9 de julio de 2008

Sergio Algora

Me acaba de llamar Alejandro: ha muerto Sergio Algora. Glups. Lo había entrevistado. De hecho, fue una de las primeras entrevistas que hice en mi vida, cuando Teína más que una revista era un fanzine. Fue un capricho personal: lo admiraba. Sus letras me acompañaron casi desde que entré en la universidad. Por supuesto, El niño gusano era mi grupo favorito en aquel entonces.

Cuatro veces los fui a ver. Tenía hasta una camiseta, que me compré cuando tocaron en el festival de Benicàssim. Me sabía las letras de memoria. Las estudiaba. Veía simbolismos eróticos en ellas por todas partes. Algora me parecía el letrista más surrealmente genial que había dado España. O al menos el más ajustado a lo que yo buscaba en ese momento, claro.

Aquella ahora lejana entrevista fue por carta. Ni siquiera por correo electrónico o por teléfono. Corría finales de 2001, principios de 2002, y Algora decía no saber qué era un ordenador; así que me envió unas cuantas hojas pulcramente manuscritas como contestación a mi cuestionario. Mis preguntas eran las clásicas de un fan sabelotodo deseoso de mostrar que sabía más de la poesía del autor que el propio autor: largas, sinuosas, excesivamente rebuscadas; fallos clásicos de un primerizo. Sus respuestas fueron sencillas, diáfanas, alegres. Una respuesta suya me dolió: me dijo que sus canciones eran «poesía de baja intensidad».

A mí me encantaban Paulus e Irene y Otro rey, la misma reina (que me lo envió en forma de borrador con gusanillo porque todavía no lo había publicado); pero la aportación de sus canciones al panorama musical español me parecía superior al poético. Para mí era, sobre todo, un gran constructor de imágenes acompañadas de música. ¿Cómo calificar si no «Lo mejor de mi interior bajo sábanas está, como en una casa cerrada en invierno»? Eso se cantaba, no se leía. Y era de una fina intensidad lírica que yo no encontraba en otros escritores o letristas.

La suerte quiso que Miguel, quien fuera compañero de casa de Alejandro y mío, se casara en Zaragoza en julio de 2002, creo (soy nefasto para las fechas). La noche del sábado un amigo me dijo que había visto a Algora en no sé qué bar que estaba a tres calles de donde parábamos nosotros. Salí, lo busqué y lo encontré: estaba leyendo Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio, que se lo había prestado el del bar mientras esperaba a que su novia terminase el turno. Charlamos quince, veinte minutos. De aquella breve conversación, lo que más grabado me quedó fue, misterios de la vida, que sabía cocinar sopa de cerezas. Me pareció un detalle a la altura de la mitomanía que yo me había formado de él.

Luego me marché a Buenos Aires, y Jesús Jiménez Domínguez iba contándome las novedades. Incluso me mandó los discos de uno de los primeros grupos de Algora, Tras el francés, o el disco de homenaje a El niño gusano, Pana pijama lana. Allí estaban The Jackson Souvenirs o Rosario Bléfari, dos representantes argentinos de hasta dónde había llegado la influencia gusanoide. Y así, en la distancia, fui manteniendo el vínculo con la obra de un autor cuyo descubrimiento... (Un segundo para el paréntesis musical:

Tejí con hilo verde
una alfombra de hojas donde tumbarme.
También fabriqué un dado
con la palabra hoy en cada lado.
Yo no sé contar
lo que pasa en la realidad

...) me resultó providencial para encontrar un verdadero aire fresco literario entre el amaneramiento verboso autocomplaciente, el costumbrismo guerracivilista de siempre, el reclamo de compromiso social, la estupidez naif de tanto pop patrio o el realismo sucio de la generación Kronen, que parecía oponerse a todo eso.


Todo son cabezas de césar y de dios,
telescopios, mapamundis equivocados
y niños que al ser azotados
en la espalda
la sangre se les coaguló tan rápidamente
que quedaron para siempre alados.
Todo es un sinsabor extenso,
lo que casi es lo mismo
más terrible, más dulce

Algora tenía un talento innato para crear imágenes oníricas de una belleza genuina. Sus textos muestran que era de esas personas que miraban y sentían el mundo de otra manera, de un modo singular y a la vez reconocible donde lo leyeses o lo escuchases. Ahí radicaba su poesía. Y, por fortuna para sus lectores y oyentes, además contaba con las palabras adecuadas para nombrarlo. Como cantaste alguna vez, querido Sergio: «Y si un día el cielo nos vuelve a dar la espalda, le clavaremos un muñeco de papel». Así sea.


Posdata:

Somos como las flores que desconocen su hermosura y han olvidado que van a morir. Despreciar el placer te envejece más que conocer el dolor.

No hay que aprender a escribir. Hay que aprender a callar. El camino más largo es el del silencio.
Eso me dijiste en la entrevista... Que Mallarmé y Bretón, y todos tus afectos y placeres, te acompañen, oh, fabricante de alas de mariposa, en este largo silencio que emprendiste hoy.

Blog de Sergio Algora
Algoravia, Blog con poemas de Sergio Algora

4 comentarios:

  1. Desde luego, Irene: gran pérdida. El tributo de ayer fue urgido por la inmediatez de la noticia; con más calma, ya rescataré alguna otra cosilla, algún poema, una reseña que publiqué de "Paulus e Irene", algo, para que este silencio que ha abierto Sergio Algora no sea tan grande.

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  2. Muchas gracias por todo lo escrito, de ello se desprende un cariño como el demostrado el jueves en el cementerio por todos los allí presentes. A nosotros nos ayuda a intentar encontrar la sonrisa perdida. Un abrazo muy fuerte.
    L.P.

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  3. L.P.:

    Sobre quienes sólo estuvimos ahí con el sentimiento, puedo contarte algo que me imagino que se habrá repetido en otros lugares con otras personas: varios amigos, que no son fans de El niño gusano, me llamaron o me escribieron para charlar... Les entristeció la noticia. Era como si se hubiera muerto un compañero de clase.

    Y es que, yo diría, que a nadie se le escapa que murió alguien singular, distinto, con talento; pero sobre todo alguien capaz de insuflar aire fresco en el panorama cultural español y transmitir una genuina sensación de libertad artística. Leer los poemas o escuchar las letras de Sergio Algora es asistir a un constante intento suyo por eludir los lugares comunes, entregarse a la imaginación con alegría y ofrecerle 'fruta fresca' al lector. Y eso es, desde luego, impagable.

    Otro abrazo para ti.

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