21 de mayo de 2008

Sándor Márai

Lo reconozco caí preso de la moda y le regalé hace un par de años El último encuentro a mi padre. Hace unos días lo abrí yo... Comienza bien la novela, con un primer capítulo corto, de una escritura sensorial —«Bajo las columnas del porche de piedras húmedas que olían a moho le esperaba el montero»— y con mucha narración por acciones —«Reconoció la letra, cogió la carta y la guardó en el bolsillo». Intuyo que por eso lo compré: las cinco primeras páginas pintaban bien.

Se ve que no leí más entonces, porque el otro día justo en el capítulo 2 comencé a cabrearme. Y mucho. Hay dos cosas que me joden cuando leo una novela: el lirismo gratuito y la discursividad. No su presencia, ojo, sino el abuso. Y Márai tiene de ambas como para alimentar a un ejército de lectores de Jorge Bucay. Hoy vengo con el mal uso de la poesía.

A ver, página 13:

Era bajita, pero tan fuerte y tranquila como si su cuerpo conociese todos los secretos. Como si escondiese algo en sus huesos, en su sangre, en su carne, los secretos del tiempo o de la vida, algo que no se puede decir a los demás, algo que no se puede traducir a ningún idioma, un secreto que las palabras no pueden expresar. Era la hija del cartero del pueblo...

Mira que son ganas de gastar palabras porque sí; en concreto sobran 55; para contar que la chica en cuestión era bajita, fuerte, tranquila y la hija del cartero del pueblo, desde luego, no hacía falta tanta verborrea. Además, como diría Stephen King, «Tronco: si eres escritor y pones que algo no se puede expresar con palabras, mejor dedícate a ser futbolista o chica playboy; los escritores trabajamos de eso, de poner en palabras eso que otros no pueden». ¿O qué piensa cualquiera del menda que te sopla 60 euritos por decirte que no sabe explicarte qué le pasa a tu tele, pero, coño, que le pagues el desplazamiento y la mano de obra? You’re rigth, Esteban Rey, you’re rigth: que le retiren el carné a Márai.

Además, si es que ahí no acaban las tropelías de este húngaro. El inicio del capítulo 4 tiene delito:

La mansión lo comprendía todo, como una enorme tumba de piedra tallada donde se desmoronan los restos de varias generaciones y se deshacen las vestimentas de seda gris y paño negro de las mujeres y de los hombres de antaño. Comprendía también el silencio, como si este fuera un preso fervoroso y creyendo que se va muriendo poco a poco en el fondo del calabozo, dejándose crecer una larga barba sobre sus trapos y harapos, recostado en un montón de paja podrida. Comprendía...

No haré comentarios. Mejor no. El efectista símil de que la mansión era como una cárcel para el silencio, pase; ahora bien, el despliegue de pirotecnia verbal para ponerle hasta barba, trapos y harapos —por cierto, dos palabras redundantes—, tiene delito. Y un delito sancionable por ley: cerrar el libro. No más Sándor Márai, no (salvo para algún otro mensaje en este blog).

¡Carné por puntos en la escritura ya!

*

El último encuentro, Sándor Márai
Ediciones Salamandra, Barcelona, 1999

2 comentarios:

  1. Ya ves, yo le perdoné lo de los trapos y los harapos. :-)
    Por cierto, tal vez sea culpa de la traducción.

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  2. Ya veo, ya, tocayo: hasta música le has puesto al fragmento que yo critico de este caballero húngaro ... Qué envidia. Qué lector entregado. Qué injusto que es el mundo, en fin.

    A lo que iba: que no, que el traductor no creo que tenga la culpa de las verborrágicas fiebres líricas de Márai; a don Sandor se le fue mano con las palabras como a mi padre se le va con la sal cuando lo dejas cocinar. Claro, que esto es según mi gusto y criterio.

    En cualquier caso, como decía Bioy Casares (y han dicho tantos otros), el asunto de la lectura (como el de la comida) pasa por el placer. Así que si a ti este señor húngaro te hace sacar la cámara y dedicarle una foto, ¿qué decir?, pues lo anterior: qué envida, qué lector entusiasta. Ya quisisera tener yo uno así cuando sea mayor.

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