26 de noviembre de 2010

En Durango buscan a dos monjas

Ahora díganme cómo se llaman,
si no es mucha molestia hermanitas.
Una dijo: «Me llamo Sor Juana».
La otra dijo: «Me llamo ¡Sorpresa!».
Y se alzaron el hábito a un tiempo
y sacaron unas metralletas
y mataron a los federales
y se fueron en su camioneta.




Hasta que leí Trabajos del reino, de Yuri Herrera, yo apenas sabía algo de los narcocorridos. A través de las entrevistas y reseñas que leí sobre este autor mexicano conocí a Los Tigres del Norte. Ahora, en estos días, he terminado Hecho en México, de Lolita Bosch, donde además de encontrarme de nuevo con Los Tigres, he hallado otra perla del género: Grupo Exterminador. Desconozco a qué se debe esta incipiente mexicanización de mi vida (hace poco leí Dios es redondo, de Juan Villoro, y Damas chinas, de Mario Bellatín), pero me gusta.

Aquí va la letra completa del corrido.


Las dos monjas

Una troca salió de Durango
a las dos o tres de la mañana.

¡Viva México!

Una troca salio de Durango
a las dos o tres de la mañana.
Dos muchachas muy chulas llevaban
coca pura y también marihuana;
pero se disfrazaron de monjas
pa' poderlas llevar a Tijuana.

Los retenes de la carretera
a las monjas no las revisaban.
Tal vez era respeto al convento,
pero nunca se lo imaginaban...
que eran dos grandes contrabandistas
que en sus barbas la droga pasaban.

El agente que estaba de turno
en aquella inspección de Nogales,
por lo visto no era muy creyente
y enseguida empezó a preguntar
que «de dónde venían y qué traivan»,
dijo el jefe de los federales.

Muy serenas contestan las monjas:
«Vamos rumbo de un orfanatorio,
y las cajas que ve usted en la troka
son tecitos y leche de polvo
destinados pa' los huerfanitos.
Y si usted no lo cree, pues ni modo».

Dijo el jefe de los federales:
«Voy a hacer el chequeo de rutina.
Yo les pido disculpe hermanitas,
pero quiero a sacarme la espina...
Yo presiento que la leche en polvo
ya se les convirtió en cocaína».

Con un gesto de burla el agente
se arrimó y les dijo a las monjitas:
«Yo lo siento por los huerfanitos:
ya no van a tomar su lechita.

Ahora díganme cómo se llaman,
si no es mucha molestia hermanitas».
Una dijo: «Me llamo Sor Juana.
La otra dijo: «Me llamo ¡Sorpresa!».
Y se alzaron el hábito a un tiempo
y sacaron unas metralletas
y mataron a los federales
y se fueron en su camioneta.

En Durango se buscan dos monjas
que ya no han regresado al convento.
Y una cosa si les aseguro:
que llegaron con el cargamento,
Por hay dicen que están muy pesadas
y que viven allá, en Sacramento.

De Durango salieron dos monjas
a las dos o tres de la mañana.


PD. He leído esta reseña de Edmundo Paz Soldán sobre Trabajos del reino y «la función del arte en el sistema capitalista regida por los valores del narcotráfico». (Acá va la mía, más humilde, junto con una entrevista que le hice a Yuri Herrera para Teína. Y aquí otra entrevista, pero en RNE).

25 de noviembre de 2010

El año que tampoco hicimos la Revolución, Todoazen

El Colectivo Todoazen es un grupo plural y multidisciplinar que centra su trabajo en el campo de las investigaciones narrativas. Han participado en la tarea de escribir este libro J. G., economista (que declara unos ingresos brutos anuales de 26.000 euros), I. E., sociólogo (que declara unos ingresos brutos anuales de 14.000 euros, y B. C.), escritor (que declara unos ingresos brutos anuales de 9.500 euros).

Así empieza El año que tampoco hicimos la Revolución, del Colectivo Todoazen (Caballo de Troya, 2009).
Colectivo Todoazen - El año que tampoco hicimos la Revolución

No hay semana en que los humildes currantes nos vayamos a dormir sin llevarnos un soponcio salarial. Varían los actores y las cantidades, pero el final de las noticias que nos dan parece tan constante como la gravedad en la Ley de Newton: alguien muy listo gana, como mínimo, unas 9,81 veces lo que tú. Es decir, que tiene unas 10 vidas más para jugar a esto del mercado libre, y por tanto en caso de game over se queda con 9 en el tablero mientras tú ves desaparecer la tuya. Así funciona el dumping aplicado a las personas (también llamadas «recursos humanos», «capital humano», «pueblo», «trabajadores», etcétera, según convenga).

