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4 de noviembre de 2013

De qué hablo cuando hablo de correr, Hanuki Murakami

Si el sufrimiento no formara parte de ellos, ¿quién iba a tomarse la molestia de afrontar desafíos como un maratón o un triatlón, con la inversión de tiempo y esfuerzo que conllevan? Precisamente porque son duros, y precisamente porque nos atrevemos a arrostrar esa dureza, es por lo que podemos experimentar la sensación de estar vivos; y si no experimentamos la sensación de estar vivos plenamente, sí al menos de manera parcial. Y, a veces (si todo va bien), podemos aprender que lo que de veras da calidad a la vida no se encuentra en cosas fijas e inmóviles, como los resultados, las cifras o las clasificaciones, sino que se halla, inestable, en nuestros propios actos.


En el triatlón cada quien tiene su deporte de procedencia. Además de los clásicos ciclismo, natación y atletismo, hay gente que viene del fútbol, del surf o del waterpolo. Y alguno habrá que venga de la esgrima, el tiro con arco o la hípica, que de todo hay. El novelista Haruki Murakami, antes de llegar a corredor de resistencia o triatleta, regentaba un bar de jazz en Tokio y apuraba cigarrillos en su casa hasta el alba mientras intentaba escribir su primer libro. Todo su deporte era ver partidos de béisbol y dirigir su negocio.

El futuro escritor tenía por entonces 30 años, una novia preocupada porque él se ganase bien la vida y una clientela que apreciaba el toque elegante de su local. Sin embargo, un buen día cerró el negocio y quiso tomarse más en serio lo de ser escritor. Semanas después, como casi cualquier otro oficinista de este mundo, empezó a engordar por pasar tantas horas sentado. Y, de paso, empezó a fumar hasta 60 cigarrillos por día. Como es sabido, el tabaco, el exceso de café o la vida sedentaria ayudan poco a sentirse bien con uno mismo. Fue entonces cuando Murakami empezó con el footing.

Primero fue el llamado «trote cochinero». Luego vino eso de salir a correr casi a diario. Y meses después, gracias a esa terquedad tan nipona, afloró el obsesivo que contaba kilómetros a final de semana y que torcía el gesto si no promediaba unos 250 km de entrenamiento al mes. Por el camino había ido cumpliendo las etapas típicas: carreras populares de 5 km, más tarde de 10 km y así, siempre hacia arriba, hasta hacer un maratón por año durante dos décadas. Y, cuando el maratón no fue suficiente, incluso retándose a correr 100 km alrededor del lago Saroma.

El arte de ir poco a poco

Hay muchas metáforas y moralejas posibles tras leer estas memorias/ensayo. Una que me gusta mucho es que, gracias a correr, Murakami adquire consigo mismo compromisos que cumple con el honor de un samurái. Por ejemplo, asume que debe mantener una ética como corredor, que resume en dos mandamientos inquebrantables: 1) a los maratones se va a correr, no a andar; 2) lo importante es vencer siempre al tú de ayer; ni marcas ni puestos, lo esencial es superarte respecto al día anterior. La épica está en tus actos, en tu voluntad por cambiar; no en tus marcas.

De ahí que en su libro no haya lugar para palabras como dieta, macrociclos o series. Todo eso le da igual. Para él salir a correr es una oportunidad de estar solo, relajarse un rato, disfrutar de los discos de Loving' Spoonful o de Eric Clapton, contemplar los árboles del parque, escuchar su respiración, sentir cómo avanzan las piernas, observar a la gente, pensar en sus novelas o darse cuenta de que los días pasan y unos envejeces con más dignidad que otros en esa carrera hacia la muerte que es la vida. Es más: según Murakami, su momento más dulce como corredor fue a los 45 años, signo inequívoco de que la madurez mental, el saber disfrutar de lo que haces, importa más que tu marca.

De ahí que, tras el atracón de ultrarresistencia que se pegó con los 100 km de Saroma, buscara nuevos horizontes. Tras una prueba que le exigió más de 13 horas de esfuerzo, acusó la llamada «tristeza del corredor», esto es, se sintió vacío y dejó de encontrarle sentido a lo que hacía. Correr ya no le daba placer. Así, con 50 años a sus espaldas y un buen montón de maratones en las piernas, optó por buscar una nueva fuente de motivación. Y ahí apareció el triatlón, una disciplina que le implicaba aprender a nadar y convivir con un engendro tan diabólico a veces para él como los pedales automáticos.

Casualidades de la vida, en Japón hay una ciudad que lleva por nombre su apellido: Murakami. Y por inverosímil que parezca, allí se corre un triatlón olímpico, el Murakami Internation Triahtlon. Así que de Murakami (Haruki) a Murakami (Triathlon) y tiro por que me toca; allí debutó como triatleta. La primera vez casi se ahoga debido a los golpes de la marea humana de nadadores y se retiró en el primer segmento. La herida dejó tocado su orgullo. Hasta 4 años después no se animó a intentar vencer a aquel tú que lo había derrotado nadando y darse la oportunidad de completar los segmentos II y III (ciclismo y carrera). Superado el reto, quedo enganchado para siempre al triatlón.

