21 de noviembre de 2008

Mario Levrero :: la mesa

Ya conseguí un par de fotos de la presentación, para el blog, que sé que la hinchada uruguaya quiere comprobar que es cierto que hubo apóstoles reunidos en nombre de Levrero en un templo cultural llamado Casa de América (sí, damas y caballeros, no todo iban a ser conferencias o presentaciones de Vargas Llosa o Carlos Fuentes; no, no: ¡también hay lugarcito en la plaza de Cibeles para los olvidados como Mario Levrero!). En fin, que aquí nos tenéis; de izquierda a derecha: Ignacio Echevarría, la familia Levrero —Alicia, Juan Ignacio y Nicolás—, quien esto escribe y María Casas. De pie, se ve primero la Trilogía involuntaria y luego, La novela luminosa.

Algún día digeriré la sobredosis de instantáneas de vida que nos regalaron Alicia, Juan Ignacio y Nicolás (yo sólo conozco a Levrero por sus libros, por las muchas horas pasadas disfrutando sus textos), y entonces quizá pueda contar algo más elaborado. Por ahora, me quedo con el entusiasmo lector de Nicolás y de Juan Ignacio con la obra de Jorge (como ellos llaman a Levrero, claro), auténticos fans de sus novelas y de sus cuentos. Y también con una anécdota que me contaron y que, en mi opinión, lo pinta de cuerpo entero al homenajeado:

Por lo visto, un día Levrero fue al psicoanalista y le dijo a este algo así como Haga usted conmigo lo que quiera, pero no me quite la neurosis: la necesito para escribir.

Suena divertido, lo sé... Pero me hizo recordar una frase de Jung en Lo inconsciente:
No hay medio mejor que una neurosis para tiranizar a toda una casa.
Digo: tras las risas, me hizo pensar mucho sobre cuáles son los costes de esas vocaciones artísticas llevadas hasta el extremo. Intuyo que por eso le dije a Alicia que la admiraba por tener tanta paciencia con alguien que se parece demasiado a los narradores de sus novelas. Vamos, me pongo en el lugar de Alicia y me imagino que la convivencia con Jorge debió de ser más que complicada.

Yo, ya digo, sólo conviví con los textos de ML; de ahí que me impactara mucho cuando ella contó que Levrero sentía que la piel no lo protegía del mundo, y usó para ello imágenes como las de un mejillón sin valvas o la de un ser humano que estuviera dado vuelta como una media, con la piel hacia dentro y los órganos vitales hacia fuera. O que contará que cuando Jorge estaba por morir, él le pidió que lo llamase cada dos horas porque le daba miedo estar desvanecido en el suelo y que nadie lo pudiese ayudar. O que mostrase la cajetilla de cigarrillos Fiesta que él le entregó justo antes de internarse y que ella, pese a ser su doctora, le había permitido seguir fumando (Hablo como mujer, no como médico, dijo más o menos, explicando con una sola oración la irreversible desnudez que supone el amor hacia alguien).

Juan Ignacio habló después de su madre, y se lo notaba emocionado por el relato de ella. Entre otros temas, él abordó la importancia de la búsqueda del espíritu, la importancia que tenía para Jorge recuperar la inocencia infantil en la mirada, el que uno pudiese aprehender la realidad como si fuera la primera vez que la mira, aunque ya tenga en los ojos el peso de 60 años de vida. Y trazó ese hilo conductor para unir Diario de un canalla, El discurso vacío y La novela luminosa y mostrar que las tres reflejan esa búsqueda, que podrían formar un único libro.

Nicolás, quien vivió lejos de Uruguay desde los once años, cerró las intervenciones familiares. Él se centró en recuperar el tono de las conversaciones y cartas con su padre, que por lo visto rezumaban ganas de jugar y estaban repletas de bromas. Es más: la única conversación seria que recordaba —si es que llegó a serlo— fue una sobre sexo... Conversación, claro está, de la que evitó darnos detalles en Casa de América o en la cena posterior. Luego, y cuando ya hubimos hablado todos, él leyó el famoso párrafo telépata de El discurso vacío. (Alicia y Juan Ignacio dicen que él es la prueba de que la genética es verdad; así que, por voz y por contextura, nos hicimos a la idea de que leía Mario Levrero).