Desde hace unos días, en el diario Público están erre que erre con que Dolores de Cospedal ganó una pasta gansa en 2008 por ser la secretaria del Partido Popular y que en 2009, además, su partido le aumentó un 30% el salario. Al parecer hablamos de unos 240.000 € y un par de sueldos (como senadora y como secretaria). También de alguien que dijo en junio que su partido era «el partido de los trabajadores».

Mira que el pueblo dice barbaridades en la tele por 4 pesetas, ¡qué no va a decir un político por 240.000 eurazos!

¡Trabajadores a mí! ¡Santiago y cierra, España!

Oxímoron proletario-salarial aparte, la susodicha, por supuesto, se hace la loca. Que si machismo, que si leyes especiales contra ella, que si otros ganan más que yo, que si ahora veto al diario que me da caña, etcétera. Lo esperable. En breve dirá, si es que no lo ha dicho ya, que esta es la réplica del PSOE por lo de José Bono (quien tampoco necesita apretarse el cinturón y vive tan holgadamente o más que ella).

Y así estamos, día tras día, cuando no es el patrimonio de Cristina Garmendia, es la S.L. de Aznar y Botella, o que José Montilla gana el doble que Zapatero, y cuando no es un alcalde de pueblo que se embolsa 9.000 € mensuales del dinero que Hacienda le retiene a los idiotas como yo.

Como diría mi padre: «Todos en un barco, y a Siberia». (Pero no a Siberia-Gasteiz, no, ¡a Siberia-Siberia!) Aunque yo más bien los pondría a hacer trabajo social; quizá así desarrollarían un mínimo sentido de comunidad. El padre de un amigo cuida a gente en estado terminal y el de otro colabora recibiendo enfermos en urgencias un par de días a la semana. Ambos ganan bastante menos que los citados anteriormente y son más útiles.

Constantino Bértolo, editor del libro del Colectivo Todoazen, suele recomendar una medida para solucionar esta clase de males. Es la misma que se han aplicado los autores de El año que tampoco hicimos la Revolución: que sea público cuánto gana cada quien. Es más: que en las empresas haya una hoja donde figure el sueldo de todos los empleados, desde el becario al gerente general. Ídem con quienes viven de dar conferencias o de formar opinión; junto al nombre del loro de turno, un cartelito que diga cuánto cobra por decir lo que está diciendo. Y, a ser posible, otro con su estado de cuenta bancario o la declaración de la renta. Así todos nos entederemos mejor y sabremos qué privilegios tememos perder cuando defendemos tal o cual idea.

Yo lo veo bien. A mí, cuando quiero alquilar un piso, me piden demostrar con números que se puede confiar en mi palabra. Un aval bancario de 6 meses, una nómina o la última liquidación del IVA, la renta anterior... De todo. Así, cuando yo digo «podré pagar la mensualidad», la gente se fía y me alquila una de las 15 casas que conforma su patrimonio. De este modo, subrayan, saben desde dónde hablo.

Pues yo quiero lo recíproco.

Hay quienes van por la calle y se imaginan a todo el mundo en pelotas. Los hay que dan una conferencia y, para evitar los nervios, se imaginan que la audiencia tiene una gallina en la cabeza. Yo, desde hace un tiempo, cada vez que alguien me habla, lo primero que pienso es ¿cuánto gana? Y a continuación: ¿cuánto declarará de verdad ante Hacienda?

Desde que lo hago entiendo algo mejor el mundo en que vivimos.


PD 01. Esta entrada, Sociología hecha literatura, del blog de Caballo de Troya juraría que complementa bastante bien lo comentado anteriormente sobre su editor. El libro El año que tampoco hicimos la Revolución está disponible en varias páginas web. Imagino que los propios autores lo habrán liberado.

PD 02. Ahí va un subrayado de El año que tampoco hicimos la Revolución para reflexionar sobre esa ficción llamada «democracia», donde nos han vendido que quienes estamos en la parte de abajo de la pirámide de ingresos brutos decidimos algo en esta sociedad... ¿El qué?
El reparto de la tarta. Un 0,16 % de los contribuyentes españoles posee el 27,5 % de los depósitos del sistema bancario, según una estimación del BBVA a partir de datos del Ministerio de Hacienda de 2001. En euros contantes y sonantes, 53.000 personas sumaban depósitos declarados a Hacienda por valor de 111.600 millones de euros hace dos años y medio. La banca privada del BBVA, dirigida en exclusiva a clientes con un patrimonio neto superior a dos millones de euros, gestiona 7.040 millones de euros de 1.108 «grupos familiares», según datos del 30 de junio pasado que arrojan un crecimiento semestral de los depósitos del 11,5 % y unos depósitos medios por cliente de casi siete millones.
Tampoco está de más saber cuántos ricos hay en el país y cuánto declaramos ganar por término medio.

