Saber el precio del café parece ser el test perfecto para medir cuán pegado o despegado vive un presidente de Gobierno a la realidad de su país. De hecho, hoy sigue siendo la típica pregunta que hacen los periodistas para descolocar a su interlocutor y a su cohorte de asesores. Nadie sabe por qué siempre es el café, y no una lata de atún, un paquete de arroz, el Listerine acción total o una novedad literaria. Pero la esencia del asunto es que un presidente debe saberlo para demostrar que es un ciudadano más.
Todo esto viene a que el viernes salí a dar un paseo y entré en varias librerías para ver qué novedades había (un método más barato y divertido que leer suplementos culturales). Como me sucede a menudo, terminé descorazonado y sin comprar nada. Había varios libros que me interesaban; pero cuyo precio oscilaba entre los 17 y los 24 €, un importe que no incita al gesto compulsivo de echar mano de la tarjeta, incluso cuando eres fan fatal del autor en cuestión. Así que miré y anoté algunas ideas para la próxima vez que vaya a la biblioteca.
Mientras volvía para casa, pensé en si era un tacaño y en si era normal que el 80% de mis lecturas procediesen de librerías de viejo, colecciones de bolsillo, préstamos de amigos, la biblioteca y demás SPB mercadonil literario. (Más algún obsequio editorial, vaya). En mi escala de valores, un libro que compras de segunda mano suele equivaler a tomarte un par de cañas, un libro de bolsillo es como ir un día al cine (a veces con palomitas) y así. Siguiendo este razonamiento, antes de gastar 18 € en un pálpito caprichoso, y puesto que me he equivocado varias veces, intento visualizar qué espero a cambio. Esta táctica me ahorra gastos innecesarios y me ayuda a dominar mi libido consumista.
Antes solía pensarlo en términos de salir a cenar, ir al teatro, una buena botella de vino o alguna prenda de ropa. Desde ayer tengo un referente distinto. Fui al mercado de Santa María de la Cabeza a comprar fruta y pescado a eso de las dos, que siempre te descuentan o te regalan algo. A lo que iba: gasté 19,30 € (13,20 de pescadería y 6,10 en frutería) por la siguiente mercancía:
Todo esto viene a que el viernes salí a dar un paseo y entré en varias librerías para ver qué novedades había (un método más barato y divertido que leer suplementos culturales). Como me sucede a menudo, terminé descorazonado y sin comprar nada. Había varios libros que me interesaban; pero cuyo precio oscilaba entre los 17 y los 24 €, un importe que no incita al gesto compulsivo de echar mano de la tarjeta, incluso cuando eres fan fatal del autor en cuestión. Así que miré y anoté algunas ideas para la próxima vez que vaya a la biblioteca.
Mientras volvía para casa, pensé en si era un tacaño y en si era normal que el 80% de mis lecturas procediesen de librerías de viejo, colecciones de bolsillo, préstamos de amigos, la biblioteca y demás SPB mercadonil literario. (Más algún obsequio editorial, vaya). En mi escala de valores, un libro que compras de segunda mano suele equivaler a tomarte un par de cañas, un libro de bolsillo es como ir un día al cine (a veces con palomitas) y así. Siguiendo este razonamiento, antes de gastar 18 € en un pálpito caprichoso, y puesto que me he equivocado varias veces, intento visualizar qué espero a cambio. Esta táctica me ahorra gastos innecesarios y me ayuda a dominar mi libido consumista.
Antes solía pensarlo en términos de salir a cenar, ir al teatro, una buena botella de vino o alguna prenda de ropa. Desde ayer tengo un referente distinto. Fui al mercado de Santa María de la Cabeza a comprar fruta y pescado a eso de las dos, que siempre te descuentan o te regalan algo. A lo que iba: gasté 19,30 € (13,20 de pescadería y 6,10 en frutería) por la siguiente mercancía:
- 1 pescadilla de pincho de 1,2 kg,
- 1/2 kg de boquerones (limpios),
- 1/4 kg de mejillones,
- 1 gallo enorme (hecho filetes y con la espina aparte para que haga caldo),
- 1 kg de nectarinas (de Aragón, muy dulces),
- 1 kg de melocotones (también dulcemente aragoneses),
- 1 kg de tomates para ensalada y
- 1 brócoli.
Una de las cosas que más me gustó de Tatuaje, de Vázquez Montalbán, es que Pepe Carvalho se pasa el día yendo a la compra y cocinando. Y además lo disfruta tanto o más que echar un polvo. Nunca lo ves obsesionado por comprarse las cartas de Montaigne o por citar Kafka, sino por si el rape y las almejas son frescos y por el vino con que acompañarlos. Cuestión de prioridades. De vuelta a casa, Paseo de las Delicias abajo, me puse a pensar en eso y en lo que cuestan las novedades literarias.
