Le debía la reseña a mi buen amigo Cristian, quien allá por 2007 me regaló este libro de cuentos, Mockba, por mi cumpleaños. Por tanto, este comentario tiene algo de gratificación retrasada (a la gratificación literaria, me refiero; aquella noche cociné un pollo con ciruelas, si mal no recuerdo; por tanto, doy por satisfecha la parte gastronómica de aquel 16 de junio). Como en su día lo único que le dije fue algo así como «che, me gustó», hoy intentaré llevar el comentario algo más allá.
Entre otras cosas lo hago porque este es un autor argentino todavía no publicado en España. Algo que me sorprende, pues otros compañeros de sello, Entropía, ya fueron publicados aquí e incluso estuvieron de viaje por suelo ibérico. Me resulta curioso que Muzzio haya pasado inadvertido para los editores por cuanto su propuesta es digna de ser considerada. O al menos así me lo parece a mí, claro.
Este libro lo componen 12 cuentos que responden a una unidad temática: la muerte. O mejor dicho: diferentes tipos de discursos que mantenemos los vivos sobre ella. Por eso aquí hay enterradores, profanadores de tumbas, médicos que juegan al póquer cerca de un camposanto, un hombre de 358 kg que muere postrado en la cama, incluso una familia que tiene dos puestos de flores en un cementerio y un hijo que hace de Miguel Strogoff entre ambos... De esa heterogénea galería de personajes emana el inquietante bouquet que deja Mockba una vez degustado hasta el final, y que podría resumirse con esta frase de «Posibles nombres para un perro»:
El título del volumen procede del cuento central, Mockba, que con sus 30 páginas —el libro tiene 151— es, con diferencia, el más largo. Esa referencia rusa —Mockba significa Moscú— puede que encierre un homenaje a Chéjov, cuyo eco puede escucharse en algunos finales abiertos, en la inteligente selección de los detalles o en el cuidado extremo para narrar de la manera más natural posible. También hay una buena lectura de ese Raymond Carver —editado por Gordon Lish— preocupado porque nada sobre o falte en el cuento, por introducir esa sensación de que algo va a pasar. Una sensación que, por cierto, define muy bien este pasaje de «Poker de reyes»:
Los argumentos también son variados, ocurrentes. Por ejemplo, en «El pasajero» hay un bar adonde acuden los taxistas a contar historias a un tal Félix, quien paga por ellas en función de lo buenas que son. En «Mockba», el enterrador Ivan Voltov descubre a los dos días de empezar a trabajar que alguien con su nombre y que nació en Moscú está enterrado allí, en el cementerio de Buenos Aires. Y en «El Cementerio Central», hay una historia ambigua con cierto toque periodístico sobre el proyecto de reunir el cementerio de Capital Federal y del Gran Buenos Aires en uno solo. Quiero decir, que esto de la muerte da para mucho (y bien).
Si hubiera que buscarle alguna similitud en el panorama español, diría que sería emparentable con Jon Bilbao en Como en una historia de terror (eso sí, vaya por delante que en una eliminatoria del Mundial, me quedaría con Muzzio). En su momento, hubo bastante debate sobre si los libros de cuentos deben tener o no unidad temática... Hablar de obligaciones o mandatos en un terreno como la literatura suele ser absurdo; en cualquier caso, ese tipo de cuestiones se resuelven de una manera sencilla: probando. Mockba de Diego Muzzio es una gozosa oportunidad de hacerlo. Nadie se va a morir por ello. Lo juro.
Entre otras cosas lo hago porque este es un autor argentino todavía no publicado en España. Algo que me sorprende, pues otros compañeros de sello, Entropía, ya fueron publicados aquí e incluso estuvieron de viaje por suelo ibérico. Me resulta curioso que Muzzio haya pasado inadvertido para los editores por cuanto su propuesta es digna de ser considerada. O al menos así me lo parece a mí, claro.
Este libro lo componen 12 cuentos que responden a una unidad temática: la muerte. O mejor dicho: diferentes tipos de discursos que mantenemos los vivos sobre ella. Por eso aquí hay enterradores, profanadores de tumbas, médicos que juegan al póquer cerca de un camposanto, un hombre de 358 kg que muere postrado en la cama, incluso una familia que tiene dos puestos de flores en un cementerio y un hijo que hace de Miguel Strogoff entre ambos... De esa heterogénea galería de personajes emana el inquietante bouquet que deja Mockba una vez degustado hasta el final, y que podría resumirse con esta frase de «Posibles nombres para un perro»:
—Mirá, Topo, los muertos no hacen nada. De los que tenés que tener miedo es de los vivos.En cada relato, Muzzio encara ese asunto desde una perspectiva distinta y varía los escenarios, las atmósferas o las técnicas narrativas (algo que dota al texto en su conjunto de una gran coherencia y riqueza). El hilván tanático, lejos de convertirse en un corsé o en una redundancia, le permite jugar con los registros y diseñar un artefacto donde cada texto aporta lo suyo a un engranaje superior. La estrategia funciona: el todo suma más que las partes por separado.
El título del volumen procede del cuento central, Mockba, que con sus 30 páginas —el libro tiene 151— es, con diferencia, el más largo. Esa referencia rusa —Mockba significa Moscú— puede que encierre un homenaje a Chéjov, cuyo eco puede escucharse en algunos finales abiertos, en la inteligente selección de los detalles o en el cuidado extremo para narrar de la manera más natural posible. También hay una buena lectura de ese Raymond Carver —editado por Gordon Lish— preocupado porque nada sobre o falte en el cuento, por introducir esa sensación de que algo va a pasar. Una sensación que, por cierto, define muy bien este pasaje de «Poker de reyes»:
Morand despegó la espalda del sillón y se inclinó hacia adelante, como si fuera a confiarme un secreto. Ese simple movimiento me transportó hacia el pasado. Por un momento, un flash iluminó mi cabeza: vi un bar, vi a Morand más joven sentado a una mesa. La imagen desapareció y otra vez me encontré a oscuras, con la incómoda sensación de haber estado en la punta del trampolín que me impulsaría al descubrimiento.Parafraseando el título de este último cuento, puede decirse que lo de Muzzio es el póquer clásico: prosa serena, búsqueda del equilibrio y trabajo en pos de la nitidez de la escena. Lo suyo es contar una buena historia de la mejor manera posible. Algo que consigue de manera notable en la mayor parte de sus cuentos.
Los argumentos también son variados, ocurrentes. Por ejemplo, en «El pasajero» hay un bar adonde acuden los taxistas a contar historias a un tal Félix, quien paga por ellas en función de lo buenas que son. En «Mockba», el enterrador Ivan Voltov descubre a los dos días de empezar a trabajar que alguien con su nombre y que nació en Moscú está enterrado allí, en el cementerio de Buenos Aires. Y en «El Cementerio Central», hay una historia ambigua con cierto toque periodístico sobre el proyecto de reunir el cementerio de Capital Federal y del Gran Buenos Aires en uno solo. Quiero decir, que esto de la muerte da para mucho (y bien).
Si hubiera que buscarle alguna similitud en el panorama español, diría que sería emparentable con Jon Bilbao en Como en una historia de terror (eso sí, vaya por delante que en una eliminatoria del Mundial, me quedaría con Muzzio). En su momento, hubo bastante debate sobre si los libros de cuentos deben tener o no unidad temática... Hablar de obligaciones o mandatos en un terreno como la literatura suele ser absurdo; en cualquier caso, ese tipo de cuestiones se resuelven de una manera sencilla: probando. Mockba de Diego Muzzio es una gozosa oportunidad de hacerlo. Nadie se va a morir por ello. Lo juro.
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