24 de noviembre de 2010

La hermana de Katia, Andrés Barba

Jorge Herralde tuvo ojo con Alberto Olmos (Segovia, 1975), Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) y Andrés Barba (Madrid, 1975). En 2010, más o menos una década después de que aquellos desconocidos veinteañeros saliesen finalistas del premio que convoca la editorial Anagrama, los tres parecen bien asentados en el panorama literario español. Cada uno a su manera, cada uno con su estilo. Los tres han sido elegidos por Granta hace poco como jóvenes autores representativos de la literatura en español.

En 1998 Alberto Olmos quedó finalista del Herralde con A bordo del naufragio, tras Roberto Bolaño y sus detectives salvajes. Al año siguiente Neuman sacó medalla de plata con Bariloche, tras Marcos Giralt Torrente, autor de París. Neuman repitió puesto en 2003 con Una vez Argentina, esta vez secundando a El pasado de Alan Pauls. Y Andrés Barba, por su parte, quedó finalista con La hermana de Katia en 2001, en una edición del premio que ganó Alejandro Gándara con Últimas noticias de nuestro mundo.

Quizá haya algún finalista veinteañero más en la lista del Herralde y yo me lo he saltado. Ni idea. Tampoco pretendo demostrar una teoría, tan sólo constatar un dato curioso en el que venía pensando desde hacía unos meses. Más que nada porque conozco relativamente bien la obra de Olmos y Neuman, a quienes entrevisté para Teína, y porque no había leído a Barba (y eso que le tenía ganas al ensayo de La ceremonia del porno).

Pragmático que es uno, hace un mes busqué en la biblioteca algo de él y encontré La hermana de Katia. Lo leí de un tirón en un viaje Madrid-Bilbao. Vale, no me pareció una novela estupendísima; con todo, me la leí entera, disfruté con varios pasajes y me hizo pensar en algo bastante jodido a mi edad: ¿qué hacía yo a los 26 años mientras este chaval perpetraba un libro donde las madres pueden trabajar de putas, tener un apacible novio carnicero y mostrarnos la guerra que dan una hija que baila en un tugurio a lo Elizabeth Berkley en Showgirls y otra que pierde la ingenuidad mientras intenta ligar con un mormón de Maine?

