El 17 de noviembre Teína estará en la Casa de América. Será con motivo de la presentación de los libros de Mario Levrero que Mondadori está publicando en España, en especial La novela luminosa y la Trilogía involuntaria. En la mesa participarán Alicia Hoppe —viuda de don Mario, y sospecho que la Alicia de El discurso vacío—, Juan Ignacio —uno de sus hijos—, el crítico Ignacio Echevarría, María Casas —directora de Debolsillo— y, si nadie se arrepiente a última hora de la elección, quien esto escribe, Rubén, en calidad de lector entusiasta del escritor uruguayo y en representación del mundo bloguero y de las revistas electrónicas.
Que sí, que es en serio. Según Constantino Bértolo, tanto Ignacio Echevarría como él están bastante de acuerdo con los disparates que he escrito en Aviones desplumados sobre Levrero, y me ven capaz incluso de decir algo sensato en un acto público así... María Casas, según me explica ella, también sostiene algo similar. En fin, que desde ya muchas gracias a los tres por la confianza, por la oportunidad y por tomarse tan en serio la difusión de la obra de Levrero. Yo, de verdad, encantado y feliz.
Eso sí, asumo que la responsabilidad es grande. Por un lado, porque en el primer intento por introducir a Levrero en España, allá por los 90, lo prologaron Antonio Muñoz Molina y Julio Llamazares, dos autores consagrados; por otro, porque internet alberga a fieles y agudos lectores de este escritor uruguayo, y no será fácil que estos se sientan representados por lo que yo diga. En cualquier caso, de aquí al 17 prepararé mis notas y trataré de estar a la altura de las circunstancias (a la altura de Echevarría es imposible, a la de las circunstancias puede ser).
Por tanto, prepárense los lectores de Aviones desplumados: vienen días de más y más notas levrerianas. Para empezar, hoy, sin ir más lejos, quiero pasar a limpio algunos detalles sobre La ciudad, el primer libro que publicó este autor uruguayo, allá por 1970, cuando tenía 30 años. O mejor dicho: quiero pasar a limpio algunos detalles sobre los prólogos que anteceden a la Trilogía involuntaria, de la cual La ciudad es el primer volumen.
En esta nueva edición, los prologuistas son Ignacio Echevarría, Constantino Bértolo y Julio Llamazares. (Aclaración: la vez anterior, en los 90, sólo se publicaron dos de los tres libros de la trilogía; ahora se publican los tres y ya no está el prólogo de Muñoz Molina, cuyo texto Levrero tanto criticó en La novela luminosa. Eso sí, se mantiene el de Llamazares). A lo que venía: del prólogo de Echevarría a La ciudad, me parecen fundamentales estas palabras que el ex critico de Babelia extracta de Levrero:
Lo genial del subrayado de Echevarría es que él... ¡es crítico!, y uno de los mejores (además de uno de los personajes de Los detectives salvajes). Quiero decir: la advertencia parece hacerla suya y suena a mayúscula, casi a Wittgenstein poniendo en entredicho las estructuras de la Filosofía. Casi nada, vamos.
Por su parte, Constantino Bértolo describe a Levrero en su prólogo a París de manera parecida a como me lo imagino yo:
Además, rescata dos citas del narrador uruguayo que me parecen cruciales para entenderlo. Una es esta:
O este otro:
Esto es todo por hoy. El resto de las notas que tengo en el libro quizá más adelante.
Nos vemos en la Casa de América el día 17, a las 19.30 h.
Que sí, que es en serio. Según Constantino Bértolo, tanto Ignacio Echevarría como él están bastante de acuerdo con los disparates que he escrito en Aviones desplumados sobre Levrero, y me ven capaz incluso de decir algo sensato en un acto público así... María Casas, según me explica ella, también sostiene algo similar. En fin, que desde ya muchas gracias a los tres por la confianza, por la oportunidad y por tomarse tan en serio la difusión de la obra de Levrero. Yo, de verdad, encantado y feliz.
Eso sí, asumo que la responsabilidad es grande. Por un lado, porque en el primer intento por introducir a Levrero en España, allá por los 90, lo prologaron Antonio Muñoz Molina y Julio Llamazares, dos autores consagrados; por otro, porque internet alberga a fieles y agudos lectores de este escritor uruguayo, y no será fácil que estos se sientan representados por lo que yo diga. En cualquier caso, de aquí al 17 prepararé mis notas y trataré de estar a la altura de las circunstancias (a la altura de Echevarría es imposible, a la de las circunstancias puede ser).
