4 de noviembre de 2008

El arte de hipnotizar, Mario Levrero

Yo sigo a lo mío: Levrero y más Levrero. Trabajo de campo lo llaman. En la presentación calculo que habrá que hablar 10 minutos o así, pero yo quizá escriba algo para Teína, quién sabe; así que sigo recabando material. Hoy quiero dejarme en el blog una entrevista de Pablo Silva para el diario El País, de Uruguay. Está centrada en cuestiones técnicas de la escritura, y me parece que Levrero encierra con precisión su arte narrativa (se nota que el cuestionario fue por escrito). El material es bueno, y ya desde el título da una clave fundamental de la narrativa de don Mario: la literatura es el arte de hipnotizar.

Para variar, he resaltado en negrita lo que me ha parecido oportuno. Lo hago porque siempre subrayo los libros que leo y porque, no nos engañemos, ¡el blog es mío! Ah, por cierto, también encontré esta página, donde están reunidos varios artículos de cuando Levrero murió, en 2004. Como diría este uruguayo singular, ya retomaré este asunto más adelante.

La entrevista la saqué de aquí. (En la foto juegan al ajedrez Mario Levrero, izquierda, y Leo Masliah, derecha).

*

EL ARTE DE HIPNOTIZAR


MARIO LEVRERO es un escritor uruguayo, con una vasta obra en novelas y cuentos. También dirige, a través del correo electrónico, un taller literario virtual. Lo siguiente es una síntesis de la correspondencia mantenida con el escritor en el marco de ese taller.

¿Qué papel le adjudicás en la escritura literaria a las técnicas? ¿Y al argumento?
En mi opinión, lo principal, casi diría lo único que importa en literatura es escribir con la mayor libertad posible. En todo caso podés usar técnicas para corregir, pero jamás para escribir. Aunque en realidad siempre se usan técnicas, pero son técnicas propias que uno va descubriendo, o creando mientras escribe. Si usás técnicas aprendidas, son aprendidas de otros; así nunca escribirás con tu estilo personal, es decir, no se te reconocerá, por mejor escrito que esté el texto.

Cuando el autor sabe demasiado sobre el argumento, a veces se apura a contarlo, y la literatura va quedando por el camino. La literatura propiamente dicha es imagen. No quiero decir que haya que evitar cavilaciones y filosofías, y etcétera, pero eso no es lo esencial de la literatura. Una novela, o cualquier texto, puede conciliar varios usos de la palabra. Pero si vamos a la esencia, aquello que encanta y engancha al lector y lo mantiene leyendo, es el argumento contado a través de imágenes. Desde luego, con estilo, pero siempre conectado con tu imaginación.

En ese énfasis por la imagen ¿no hay riesgo de caer en una suerte de "descripcionismo", de que sólo prime la imagen? Yo no creo haber hablado de descripciones; suelen aburrirme mortalmente. Hablé de imágenes, y las imágenes no se contraponen a la acción, sino que la cuentan de la mejor manera. No es lo mismo decir: le dio tremenda trompada, que decir: el puño chocó contra la carne blanda y la aplastó hasta que se oyó el crujir del hueso, o cosa por el estilo.

Tampoco dije que un relato deba consistir exclusivamente en imágenes, sino que eso es la esencia; pero a menudo la esencia pura es desagradable, como por ejemplo la vainilla. Si la mezclás en un refresco pasa mucho mejor. Hago hincapié en las imágenes porque es la gran falla de nuestra literatura; todos somos retóricos, todos cantamos la justa, todos sabemos cómo arreglar los males del país, todos estamos deseosos de mostrar nuestra visión del mundo, todos queremos volcar nuestros sentimientos (oh, las mujeres que escriben poemas llenos de abstracciones: estoy triste, qué mal me siento, el mundo es terrible). Desde el punto de vista literario no dicen nada, pero nada; el lector simplemente se paspa. Mientras tanto, la literatura queda por el camino; el lector se distrae, y la literatura nacional adelgaza y muere.

Si agarrás a los grandes, por ejemplo a Felisberto, recordarás sin duda cuando le levantaba las polleras a los muebles, o a la vieja que tomaba mate metiendo la bombilla por un agujero del tul. Son imágenes. Andá al capítulo cuarto de La vida breve de Onetti, se llama "Naturaleza Muerta", es cien por ciento descriptivo y uno de los fragmentos más notables de nuestra literatura. Sin acción ni personajes ni invención; sólo imágenes.