De qué hablo mientras hablo de correr es un libro de memorias, pero por encima de todo es una gran reflexión sobre cómo el maratón o el triatlón funcionan como una metáfora de la vida para muchas personas. También sobre cómo el deporte, practicado desde el placer, puede ser fuente de inspiración para tomar decisiones cotidianas o incluso para contestarse las grandes preguntas de la vida. Al fin y al cabo, correr, como leer o escribir, es una oportunidad para estar solo un buen rato y debatir con uno mismo sobre el más acá, el más allá y lo que haga falta.

*


PD. Una reseña parecida a esta —soy un maniático de la edición, qué va a ser—  la publiqué en el blog de la extinta revista Trisense a finales de 2011. Las otras dos reseñas que completan mi particular trilogía sobre libros de correr son Correr o morir, de Kilian Jornet, y Correr, de Jean Echenoz.

7 de junio de 2013

Correr o morir, Kilian Jornet

He visto a gente sentarse al cruzar la meta de UTMB y permanecer en esta posición durante horas con la mirada perdida, con la mayor de las sonrisas en sus adentros, sin creerse todavía que lo que acababan de lograr no forma parte de un engaño de la mente. Sabiendo que al despertarse podrían decirse que sí, que lo lograron, que vencieron todos los miedos y que descendieron de los sueños para convertirlos en realidad. He visto a personas que, pese a llegar cuando los primeros ya se habían duchado, habían almorzado y quizás habían tenido tiempo de echarse una buena siesta, se siente vencedores, y no cambiarían lo que sienten por nada de lo que les pudieran ofrecer. Y los envidio, porque en el fondo, ¿no corremos para eso?

Correr o morir, Kilian Jornet 

00 | Turismo desde unas zapatillas. Kilian Jornet es una persona que, si llega unas horas antes que su equipo a San Francisco para correr la Western States Ultra Trail, deja la maleta sobre la cama del hotel y la abre solo para sacar un pantalón corto, una camiseta de tirantes y unas zapatillas. Luego baja a la calle y se pone a correr. Cuatro horas después ha visto Market Street —y una banda de punk china—, el Golden Gate Park —y sus ardillas—, y se ha acercado al puente que sale en las películas para sentir la brisa del Pacífico. Descubierta la ciudad, vuelve al hotel: el equipo ha llegado y es hora de irse a la montaña a por los 161,2 km de la Western. Ya lo dice el título: se trata de correr (y si no de morir).

01 | Un animal de montaña. «No hay mayor sensación de libertad que correr por una arista», escribe. Kilian Jornet tiene alma de rebeco joven: necesita crestas montañosas que conquistar. Todo lo que no sea saltar de risco en risco hasta coronar una cumbre o lanzarse por bajadas llenas de piedras tuercetobillos y traicioneras raíces de árbol, le parece un aburrimiento. Para alguien que nació y se crió en la Cerdanya (Pirineo catalán), las ciudades son lugares que esquivar. Lo de San Francisco fue una excepción necesaria: la competición cada tanto obliga a pisar la jungla de asfalto camino de la montaña. También los compromisos publicitarios para sobrevivir como profesional de este deporte.

02 | Superman es Superkilian. A sus 23 años es capaz de todo: cruzar corriendo los Pirineos en 8 días, subir y bajar al Kilimanjaro en menos de 8 horas o batir el récord del Tahoe Rim Trail (280 km) y dejarlo en unas 38,5 h. Incluso, en mitad de una crisis brutal en la Western States 2010 debido a la deshidratación, es capaz de hablar consigo mismo y decirse: «No he venido hasta aquí para que mi cuerpo domine a mi mente». Y, como en los dibujos animados, sobreponerse y pelear en los últimos 3 km como un jabato por el tercer puesto. Al año siguiente, claro está, regresó, se tomó la revancha y se convirtió en el primer europeo en ganar esa mítica prueba del calendario estadounidense.

03 | Ganar no basta. Sus capacidades físicas son increíbles y su palmarés digno de que le dan ya el Premio Príncipe de Asturias. Sin embargo, lo que más emociona es su tono sencillo y humilde cuando habla de la felicidad. De cómo alcanzarla corriendo. Quizá el pasaje más notable del libro sea cuando, tras ganar el Ultra Trail del Montblanc de 2010, reflexiona sobre la cara de éxtasis que tienen los corredores aficionados que llegan muchas horas después que él a meta, orgullosos como están de haberse superado a sí mismos. Tras unas líneas que saben al aullido de Allan Ginsberg, concluye con una suerte de regla de oro para la vida: «No es más feliz quien llega primero sino que quien disfruta más de una carrera». No está nada mal la reflexión en alguien que atesora títulos y récords por doquier.

