3 de agosto de 2008

En las nubes, Ian McEwan

Se me ha atragantado la caña del domingo a mediodía. Me las prometía muy felices con En las nubes, de Ian McEwan... Pero me he pegado el gran batacazo de la semana. Y todo por ingenuo y crédulo. Además de la prensa favorable de que goza este señor, en la contratapa Anagrama dice que la novela es «una encantadora obra de ficción que se dirige por igual a niños, jóvenes y adultos». En la banda promocional —3ª edición—, Ernesto Ayala Dip sostiene que este es un «hermosísimo libro» y Sergi Sánchez que McEwan está «a medio camino entre Roald Dahl y Franz Kafka». Y de nuevo en la contratapa, The New York Times Book Review acota: «El mejor McEwan». Vamos, que aunque fuera la mitad de lo que prometían, la novela todavía daba juego para acompañar la cervecita matinal. Pero, bueno, ya lo dice el refrán literario: no te fíes nunca de los paratextos. Nunca.

Pero es que de verdad: ¿qué libro ha leído esta gente? ¿El mismo que yo? ¿En alguna reencarnación podríamos llegar a intercambiar algún libro, aunque sólo sea un Quijote por otro? No sé, no sé yo... En la vida se me ocurriría a mí recomendar este librito amarillo de la colección Panorama de narrativas, de Anagrama. En la vida. O sí, a algún sobrinito de diez años.

Empiezo por reconocer un prejuicio: me suelen aburrir los escritores que intentan emular la voz de un chico como narrador. No los soporto. Los encuentro inverosímiles, no les creo, me parece que mienten sin estilo, que toman al lector por un imbécil redomado. Quizá por eso le he aguantado sólo 41 páginas a McEwan, es decir, medio doble de cerveza y la mitad de la tapa de aceitunas. Y eso que, ya digo, el chaval lo tenía todo a favor para triunfar conmigo.

De hecho, tan insulsa y sin temperatura me ha resultado la prosa, que al final me he concentrado en saborear la Mahou de barril —qué bien tiran las cañas en Madrid— y en ver pasar a la gente cerca del Palacio de Conde Duque —qué vacía que está la capital del reino en agosto—, mientras me culpaba por no haberme llevado un libro de reserva. En fin, que En las nubes no es una narración en tono bajo o con voz de niño, no; es, sencillamente, un libro para niños. O para adultos que beben zumitos de papaya con pajita en bares pop y que todavía duermen con papá y mamá. Veredicto: libro prescindible donde los haya. Quince euros que es mejor no gastarse.

(Quizá los lectores del naïf Seda de Baricco sepan disfrutar a McEwan. Yo no. Yo cambio ya mismo de libro: ¿intento terminar Castillos de cartón, de Almudena Grandes, que me tiene al borde del abandono; continúo con Gog, de Giovanni Papini, que empezó bien pero que me está aburriendo ya; o voy a lo seguro y releo alguno que ya me gustó?).

PD: Ahora que lo pienso, que no, que ni siquiera merece la pena esta novela como libro infantil. Sin ir más lejos, Historias de Jorge I y II, los dos excelsos volúmenes de Santiago Pérez Minocci que leí nueve veces a los diez años, tenían mejor sentido del ritmo, conseguían mejores tonos narrativos y el contenido era más divertido. Esta tarde me he tomado un café en casa y lo he vuelto a intentar con McEwan, pero nada de nada: no sé qué rescatar... He intentado leer el último capítulo y no he podido. He sobrevolado la novela intentando entrar por alguno de los siete capítulos que la integran; tampoco. No me resulta atrapante mire la línea del libro que mire. Lo siento Ian; no sé si habrá segunda vez.
                                                                               *

En las nubes, Ian McEwan.
Anagrama, Barcelona 2007.

4 comentarios:

  1. No he leído En las Nubes pero tengo en alta estima a McEwan desde que leí Expiación (novela que por cierto no tiene nada de infantil)

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  2. Pues quede así entonces, Keyra, el asunto: tú recomiendas "Expiación" y yo desaconsejo "En las nubes". Eso sí, me pareció tan malo este libro que no he vuelto a sentir la tentación de acercarme a McEwan. Quizá no era la mejor puerta de entrada a su literatura. El tiempo y la lectura lo dirán.

    Muchas gracias por pasar por aquí.

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  3. Los de Historias de Jorge es que son libros maravillosos.

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  4. Sí, yo los recuerdo como tales, Peludus... Eso sí, una amiga me oyó hablar bien de ellos y me los pidió prestados para su hijo. Cuando me devolvió los dos tomos, me dijo que al chaval no le habían gustado. Y ella añadió: «El humor es un poco franquista, ¿no?».

    Me volví a casa meditabundo y preguntándome por qué los recordaba yo tan estupendos, por qué los había leído tantas veces.

    En fin, cosas que pasan.

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