21 de julio de 2008

Mario Delgado Aparaín

Un lírico canto contra el «despilfarro de autoridad» que supuso la llegada de la dictadura al Uruguay en la década del 70. Ese mensaje suena, desde un segundo plano pero de manera constante, en las 126 páginas que componen La balada de Johnny Sosa, de Mario Aparaín Delgado. Y se escucha, sobre todo, porque en esta novela hay música, una continua melodía que une las palabras más entre sí que cualquier idea. Eso sí, siempre con una cadencia y un tono muy contenidos.

Y es que el protagonista, Johnny Sosa, es un desdentado cantor negro que entona éxitos del blues acompañado de una Black Diamond, la guitarra con que acude a sus recitales en el burdel del pueblo. Por cierto, un pueblo tan mínimo en el mapa como el topónimo que lo nombra, esto es, acorde al tamaño o importancia de gente como Sosa frente a la dictadura que se avecina: Mosquitos. Dicho de otro modo: Johnny representa lo más humilde de lo más humildes.

De ahí que cuando sube al escenario, coloque «la brillante lata de dulce de membrillo
» de modo que el público lea en la etiqueta: «El caché a voluntad». Con todo, Johnny Sosa es feliz con esas pocas monedas que recauda entre los viciosos de la noche, con el «culo abundante» de su «rubia Dina» y escuchando en su roja radio Spika el programa musical de las siete de la mañana. A esa temprana hora, pertrechado de mate y caldera, Sosa escucha cómo Melías Churi pasa las canciones y cuenta la historia de Lou Brakley, un blanco de EEUU que cantaba como los negros y en cuya azarosa biografía Johnny se ve, en parte, reflejado.

La irrupción de los militares en el pueblo altera la rutina local y colisiona con todos y cada uno de los sueños de los habitantes de Mosquitos. Por chocar, choca incluso con los anhelos más simples y más ingenuos: Johnny canta en un inglés inventado clásicos del blues, pero los militares y el cura se empeñan en convertirlo en un cantante de boleros o de folclore. Es decir: quieren que cambie el That’s all right, mama o el Tutti-Frutti por el Bésame mucho, que deje el burdel para concursar en los amañados festivales de la costa. Y, como suele pasar con quienes detentan la autoridad, hacen de la cuestión algo excesivo y sospechosamente personal.

Técnicamente, lo mejor de esta balada hay que buscarlo en los elementos mínimos y bien elegidos que selecciona el autor para construir una «parábola de la opresión y la libertad» —así la califica Luis Sepúlveda en el prólogo—. No hay discursos o diálogos grandilocuentes, tampoco arengas políticas; sólo personajes que ven desmoronarse de un día para otro una felicidad hecha de caprichos insignificantes como oír la radio, ir al cine a ver El puente sobre el río Kwai o presumir que se tiene gramófono para organizar bailes. El mensaje que, en ese aspecto deja la novela, resulta claro: incluso en esas teóricas nimiedades cotidianas injieren quienes usurpan el poder. La voluntad de controlar carece casi de límites.

Asimismo, como señala Sepúlveda en el prólogo, este libro es un brindis por la oralidad. Se nota que está escrito para leerlo en voz alta. Contiene ese lirismo bien medido que le da tono de balada, y que puede imaginarse, por ejemplo, recitado por alguien como Zitarrosa. Las oraciones no llevan sobrecarga de adjetivos ni alardean de forzados tirabuzones; con todo, siempre contienen un epíteto aquí, una elipsis allá, una prosopopeya acullá. En fin, un fraseo de elocuencia entre el tango y el folclore.

La sensación global es que Delgado Aparaín equilibra con pericia el lirismo de su prosa y que busca, más que dejar sentencias para la posteridad, impregnar al lector de un sentimiento de melancolía que crece con cada página. De hecho, el libro más que a balada suena a blues, un blues rioplatense donde el bueno de Johnny Sosa, en nombre de Mosquitos y por extensión del Uruguay, pelea por conservar la dignidad y no dejarse aplastar por las «botas adoquinadas» de los militares. Él personifica la resistencia frente a quienes, además de apropiarse impúdicamente del país, intentan despojar incluso de los sueños a cualquier hombre, por humilde que este sea. De ahí que Sosa, el negro Sosa, parece cantar que cuando la opresión aprieta la libertad empieza por encontrar la manera de seguir siendo fiel a uno mismo.

*

La balada de Johnny Sosa, Mario Delgado Aparaín.
Ediciones B, Colección Tiempos Modernos.
Prólogo de Luis Sepúlveda.
Montevideo 1991, Barcelona 1995.

2 comentarios:

  1. Te recomiendo el libro que escribieron Mario Delgado Aparaín y de Luis Sepúlveda, Los peores cuentos de los hermanos Grim.
    Beso,
    Noel

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  2. Ah, sí, estaba por las mesas de saldos de Corrientes, ahí, en Buenos Aires. Ahora estoy en La Casa Encendida; voy a ver si me hago el carné de la biblioteca, y si lo tienen algún día lo saco y le echo un vistazo.

    Por cierto, que yo recuerdo que en su blog "Otras cosas más" salía Delgado Aparaín... A ver que lo busco:

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    Le pregunté al escritor Mario Delgado Aparaín cuál sería el estado de ánimo de esta gente hoy, y me dijo: "De vigilia optimista".

    *

    Ah, ¿vio?, un memorión el mío. ¡Oh, bendita cerveza Mahou que alimentas mis neuronas!

    PD: El libro de Aparín, creo, está descatalogado en España. Yo lo compré en los saldos madrileños ¡por 1 euro!

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