4 de agosto de 2008

Sin noticias de Gurb, Eduardo Mendoza

A veces uno siente que llega tarde a determinados libros. A mí me ha pasado con Sin noticias de Gurb: cuando comencé a leerlo, una de mis compañeras de piso me sonrió condescendiente, rollo: tío, ¿aún no lo habías leído?; el camarero del Pepita, un bar de la calle Madera Alta, le hizo una sinopsis en voz alta a un colega mientras yo sorbía la espuma de mi doble de cerveza, y mi amigo Alejandro, que me lo había prestado, descubrí que lo tenía desde 1993 porque se lo había regalado su novia. Además, y por si fuera poco lo anterior, desde hace meses me retumbaba en la cabeza el «desopilante» con que varios amigos argentinos habían calificado a esta novela... En fin, que lento pero seguro he llegado a este hito de la literatura española contemporánea.

Y en buena hora lo he hecho; Sin noticias de Gurb es eso: un hito, una genialidad. Así, sin más. Sin paliativos. Y Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), qué duda cabe, es un escritor genuinamente español, cervantino, de lo mejorcito que tenemos. Es más: es uno de esos valientes letraheridos que, en vez de predicar el acojono frente a la hoja en blanco, practica la desmesura del entusiasmo. Como diría Federico Jeanmaire, Mendoza es de los que ponen punto final porque hay que ponerlo; si lo dejasen, podría empalmar una novela con la siguiente.

Desconozco si alguien ha intentado traducir esta obra; pero aventuro que debe de ser difícil. No sólo es complicado traducir un texto cuando la poesía de este corre por el lado de la sutilidad; también lo es cuando el lirismo se despliega en forma de una prosa veloz, pretendidamente cristalina, con un estilo que rezuma ingenio verbal y que toma elementos de la vida cotidiana para distorsionarlos a través del prisma de la hipérbole. ¿Que no? A ver: ¿cómo se traduce y se le hace entender a un inglés, a un ruso o a un islandés, por ejemplo, qué clase de guiño es que un extraterrestre pida en un restaurante pescadito frito, tarta al whisky, café, copa, se fume un Farias y termine la faena en casa con un Alka-Seltzer. ¿Cómo?

Ni idea. Y sin embargo Mendoza es un autor universal. Esta es una novela capaz de hacer reír de 0 a 99 años, en América Latina, en Alemania o en España, mientras la disfrutas en la cama, en el avión o en una terraza tomándote una cerveza. Es adictiva. La empiezas, y quieres leértela de un tirón. La terminas, y quisieras regalarle un ejemplar a tus seres queridos para que así al menos abandonen su cara de amargados durante un par de días. Incluso te acuerdas de todos esos Erasmus de Austria, Finlandia o Suecia que chapurreaban español en tu época universitaria y piensas: una novela así le daría sentido a su alocado deseo de intentar hablar como nosotros, los hermanaría aún más con este país tan descerebrado que somos. Y eso, convengamos, pasa pocas veces, lo consiguen pocos autores.

El secreto de esta novela, además de lo disparatado de su temática, es la forma en que está contada: una suerte de diario Twitter, una estrategia que acerca el relato a la micronarración y que le concede una velocidad vertiginosa a la lectura. Cada capítulo es un día en la vida del narrador, un alienígena anónimo que ha perdido contacto con su compañero Gurb, quien nada más aterrizar en Barcelona decidió tomar la forma corpórea de Marta Sánchez y desaparecer del mapa. Este alienígena cuyo nombre el lector nunca llega a conocer acumula en su moleskine interestelar acotaciones, ocurrencias y observaciones sobre los humanos, todo ello parcelado en horas y minutos. El resultado del experimento formal es un artificio que permite encadenar la acción a través de pequeños textos, en apariencia intrascendentes, y avanzar el relato sin más objetivo argumental que ver si algún día aparece Gurb.

