16 de octubre de 2008

El beso de la mujer araña, Manuel Puig

Hace unos días empecé a saldar cuentas con Manuel Puig. Ni yo mismo sé explicar por qué no leí nada de él mientras vivía en Buenos Aires. Cosas que pasan. De hecho, El beso de la mujer araña se lo tomé prestado a Juan a última vez que estuve en Valencia; digo: ni siquiera he tenido la decencia de comprarlo. Es como que me daba pereza engrosar mi biblioteca con algo de este autor de apellido tan fallero y raigambre tan porteña. No sé. A lo que venía: en buena hora perdí mi virginidad manolístico-puigística. Disfruté de esta novela. Mucho.

Me gusta que el libro carezca de narrador. Es más, que Puig ni siquiera lo use para las atribuciones de diálogo —esas que convierten a veces al Dostoievski de Crimen y castigo en un escritor lamentable—, y que el texto sea conversado, salvo por un par de capítulos, casi de cabo a rabo. Pero sobre todo me gusta que, a diferencia de otras novelas conversacionales que se vuelven tediosas porque se nota que necesitan un narrador que dinamice la relación entre los personajes, El beso de la mujer araña se sostiene —y de qué manera— sólo en el registro oral de Molina y Valentín, los dos protagonistas. Todo lo que sabe el lector de uno y otro personaje es porque estos lo cuentan sobre sí mismos o por algo que ellos opinan sobre su interlocutor.

Además, el contexto para que esto funcione está bien elegido: una cárcel argentina durante la época del Proceso. A Molina lo han detenido por depravado: es gay y está acusado de haber abusado de un menor. Valentín es un guerrillero, el clásico setentista que defiende que las ideas marxistas y la liberación del pueblo están por encima incluso del amor a su novia. En fin, que el primero prefiere hacer el amor y no la guerra; y el segundo, lo contrario.

Eso sí, encerrados en la celda, Molina y Valentín hacen lo único que pueden hacer dos presos: vegetar, dormir, hablar, pedir turno para el baño, comentar que la polenta parece yeso. Esas cosas. Como vienen de mundos muy dispares, charlar les permite conocerse, entender qué clase de extraño es quien se tumba en el otro catre. Y esa es la fuerza que empuja el argumento hacia delante: insinuar a través de los visillos de las palabras el mundo interior de dos personas tan distintas. Porque para el lector, en un principio, la tensión narrativa recae sobre una pregunta obvia: ¿de qué pueden hablar un guerrillero que se considera un hombre de principios con otro varón que se considera mujer y al que le encanta trabajar de escaparatista?, ¿dónde puede estar el puente entre ambos que les permita explorarse?

Pues en el cine.

Molina le cuenta melodramáticas películas de amor al duro de Valentín. Como si fuese una Sherezade que vigilara por su vida, Molina deja en vilo noche tras noche a su compañero sobre cuál será la continuación de la historia que le narra. Llegar hasta el final de la película puede costarle una semana, por ejemplo. (Juraría que no acotaciones temporales en el texto, así que digo lo de «una semana» de manera aproximada). Entre narración y narración, los dos se prestan las sábanas para limpiarse los restos de una diarrea, calientan agua para un té, pelean por algún malentendido. Es decir: van construyendo un vínculo.

Como todo buen libro, El beso de la mujer araña da para charlar sobre muchos aspectos de la narrativa. A mí, además de la coloquialidad que consigue Puig y cómo logra hacer avanzar una trama sin usar un narrador, me llamó la atención una idiotez... ¿Cuál? Lo bien que describe Molina los vestidos que usan las actrices y la fisonomía de estas. Como rasgo para apuntalar un personaje gay que se sueña mujer, me parece más que notable, sobre todo porque ninguno de los protagonistas vuelve explícito el ardid, y es un detalle que resuena cuando uno cierra la novela.

A continuación, algunos fragmentos para ilustrarlo. Por ejemplo, así empieza el libro:

—A ella se le ve que algo raro tiene, que no es una mujer como todas. Parece muy joven, de unos veinticinco años cuanto más, una carita un poco de gata, la nariz chica, respingada, el corte de cara es... más redondo que ovalado, la frente ancha, los cachetes también grandes pero que después se van para abajo en punta, como los gatos.
—¿Y los ojos?
—Claros, casi seguro que verdes, los entrecierra para dibujar mejor. Mira al modelo, la pantera negra del zoológico, que primero estaba quieta en la jaula, echada. Pero cuando la chica hizo ruido con el atril y la silla, la pantera la vio y empezó a pasearse por la jaula y a rugirle a la chica, que hasta entonces no encontraba bien el sombreado que le iba a dar al dibujo.

Un buen inicio. Además de por la escritura tan visual, diría que lo otro que invita a seguir leyendo es eso de poner una pantera negra y una chica con cara de felino pintándola... ¿Por qué la pinta? Ah, siga usted leyendo. O mejor dicho: escuchando a Molinita. Pero a lo que iba con los vestidos; aquí van tres fragmentos.

Uno:

—Sí, es hermosa. Y por la ropa rara se nota que es europea, un peinado banana todo alrededor de la cabeza.
—¿Qué es banana?
—Como un... ¿cómo te puedo explicar?, un rodete así como un tubo alrededor de la cabeza, que alza la frente y sigue todo para atrás.

