19 de junio de 2008

Luis Gusmán

A finales de noviembre de 2007, entrevisté a Luis Gusmán para Teína. Había leído seis libros de él, y sobre todo Tennessee y Villa me habían entusiasmado (algo que pocas veces me pasa). Es más: por Villa profeso tal fervor que incluso me animo a recomendarlo siempre, esté con quien esté... De hecho, es un libro que jamás prestaría.

Desde el punto de vista técnico, me parece una novela brillante y con la que aprender literatura. Los diálogos, la definición del personaje central y de los secundarios, el ritmo interno de las escenas, el uso de la escritura visual o el empleo de ciertos juegos poéticos dotan a la historia de ese deseado intangible que es la 'tensión narrativa'. Para mí, ya digo, es un libro de cabecera.

A continuación rescato algunas caras B de la extensa entrevista que publiqué en Teína.

Uno evoluciona, la escritura también
En mi caso, hay como un pasaje de la fascinación inicial por la escritura y por la extraterritorialidad que practicaba en los 70 hacia, primero, querer contar una historia y, luego —porque no es lo mismo—, crear personajes.

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En el principio fue la teoría aplicada
En los 70, la nuestra era una elección contraria al estado de la lengua en ese momento. Si Borges partía del siglo XIX y del inglés como referencias, nosotros buscábamos las del estructuralismo francés del siglo XX: Barthes, Bataille, Blanchot o Lacan. La principal crítica que nos hicieron era que hacíamos teoría aplicada, es decir, que escribíamos novelas para aplicar las teorías literarias que defendíamos. Yo más bien entiendo que había un estado hospitalario de la crítica que favorecía un contexto de lectura que daba cabida a esas nuevas propuestas: El Fjord, La traición de Rita Hayworth o El frasquito. Por otro lado, con estilos tan personales como había, era imposible que aplicáramos teorías.

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Con la mitología personal a cuestas
Soy un escritor de libros muy distintos entre sí; sin embargo, y como diría Gombrowicz, a la vez siempre estoy escribiendo el mismo libro: existen hilos secretos que los conectan entre sí con una mitología personal.

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Borges, siempre Borges
Él era deleuziano. Era una máquina de inventar. A diferencia de otros escritores, su ingenio era un talento natural, no era forzado. A mí un día me dijo «Qué cosa jovencito: usted que me leyó tantas veces... y yo sólo me escribí una». Era así. Si vos lo querés hacer, no te sale. Borges era una máquina discursiva. Para mí es una alegría recordarlo.

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La aduana Borges
¿Si me influyó Borges? Acá valdría la frase de Quique Fogwill de que Borges es una aduana literaria. Él la interpreta de manera negativa, yo la veo en positivo: sí, es una aduana, y como tal la contrabrandeás o pagás algún tipo de peaje... Pero no podés no pasar por ahí; como diría un chico: es un «nombre de autor», como Marx o Freud. Por eso me da risa cuando en las notas periodísticas citan a Saer, Piglia, Fogwill, Puig, al que se te ocurra, y a continuación a Borges. Me parece que muchos no registran que Borges está fuera del conjunto.

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