21 de junio de 2008

Marcelo Cohen

Muchas veces oigo repetir que la novela puede ganarle al lector por puntos pero el cuento dejarlo KO. Nunca me gustó ese símil pugilístico; pienso que ni el gran cuentista que lo dejó escapar ni muchos de los epígonos que lo propagan no pararon nunca a considerar lo que esconde su ingenio. En dos escritores que admiro y difirentes entre sí a más no poder, Macedonio Fernández y William Burroughs, encontré otra idea: la literatura debe aspirar a conmover integralmente la conciencia del lector.

Claro que esa conmoción no debería parecerse en nada a la conmoción cerebral que causa un cascotazo en la cabeza. Si se habla de combate, y no hay poco de eso en la lectura, prefiero que el que entablan lector y autor sea mental; o, mejor todavía, que el éxito o el fracaso del autor se parezcan al del buen anfitrión. Aquí le ofrezco este lugar. ¿Le gustaría vivir en él una temporada? ¿Y qué le parece la idea de volver más adelante?

Por otra parte, si uno sólo busca que el cuento termine con el lector aturdido, el orgullo de haberle dado un golpe definitorio palidece ante la evidencia de que por un buen rato esa persona no va a pensar ni sentir nada. ¿Cómo va a pensar si está KO? No, lo bueno sería que el lector quisiese otra dosis, sin masoquismo, lúcidamente y en condiciones de discutir.

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El arquero inmóvil (nuevas poéticas sobre el cuento), VV.AA.
Edición de Eduardo Becerra.
Páginas de Espuma, Madrid 2006.

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