¿Cómo lograr el balance adecuado entre imágenes y descripciones, para que no entorpezcan el desarrollo de la trama?
Es fácil, tenés que pensar —al corregir, no al escribir; cuando se escribe hay que soltarse, sin nada que inhiba la escritura—, si tal descripción es necesaria para la acción que estás narrando. Eso te dará el lugar adecuado. Luego pensá si no han pasado demasiadas descripciones sin nada de acción y ahí tenés la proporción acertada. Al leer un texto tuyo después de un tiempo (nunca antes de, digamos, un mes), si hay excesos de descripción lo notás en seguida porque te aburrís.

¿Cuándo considerás que un relato no es verosímil?
Cuando no está bien resuelto. Ambas expresiones—verosímil y "bien resuelto"— son casi sinónimos. Cuando digo que algo no es verosímil, quiero decir que como lector no lo creo. Y te aseguro que soy muy crédulo cuando la realización me encanta (me hipnotiza, quiero decir). El texto ideal sería aquél en el cual el lector pierde de vista el hecho de que está leyendo, y cree que esas cosas que se transmiten a su cerebro están sucediendo realmente. En ese sentido, puede haber extraterrestres y fantasmas y enanos multicolores, siempre que el lector crea en ellos en ese momento porque el autor lo engatusó. La verosimilitud, entonces, significa en este contexto "engatusamiento".

¿Cómo elaborás el inicio de los textos? A veces parece difícil lograr un buen principio que "enganche" al lector y que sea coherente con la obra...
No sé porqué, pero casi siempre tengo que rehacer los comienzos de mis cuentos. Es posible que al comenzar algo, uno arrastre de cosas anteriores el estilo o el modo de decir. Y resulta que cada relato tiene su propio estilo; es un bloque, va junto con el argumento y todo lo demás. Pero uno trata de hacer lo que sabe, o lo que le salió bien la vez anterior, y arranca con eso. Después uno va chocando contra el cuento existente, a medida que lo va descubriendo y sacando a luz, y ahí empieza a ajustarse, a escuchar mejor lo que tiene adentro.

¿Qué es eso de que "cada relato es un bloque, tiene su propio estilo"?
Me hace acordar a aquello que decía Miguel Angel de que él sólo se limitaba a sacar el mármol que le sobraba al bloque.
Vos sabés que la percepción no es objetiva ni mecánica; cuando yo miro algo, estoy proyectando mucho de mí, o todo, sobre el objeto. Al mismo bloque de mármol Miguel Ángel le sacaría ciertas cosas, yo otras, vos otras distintas. El diálogo que uno entabla con el objeto no es diálogo, sino monólogo narcisista. Creo que si lo pensás es muy fácil de entender. Cualquier cosa que vayas a narrar la estás rescatando de esa forma de percibir(se). Y ahí es donde aparece el estilo personal; por eso insisto en encarar a los alumnos de mi taller con ellos mismos, a que experimenten con la percepción.

¿Cuándo y cómo te das cuenta de que el estilo es el apropiado, el que te pide el tema?
En mis cosas, me doy cuenta cuando no me siento con el estado mágico de la escritura inspirada. No me divierto, no sufro, no estoy metido por completo en el texto. Esto me pasa cuando escribo regularmente por necesidad económica. Uso un oficio, uso algo de inspiración, pero me doy cuenta de que eso que aparece ahí no es "nuevo".

En los textos ajenos me doy cuenta porque me pasa casi lo mismo; la lectura me puede entretener, pero no deslumbrar. Y lo ves en la facilidad con que vas prediciendo lo que va a venir, porque todo tiende a encajar en un molde. El texto no es una cosa viva.

Lo último que leí que me produjo una impresión tremenda, pero tremenda, como pocas cosas en los últimos años, es Franny y Zooey, un libro de Salinger. Ahí ves claramente lo que es un texto vivo, un texto inspirado.

¿Cómo corregir, pulir y aún rehacer un texto sin perder el entusiasmo en el proceso?
Bueno, son tres cosas distintas. En general, hay algo común a los tres procesos: conviene dejar pasar un tiempo (depende de cada uno, pueden ser días o meses) hasta que el texto se vea como es. Si uno está todavía bajo la sugestión de la creatividad, no ve el texto como es, sino como lo tiene en la mente, y le suele parecer perfecto. Se trata de ver el texto como quien mira una fotografía de sí mismo, que siempre impresiona peor que mirarse al espejo, porque en el espejo uno crea su imagen; en la foto no. Veamos:

Corrección: esto es ni más ni menos un trabajo técnico, que puede ser divertido o no, según el talante de cada cual. Pero es más bien mecánico: leer el texto buscando rimas, repeticiones enojosas, cacofonías, erratas y cosas así.