¿Qué hacía yo? Imagino que lo que otros muchos: buscar trabajo, gastar mi dinero en cervezas diciendo tonterías en los bares, explotarme algún grano de acné que aún resistía el paso del tiempo... Esas cosas. Entre tanto, Andrés Barba escribía pasajes como este de un monólogo que tiene la abuela de la novela:
Tu madre primero y ahora Katia. Luego vendrás tú, feúcha como eres pero seguro que también te cogen porque a ésos no te creas que les importa mucho lo guapa o lo fea que seas, vendrás y me dirás “Abuela, bailo en un striptease”, te pondrás como se ponía el otro día tu hermana cuando estábamos aquí bailando, que parecía que estaba intentando calentar a Jorge, que no es mal hombre pero que es un hombre, callado y tal, lo que necesita tu madre, uno que no le dé muchos dolores de cabeza ni le pida explicaciones, tampoco es fácil de encontrar eso, con su carnicería y sus cosas, guapo no es pero quién quiere un hombre guapo, los guapos terminan siempre dando problemas, en el físico tiene un aire a tu abuelo, los hombros anchos, buena tripa, culo caído, medio calvo, callado, mejor que sean callados, tu abuelo era callado también, a veces, es curioso pero casi no me acuerdo de tu abuelo, hay cosas que parece que una las va a recordar siempre y las olvida, lo peor es que ni siquiera te da pena olvidarlas. Oh, Nuria, mi niña, las olvidas y cuando te das cuenta de que las has olvidado pasas un momento de susto, sí, de susto, cosas que cuando las estabas viviendo te decías pase lo que pase no voy a olvidarme de esto, y de pronto ya no te acuerdas, recuerdas que no querías olvidarlo, recuerdas que ocurrieron, pero no recuerdas las cosas, y ni siquiera sabes si fuiste o no culpable de olvidarlas, recuerdas que eran buenas o dolorosas, siguen ahí pero como cuando despiertas de un sueño y sabes que ha sido horrible pero no sabes qué era exactamente, estás segura de que era una pesadilla pero no sabes de qué tipo, últimamente sueño que sois vosotras las que os olvidáis, que me despierto mañana aquí, en vuestra casa, y no sabéis quién soy, “¿Quién es usted?”, dice tu madre. “¿Y esta vieja?”, dice Katia, y tú no dices nada, tú me miras así, como me estás mirando ahora, que no se sabe si eres tonta o te haces la tonta, si entiendes o no, y yo me voy hasta tu madre y le digo que me abrace, eso que a tu madre nunca le han gustado los mimos, no a Nuria, Nuria era distinta, y después me dais de comer, me dejáis ropa pero como se le deja ropa a una extraña que da lástima, que no tiene dónde caerse muerta, me decís “Cómase esto, póngase esto” como si no me conocierais de nada, y cuando se hace de noche me obligáis a marcharme, me decís “Puerta”, amablemente, sí, pero “Puerta”, me despierto y casi me da miedo cuando aparece tu madre, por eso no me tomo las pastillas que dijo el médico, no es que me olvide, es que estoy cambiando, en el balneario me lo dicen las chicas nuevas de la limpieza, me dicen “Está usted un poco rara últimamente”, pero no es que esté rara, es que cambio, no sólo cambian las personas de cuarenta años, o las de treinta, también se cambia después, se cambia distinto pero se cambia, de pronto hay cosas que te dejan de gustar, cosas que te habían gustado toda la vida te dejan de gustar, recuerdas cosas que parecen mentira, de hace muchísimos años, y no sabes lo que hiciste ayer, ni siquiera lo que hiciste esta mañana pero cuando tenías siete años un chico te miraba en el colegio, Gustavo, se llamaba Gustavo. (...)
Lo malo de tener 35 años y leer los libros que otros escribieron a los veintialgo es que te pone existencial, como cuando escuchas a un futbolista casi adolescente hablar de que gana en un día lo que tú en un mes. Eso sí, lo mejor de tener 35 años y encontrar gente de tu edad que te gusta cómo escribe es esa tonta sensación de volver al bachillerato y sentir que tu compañero de pupitre, y no el autor, es quien ha leído en voz alta el texto. Y eso... Eso es lindo.

19 de noviembre de 2010

Diario de un emigrante, Miguel Delibes

El argumento de Diario de un emigrante (1958) gira en torno a un joven pareja vallisoletana que emigra de Valladolid a Chile en los años 60. Lorenzo y Anita, veinteañeros ellos, no pasan necesidad en España; sin embargo, no les resulta estimulante el entorno patrio, tan gris y monótono él. Además, ella ha recibido una carta de su tío Egidio, que vive en Santiago de Chile y los anima a hacer las Américas. Es más: incluso se ofrece a pagarles el pasaje de barco.

Después del clásico tira y afloja, Lorenzo pide una excedencia en su trabajo de bedel en un instituto y viaja con su chica, embarazada, a América. Él y ella están convencidos de que su relato será exitoso; al fin y al cabo, la gente dice que al otro lado del Atlántico les espera una fortuna que amasar y que hasta servicio doméstico van a tener. O, dicho en castizo y parafraseando una frase popular, que en América todo el mundo ata los perros con longanizas. En fin, las cosas de que no hubiese Internet en los 60.

Al margen de ciertos paralelismos entre los emigrantes españoles de entonces y los inmigrantes que recibimos hoy, lo que más me ha interesado del libro es el machismo que rezuma la relación entre Lorenzo y Anita. Desconozco hasta qué punto Delibes quería retratar una relación así o, sencillamente, se limitaba a construir una relación de pareja con la realidad que lo rodeaba... Lo desconozco. En cualquier caso deja entrever los usos y costumbres del momento.

