El estadio de Zlin, situado en la zona industrial y feísimo, se halla enfrente de la central eléctrica: el viento barre el humo de las chimeneas, el hollín y el polvo, que caen en los ojos de los deportistas. Pese a tales inconvenientes, a Emil comienza a gustarle ese estadio, el aire pesado que se respira en él es bastante más puro que el del taller.
Correr, Jean Echenoz
En las
últimas décadas, el héroe de las pruebas de fondo suele ser algún africano acostumbrado a correr descalzo desde niños decenas de kilómetros para
ir a la escuela, conseguir agua para su familia, pastorear las cabras
del vecino, etc. En general, es un atleta que ha aprendido a correr más por necesidad que por vocación y que llega al atletismo casi
de casualidad. El gran Abebe Bikila, con su victoria en el maratón
de los Juegos de Roma (1960), representa mejor que nadie esa épica
africana que, si bien de manera algo más matizada, sigue vigente.
Sin
embargo, esa clase de heroísmo no es solo africano; Europa también ha
colaborado lo suyo a forjar la leyenda de las pruebas de fondo. Una
de sus grandes aportaciones fue Emil Zátopek (1922-2000), un devorakilómetros
surgido del ambiente fabril checo de principios del siglo XX y
protagonista de la novela Correr, de Jean Echenoz. A falta de sabanas
con antílopes, leones o güepardos con que generar metáforas deportivas, el
Viejo Continente debió buscarlas en su pujanza industrial. Y donde unos hayaron gacelas negras, otros encontramos, por ejemplo, a la Locomotora Humana.
Zátopek
nació en una cuenca minera y trabajó en una fábrica de zapatillas
de tenis, como gran parte de los vecinos de la zona. Probablemente
allí, en un ambiente insalubre debido al caucho o a la pulverización
de silicatos, y bajo el ritmo alienante de una producción de 2000
pares de zapatillas por día, nació su mítica capacidad de
resistencia.
Leer
sobre Zátopek es hacerlo sobre un atleta construido a sí mismo en
pistas de ceniza y de polvo de ladrillo. También es hacerlo sobre las medias suelas en las zapatillas, el chándal descolorido como uniforme para desfilar o los largos viajes ferroviarios en ayunas para competir sin apenas
haber dormido. Es leer sobre intuiciones respecto de métodos de
entrenamiento y estrategias de carrera, cuando el atletismo comenzaba
a modernizarse. Y, de algún modo, es leer sobre cómo evitar a los
prejuiciosos puristas del estilo: el de Zátopek era tan impuro que
parecía un boxeador peleando contra su propia sombra.
Pero,
por encima de todo, acercarse a Zátopek es encontrarse con la motivación
en estado puro. He aquí un hombre que entrenaba duro por el placer
de ir más deprisa que los demás, que corría como una locomotora
para alejarse del dolor de vivir en un país ocupado —por el ejército
nazi primero y por el soviético después— o que batía récords del
mundo para ver sonreír al amor de su vida, Dana. Ella, una lanzadora de jabalina que acertó a nacer el mismo día que su amado, era su gran inspiración. Sin la complicidad que los unía, Zátopek probablemente no hubiera ganado el oro olímpico en 5000 m,
10 000 m y el maratón en los Juegos de Helsinki (1952). Además de
humilde, veloz y resistente, acaso la otra gran virtud de Zátopek fue saber ser
feliz con Dana a pesar de las circunstancias históricas.
Correr (Anagrama, 2010) más que una novela corta —140 páginas— es un
libro intenso y condensado. Con gran economía de medios narrativos y
una prosa limpia de todo adorno, Echenoz narra unos 40 años en la
vida de Zátopek: desde que empezó a correr obligado por los nazis
hasta que terminó de minero del uranio y de basurero por apoyar
la Primavera de Praga (1956). Sin tratarse de una típica biografía
—cronológica y con datos a mansalva—, el libro cumple con su
objetivo: acercar al lector de manera emocional a la figura de la
Locomotora Humana. Es imposible cerrar esta novela y no querer saber
más sobre Emil Zátopek. (Bueno, quizá sea posible...; pero no recomendable).
*
PD 01.
Entrevista con Jean Echenoz sobre este libro en el programa Página
2.
PD 02. Entrevista con Emil Zátopek (subtítulos en español).
PD 03. Una reseña parecida a esta, salvo por algunos cambios, la publiqué en el blog de extinta revista Trisense en 2012.
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