¿No habremos de buscar ya en el niño las primeras huellas de la actividad poética? La ocupación favorita y más intensa del niño es el juego. Acaso sea lícito afirmar que todo niño que juega se conduce como un poeta, creándose un mundo propio o, más exactamente, situando las cosas de su mundo en un orden nuevo, grato para él. Sería injusto en este caso pensar que no toma en serio ese mundo; por el contrario, tomar muy en serio su juego y le dedica grandes afectos. La antítesis del juego no es la gravedad, sino la realidad. El niño distingue muy bien la realidad del mundo y su juego, a pesar de la carga de afecto que lo satura, y gusta de apoyar los objetos y circunstancias que imagina en objetos tangibles y visibles del mundo real. Este apoyo es lo que aún diferencia el «jugar» infantil del «fantasear».
(Coda 1: acaso la literatura sea eso: puro juego, un lugar imaginario donde construir con mucho amor y seriedad infantil un orden nuevo, grato para el autor).
(Coda 2: como decía Nietzsche, la madurez del adulto significa reencontrarse con la seriedad que teníamos de niños cuando jugábamos).
Texto extraído del ensayo El poeta y la fantasía.
Psicoanálisis aplicado y técnica psicoanalítica, Alianza Editorial, Madrid 1984.
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