En el diario que escribre sobre el viaje, Lorenzo deja clara una idea: su trabajo vale más que el de Anita. ¿Por qué? Porque es hombre. Y punto. Su trabajo como recadero, ascensorista o gerente de un ineficiente salón de limpiabotas vale más que el de Anita como peinadora. Ya se sabe: los hombres trabajan para mantener a la familia y las mujeres, para entretenerse y sacar un dinerillo con que cubrir sus gastos.
De que me levanté me mostró el alijo de perfumes de allá. Lo que yo la dije, que ojo, pero ella me dio en los morros con un mazo de billetes. Quince mil del ala, que se dice pronto. ¡Hay que tocarse las narices! Esto lo hace la chavala a base de simpatías y un poquito de gusto, como yo digo, porque vamos por peinar nadie da hoy plata. Claro que también está lo de las uñas y los potingues. Con unas cosas y otras malo será que la chavalilla no se saque para sus gastos. Y después de todo, lo suyo no es más que un entretenimiento, porque, bien mirado, a esto no puede llamársele currelar.
Anita visita la casa de unas cuantas damas adineradas y las peina. Tiene talento y diversifica su negocio hacia la manicura, los perfumes y demás potingues; así que prospera y al cabo de una semanas incluso se plantea abrir un salón de belleza por su cuenta. Como suele pasar muchas veces entre los inmigrantes, las mujeres prosperan más deprisa y mejor que los varones. Y, claro, para un machito ganar menos que su pareja es una afrenta a su hombría. Es, por tanto, el momento de golpear con autoridad la mesa y reclamar el poder patriarcal.
Me levanté con mal cuerpo y, ya de mañana, tuve un agarrón con la chavala. Lo de peinar dará chiches, no lo discuto, que yo mismo junté anteayer treinta billetes juntos, pero está la guagua y ya se sabe que antes es Dios que todos los santos. Así se lo planté y ella empezó con toda la calma que no fuera vaina y que si prefiero que se establezca está determinada a ello. Ya la dije que ni a tarros, y ella que a qué ton, que le faltan manos para atender a la parroquia y que mejor la pintaría así. Con todo el temple la solté que bien estaba lo suyo como pasatiempo, pero que dice muy poco en mi favor el tener a mi señora currelando, y que poner un establecimiento era tal y como dar dos cuartos al pregonero y que yo tengo mi orgullo y que por ahí no pasaba. La chavala se atufó y me salió con que lo que me escocía es que ella medrase y yo para atrás como el cangrejo, y eso me cabreó y le dije que ojo, que por ahí iba mal, pero ella porfió que el tío había dicho que era más capaz que yo y que eso era lo que me enojaba, y ya me sacó los chorros del canasto y la voceé, de segundas, que ojo y que como volviera a comparar la pegaba una mano de guantadas que se iba a acordar de la fecha.
Resulta interesante ver cómo Lorenzo actúa como un personaje en crisis con su masculinidad. Cómo el cuestionamiento o la pérdida de privilegios del incipiente patriarcado que quiere fijar, lo saca varias veces de sus casillas a lo largo de la novela. Nunca le pega a Anita; pero, como cuando los padres se angustian porque sus hijos tumban la autoridad que ellos creían haber heredado de los abuelos, Lorenzo pierde su sitio, sus referencias, parte de su identidad. Y pierde tanto su sitio en el Nuevo Mundo que al final convence a Anita para regresar a Valladolid.

Eso sí, le falta un último escollo: asumir la decepción, pues El Dorado no ha sido tal. Si algo resulta duro para un emigrante, no es perder las raíces o vivir alejado de la familia; lo peor es regresar a casa y que tu relato sea el de un fracaso. Es más: ¿cómo eludir las mentiras que habías contado para justificar que tú tenías razón al moverte, y no quienes prefirieron quedarse en el pueblo?
Te pones a ver y el hombre no es más que un animal de costumbres, que ni se diferencia de la perdiz, ni nada. Y si yo les tuviera bien puestos pegaría media vuelta, ¡march!, y si te he visto no me acuerdo. Pero, lo que pasa. Uno cogió la pichicharra de América y les ha ido a los amiguetes con el cuento, que si hay perdices como escombro, y que si uno vive como un duque, y vete ahora a decirles que no hay de qué y que te vuelves porque la murria no te deja parar y porque no tienes donde caerte muerto. La fetén es que la Anita y yo, yo y la Anita, nos hemos llevado un desengaño de órdago.
Lo de enriquecerse espiritualmente está muy bien; pero volver con una mano delante y otra detrás parece poca razón para haber cuestionado el lugar que se te había asignado en el engranaje productivo. Con todo, Lorenzo ya ha aprendido que en todas partes cuecen habas y que en ninguna parte pagan por dormir. Ni en América ni en España.

Eso sí, lo que no queda claro es si Lorenzo ha aprendido a respetar a su chica. Parece quedar en manos de lector esta otra moraleja. También la de que quien prospera fuera de su país, como Anita en Chile, suele ser porque vale y se lo trabaja, pese a convivir a veces con alguien que infravalora su trabajo y quiere desahogarse dándole una mano de guantadas cada tanto. Más de una mujer inmigrante conoce bien esa situación en España, ¿no?

Grande Delibes, que nos permite hablar del presente con libros del 58.

16 de noviembre de 2010

Tigres en la frontera

Yo soy la sangre del indio. Soy latino, soy mestizo,
somos de todos colores. Y de todos los oficios.
Y si contamos los siglos,
aunque le duela al vecino, somos más americanos,
somos más americanos que todititos los gringos.