Por último, Ignacio Echevarría mostró que la estética literaria de Levrero, esa manera tan genuina de hacer literatura, esto es, desde el concepto de verdad kafkiano, no existe en la literatura española. Y aventuró incluso que, hasta donde él conoce del otro lado del Atlántico —y es bastante—, tampoco. Traducción: Levrero ensanchó los límites de la literatura y mostró un modo de hacer donde, salvo quizá Felisberto Hernánez, no habíamos indagado. (Admítase la hipérbole panegírica, che, que estamos en una presentación). Desde esa excepcionalidad, dejó clara su admiración por este uruguayo tan singular.

También rescató su figura como antihéroe, de escritor poco dado al catecismo académico o a tomarse tan en serio a sí mismo como tantos autores del boom, del posboom o de ahora mismo. Y se refirió a que ciertos círculos intelectuales uruguayos hablan ya con desprecio de los levreritos, como ellos les llaman, y de la literatura que estos hacen. En ese sentido, destacó que le parece admirable que la gente joven se siga aglutinando alrededor de la obra de Levrero para formar una suerte de tejido alternativo a las estructuras que anquilosan el mundo cultural uruguayo. (Juraría que para lo de los levreritos citó un artículo en la revista Brecha. Juraría).

Le tiró un par de merecidas flores a María Casas y a Constantino Bértolo por arriesgarse a publicar a Levrero en España. Y recordó una anécdota que Juan Ignacio o Pablo Casacuberta le contaron sobre un niño (¿era el propio Pablo?) que con cuatro, cinco años escribió unos poemas, se los enseñó a Levrero y este dijo Muy bien, esto está pero que muy bien: ¡hay que publicarlo! Y a continuación se fue a la máquina de escribir, tecleó los poemas y le hizo al chaval cuatro ejemplares de ese poemario. Con ese mismo ánimo, contó, Levrero metió por la puerta de atrás del mundo literario a un montón de autores que lo están revitalizando. (Juraría que para esto citó un artículo de El País de Uruguay... ¿Juraría?).

PD: Mala crónica es esta, lo reconozco; pero es que contar estos saraos desde dentro es bastante más díficil que desde fuera. Si alguien le roba su libreta de apuntes a Patricio Pron, flamante Premio de Novela de Jaén 2008, prometo mejorarla (Patricio estaba en primera fila y copiaba sin parar... ¡Patricio: deja los apuntes en la fotocopiadora de Casa de América, porfa!). Y si no, si alguno de los que estaba por allí, se anima a completar los huecos que he dejado (o a enmedar los fallos o inexactitudes que haya cometido), por mí fantástico.

*

Créditos: la primera foto es de Jorge García del Campo y la segunda, de Cristian Vazquez.


5 comentarios:

  1. MUchas gracias por la crónica, Ruben, cabecilla de la mafia de los rubenes (verás que Fonseca quedó de suplente, y tú tienes el trono asegurado, al menos hasta que Astor crezca). Y la foto, qué genial! Además, cuando vi a Nicolás (solo lo había visto en una foto en la vitrina de entrada de Levrero, ni sabía que vivía fuera del país), pensé: "Qué interesante muchacho". Sin duda la genética existe.

    Te cuento que sí, el (los) artículo es de Brecha, fue indignante, toda una campaña contra Levrero publicada en la fecha de su homenaje (en este país, fue muy mal visto que *a solo tres años de su muerte* se lo homeanajeara, y por iniciativa interna del país, no porque lo hubieran hecho primero en... ¿España, Argentina, EEUU? En fin)(por cierto, la iniciativa fue de Pablo Silva y su programa de radio, es un tipazo, totalmente distinto del estilo habitual en este medio). Allí se hablaba de "levrerismo" y "levreristas", algo que para algunos intelectualoides (no dije "intelectuales") es sinónimo de literatura de autoayuda, prácticamente; no había escuchado lo de "levreritos" pero no me extraña. Tengo el infame dossier pero en papel; a la gente de Narrares la destrozan, ya que destrozar al Maestro era difícil... pero se dicen cosas de él que me dolieron mucho y que son falsas.