04 | Correr como arte. El arte es algo que no solo está en los museos. Cuando uno se dedica a lo que gusta y puede desplegar todo su potencial creativo a través de esa disciplina, es capaz de crear belleza. Kilian Jornet se ve a sí mismo como un creador: correr es su manera de expresarse. Y por eso entiende la naturaleza como una oportunidad para dibujar —y quizá de dibujarse— mientras corre por ella: «La montaña es el lienzo en blanco y yo el pincel que dibuja sin seguir ninguna norma», anota.

05 | Como la primera nieve. Correr o morir (Now Books, 2011) es el testimonio honesto, sensible y reflexivo de alguien que entiende el deporte como una metáfora de la vida. De alguien capaz de buscar respuestas a las grandes preguntas mientras corre intentando entender por qué lo hace. De alguien que, pese a su juventud, habla con valentía sobre qué siente cuando hace lo que más le gusta y lo adictivas que son esas sensaciones. Hablar de Correr o morir es hablar de motivación de alto voltaje. También es hacerlo de un veinteañero con una ética de romántico incurable, puro como la primera nieve de la temporada y con las emociones por norte. Una vez que cierras el libro, aunque tengas 15 o 20 años más que Kilian, lo único que se te ocurre decir es: «Yo de mayor quiero ser como él».

*

PD. Una reseña parecida a esta apareció en la extinta revista Trisense en 2011 (quizá haya algún desajuste con las fechas por esa razón o algún dato haya quedado desfasado).

Bonus extra. En el nº. 9 de Trisense publiqué, además, el reportaje «Corre, sé feliz», elaborado a partir de un cuestionario que me contestó Kilian Jornet. Como siempre pasa, no pudo salir todo el material que preparé... Así que aprovecho el blog para sacarme una espinita y publicar esto de más abajo. Como este es mi blog y Kilian es uno de mis pocos ídolos, no me importa lo que diga el resto de la humanidad. ;-)


Kilian Jornet | Radiografía en 10 pasos

01
¿Cuántas horas o días es lo máximo que ha estado una ciudad?

Últimamente, y debido a algunos compromisos, he visitado bastantes ciudades. Pero intento estar lo mínimo posible para poder disfrutar al máximo de las montañas.
02
¿Cuántas horas —y dónde— es lo máximo que has estado corriendo sin parar?

En el Tahoe Rim Trail (EE.UU.), una carrera de 280 km y  17 000 m de desnivel, estuve corriendo 38,5 h. Me estaba durmiendo mientras corría...; así que tuve que parar a dormir 1 h antes de volver a correr. Fue uno de los sitios donde más he sufrido.
03
Según tu libro, lo primero que miras en la gente son la piernas. Bien, entonces: las mejores piernas que has visto son las de...

Je, je, je... Las mejores piernas —masculinas—, las de Marco de Gasperi; dan miedo: ¡muy afinadas!
04
La cantidad de Nocilla/Nutella que comes por año cuando vuelves de entrenar es...

Demasiada...
05
¿Cuántas horas duermes después un ultratrail?

Normalmente cuesta dormir después de esfuerzos tan largos. Te despiertas varias veces… Con la costumbre, te cuesta menos. Llego a dormir lo normal, 7-8 h.
06
Al año, ¿qué tiene más kilómetros: el coche en las ruedas o tú en las piernas?
De momento, ¡el coche en sus ruedas! Yo hago unos 7 000 km corriendo, 6 000 con esquís, 1000 en bicicleta y 50 000 en coche. Y en avión, demasiados...

07
De pequeño querías ser «contador de lagos», ¿y de mayor?

¡El mismo! He descubierto que ser contador de lagos quería decir estar rodeado de la naturaleza, la montaña y que quería descubrir. Primero, descubrir el mundo viajando y aprendiendo de todas las montañas y personas que voy conociendo, y después descubrir mi interior buscando mis límites en todos los aspectos mentales y físicos para llegar a conocerme mejor, saber quién soy.

08
Dime una montaña donde refugiarse cuando las cosas se tuercen y por qué.

Cada persona tiene su montaña, pues cada montaña tiene un alma, una personalidad distinta. La mía está en el valle de Chamonix, pero también alguna en los Dolomitas y en los Pirineos. Consejo: busca un sitio donde no haya mucha gente, sal del camino y piérdete para encontrarte.
09
Un libro que regalarle a la chica que te gusta...

Le Petit Prince, de Antoine de Saint-Exupéry, brutal en su sencillez.
10
Una emoción que te acompañará para siempre y que te brindó tu destino de corredor de montaña.