Una joya la letra completa de esta canción de Los Tigres del Norte:

Ya me gritaron mil veces que me regrese a mi tierra,
porque aquí no quepo yo.
Quiero recordarle al gringo:
yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó.
América nació libre... El hombre la dividió.

Y si no miente la Historia,
aquí se asentó en la gloria la poderosa nación:
entre guerreros valientes, indios de dos continentes, mezclados con español.
Y si a los siglos nos vamos: somos más americanos,
somos más americanos que el hijo de anglosajón.

Nos compraron sin dinero las aguas del Río Bravo.
Y nos quitaron a Texas, Nuevo México, Arizona y Colorado.
También voló California y Nevada.
Con Utah no se llenaron.
El estado de Wyoming,
también nos lo arrebataron

Yo soy la sangre del indio. Soy latino, soy mestizo,
somos de todos colores. Y de todos los oficios.
Y si contamos los siglos,
aunque le duela al vecino, somos más americanos,
somos más americanos que todititos los gringos.

PD. En Hecho en México, de Lolita Bosch, he leído una estrofa adicional que juraría que no cantan aquí... Dice así:

Ellos pintaron la raya para que yo la brincara
y me llaman invasor. Es un error bien marcado:
nos quitaron 8 estados, ¿quién es aquí el invasor?
Soy extranjero en mi tierra
y no vengo a darles guerra:
soy hombre trabajador.

13 de noviembre de 2010

Money changes everything, Cyndi Lauper

Ella dijo: «Lo siento, cariño: te dejo;
encontré a alguien. Me espera fuera, en el coche».

Nena, dije, ¿cómo puedes hacerme esto?,
nos habíamos prometido amor eterno...

Ella dijo: «Bueno, lo sé; pero
cuando lo hicimos hubo algo
en lo que, en verdad,
no estábamos pensando:

el dinero.

El dinero lo cambia todo».



PD. Letra completa de Money changes everything, de Cyndi Lauper, por aquí. (Lo de arriba es una adaptación de estar por casa del inicio de la canción). Y por acá, una versión punki-ochentera a más no poder:

12 de noviembre de 2010

Ya no pisa la tierra tu rey, Cristina Sánchez-Andrade



—Madrecita —dijimos al final del día, al encontrar a la abadesa cosiendo en la sala de estudio, inexplicablemente lúcida y tranquila para lo que había ocurrido aquel día. Acaba de enhebrar la aguja para coser el luto—, ¿por qué es el sexo una cosquilla?

La abadesa contuvo el aire contuvo el aire. Clavó la aguja en el paño y se puso a dar puntadas sin contestar.

—¿Y esa cosquilla... —preguntamos entonces— tiene algo que ver con el abismo oscuro de la libertad?

Dejó de coser. Nos miró fijamente a través de sus lentes. Dijo:

—La libertad, niñas mías, también es una cosquilla.

Sexo, libertad y monjas. He ahí el trío de argumentos que ha usado Cristina Sánchez-Andrade para perpetrar una novela espléndida. Una lírica bomba contra la mojigatería y la represión sexual, a la par que un delicioso ejercicio narrativo capaz de satisfacer las pasiones literarias más altas. Una novela que debería figurar en todos los conventos y demás casas de clausura en que se marchitan tantas mujeres de este país.

En Ya no pisa la tierra tu rey, la voz narradora recae sobre una peculiar «congregación de monjitas». En concreto sobre un anónimo grupo de «veintitantas monjas asomadas» que cuentan a su manera los azares de su vida. Hablan desde esa especie anonimato porque con el tiempo las duras exigencias conventuales han diluido su identidad individual en una colectiva. Salvo la abadesa, que siempre es la abadesa, todas las demás cenobitas responden más al nombre de monja que al propio.

Además, todas ellas viven las consecuencias de esa enfermiza creencia de que el pecado anida tras el placer, sobre todo si este es sexual. Como suele suceder, ninguna inferiora pone en duda la iluminada palabra de la superiora hasta que prueba las mieles del orgasmo. La marquesa de Grandes y Ribadavía y Gato, financista y mecenas del convento, tiene un hijo cuya afición consiste en trepar el muro de la casa de dios y descargar el semen de su juventud entre las piernas de las monjas. El éxtasis místico de estas religiosas tiene bastante de carnal, vaya.