Asimismo, Mendoza se sirve con maestría de la máscara que le proporciona el narrador y la lleva hasta la última consecuencia. Como Cervantes en el Quijote, se pasa por el arco del triunfo el asunto del verosímil realista y escribe lo que la da la gana. Es más: cuanto más inverosímil e hiperbólico, mejor que mejor. ¿Extraterrestres que se alimentan de churros? Hala, venga, por qué no. ¿Extraterrestres que se ponen el pijama, se lavan los dientes, rezan el Jesusito de mi vida y se echan a dormir? Pues con un par. En esta obra, el autor de La ciudad de los prodigios o El último trayecto del comandante Horacio Dos, vuelve a demostrar que es de los que sabe cómo poner en marcha una máquina irrefrenable de urdir disparates.

Pero la frescura que irradia el libro no procede solo de la estética del disparate, sino del dominio técnico del autor. La soltura con que Mendoza emplea recursos como las repeticiones absurdas —cada tanto remata alguna entrada del diario con el pronóstico meteorológico— o la libertad con que usa como leit motiv cuestiones indescifrables para los alienígenas como qué es un mayordomo y en qué consiste fruncir el ceño, avivan la hoguera de ese dinamismo. Además, estas estrategias tienen poco de alocadas: funcionan como estrategemas para cohesionar un texto que, en caso contrario, se hubiera desparramado excesivamente y hubiera perdido al lector debido a la velocidad con que se narra.

Eso sí, lo impagable de Sin noticias de Gurb es que el libro transmite una felicidad exultante, unas ganas de escribir tremendas, en definitiva, una envidiable sensación de hedonismo literario. Y, además, lo hace con una inteligencia exquisita: inventa sin repetirse, divierte línea por línea y siempre huye hacia delante con la historia. De ahí que firme una parodia redonda sobre la soledad contemporánea poniéndola en boca de un extraterrestre tan peculiar como cualquier humano. De ahí que Mendoza le entregue al lector con este libro una literatura imprescindible.
                                                                                         *

Sin noticias de Gurb, Eduardo Mendoza.
Seix Barral, Barcelona 1992.

4 comentarios:

  1. también lo tengo en pendientes y también me miran mal cuando digo que no he ledio a Gurb...

    Saludos

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  2. Pues, tranquilo, Martín, que como tantas cosas en la vida, todo llegará cuando tenga que llegar. En cualquier caso, y por si te animas a unirte al pelotón de lectores de "Sin noticias de Gurb", te cuento que ahora está en edición de bolsillo y que, con dos tardes y tres o cuatro cañas dobles (combustible indispensable para cualquier lectura veraniega) en alguna terracita, además de ponerte más contento que unas pascuas, te ventilas la novela y te extendemos nomás el carné para entrar en el club.

    PD: Muy chulas las caricaturas, che. Me gustó sobre todo la de Koldo.

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  3. Joé, Rubén, que crítica tan buena y tan completa haces. Estoy de acuerdo, la lectura es deliciosa. Sólo una cosita, ¿alguien sabe qué piensa Marta Sánchez? ¿Ha leído el libro? Hace tiempo que yo lo leí y ahora que lo recuerdo, gracias a tu crítica, pienso que estará encantada de aparecer en un sitio tan fresco y tan divertido.
    Felicidades por tu blog. Me ha gustado encontrarlo.Coe Devi

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  4. Pues no sé qué será más importante para el ego de Marta Sánchez, si aparecer como embajadora sexual ante el pueblo marciano en una desopilante y mítica novela española o aburrirnos a todos con la canción del 440 que canta con Baute, que la tenemos hasta en la sopa... De hecho, no sé si alguna vez ella opinó sobre este libro.

    En cualquier caso, intuyo que para esta eminente folclórica debe de ser más importante lo segundo, pero no me hagas mucho caso. Tan sólo es que parto de un prejuicio: Marta Sánchez no es Christina Rosenvinge, una chica rubia de verdad y bastante más leída (y sí, que es mi debilidad).

    Muchas gracias por pasar por aquí, Cloe Devi, y dejar tu comentario.

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