6 de octubre de 2008

Tortugas acuáticas, Roxana Popelka

Llevaba unos días para escribir sobre Tortugas acuáticas, el libro de cuentos de Roxana Popelka. De ella sólo sabía que integraba Hank over, la antología en homenaje a Charles Bukowski que ha publicado Caballo de Troya. Y, bueno, desde hace dos o tres domingos sospecho que somos vecinos o algo así: vi a alguien igual de pelirroja que ella en la plaza de Lavapiés caminando con un par de chicos y sus muñecos. ¿Era, no era? En fin, las cosas que tiene poner la foto en la solapa de los libros. Estuve tentado de acercarme y preguntar, pero entonces sólo había leído la mitad de libro.

Ahora ya lo he terminado y quiero pasar a limpio algunas notas que me sugirió la lectura. Borges decía que había que juzgar a los poetas por sus mejores poemas; y diría que con los cuentistas y los novelistas el consejo también vale. Y ante un libro heterogéneo y desigual como este (o así lo siento yo, vamos), el prisma Jorge Luis me ayuda a establecer que,
en términos globales, me gustó descubrir Tortugas acuáticas. Digo: estéticamente, me siento cercano a tres o cuatro cuentos del inicio del libro, y con los hallazgos de ahí me alcanza para compensar lo que no me gusta en los demás.

Temáticamente, gran parte de los relatos se ambientan de un modo u otro en las maldades y servidumbres del mercado libre (ese que anda en quiebra en estos días). Son sobre todo los cuentos de mitad para delante, y esos precisamente son los que me dejan frío por momentos. Como contaba con Una puta recorre Europa, de Alberto Lema, me cuesta horrores la «literatura comprometida» o «social». Y, en el caso de Popelka, no es una cuestión relacionada con el paisaje de extrarradio y las estaciones de cercanías, o con las chimeneas de las siderúrgicas, o con esa pareja de amigos que se niegan a celebrar la Navidad con sus familias y que encuentran patético que los demás lo hagan. No. Para nada. Lo que me pasa es que en ocasiones el mensaje político no está sugerido, sino que está obscenamente explícito; y a mí eso me deja frío (en términos de literatura).

Y no porque discrepe de que este mundo, como dice Cambalache, «fue y será una porquería»; sino porque considero que la denuncia calza mejor en el periodismo o en el ensayo que en la novela. (O en los tangos, claro: ¡vamos Julito Sosa!). Digo: yo leo desde ahí, aclaro mis prejuicios.

Entonces.

Me siento cercano a los cuentos del principio porque la autora que deja en paz al Sistema, obvia la política explícita y se centra en una narración más sensorial. Para entendernos, disfruto cuando convierte en eje de su narración a una adolescente que se comporta como un hombre para conseguir la bendición paterna y que, de repente, sufre porque le viene por primera vez la regla. También con dos narraciones, 15 grados, el agua está fría y Una foto en la nieve, que se retrotraen a la infancia (con abuela uruguaya incluida en el segundo caso, para hablar de las migraciones). En esos textos, el narrador muestra personas y no necesita insistir en que si la «etapa desarrollista», los «restos del trabajo en cadena del siglo XX» o en si «P está harto de la sociedad de consumo», frases que aparecen en la segunda parte del libro.

Un par de botones para ilustrar esto que digo. Este es sobre la chica que quiere validarse frente a su padre:

Con los años también he aprendido a mear de pie. Al principio con bastante torpeza. Lo salpicaba todo, aunque después de mucha práctica soy capaz de abrir las piernas y meterme por entre la taza y controlar el chorro de pis desde que sale del conducto urinario hasta que cae justo en la taza del water. Distingo a la perfección si el que está meando es un hombre o una mujer, por el sonido del pis, claro. Nadie sabe que meo de pie. Ni en el colegio, ni mi hermano. Ni siquiera mi padre. Cierro la puerta con pestillo y jamás permito que entren conmigo al aseo. Es un secreto.

(La zanja, página 26.)

Para mí, esto es literatura. Y buena. Prosa concisa, nitidez en las imágenes, ritmo en las oraciones, un personaje al que lo sigues y que se presenta a sí mismo a través de las acciones, el tono de la voz o cómo elige los detalles. Quiero decir: es el lector quien le pone rostro, quien saca conclusiones sobre si le parece ordinario o no o sobre qué fibra íntima le llevará a mear de pie hasta muchacha... ¿Es un edipo? ¿Una mujer que quiere ser hombre? Quién sabe; cada cual hará su lectura.

Y este otro botón va sobre la intimidad:

Acabo con las piernas y palpo su finura, da gusto —pienso—. Ahora las ingles y el pubis, con mucho cuidado. Extiendo la espuma de afeitar por toda la zona, es muy sensible y estoy nerviosa, sigo nerviosa. Primero la ingle izquierda, luego la derecha. Ahora el pubis, primero, hacia abajo, en el mismo sentido de crecimiento de los pelos, doy un repaso, no ha quedado bien. Esta vez en sentido contrario, me gustaría rasurármelo entero, sí, es una barbaridad, sólo la mitad, ya lo sé, aunque queda como un pequeño bigotito ridículo, da igual, ya está ¡me he cortado, mierda!, me sale sangre. Busco el botiquín en el armario del baño y saco el bote de agua oxigenada, echo un poco en la herida con un trozo de algodón, es por la cuchilla que es nueva. Vale, ya está. Recorto los pelos sobrantes con las tijeras pequeñas, me los corto al ras. Bien, sólo faltan las axilas, es rápido, primero la izquierda, ya está, ahora la derecha. Acabo con la depilación, menos mal, tenía unos pelos muy duros, es lo malo de usar cuchilla, que los pelos crecen más duros, pero no voy a cambiar a la cera, es una tortura, a lo mejor para el verano, ya lo pensaré. Me quedan 8 minutos. Me desvisto y me meto en la ducha, me enjabono todo el cuerpo con jabón de glicerina, estaba de oferta en Eroski. (...)
(En 15 minutos, páginas 30.)