Por tanto, prepárense los lectores de Aviones desplumados: vienen días de más y más notas levrerianas. Para empezar, hoy, sin ir más lejos, quiero pasar a limpio algunos detalles sobre La ciudad, el primer libro que publicó este autor uruguayo, allá por 1970, cuando tenía 30 años. O mejor dicho: quiero pasar a limpio algunos detalles sobre los prólogos que anteceden a la Trilogía involuntaria, de la cual La ciudad es el primer volumen.
En esta nueva edición, los prologuistas son Ignacio Echevarría, Constantino Bértolo y Julio Llamazares. (Aclaración: la vez anterior, en los 90, sólo se publicaron dos de los tres libros de la trilogía; ahora se publican los tres y ya no está el prólogo de Muñoz Molina, cuyo texto Levrero tanto criticó en La novela luminosa. Eso sí, se mantiene el de Llamazares). A lo que venía: del prólogo de Echevarría a La ciudad, me parecen fundamentales estas palabras que el ex critico de Babelia extracta de Levrero:
La crítica literaria parece dar por sentadas muchas cosas, entre ellas la existencia de un mundo exterior objetivo, y a partir de allí señala límites precisos a la realidad y al realismo, da por sentado que el mundo interior es irreal o fantástico, y trata de rotularlo todo de acuerdo con esos puntos de partida arbitrarios y pretenciosos.
Lo genial del subrayado de Echevarría es que él... ¡es crítico!, y uno de los mejores (además de uno de los personajes de Los detectives salvajes). Quiero decir: la advertencia parece hacerla suya y suena a mayúscula, casi a Wittgenstein poniendo en entredicho las estructuras de la Filosofía. Casi nada, vamos.
Por su parte, Constantino Bértolo describe a Levrero en su prólogo a París de manera parecida a como me lo imagino yo:
Con aire de escritor maldito, pero sin ningún aire de tragedia, levantó un universo literario caótico, distorsionado, cruel, obsesivo, asfixiante. Ironía a raudales y humor de toda clase: negro, gris, blanco, verde. Poco o nada amigo de la vida literaria, moviéndose en los márgenes de la literatura, asomado al folletín, a lo gótico, a lo absurdo, a la ciencia ficción o a lo fantástico. Autor inclasificable, francotirador, reciclador de literaturas de nula o escasa consideración y al tiempo certero analista de la obra de Kafka, Chandler, Onetti o Cortázar. Adicto a la escritura:
Digo a menudo que escribir es fácil; lo difícil es ser escritor, aguantar las penurias de semejante vida. Yo me resistí todo lo que pude y recién me reconocí plenamente como escritor cuando ya no lo era. Sólo una vocación muy fuerte puede conseguir que uno siga y siga y renuncie a tantas cosas. Pero no veo que pueda ser de otra manera.
Además, rescata dos citas del narrador uruguayo que me parecen cruciales para entenderlo. Una es esta:
La ciudad es una figura arquetípica, relacionada con el instinto territorial. Uno busca una ciudad o un espacio vital cuando quiere construirse a sí mismo.Y la otra, esta:
No trabajo con invenciones intelectuales, sino que escribo, como creo haber dicho, mirando hacia dentro y observando lo que allí veo.Por mi parte, añado: hay que ver cómo cambió Levrero estilística y temáticamente entre La ciudad y La novela luminosa, es decir, entre 1970 y 2000-2004. Después de todo lo que reseñé sobre su obra póstuma, me ha llamado la atención que La ciudad desprenda un aroma tan intenso a Kafka, Beckett y hasta una pizca del Boris Vian de La hierba roja. De todos modos, entre esas páginas primerizas, hay algunos guiños al núcleo del pensamiento levreriano; por ejemplo, este fragmento:
Miré a Giménez, desorientado. Él tenía una franca sonrisa, que sin duda iba dirigida a mi sufrimiento.
—¿Y qué ha sacado en limpio?
—Casi nada —respondí—. Sólo que, evidentemente, en el mundo hay muchas cosas que no comprendo.
Rió en su estilo femenino, de manera afectuosa.
—Y —añadí— que cada día que pasa voy comprendiendo menos.
O este otro:
Era un figura que me recordaba a alguna persona que yo conocía en la realidad, pero que no pude ubicar. No se trata de nadie que aparezca, creo, en estas líneas; más bien es una imagen enterrada en la memoria, quizá desde la infancia.
Esto es todo por hoy. El resto de las notas que tengo en el libro quizá más adelante.
Nos vemos en la Casa de América el día 17, a las 19.30 h.