álamo, autores que hoy integran la cotidianidad del panorama literario español. Es más: este ex pintor reconvertido a editor incluso puede presumir de haber sido el primero en publicar aquí a Ricardo Piglia, un referente ineludible en el ámbito hispanoamericano actual. Lástima que el tamaño de LdT lo obligue a ver cómo otras editoriales más grandes le roban, a golpe de talonario, las perlas de su cantera.

En cualquier caso, él no desfallece. Tras casi quince años de andadura, además de seguir publicando primeras y segundas novelas, ahora aspira también a retener a sus autores. De ahí que apueste porque Manuel García Rubio o Carlos Eugenio López, que han publicado toda su obra con él, continúen haciéndolo. Y que desee que los talentos más jóvenes, como Juan Aparicio-Belmonte o Alberto Olmos, sigan la estela de los anteriores.

Su editorial tiene fama de fresca, joven, algo gamberra y especializada en publicar a noveles. Huerta admite que algo de eso hay: su título más vendido es Lo mejor que le puede pasar a un cruasán —500 mil ejemplares—, de Pablo Tusset; ha ganado tres veces el premio Tigre Juan, que se otorga a la mejor primera novela publicada, y LdT está vinculada a premios que se otorgan a jóvenes. Sin embargo matiza:

—Tenemos vocación por descubrir talentos, y esa es una tarea que hacemos muy bien y que podemos hacer mejor que los grandes grupos porque estamos más pegados a tierra. Desde fuera se ha visto mucho nuestro trabajo con los jóvenes, pero no es lo único que hacemos: Askildsen tiene 78 años, Paco Nieva más o menos y Carlo Frabetti está en los sesenta...

Tampoco se fija sólo en la literatura española. Entre los casi trescientos títulos de su catálogo, hay autores checos, holandeses o italianos. De hecho, en la colección Otras lenguas destaca la presencia de reputados escritores noruegos, como Flogstad, Soldstad o Askildsen. Y en cuanto a América Latina, baste decir que dos de las últimas novedades de 2008 son el mexicano Joaquín Guerrero Casasola y el uruguayo Rafael Courtoisie. En definitiva, la estrategia de Pote Huerta se resume en una frase:

—Contratar buenos libros por los que partirse la cara vendiendo.

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