¿No resulta tentadora para el lector la intimidad de este personaje? Lo reconozco: sobre todo para un varón. Pero, en términos de literatura, esto es Carver —minimalismo— y es Chéjov —gente común como personaje—. Y lo que encuentro atractivo es que para generar tensión literaria alcanza con un pubis, una cuchilla de afeitar —nueva—, espuma de baño, tijeras para los pelos sobrantes y una mujer que tiene prisa por rasurarse porque su cita está a punto de tocarle el timbre. Es decir: sustantivos bien elegidos, acciones precisas y un punto de vista particular. Eso es lo que provoca ganas de seguir leyendo.

Es más: ni siquiera, como lector, necesito que me aclaren la clase social de la narradora... Además de por cómo describe la depilación, hay un detalle que singulariza a esta chica: usa jabón de glicerina de oferta del Eroski. Perfecto.

Ahora comparemos esto con esto otro:

La cajera no es amable, no tiene por qué serlo, en su situación yo tampoco lo sería. No le queda cambio, así que toca un timbre instalado debajo de la caja y llama a su compañera que se acerca por el pasillo de los congelados. Viste una bata azul casi descolorida, y lleva unos zuecos ortopédicos que soportan el peso de su cuerpo: un trasiego constante durante toda la jornada laboral. Tiene una placa en el delantal que dice: Ángeles G, Ángeles G aparece con una bolsa transparente llena de monedas y se la da a la cajera: Isabel R. Ángeles G vuelve a su trabajo, esta vez por un largo pasillo con poca luminosidad; el de las legumbres. Observo por un instante cómo descarga el resto de la mercancía. Mientras, en la cola, la gente comienza a impacientarse. Un tipo de unos cincuenta años vocea pidiendo que abran otra caja: tengo prisa —grita— pero no le hacen caso. Seguro que Isabel R lleva cinco horas seguidas de pie sin moverse del sitio pasando productos por la pequeña cinta transportadora: uvas, una bolsa de arroz, café, leche, chocolate, aceite. Restos del trabajo en cadena de principios del siglo XX, una trabajo mecánico y embrutecedor donde los seres humanos son tratados como objetos porque es más fácil organizar a los objetos que a los seres humanos.

(Estación de cercanías, páginas 66 y 67.)
Todo venía bien hasta aquí. Me encanta que la protagonista sea una cajera de supermercado, me encantan el detalle de la chapa, la cinta transportadora, las uvas... Pero ¿era necesaria la última oración? ¿Era necesario aclarar también que los zuecos «soportan el peso de su cuerpo: un trasiego constante durante toda la jornada laboral»? Dada la adscripción de la escritura al minimalismo carveriano, me resulta sorprendente esta concesión y que el narrador, de repente, se vuelva explicativo. Y, claro, esto es algo que sucede aquí y allá, y que a mí me dispara fuera del libro.

A ver, es como si en Los lunes al sol, cuando la chica empaqueta pescado en la cadena de montaje y el jefe le prohíbe ir al baño
por cuestiones de productividad —o algo así—, saliera una voz en off que nos recordase qué malo es el capitalismo y que ese señor es un hijo de puta.... ¡Pero si no hace falta, si ya lo estoy viendo! Digo: yo también estoy en contra de la explotación laboral, pero los textos con narradores opinólogos me enojan. Y esa clase de decisiones narrativas me parecen una lástima, porque el mensaje que quería sugerir la escena pierde toda su potencia.

En cualquier caso, si la solapa no miente, este es el primer libro de cuentos de Roxana Popelka. Por tanto, me quedo con lo bueno que encontré. Con ese hiperrealismo que tiene fogonazos contundentes, atrapantes. También con ciertos juegos de estructuras bastante cinematográficos para cortar la linealidad del relato y cerrarlo, como en Una foto en la nieve, de una manera muy sugerente, sin apenas conexión aparente con el relato principal:

Ayer, mientras recogía los papeles amontonados de la mesa, encontré unas fotos donde aparecía mi abuela. Estaba con mi madre, en la nieve, sonreían.

En la República Orienta del Uruguay no ha nevado nunca. No hay altas montañas. No existen los terremotos. El punto más elevado se llama Cerro Catedral y tiene 513 metros de altura.

Con encontrar esta clase de detalles (junto con los otros, claro), me alcanza; hay una autora que me interesa. Si los siguientes libros viran de este lado más poético, sensorial o hiperrealista, es probable que yo esté entre sus lectores.

*

Tortugas acuáticas, Roxana Popelka.
Editorial Baile del Sol, Tenerife 2006.

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