27 de octubre de 2008

Levrero y Teína en la Casa de América

El 17 de noviembre Teína estará en la Casa de América. Será con motivo de la presentación de los libros de Mario Levrero que Mondadori está publicando en España, en especial La novela luminosa y la Trilogía involuntaria. En la mesa participarán Alicia Hoppe —viuda de don Mario, y sospecho que la Alicia de El discurso vacío—, Juan Ignacio —uno de sus hijos—, el crítico Ignacio Echevarría, María Casas —directora de Debolsillo— y, si nadie se arrepiente a última hora de la elección, quien esto escribe, Rubén, en calidad de lector entusiasta del escritor uruguayo y en representación del mundo bloguero y de las revistas electrónicas.

Que sí, que es en serio. Según Constantino Bértolo, tanto Ignacio Echevarría como él están bastante de acuerdo con los disparates que he escrito en Aviones desplumados sobre Levrero, y me ven capaz incluso de decir algo sensato en un acto público así... María Casas, según me explica ella, también sostiene algo similar. En fin, que desde ya muchas gracias a los tres por la confianza, por la oportunidad y por tomarse tan en serio la difusión de la obra de Levrero. Yo, de verdad, encantado y feliz.

Eso sí, asumo que la responsabilidad es grande. Por un lado, porque en el primer intento por introducir a Levrero en España, allá por los 90, lo prologaron Antonio Muñoz Molina y Julio Llamazares, dos autores consagrados; por otro, porque internet alberga a fieles y agudos lectores de este escritor uruguayo, y no será fácil que estos se sientan representados por lo que yo diga. En cualquier caso, de aquí al 17 prepararé mis notas y trataré de estar a la altura de las circunstancias (a la altura de Echevarría es imposible, a la de las circunstancias puede ser).

Por tanto, prepárense los lectores de Aviones desplumados: vienen días de más y más notas levrerianas. Para empezar, hoy, sin ir más lejos, quiero pasar a limpio algunos detalles sobre La ciudad, el primer libro que publicó este autor uruguayo, allá por 1970, cuando tenía 30 años. O mejor dicho: quiero pasar a limpio algunos detalles sobre los prólogos que anteceden a la Trilogía involuntaria, de la cual La ciudad es el primer volumen.

En esta nueva edición, los prologuistas son Ignacio Echevarría, Constantino Bértolo y Julio Llamazares. (Aclaración: la vez anterior, en los 90, sólo se publicaron dos de los tres libros de la trilogía; ahora se publican los tres y ya no está el prólogo de Muñoz Molina, cuyo texto Levrero tanto criticó en La novela luminosa. Eso sí, se mantiene el de Llamazares). A lo que venía: del prólogo de Echevarría a La ciudad, me parecen fundamentales estas palabras que el ex critico de Babelia extracta de Levrero:

La crítica literaria parece dar por sentadas muchas cosas, entre ellas la existencia de un mundo exterior objetivo, y a partir de allí señala límites precisos a la realidad y al realismo, da por sentado que el mundo interior es irreal o fantástico, y trata de rotularlo todo de acuerdo con esos puntos de partida arbitrarios y pretenciosos.

Lo genial del subrayado de Echevarría es que él... ¡es crítico!, y uno de los mejores (además de uno de los personajes de Los detectives salvajes). Quiero decir: la advertencia parece hacerla suya y suena a mayúscula, casi a Wittgenstein poniendo en entredicho las estructuras de la Filosofía. Casi nada, vamos.

Por su parte, Constantino Bértolo describe a Levrero
en su prólogo a París de manera parecida a como me lo imagino yo:

Con aire de escritor maldito, pero sin ningún aire de tragedia, levantó un universo literario caótico, distorsionado, cruel, obsesivo, asfixiante. Ironía a raudales y humor de toda clase: negro, gris, blanco, verde. Poco o nada amigo de la vida literaria, moviéndose en los márgenes de la literatura, asomado al folletín, a lo gótico, a lo absurdo, a la ciencia ficción o a lo fantástico. Autor inclasificable, francotirador, reciclador de literaturas de nula o escasa consideración y al tiempo certero analista de la obra de Kafka, Chandler, Onetti o Cortázar. Adicto a la escritura:

Digo a menudo que escribir es fácil; lo difícil es ser escritor, aguantar las penurias de semejante vida. Yo me resistí todo lo que pude y recién me reconocí plenamente como escritor cuando ya no lo era. Sólo una vocación muy fuerte puede conseguir que uno siga y siga y renuncie a tantas cosas. Pero no veo que pueda ser de otra manera.