    Y sí, el niño estoy casi segura de que era Pablo Casacuberta; Levrero fue amigo de su papá, además. Y Pablo un talentón desde joven...

    El beso que nos mandaste en sellos repartidos a Fernanda y a mí puede venir directo a Montevideo: sorpresivamente, hoy llega, así que estaremos las dos aquí!!!!

    Uno a Madrid, uno de los vértices de la gran confabulación
    G.

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  2. Gracias a Pablo, Fernanda y a ti, que me estáis haciendo parecer un especialista en literatura uruguaya (¡qué más quisiera yo!).

    Sí, Juan Ignacio y Alicia certificaron que Nicolás mantenía la fisonomía levreriana. Yo, como era de esperar, los creí (hubiese querido ponerlo a escribir, pero no me dejaron).

    Desconozco qué clase de "intelectualoides" critican a Levrero y su legado en Uruguay... No voy caer en los tópicos de "nadie es profeta en su tierra" ni etcéteras varios. Pero resolver estas disputas es muy sencillo: pongamos sobre la mesa textos (de Levrero, de sus críticos, de quien sea) y, en vez de entregarnos a la inflamada retórica académica, apliquémosles el microscopio de quienes nos dedicamos a escribir, a ver qué encontramos.

    Tampoco entiendo qué sentido tiene criticar a gente como Narrares, que hasta donde yo sé, sólo pretende pasarlo bien escribiendo. Hay que ver cuánto tiempo libre tiene la gente para hablar mal del prójimo. En fin.

    Gracias por la aclaración casacubertiana, que yo diría que sí, que es él, pero que mi memoria tiene sus días.

    Quedas al cargo entonces de darle los besos a Fernanda de mi parte. Bendito verano austral, ¡con el frío que hace en el otro hemisferio!

    ¡Y que tiemblen los antilevrerianos!

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  3. Confirmo (via Juan ignacio) que el precoz poeta era Pablo Casacuberta, parece que el librito se llamó "La farolera".

    Gracias sorjuana por lo de interesante. Lamentablemente heredé lo peorcito de mi padre: las manías, los miedos, etc. Se ve que están en los genes -y el talento no, qué le vamos a hacer!

    Y gracias Rubén por hacer de cronista de la mesa (eso es observación participante!). Y por tu pasión lectora. He conocido varios levreristas apasionados, dentro y fuera de la familia, pero creo que ninguno como tú. Vamo arriba che!

    Y sobre los que critican... no sé quién decía que lo importante es "que hablen de uno, aunque sea bien". En este caso se aplica plenamente.

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  4. ¡Qué bien!
    Muchas gracias por esta crónica, no había tenido la oportunidad de leerla. Me encargaré de reenviarla a los todos los que hoy integran este "Narrares". Increiblemente desde el 2004, nos juntamos a a escribir, y sólo a escribir.No nos peleamos, no criticamos a nadie y seguimos sumando gente talentosa que se acerca... e increiblemente nos soporta y se queda.(Bueno algunos se van, porque lo que no hemos logrado es hacer famoso a nadie...je)
    Ah... por supuesto están todos invitados a venir cuando quieran. Nos reunimos los miércoles de 19 a 21, por ahora en Maldonado y Gutierrez Ruiz, Museo del Vino. Llevar papel y lápiz
    Morgana

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  5. Muchas gracias, Morgana, por tu comentario. Han pasado unos meses desde aquella presentación, pero esta sigue generando respuestas aquí y allá... Y poco a poco Levrero va abandonando el anonimato literario en el que estaba inmerso.

    Por si quieres el combo levreriano completo, te dejo aquí la dirección de una nota larga que recién publiqué en la revista Teína sobre la escritura de don Mario:

    http://www.revistateina.com/teina/web/teina20/lit2.htm

    Saludos.

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