El joven marqués no es un Casanova; según su madre, sencillamente es un «putero asaltaconventos». También un vago y un eterno adolescente incapaz de asumir responsabilidad alguna. El relato de su vida es el de un señor que abusa de su sexo y condición social para procurarse placer cuando le da la gana. Como buen varón, el máximo castigo al que está sujeto es el tibio enojo de una madre. Ya se sabe: una travesura es una travesura; cualquier día uno se casará y sentará la cabeza. Para el placer masculino, ni siquiera el muro de un convento es un límite.

Sin embargo, el relato de la parte femenina de esta historia (la abadesa, las monjas, la marquesa o Hilda, una futurible esposa del joven picaflor) es otro. Muy otro. Para ellas los muros que levantan la sociedad o la Iglesia son infranqueables, y burlarlos va acompañado de un castigo duro. El relato de esta congregación de voces cuya identidad se ha diluido por obra y gracia de la negación de todo cosquilleo consiste en el descubrimiento del placer. También en que existe vida extramuros de las convenciones sociales y de la obediencia que exigen quienes te dominan.
Obedecer supone no pensar, flotar en las delicias del abandono. Obedecer es fácil: tan fácil como acumular rencor contra la persona que ordena ser obedecida, tan sencillo y natural como odiar.
Lejos de ser una novela sobre monjas y conventos, Ya no pisa la tierra tu rey puede leerse como una alegoría de cierta generación de mujeres. Sobre todo de aquellas que nacieron y se educaron bajo la alargada sombra del nacionalcatolicismo franquista. Tras el despersonalizado narrador grupal laten voces femeninas reconocibles, por ejemplo, en la obra de Carmen Martín Gaite. Esas mujeres cuyas manos, como sugiere un pasaje de la novela, fueron «ágiles para freír filloas y torpes para el amor». En fin, las madres, abuelas y bisabuelas de muchos de nosotros.

Quiero decir: en España, para ser monja, hace 20 ó 30 años sólo hacía falta casarse.

Antes ya se sabe: ni educación ni juventud ni independencia económica o ideológica ni libertad sexual. La verdad era una y trina: Kinder, Küche, Kirchen, como se dice niños, cocina e iglesia en benedictino alemán.

Vuelvo a la novela. Vuelvo al asunto del relato sobre el placer. Y dejo a las monjas de intramuros para fijarme en un monja de extramuros, Hilda, que es quien habilita esa alegoría que comento. Hilda es una campesina que la marquesa hace pasar por noble con un único objetivo: casarla con el picaflor de su hijo y hacer que este abandone su adicción a frecuentar los misterios que la fe clausura bajo los hábitos de algunas religiosas. A través de ella, Sánchez-Andrade nos muestra una tipología femenina familiar donde las haya:
Realmente, el único que conocía la verdad sobre doña Hilda era el lacayo, porque un día la descubrió sin capuchón. Fue justo antes de la boda, la época en que ella espiaba a su prometido tras la puerta para salir como una cabritilla a ayudarle con el afeitado, la época en que le rascaba la espalda y le limaba las asperezas de los pies con piedra pómez. La época en que el marqués actuaba como un viejito chocho.

La época en que, muchas veces, la vida era el relato de una monja. Una monja tuerta que, subida en la última de las ollas amontonadas junto a la ventana del sobrado, nos iba dando cuenta de lo que pasaba por su ojo vivo.
Si Faulkner sintetizó su obra magna parafraseando a Shakespeare, «La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia», Sánchez-Andrade parece hacer lo propio aquí con su novela: hay muchas mujeres cuya vida es el mero relato de una monja. Y no sólo eso, es el relato de una monja tuerta subida a la última de las ollas amontonadas junto a la ventana desde donde ve escaparse todos y cada uno de los vagones de un tranvía llamado deseo.

Quizá ese sea el modelo de «familia tradicional» que defiende tanto cruzado monoteísta: idiotas llenos de ruido y furia que desposan a monjas tuertas, ellos puteros asaltaconventos y ellas, con buenas manos para las filloas y torpes para el placer. Al final va a ser cierto que el Apocalipsis está a punto de llegar. Eso sí, mientras recibo mi citación para el Juicio Final, echaré mano de otra novela de Cristina Sánchez-Andrade que tengo por casa: Las lagartijas huelen a hierba. Es por lo del cosquilleo...

3 de noviembre de 2010

Dios es redondo, Juan Villoro

La semana pasada devolví a la biblioteca un ensayo sobre fútbol, Dios es redondo, de Juan Villoro. Aunque no sé mucho del asunto ni suelo frecuentar estadios o bibliografía balompédica, lo pasé bien con este libro. Es más: lo devoré de 70 en 70 páginas. Cuando alguien escribe con entusiasmo y frescura sobre un tema que domina suele sacarme el yo-lector más entregado. Además, capaz como he sido de jalear a Maeterlinck en sus simbolismos con las flores y las abejas, ¿por qué no iba a concederle a Villoro que el fútbol es metáfora del mundo?