Tengo sobre la mesa Cuadernos de Kabul, de Ramón Lobo, y un libro de Copi que ha sacado hace poco Anagrama en su nueva colección, Una vuelta de tuerca. Los compré hace 1 mes. Con lo que pagué por cualquiera, podría traerme la semana que viene otras 2 bolsas de comida. Quiero decir: es duro poner en la balanza un libro, por bueno que sea, frente al arsenal de pescado y fruta fresca que te puedes comprar. Muy duro, por mucho alimento espiritual que contengan.
Imagino que los editores, a diferencia de los presidentes, saben cuánto cuesta un café. Incluso qué la pescadilla o el gallo son más baratos que el rape o el besugo, dos delicias más apetecibles que una parte importante de la literatura que nos venden. De ahí que cada vez que entro en una librería comprendo cuán despegada está mi precaria economía de mercenario de las letras de esta realidad capitalista que vivimos. A la tercera vez, uno justifica que los poetas infrarrealistas de Bolaño robasen libros en el DF y, a la quinta por qué, como sugiere Fernando Díaz en Panfleto para seguir viviendo, los pendejos prefieren dedicarse al narcotráfico que acabar el instituto o estudiar una carrera. Es más, lo acabo de decidir: de mayor quiero atracar un furgón blindado y ser como el Dioni.
PD. La foto procede de Madripedia.
Tengo sobre la mesa Cuadernos de Kabul, de Ramón Lobo, y un libro de Copi que ha sacado hace poco Anagrama en su nueva colección, Una vuelta de tuerca. Los compré hace 1 mes. Con lo que pagué por cualquiera, podría traerme la semana que viene otras 2 bolsas de comida. Quiero decir: es duro poner en la balanza un libro, por bueno que sea, frente al arsenal de pescado y fruta fresca que te puedes comprar. Muy duro, por mucho alimento espiritual que contengan.
Imagino que los editores, a diferencia de los presidentes, saben cuánto cuesta un café. Incluso qué la pescadilla o el gallo son más baratos que el rape o el besugo, dos delicias más apetecibles que una parte importante de la literatura que nos venden. De ahí que cada vez que entro en una librería comprendo cuán despegada está mi precaria economía de mercenario de las letras de esta realidad capitalista que vivimos. A la tercera vez, uno justifica que los poetas infrarrealistas de Bolaño robasen libros en el DF y, a la quinta por qué, como sugiere Fernando Díaz en Panfleto para seguir viviendo, los pendejos prefieren dedicarse al narcotráfico que acabar el instituto o estudiar una carrera. Es más, lo acabo de decidir: de mayor quiero atracar un furgón blindado y ser como el Dioni.
PD. La foto procede de Madripedia.
Mi biblioteca engorda gracias al valor (convertido ahora en enfermedad) que desde el día que la literatura empezó a apasionarme me dí cuenta habría de tener, puesto que si era pobre, -bueno, mejor cambiar pobre por de clase media-baja, o mano de obra-, vamos, tendría que pasarme la vida en las bibliotecas; pero, claro, no solamente le vale a una con leer, poseer es parte del trato pasional. No me hacía a la idea de leer un libro al que no pudieras volver en el momento preciso que te diera la real gana. Así que, desde entonces, me las ingenio para robarlos. Eso sí, si lo aceptan los más moralistas, claro, una tiene su principios y su valor convertido en enfermedad de derroche adrenalínico le lleva a complicar mucho la operación, y a no abusar de pequeñas librerías, sino de las superficies que abusan de los propios libros.
ResponderEliminarEn fin, no quiero hacer un panfleto...
Hay que comer mucho pescado y mucha fruta y, por ello, no pienso renunciar a mi biblioteca.
Eso sí, cuando deje de ser una pre-parada, compraré, compraré...
Hay al respecto un artículo muy bueno de Rodrigo Fresán, publicado hace unos meses...
Te lo dejo aquí, por si te interesara,
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3902-2010-07-04.html
un saludo y agradezco todas las inquietudes de tus post, me llenan a mí de nuevas y engordan o enflaquecen las otras, las que ya estaban. Gracias.
Je, en ciertos barrios de Madrid hay gente a la que tú le das la lista de la compra y te roba lo que quieras en el supermercado. El producto estrella es el jamón serrano, que es el alimento nacional y, a poco que sea bueno, sale caro. Los principales usuarios de este servicio, que abarata incluso un 50% el producto, son jubilados cuya reducida pensión los obliga a estimular este 'mercado' alternativo. Al ritmo que vamos, quizá algún día suceda algo parecido con los libros. «Oye, ¿me robarías esa nueva traducción de “Ana Karenina” que han sacado en tapa dura?» Y así.
