Antes tenía prisa por perpetrar una novela y comerme el mundo. Ahora, después de haberme atragantado intentando lo primero —de lo segundo mejor ni hablar—, me tomo el asunto con mucha más calma. Digamos que yo era un poco Karate Kid: joven, apresurado y con ganas de pelear, pero sin tener mucha idea de esa rara avis conocida como «técnica». Me faltaban —y faltan— horas y horas de gimnasia con que tonificar el músculo de la escritura, esa mezcla de intuición y oficio que hace enhebrar las palabras como toca. En fin, que estoy en el «Lavar, encerar, lavar..., Daniel-san» que decía el entrañable señor Miyagi.
Llevo unos cuantos años así, sacándole brillo al coche mientras me llega la hora del tatami —¿llegará?—, dale que te escribo, pero sin alumbrar otra cosa que artículos, reseñas, entrevistas, relatos de viajes, libros para otros... Vamos, que con el periodismo y aledaños me va bien; pero la literatura se me resiste, incluso por momentos me hace pensar lo mismo que cuando estudiaba las demostraciones de Álgebra: esto no es para mí, esto es demasiado complicado, en esta habitación: ¿dónde mierda están los hiperplanos? Eso sí, como entonces con los teoremas yo lo intento; sin embargo, mis pruebas no me conducen más que a callejones sin salida, pernoctan día sí y día también en una carpeta del disco duro que se llama como este blog: Aviones desplumados, que a su vez es el nombre de un artefacto que alguna vez pretendió ser un poemario, que a su vez ni siquiera sé por qué se llama así. ¿No? No. Simplemente se me ocurrió, como a veces pasa, como una vez le sucedió a un paraguas con una máquina de coser sobre una mesa de operaciones. Vaya usted a saber.
No sé a cuento de qué venía todo esto, la verdad; pero se ve que me apetecía escribirlo como preludio al prólogo del preámbulo de la explicación inicial relativa a que este blog, señoras y señores, está dedicado a la escritura. También que es un capricho que me concedo para pasar a limpio apuntes, subrayados, reflexiones de otros, divagaciones propias, exorcizar demonios, invocar a las musas... No tengo idea de qué contendrá esta bitácora, pero sí sé que me apetecía contar con un cuaderno de notas que ocupase poco espacio, que tuviese siempre a la vista y donde encontrase aquello que anoté (es que soy un desastre yo para esto de la Moleskine y demás). Y ese será mi punto de partida. Como nadie, salvo yo que lo pergeño, está obligado a leerlo, paro aquí de dar explicaciones, que si no en vez de un blog terminaré escribiendo una novela. Y eso no, yo por ahora, como decía Miyagi, «Lavar, encerar, lavar». Digo: aún me falta para la patada de la grulla.
Atragántese usted, tropiece, sáquele brillo al coche. Persevere. Esa novelita está en camino, abriéndose paso. Mas raro fue aquel verano que no paró nevar.
ResponderEliminarGracias por la confianza. Yo creo que sí, que a fuerza de lavar y encerar algún día lograré poner orden en el disco duro y perpetrar algo parecido a una novela. A ver si la vida me da un respirito, joé.
ResponderEliminarUn abrazo, compañero.