(En El festín, Ángel Petisme dice lo mismo del culo de una mujer... Quiero decir: cada loco con su tema.)

Tengo pendiente incursionar en las novelas y cuentos de este autor mexicano; pero desde ya que quiero inyectarme alguna dosis periodística más. Su excelente mezcla de literatura y periodismo queda lejos, muy lejos, de esa prosa mediocre que rodea a los diarios deportivos españoles. También está a años luz de esa incultura de la que suelen hacer gala tantos opinólogos radiofónicos y televisivos patrios. (Salvo honrosísimas excepciones como Santi Segurola, Enric González, Gonzalo Suárez y algún otro, da bastante pena la imagen que transmiten de nosotros los JJ Santos, Manolo Lama y compañía). De ahí que encontrarme con Dios es redondo me haya reconciliado con aquel juego de patio de colegio en el que muchos intentábamos destacar más que en los exámenes de la EGB.

(Ninguno de mi generación brilló con el balón en los pies; pero al menos nos tomábamos en serio los partidos, no como algunos profesionales millonarios...)

Mientras leía este libro —y mientras escribía estas líneas—, me he dado cuenta de que mantengo mis más y mis menos con el fútbol. Dejó de interesarme a los 21 años, y sin embargo últimamente le vuelvo a prestar atención. (Antes de lo del Mundial, quiero decir; si no el causa-efecto sería obvio). Así que puede que no tarde mucho en teclear otra entrada balompédica para el blog. Entre otras razones porque leí hace un par de meses El hijo del futbolista, de Coradino Vega, que me hizo pensar un par de cosas sobre la época del instituto.

Entre tanto transcribo unos párrafos sobre Paul Gascoigne, uno de los muchos futbolistas que avalan la tesis tolstoiana que defiende Villoro: la felicidad ni produce buenas novelas ni buenos futbolistas. O dicho más literalmente: «Existe una secreta ley que exige que los campeones tenga raspaduras». Sin cierto sentido trágico de la vida parece no haber gloria. Maradona, Pelé, la selección alemana o el propio Gascoigne son algunos ejemplos que cita el escritor mexicano.

Del pasaje que copio debajo, me gusta la sensación de bosquejo sobre la marcha. El autor me transmite que escribe como dibujan esos artistas callejeros que te retratan en 10 minutos. También que con 3 ó 4 pinceladas certeras alcanza para presentar a un personaje. Es decir: la precisión es la base sobre la que construir la expresividad. Cada tanto me encuentro con alguien que denosta el periodismo y ensalza la literatura meliflua, verborrágica, de subordinadísima y pretenciosa frase larga que así cree hablar con mayor profundidad sobre las Grandes Cuestiones de la Vida... Escritores como Juan Villoro imagino que les parecerán intrascendentes. En cambio, yo los considero imprescindibles.

Cuestión de miopía.

Mi hooligan favorito

En Francia 98 algunos fantasmas pisan el pasto: Romario, Redondo, Juninho, Guardiola. En esa nómina de ausentes destaca el gran bufón de la corte británica, Paul Gascoigne, mejor conocido como Gazza. Inglaterra perdió 2-1 contra Rumania en un partido dominado por la nostalgia de su chico malo.

Gascoigne es un bebedor de cerveza que en sus ratos libres se dedica al fútbol. Su silueta rubicunda y sus mejillas encarnadas revelan a un decano de los pubs. Sus declaraciones alimentan el morbo de los tabloides londinenses y se ordenan en tres categorías: jocosas, vengativas y estúpidas. Cuando es llamado a la selección, altera las normas de convivencia: pone champú en la jarra del té y reserva sesiones de bronceado para los jugadores negros.

Tres fotografías resumen su carrera. En la primera es un novato en un rito de iniciación: un defensa le aprieta los genitales y él aúlla de dolor. En la segunda saborea con impunidad las glorias del fútbol: le toca la nalga a una edecán. En la tercera es un desgraciado: llora por la eliminación de Inglaterra en Italia 90. Estas imágenes son tan populares como la canción «Tres leones en una camiseta», compuesta para la Eurocopa 96 y las décadas sin laureles de Inglaterra: «30 años de dolor nunca me impidieron soñar...»

Fragmento del libro Dios es redondo, de Juan Villoro (Anagrama, 2006).

PD. La foto de Gascoigne procede del Mail Online.