16 de junio de 2008

Antón Chéjov y sus personajes

Este fin de semana, mientras andaba de tranvías y trenes desde Campello a Valencia, anduve releyendo varios cuentos de Chéjov. Hacía un tiempo había estado con algo de teatro suyo, y ahora tenía ganas de volver sobre algunos relatos que ya había leído. Antes y ahora, siempre encuentro en don Antón algo que me gusta mucho: su talento para lograr que los personajes pasen de ser apacibles, enamoradizos y llenos de vitalidad a suicidas a quienes nadie consigue salvar a tiempo. Algo que suelo asociar con eso tan etéreo que llamamos lo ruso.

Además, lo genial es que todo sucede con la mayor naturalidad del mundo, sin grandes aspavientos, como si fuera algo normal. A diferencia de otros autores, Chéjov nunca saca un inverosímil as de la manga para justificar un quiebre repentino en el argumento. Él pone a la vista del lector personajes que comen y beben mientras charlan sobre su pasión por la jardinería, que viajan a un balneario de Crimea o Yalta para descansar, que se irritan en dos milisegundos con quienes antes adoraban, que intrigan por algún amor imposible... Muestra eso, y sin embargo entre tanto esos personajes cambian de manera casi imperceptible y suelen dirigirse hacia un final trágico.

El lector lo que ve son personajes en movimiento que hacen su vida cotidiana, y tarde o temprano se da cuenta de que tanta normalidad es sólo apariencia; detrás de esa vida normal hay un despelote tremendo que emerge desde un segundo plano y que no se sabe en qué terminará (bueno, con Chéjov con algún suicidio, casi seguro). Como narrador, Chéjov suele ausentarse para cederle todo el protagonismo a los personajes. Él ve a través de los ojos de estos. O dicho de otro modo: asume que el papel del narrador es el mismo que el de Nopa Stepan, el criado revolucionario de Historia anónima, respecto de su amo:
Entré al servicio de dicho Orlov por causa de su padre, gran político, enemigo de mi partido. Supuse que, viviendo con el hijo, me enteraría, por las conversaciones que oyese y por las cartas y demás papeles que encontrara de los planes e intenciones del padre.
Más claro, el agua: vivir en la piel del personaje, y desde ahí contar todo lo que este siente.
¿Pero cómo contar? Señala Galina Tolmacheva en el prólogo al Teatro completo (Adriana Hidalgo, 2005), que el propio Chejov le decía a los actores del Teatro Alejandro, donde se representaba La gaviota:
Está bien, pero hacen demasiado teatro. Un poco menos de teatro sería mejor... Hay que hacerlo completamente sencillo... Tal como se hace habitualmente en la vida. Pero cómo conseguirlo en la escena, eso yo no lo sé. Ustedes lo saben mejor que yo.
Por cierto, que entre los actores estaba Stanislavsky, que hacía de Trigorin, y quien se sentía desconcertado con las obras de Chéjov: este pedía que los actores fueran los personajes, no que los representasen. Tolmacheva lo dice así:
En los dramas de Chéjov todos sus actores tienen que ser y no representar, tienen que vivir continua e intensamente la vida de los personajes y llenar con ella el escenario: tienen que sumergirse en sus héroes, no salirse del papel ni siquiera por un minuto. Entonces su actuación cobrará esa continua tensión y fluidez de la vida real, esa naturalidad que constituye la esencia misma de los dramas de Chéjov. En una palabras, los actores tienen que actuar ‘sencillamente’.
Y acota:
Pero actuar sencillamente no es nada sencillo, sino todo lo contrario: muy difícil. Más difícil que de cualquier otra manera. Y, por otra parte, actuar en la escena como en la vida tampoco es suficiente. Hay que hacerlo a la manera de Chéjov, porque el verismo de Chéjov no es el de los naturalistas: su verdad es una verdad sutil, nada trivial a pesar de su aparente trivialidad. Esta verdad hay que interpretarla con goce, con ternura, con profunda sinceridad y musicalmente. Porque así es el estilo de Chéjov.
Va, y la última (Antón, no te quejarás, te estamos poniendo por las nubes):
Decía Nemiróvich-Dánchenko: “En las obras de Chéjov el actor no puede vivir sólo con las palabras que pronuncia en el momento y con el contenido que surge en la primera lectura. Cada personaje de Chéjov lleva en sí algo no dicho, algún drama o sueño secreto, vivencias ocultas, toda una vida que no está expresada en la palabra”.
A buen narrador, pocas palabras hacen falta. (Y si por si hacen falta: hay que lograr personajes que sean).
(P.D.: Claro, que como diría Nabokov, los personajes femeninos chejovianos se parecen todos demasiado, siempre son jóvenes poéticas, ingenuas y líricas. Pero, bueh, eso queda para otra vez).

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