Pulido: hay que leer el texto en un estado muy atento, viendo si en algún momento hay algún factor de perturbación en la lectura, algo que, aunque no se pueda identificar la causa concreta, uno "siente" que no está bien, algo por lo cual uno preferiría pasar rapidito. Subrayar eso y seguir, hasta el final. Después buscarle la vuelta a cada caso particular, tratar de desentrañar por qué eso no resuena bien. A veces se trata de su relación con lo que se venía diciendo (salta alguna incongruencia, alguna repetición de palabra, etc.) y a veces de algo propio de ese fragmento. A veces ayuda preguntarle a otro.

"Refacción", si cabe el término: hay que quitar limpiamente el fragmento que no marcha, y tratar de hacerlo de vuelta buscando un clima similar al del momento de la creación. Situarse en la escena y no conservar nada del texto descartado. Por más lindo que parezca en alguna parte, hacerlo todo de vuelta como si fuera por primera vez, visualizando nuevamente la escena, la imagen que lo originó. Lo mismo para agregar algo, al principio, en el medio o al final de un texto. Visualizar siempre la escena antes de escribir.

Hay veces en que basta cambiar de lugar el fragmento eliminado, sobre todo en una novela, pero no hay que contar mucho con eso.

¿Hasta cuándo corregir, rehacer, pulir?
Bueno, hasta que te deje razonablemente satisfecho. Hasta que sientas que se puede publicar. Yo siempre recurro a algún lector amigo, que me merezca confianza, para que lea y opine. A veces un lector común, mientras sea buen lector, te dice cosas acertadísimas; a menudo les hago caso. Por norma nunca publico nada que no hayan visto otros ojos que no sean los míos.

¿Qué pasa si en el proceso de corrección perdés el entusiasmo, si el texto ya no te causa sensaciones placenteras o positivas de ningún tipo?
A veces los textos descansan por años... Habitualmente, semanas o meses. Las cosas breves y escritas como trabajo, como las "Irrupciones", de todos modos las voy acumulando en borrador y revisando cada tanto; cuanto más tiempo pasa entra la escritura y la corrección, tanto más fácil es la corrección. Y no hay nada como la publicación, o mejor dicho, la inminencia de publicación: cuando estoy por enviar un texto, le doy un vistazo, y es seguro que cambio bien a último momento tres o cuatro cosas que estaban realmente mal. No sé si le pasará a otros, pero siempre trabajo para mí y con la mente puesta en alguien que lo vaya a leer (el amigo lector, mi mujer, quien tenga a mano); recién tomo conciencia de que va a haber lectores desconocidos cuando estoy por mandarlo, y ahí funciona la adrenalina, y las macanas saltan por sí solas.

Para la corrección funciona otra forma de inspiración, otra parte del cerebro. Desde luego no produce lo mismo que escribir, pero a mí me resulta un ejercicio atractivo. También se puede no corregir; muchos no lo hacen. Después de todo no es un pecado que un texto no sea perfecto.

¿Puede el argumento, por ejemplo, salir de una simple asociación de ideas, de un disparate intelectual?
Tenés que sacarte de la cabeza la idea de que se escribe a partir de la palabra, y sobre todo a partir de la invención (intelectual). Se escribe a partir de vivencias, que sólo pueden traducirse mediante imágenes. Las palabras sirven para describir las imágenes; por sí solas no generan otra cosa que discursos o simple información.

¿Cuál es tu criterio para titular un texto?
Siempre uso el mismo sistema: una vez terminado el texto, empiezo a leerlo, seguido o salteado, buscando algo que me resuene. Y siempre encuentro el título; en mi caso, está siempre en el texto. Aunque a veces me hago el vivo; pero en general busco que sea más bien simple y que yo mismo pueda asociarlo fácilmente con el texto.

¿Cuándo te das cuenta de que termina un texto? ¿pensás mucho, al escribir, en el final?
No pienso para nada en el final. A veces, en una novela (incluso en aquellas de estructura policial, con algún misterio o enigma, como Fauna o Dejen todo en mis manos) empiezo a vislumbrar el final después de haber pasado los dos tercios del total, y me pongo nervioso; ahí me cuesta más mantener un ritmo de escritura parejo y no empezar a correr como loco. Es gracioso pero yo confío en que los textos preexistan a la escritura (y por supuesto a su formulación mental); están adentro, y ya con su forma definitiva, y por eso estoy seguro de que el final va a venir solo, a caer maduro, incluso cuando hay enigma. Aunque llega un momento en que me pongo nervioso. Porque ¿y si no se resuelve? Pero hasta ahora...