Y otro:

—No pierdas tiempo, contame la película.
—Y cuando termina ese número queda el escenario todo a oscuras hasta que por allá arriba una luz se empieza a levantar como niebla y se dibuja una silueta de mujer divina, alta, perfecta, pero muy esfumada, que cada vez se va perfilando mejor, porque al acercarse va atravesando colgajos de tul, y claro, cada vez se le va pudiendo distinguir mejor, envuelta en un traje de lamé plateado que le ajusta la figura como una vaina. La mujer más divina que te podés imaginar.

Y un tercero:

—Bueno, ¿dónde estábamos?
—En que él le canta en el boliche a ella, que se le aparece en fondo del vaso de aguardiente.
—Sí, y que cantan a dúo. A todo esto, ella... ha dejado al magnate, le ha dado vergüenza seguir haciendo esa vida, y decide volver al trabajo. Va a presentarse en un club nocturno como cancionista, y ya es el primer día del debut, ella está muy nerviosa, a la noche va a volver a ponerse en contacto con el público, y esa tarde es el ensayo general. Se presentan con un traje largo, como todos los de ella, sin breteles, el busto muy ceñido, la cintura de avispa y después la pollera amplísima, todo en lentejuelas negras. Pero el brillo de las lentejuelas es apenas como un resplandor. El pelo muy sencillo, raya al medio y largo hasta los hombros. La acompaña un pianista, el escenario es nada más que un cortinado de raso blanco recogido por un lazo igual, porque ella donde va quiere sentir el contacto con el raso, y al lado una columna griega simulando mármol blanco, el piano también blanco, de cola, pero el pianista de smoking negro.

Los tres ejemplos son eso: ejemplos; el libro abunda en pasajes similares. Con ello Puig logra, además de una nitidez espléndida en las imágenes, un tono que da identidad al relato y un rasgo que singulariza al personaje. Es más: Molina es uno de los grandes personajes de la literatura argentina porque no puedes quitártelo de la cabeza. Yo mismo termino por imaginármelo como una especie de Genis —el teclista de Astrud— que se muere por llevar aunque sea unos zapatos de tacón en la celda, y olvidarse así hasta de la polenta en forma de yeso. Y es que Molinita, un personaje tan basureado por su condición homosexual como Valentín por la suya de guerrillero, sabe hacer algo que su compañero no: abrir una puerta a la imaginación. Incluso se anima a soñar en voz alta, a través del cine, ese mundo diferente donde los sentimientos priman sobre las ideas, y no al revés. Un mundo que, en definitiva, también haría feliz a Valentín.

*

El beso de la mujer araña, Manuel Puig
Editorial Seix Barral, Barcelona 1976

3 comentarios:

  1. Una novela magistral, de manual. La intensidad que consigue sólo utilizando diálogos se debe en buena medida al dominio de Puig del arte narrativo como dramaturgo.
    Una muy buena elección en referencia a los ejemplos.
    En fin, "El beso de la mujer araña" es un libro a recomendar.

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  2. Baco:

    Tengo fichados en la Cuesta de Moyano "La traición de Rita Hayworth" y "Boquitas pintadas". Cualquier día de estos, los compro y sigo leyendo a Manuel Puig (aunque no sé yo: menuda cola tengo de libros en espera).

    En cuanto a la oralidad, sé que Puig anduvo metido en teatro; pero no sé hasta dónde tiene que ver ser buen dramaturgo con escribir diálogos sobresalientes... Yo también creía lo que comentas tú, hasta que entrevisté a Antonio Álamo, dramaturgo y novelista, quien me dijo esto:

    ¿Consideras un tópico literario aquello de que los novelistas no saben escribir diálogos porque no estudian dramaturgia?
    La excelencia de un dramaturgo no consiste en escribir buenos diálogos. Lo de dialogar bien o mal tiene que ver más con el oído que uno tenga para los diálogos, lo que resulta una tautología, pero así es. El drama, que etimológicamente proviene de la palabra griega 'acción', trata de lo que el héroe quiere conseguir y qué hace para conseguirlo. Es decir, del hacer de los personajes y de la estructura que vertebra esas acciones.

    ¿Qué características tiene la escritura teatral de las cuales adolece la escritura narrativa?
    La novela es un género magmático en el que, a priori, cabe todo: el ensayo, la poesía o el drama. En el drama sólo cabe el drama, y a veces ni siquiera eso. En una hora y media tienes que darlo todo: construir personajes y adivinar sus destinos. La novela se rige por el estilo; el drama por la acción, y de cómo vertebras la acción proviene la estructura, que es lo que el estilo a la novela.

    PD:http://www.revistateina.com/teina/web/teina6/lit6.htm

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  3. Bonjour!
    Qué buena nota!!!
    Tal vez pueda llegar ser de interes el blogg:
    www./manuelpuig.blogspot.com
    Ahi estoy publicando unos cuantos articulos con entrevistas que hizo Puig entre los anios 1968 y 1990. Un GENIO!!
    Todas estas entrevistas tambien forman parte de la biografía multimedia: "Manuel Puig: Una aproximacion biográfica" .
    Mas info en: www.manuelpuig,com
    con muchos saludos
    Gerd

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