Me quedo con todas las emociones, no busquemos clasificaciones ni momentos más o menos: disfrutemos del momento. ¿Qué es más emocionante: una gran victoria, una puesta de sol, una cima con amigos…? Son diferentes, no mejores o peores; y es por eso que son únicas.


PD. ¿Más libros sobre el asunto? Ahí van dos reseñas extra: Correr, de Jean Echenoz, y De qué hablamos cuando hablamos de correr, de Haruki Murakami.

3 de junio de 2013

Correr, Jean Echenoz

El estadio de Zlin, situado en la zona industrial y feísimo, se halla enfrente de la central eléctrica: el viento barre el humo de las chimeneas, el hollín y el polvo, que caen en los ojos de los deportistas. Pese a tales inconvenientes, a Emil comienza a gustarle ese estadio, el aire pesado que se respira en él es bastante más puro que el del taller.

Correr, Jean Echenoz

En las últimas décadas, el héroe de las pruebas de fondo suele ser algún africano acostumbrado a correr descalzo desde niños decenas de kilómetros para ir a la escuela, conseguir agua para su familia, pastorear las cabras del vecino, etc. En general, es un atleta que ha aprendido a correr más por necesidad que por vocación y que llega al atletismo casi de casualidad. El gran Abebe Bikila, con su victoria en el maratón de los Juegos de Roma (1960), representa mejor que nadie esa épica africana que, si bien de manera algo más matizada, sigue vigente.

Sin embargo, esa clase de heroísmo no es solo africano; Europa también ha colaborado lo suyo a forjar la leyenda de las pruebas de fondo. Una de sus grandes aportaciones fue Emil Zátopek (1922-2000), un devorakilómetros surgido del ambiente fabril checo de principios del siglo XX y protagonista de la novela Correr, de Jean Echenoz. A falta de sabanas con antílopes, leones o güepardos con que generar metáforas deportivas, el Viejo Continente debió buscarlas en su pujanza industrial. Y donde unos hayaron gacelas negras, otros encontramos, por ejemplo, a la Locomotora Humana.

Zátopek nació en una cuenca minera y trabajó en una fábrica de zapatillas de tenis, como gran parte de los vecinos de la zona. Probablemente allí, en un ambiente insalubre debido al caucho o a la pulverización de silicatos, y bajo el ritmo alienante de una producción de 2000 pares de zapatillas por día, nació su mítica capacidad de resistencia.

Leer sobre Zátopek es hacerlo sobre un atleta construido a sí mismo en pistas de ceniza y de polvo de ladrillo. También es hacerlo sobre las medias suelas en las zapatillas, el chándal descolorido como uniforme para desfilar o los largos viajes ferroviarios en ayunas para competir sin apenas haber dormido. Es leer sobre intuiciones respecto de métodos de entrenamiento y estrategias de carrera, cuando el atletismo comenzaba a modernizarse. Y, de algún modo, es leer sobre cómo evitar a los prejuiciosos puristas del estilo: el de Zátopek era tan impuro que parecía un boxeador peleando contra su propia sombra.

Pero, por encima de todo, acercarse a Zátopek es encontrarse con la motivación en estado puro. He aquí un hombre que entrenaba duro por el placer de ir más deprisa que los demás, que corría como una locomotora para alejarse del dolor de vivir en un país ocupado —por el ejército nazi primero y por el soviético después— o que batía récords del mundo para ver sonreír al amor de su vida, Dana. Ella, una lanzadora de jabalina que acertó a nacer el mismo día que su amado, era su gran inspiración. Sin la complicidad que los unía, Zátopek probablemente no hubiera ganado el oro olímpico en 5000 m, 10 000 m y el maratón en los Juegos de Helsinki (1952). Además de humilde, veloz y resistente, acaso la otra gran virtud de Zátopek fue saber ser feliz con Dana a pesar de las circunstancias históricas.

Correr (Anagrama, 2010) más que una novela corta —140 páginas— es un libro intenso y condensado. Con gran economía de medios narrativos y una prosa limpia de todo adorno, Echenoz narra unos 40 años en la vida de Zátopek: desde que empezó a correr obligado por los nazis hasta que terminó de minero del uranio y de basurero por apoyar la Primavera de Praga (1956). Sin tratarse de una típica biografía —cronológica y con datos a mansalva—, el libro cumple con su objetivo: acercar al lector de manera emocional a la figura de la Locomotora Humana. Es imposible cerrar esta novela y no querer saber más sobre Emil Zátopek. (Bueno, quizá sea posible...; pero no recomendable).

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PD 01. Entrevista con Jean Echenoz sobre este libro en el programa Página 2.
PD 02. Entrevista con Emil Zátopek (subtítulos en español).
PD 03. Una reseña parecida a esta, salvo por algunos cambios, la publiqué en el blog de extinta revista Trisense en 2012.