Además, rescata dos citas del narrador uruguayo que me parecen cruciales para entenderlo. Una es esta:

La ciudad es una figura arquetípica, relacionada con el instinto territorial. Uno busca una ciudad o un espacio vital cuando quiere construirse a sí mismo.
Y la otra, esta:
No trabajo con invenciones intelectuales, sino que escribo, como creo haber dicho, mirando hacia dentro y observando lo que allí veo.
Por mi parte, añado: hay que ver cómo cambió Levrero
estilística y temáticamente entre La ciudad y La novela luminosa, es decir, entre 1970 y 2000-2004. Después de todo lo que reseñé sobre su obra póstuma, me ha llamado la atención que La ciudad desprenda un aroma tan intenso a Kafka, Beckett y hasta una pizca del Boris Vian de La hierba roja. De todos modos, entre esas páginas primerizas, hay algunos guiños al núcleo del pensamiento levreriano; por ejemplo, este fragmento:

Miré a Giménez, desorientado. Él tenía una franca sonrisa, que sin duda iba dirigida a mi sufrimiento.
—¿Y qué ha sacado en limpio?
—Casi nada —respondí—. Sólo que, evidentemente, en el mundo hay muchas cosas que no comprendo.
Rió en su estilo femenino, de manera afectuosa.
—Y —añadí— que cada día que pasa voy comprendiendo menos.

O este otro:

Era un figura que me recordaba a alguna persona que yo conocía en la realidad, pero que no pude ubicar. No se trata de nadie que aparezca, creo, en estas líneas; más bien es una imagen enterrada en la memoria, quizá desde la infancia.

Esto es todo por hoy. El resto de las notas que tengo en el libro quizá más adelante.

Nos vemos en la Casa de América el día 17, a las 19.30 h.


2 comentarios:

  1. Como dice el hombre sentado en una silla de uno de nuestros blogs de cabecera, no entiendo casi nada pero qué placer leerte siempre. ¿Por qué libro de Levrero me recomendarías que empezase? Por el título, supongo, me quedo con 'París'.

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  2. Qué no va a entender usted, vecino. ¿Acaso le pareció inentendible lo que le conté en su salón-cocina de su casa hace unas semanas? ¡Si esto es lo mismo, nada más que cambiando unas palabras por otras!

    A ver, Levrero, por dónde empezar... Qué dilema. Más que nada porque la obra de este autor es más bien heterogénea, y poco se parecen sus primeras obras a las últimas, por ejemplo. Eso sí, lo primero una advertencia: "La ciudad", "París" y "El lugar" conforman la llamada "Trilogía involuntaria". Salvo que consigas alguna edición anterior en la Cuesta de Moyano o en alguna librería de viejo, la nueva edición es una cajita que incluye los tres tomos de manera indisoluble. Si te la compras o la sacas de la biblioteca, comienza a leer por donde más te guste.

    Esta trilogía es de lo primero que escribió Levrero, entre 1970 y principios o mediados de los 80; así que su escritura resulta bastante diferente a obras más recientes como "El discurso vacío" o la póstuma "La novela luminosa". Si te gustan las ambientaciones asfixiantes que plantea Kafka, los diálogos absurdos de los personajes miserables de Beckett, los coqueteos con el mundo onírico —¿qué es vigilia, qué es sueño?—, ciertos guiños a Lewis Carroll, y todo ello pasado por una Turmix montevideana con cierta ironía a lo Boris Vian, la trilogía es una buena puerta de entrada.

    También "Dejen todo en mis manos", publicada por Caballo de Troya, es una obra más accesible que las experimentales "La máquina de pensar en Gladys" o "El portero y el otro", y puede ser una buena puerta de acceso para el mundo levreriano. De hecho, juraría que es de las pocas obras de Levrero donde este deja traslucir en su manera de escribir su pasión por la novela policial y hasta se permite, aquí y allá, algunos toques de realismo sucio. Cosa rara, digo, porque Levrero suele practicar algo así como un «realismo interior», y del mundo exterior sólo suele preocuparle que no lo interrumpa demasiado en sus divagaciones.

    Advertencia: yo sé que usted es un afrancesado... En "París" apenas encontrarás referencias a la ciudad; salvo quizá a esa París que todos llevamos dentro... Digo: Levrero y esta obra no son Cortázar y "La rayuela".

    En cuanto a "El discurso vacío" y "La novela luminosa", por ahora, no se me ocurre a qué otro autor equipararlos o referenciarlos... Quizá a Hebe Uhart y a Federico Jeanmaire, autores desconocidos por ahora en España. Así que, si te gusta descubrir autores que tienen una estética literaria propia, incluso desde el aspecto visual —aquello que señalaba Juan José Saer de Antonio Di Benedetto, por ejemplo—, y que te cuentan en primera persona su mundo, esto es —y cito a Levrero en plan apócrifo—, su sistema de pensamiento, su visión de las cosas, su mística, su manera de jugar o cómo funcionan su sistema de relaciones interpersonales, estos son tus libros.

    Y, bueno, paro aquí, que me embalo.

    Otra cosa: tenemos pendiente nuestra cerveza en el barrio... Yo ahora estoy jarabizado —toso que no veas—, pero a ver si nos la tomamos antes del 17. Y si no, pásate por la Casa de América, que no todas las ‘chapas’ te las voy a dar en tu salón-cocina, ¿no? De paso me hago la ilusión de que algún amigo vendrá a escuchar mis disparates. (O al menos, como cantaba Diego Vasallo, "miénteme hasta hacerme feliz").

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