ResponderEliminarY, dada la mercantilización que padece el «producto» libro, me parece que hay cierta justicia poética en que robes en grandes superficies y respetes a las pequeñas librerías. Si pudieran, las grandes harían 'dumping' y las borrarían del mapa. (Ya lo intentan con la eliminación del precio fijo). Eso sí, reconozco que soy incapaz de robar nada (o casi). Cuando era estudiante tiraba de la bolsa de plástico hacia arriba y falseaba el peso de la fruta en el Mercado, poco más. (Nos pillaron).
En cuanto a las bibliotecas: los libros que de verdad me gustan termino comprándomelos; tengo un vicio: me gusta subrayarlos... Y yo entrego impecables a la biblioteca los libros que me presta. Pero, bueno, la biblioteca también sirve para probar esos libros por los que no pagarías.
Lo otro que viene bien para perder todo romanticismo con los libros es hacer 6 mudanzas en menos de 3 años. Cómo te diría... ¿Cambia tu perspectiva?
Muchas gracias por ese artículo de Fresán. Le echo un vistazo.
Saludos y que no falte el alimento (ni espiritual ni del otro).
PD. Ánimo con esa situación de «pre-parada». La cosa está dura, pero hay que pelear.
Pero no, ¿Qué está pasando? La situación es más grave de lo que imaginaba...
ResponderEliminarEl presidente no sabe el precio del cafe, de acuerdo. La economía se mide por ese indicador, sin duda que sí. Si nadie sabe el precio del café estamos en problemas, como en Argentina (nadie lo sabe). Aquí si te compras un libro por $50, muy lindo, pero con eso apenas si alcanzas a adquirir en el super 1/2 Kg de de merluza y 6 huevos. ¿Fruta? No, para eso debes usar Visa o American Express. Ni te cuento si tienes lavarropas y si fueite de aquellos buienaventurados que alguna vez accedió a un lavavajillas, ahora tendrás que empeñar tu anillo de compromiso para acceder a las pastillas limpiadoras. Los productos de limpieza están imposibles. Mejor nos dedicamos a la literatura que por estos rincones sigue siendo lo más económico, y de vez en cuando la escoba. Lo demás, imposible. Por el peso, en las costas rioplatenses te mantienes en línea, nunca sobrepasas los 47Kg. Lees o comes, esa es la cuestión. Qué tiempos aquellos de 1810...
Todo vuelve, es el eterno retorno, María: volveremos a limpiar la ropa restregándola en una piedra en el río, y así evitaremos pagar los repuestos, je.
ResponderEliminarMe hizo mucha gracia la campaña K para que la gente coma pescado. Ejem, lo primero es que debería haber es pescaderías, ¿no? Si no está complicada la cosa. En el Disco de al lado de mi casa la quitaron, de hecho, en 2006 o así, imagino que por antirrentable: juraría que yo era el único que le daba trabajo al encargado.
En fin, que sea leve lo de la hiperinflacción que comentas. Antes de venirme vi cómo se doblaba el precio de la carne en apenas unas semanas...
PD. Un solo libro de 50 pesos me compré en 4,5 años allá, creo. Los demás vinieron de Parque Centenario, Rivadavia, Corrientes, préstamos... No me daba la plata para comprar novedades allá. Son aún más caras que acá.
...todo vuelve. Ay, pero lavar la ropa no sé. Que si se me rompe el lavarropas se lo pido prestado al vecino, a todo lo demás me adapto. Aunque casi que todo empeora, por lo menos en cuestiones políticas económicas y en el calentamiento global, agregarían los ambientalistas. Ah, también sacaron la pescadería del Disco de Maipú y una de Olivos. Tampoco sé el precio del filét de merluza. Ahora, las librarías de viejo están a la altura de las circunstancias: las ofertas no son ofertas. En Corrientes hay basura, ya no se encuentran aquellas joyitas perdidas. Hay algunas, pero para hallarlas es necesario bucear horas y horas...
ResponderEliminarPero te puedo dar un dato, hace una semana pagué por un café con leche 9 pesos. Ahora, por lo menos tengo el poder de la información...
Y creo fervientemente en que los libros siguen siendo la mejor inversión y la más rentable.
¿En serio que Corrientes también entró en decadencia? Acá por suerte, como leemos poco, la casas son pequeñas y producimos muchos libros (unos 10.000 etiquetables como «literatura» al año), siempre es fácil encontrar alguna joyita a un precio razonable.
ResponderEliminarEso sí, me mataste con el dato: café a 9 pesos... Pronto te veo con el mate y el termo bajo el brazo.
En cuanto a los libros, me parece que no son una buena inversión: aquí los compras a 20 €, los vendes a 2 y los revenden a 5. Son como las computadoras: se deprecian a ritmo de vértigo.
Pero, bueno, dado que cualquier libro exige como mínimo 5 ó 6 horas de soledad, al menos te evita gastar en otro lado... En fin, seguiré pensando si invierto mi capital en oro o en libros.