16 de julio de 2008

El portero y el otro, Mario Levrero (fragmentos)

Ya avisé de que este blog era una especie de cuaderno de apuntes público, así que como en estos días ando enganchado con Mario Levrero me voy a permitir una segunda entrada sobre este narrador uruguayo. (Aviso: no será la última). Es que estoy preparando una reseña sobre El discurso vacío, pero como suele sucederme cuando me entusiasmo con un libro son muchos los apuntes que tomo, demasiadas las cosas que quiero contar; y al final se vuelve una carga onerosa ordenarlos y ponerlos bajo control, sobre todo porque uno, claro está, también anda con otros asuntos. Además, escribir sobre Levrero es complicado: es de esos autores que parecen superficiales, y sin embargo tienen calado.

Parte de que ande atascado con esas notas es que estoy abriendo otros libros de Levrero que me traje de Montevideo (originales, de Editorial Arca, casi una reliquia). En concreto, como en el mensaje anterior, sigo releyendo la autoentrevista que epiloga El portero y el otro. Tiene razón Levrero cuando asegura que él está ahí de cuerpo entero; el texto resulta esclarecedor respecto de casi cualquier duda estética que pueda derivar de leerlo. El problema es que cada vez que engullo un fragmento entiendo mejor algún concepto y aumenta el volumen de mis notas. En fin, un desastre. Ya se irá calmando esta furia escolar que me ha dado.

A lo que venía: los subrayados de marras.

I

Otro error es buscar fuentes exclusivamente literarias para la literatura, como si un fabricante de quesos tuviera que alimentarse exclusivamente de quesos.

II

No conozco ideas fijas. Uno de mis grandes placeres es reconocer mis errores. No confío en las ideas; son como una jaula.

III

Sé que mi literatura es un arte menor. Pero también sé que es un arte. La valoro como algo auténtico.

IV

Yo creo que la experiencia erótica es esencialmente espiritual, y que por ese mismo motivo es algo prohibido. Es más: la actual «liberación sexual» no hace más que acentuar la contradicción del dogma y acentuar la prohibición de lo espiritual. Estamos en un momento de extremo imperio del materialismo. Se permite el sexo en tanto se mantenga estrictamente en los límites del materialismo. El erotismo, o sea, la comunicación sigue prohibido. Por eso florece la pornografía, y el arte erótico sigue marginado. También el ocio se hace cada día menos posible y más sospechoso. Todo esto augura un próximo florecimiento espiritual; no hay, como decía Lao-Tse, más que llegar a lo más alto para empezar a caer. Y ya que citamos, dejame recordar aquellos versos de Ezra Pound que fueron el lema de la efímera revista Opium: «Cantemos al amor y al ocio / que nada más merece ser habido».

V

¿Podríamos decir que «lo que no escribís, no lo vivís?
Algo así; tal vez no tan extremo, pero algo así. Por lo menos, «lo que no pienso, no lo vivo». Pero me consuelo pensando que podré pensarlo después, rescatarlo.


El portero y el otro, Mario Levrero.
Arca Editorial, Montevideo 1992.


Foto de El diario de la República.

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