23 de mayo de 2008

Raymond Chandler

¿Qué es un buen escritor? Raymond Chandler en El simple arte de escribir (cartas y ensayos escogidos). Hace más de un año que leí el libro, y todavía hoy cada vez que lo abro, sea por la página que sea, ahí está él con el mazo, listo para pegarme en la cabeza y evitar que me fugue con otro autor. Hueco que le das, bala que te mete entre las cejas.

Tengo tan subrayado el libro que necesitaría 40 mensajes para sentirme más o menos satisfecho. Así que, por ahora, voy sólo con una pizca de Chandler a quemarropa. Abriré el libro un par de veces al azar y teclearé dónde me hirió Raymond la primera vez que nos vimos. Confío plenamente él: ni siquiera improvisando cartas desperdicia una línea, una sola palabra. Como diría una mala traducción de sus libros: es jodidamente bueno.

No hay arte sin gusto público y no hay gusto público sin un sentimiento de estilo y calidad a lo largo de toda la estructura social. Curiosamente, este sentimiento de estilo parece tener muy poco que ver con el refinamiento o inclusive con la humanidad. Puede existir en una era salvaje y sucia, pero no puede existir en una era del Club del Libro del Mes, de la prensa amarilla y la máquina expendedora de Coca-Cola. No se puede producir arte sólo por quererlo, por seguir las normas, por hablar de minucias críticas, por el método Flaubert. Se lo produce con gran facilidad, de un modo casi distraído, y sin autoconciencia. No se puede escribir sólo por haber leído todos los libros.

(Nota: esto lo dice para provocar; ni él, a la vista de estas cartas —tan flaubertianas como las de Gustave con Louise Collete— se termina de creer lo que escribió. Este libro muestra a un Chandler casi tan consciente de su arte como Chéjov o Flaubert del suyo).

Segunda bala:

Mis ideas sobre lo que constituye una buena escritura son cada vez más rebeldes. Puedo inclusive terminar repitiendo el veredicto de Henry Ford sobre la historia, y diciendo a oídos que no escuchan: «La literatura es hojarasca». Mientras tanto, no podría decir que me hayan gustado apasionadamente ni The Last Angry Man por un lado ni la hoja que usted me mandó tan amablemente. Usted es un agente, y tiene que mantenerse al día. Yo puedo darme por satisfecho con Ricardo II o una novela policial y mandar al diablo a todos los chicos elegantes, a todos los supersutiles que nos hicieron un favor al exponer la verdad de que la sutileza es sólo una técnica, y una técnica débil; a todas las damas y caballeros del fluir-de-la-conciencia, sobre todo las damas, que pueden cortar un cabello en catorce, pero que lo que les queda no es ni siquiera un cabello; a todos los novelistas modernos, que deberían volver a la escuela y quedarse allí hasta que puedan darle vida a una historia sin más que diálogos y descripciones concretas: en fin, les permitiremos un capítulo de escritura virtuosa por libro, hasta dos, pero no más; y por último a todos los inteligentísimos queridos con las voces aflautadas les diré que la inteligencia, quizá como las fresas, es un bien perecedero. Las cosas que duran (y admito que a veces faltan) vienen de niveles más profundos.

¿A que engancha? Es un reverendísimo hijo de la gran puta. Lo que me hace reír este mamón. Todavía me pregunto por qué murió solo, sin amigos, sin familia, con un intento de suicidio a cuestas... Che, acá le hubiésemos montado una tertulia y nos hubiésemos muerto de la risa (no del alcohol ni de la tristeza).

(1) Página 146, Carta a Jamie Hamilton, 17 de junio de 1949.
(2) Páginas 290 y 291, Carta a Helga Greene, 20 de septiembre de 1957.

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El simple arte de escribir (cartas y ensayos escogidos), Raymond Chandler
Traducción de César Aira
Emecé, Buenos Aires 2002.

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