Me doy cuenta de que el texto termina porque no veo cómo seguirlo. Con uno tuve problemas; lo guardé como veinte años como principio de novela, y cuando lo releí me di cuenta de que era un relato terminado; sólo le faltaba una frase de cierre. No había manera de seguirlo.

¿Qué hay con ciertas reglas del "escribir bien"? Cosas como evitar los adverbios terminados en -mente o no repetir palabras... No se trata tanto de evitar los adverbios sino de no abusar. Forman palabras muy largas, pesadas, y si te encontrás dos o tres en una misma frase suena realmente desagradablemente, verdaderamente realmente desagradablemente.

También suelen formar rimas con demasiada facilidad, y la rima en la prosa me hace saltar, si es que es rima. Porque se pueden usar palabras consonantes entre sí sin que formen necesariamente rima; el problema es cuando la consonancia se subraya con alguna puntuación o una forma de ubicación en la frase que lo hace aparecer como un versito; es un problema de métrica + rima. Por otra parte, a veces acumulo esos adverbios a propósito, uno tras otro, para dar énfasis (o por capricho). En El alma de Gardel, por ejemplo, el lector de la editorial me hizo notar una frase cargada de adverbios terminados en mente, pero la mantuve porque era a propósito; para mi gusto ahí están distribuidos de tal forma que no pesan.

Con respecto a eso de "no repetir palabras", hay que desconfiar del uso de sinónimos. Si vengo diciendo "casa", y "casa", y "casa" y de repente digo "morada" sin nada que lo justifique, me parece de décima. Yo a veces he abusado un poco de las repeticiones, conscientemente, pero cuando no es así, y las detecto en un texto mío durante la corrección, en lugar de sustituir la palabra trato de reorganizar toda la frase, o todo el párrafo.

Eso sí me molesta, si resulta chocante al oído (porque el lector oye el texto), y sobre todo si se nota que está ahí por torpeza y no en forma deliberada. A veces simplemente se puede eliminar la palabra repetida porque es innecesaria. Pero el uso de sinónimos para ocultar la falta de elaboración es la máxima torpeza.

Y al escribir, ¿les prestás atención a todo eso, son cosas importantes?
Al escribir, nada, sólo escribir, no pensar ni controlar --salvo ese foco de atención crítica para que el inconsciente no te lleve al carajo, pero lateral, como distante, y con mucha cancha para hacer la vista gorda y no trabar la escritura cuando viene fluida.

Por otra parte, sólo son opiniones mías; no es palabra de Dios; lo mejor es usar tu propio criterio.

*

(Amén).

2 comentarios:

  1. Gracias a tu blog, me entero del homenaje a Levrero en España! Es increíble cómo cambian las cosas, me alegro mucho. También siento que se van, que ya no son tan "mías", que se aleja más y más, aunque siga tan presente cada día.
    Sé que citaste algunos materiales de mis talleres (www.onetto.net), voy a darme una vuelta por tantas y tantas notas tuyas sobre el Maestro (así le decíamos, en vida, mezcla de broma y verdad).
    Por cierto, soy Ginebra, también salgo en "Irrupciones" secuestrada.
    Un abrazo y marco tu blog desde ya!
    Gabriela

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  2. Pues sí, Gabriela, por fin Levrero ha llegado a España... Recién se comienzan a publicar aquí sus libros (hubo un intento a mediados de los 90, con "La ciudad" y "El lugar", pero no cuajó la cosa).

    Por suerte, Constantino Bértolo, el editor de Caballo de Troya, publicó el año pasado "Dejen todo en mis manos" y "El discurso vacío". Y en octubre Mondadori, ha publicado "La trilogía involuntaria" y "La novela luminosa". Así que, poco a poco, empieza a cubrirse el hueco levreriano que había a este lado del Atlántico.

    Quiero decir: aún tendremos que esperar para degustar, por ejemplo, las Irrupciones I y II o los cuentos. Pero, según me dijeron en la editorial, ya están en camino esas y otras obras de don Mario.

    Quedo agradecido a tu web por la generosidad de los materiales allí expuestos (me vinieron genial para conocer mejor al Levrero tallerista). Y, bueno, ojalá que este esfuerzo entre internatutas sirva para aupar la obra de Levrero donde se merece. Por mi parte, espero no tartamudear mucho el día 17 y alcanzar a decir dos o tres cosas coherentes en la Casa de América, al menos algo que contagie mínimamente mi entusiasmo por la escritura de Levrero.

    Un abrazo. (Y, como diría él, quedo aquí a solas con mi deber y mi deseo).

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