1 de julio de 2010

La aventura de los bustos de Eva, Carlos Gamerro

El día del libro me encontré en Gran Vía un puesto que vendía restos de la editorial La otra orilla a 4€. Como suele suceder, entre los descartes había autores argentinos en los que casi nadie reparaba. Me compré un par de novelas, Las aventuras de los bustos de Eva, de Carlos Gamerro, y Un chino en bicicleta, de Ariel Magnus. Dejé para otra ocasión uno de Griselda Gambaro, que a primera vista no me tentó (era la típica historia sobre inmigración desde Europa a América a principios del siglo XX).

El de Magnus venía con faja de recomendación de César Aira, Santiago Gamboa y Nuria Amat —escritores que poco o nada tienen que ver entre sí—, quienes le había otorgado el premio de la editorial. No me ha gustado: tiende al chiste fácil y es bastante previsible en ocasiones. Eso sí, diría que los lectores de Santiago Gamboa lo apreciarán. Su estilo tiene puntos de contacto con novelas como Perder es cuestión de método o Esteban. (Los lectores de Aira yo diría que mejor se abstengan, que está lejos de las diabluras del doctor César. Y a los de Amat, ni idea de qué decirles; ella sostiene que ha nacido un nuevo Cortázar... Uf, en mi opinión lo de Magnus poco o nada tiene que ver con don Julio Cronopio I del Río de la Plata).

En cuanto a Gamerro, venía sin faja de recomendación —ni falta que le hace— y me ha gustado mucho. Como cada día me da más pereza hacer reseñas al uso —si no el blog se convierte en una esclavitud—, me ciño a un par de aspectos que me gustaron de La aventura de los bustos de Eva.

El primero fue el argumento, de tintes eduardomendocinos, es decir, una historia paródica que coquetea con el absurdo y donde la acción se desparrama tanto que resulta complicado reducirla a 4 o 5 líneas de sinopsis. Es decir: Cervantes. Esta es una novela cervantina a más no poder.

El protagonista se llama Ernesto Marroné y es un alto directivo de Tarmelán una reputada multinacional argentina. Corren los años 70, Montoneros ha secuestrado a su jefe y entre las condiciones que ha puesto este grupo guerrillero para liberarlo hay una harto singular (y peronista): colocar una estatua de Eva Perón en cada una de las 92 oficinas con que cuenta Tamerlán. Marroné, como jefe de compras, es el encargado de la gestión comercial.

Un directivo como este sonaría a cliché gastado hoy (o en los 90); sin embargo, en el momento en que está ambientada la novela, Marroné es un pionero. Él ha estudiado en EE. UU., ha aprendido técnicas novísimas sobre management y ha vuelto a la Argentina con ganas de implementar el know how corporativo que ha adquirido. Su sabiduría dimana de las horas y horas que ha pasado zambulléndose, cual Alonso Quijano, en los libros de caballerías del momento: los manuales para directivos. Cómo ganar amigos e influir en las personas, El samurái corporativo, Haikus for managers o El arte de la guerra son algunos de los libros que amueblan su biblioteca mental. También el super hit (inventado por Gamerro) Don Quijote, el ejecutivo andante.

Para entendernos, Marroné es de esas personas que debaten acaloradamente sobre qué es el liderazgo, cómo se agrega valor a una empresa o cómo las debilidades pueden convertirse en oportunidades (de negocio, siempre de negocio). Es un entusiasta de las actividades de integración, todo lo ve en términos de un ascenso hacia el fuego prometeico de la Gerencia General y fía su suerte a cualquier consejo que le dé su gurú, Dale Carnegie. Su única filosofía es la empresarial y su alma, si es que la tiene, es una concesión privada que explota de manera monopólica su empresa.

Al respecto, destaco un pasaje del inicio del libro, donde Marroné rememora cómo fue una entrevista con el que el Sumo Jefe, el señor Tamerlán, cuya vida depende ahora de las gestiones con los bustos. Habla Tamerlán, Fausto Tamerlán:
[…] Mientras uno sea dueño de su culo, uno es dueño de sí mismo. Por eso, si usted va a trabajar para mí, hay una sola cosa que debe quedarle bien claro. En esta empresa aplaudimos la independencia de criterios, la creatividad y la imaginación; usted es libre de tener sus ideas y sus sentimientos —pero su culo es nuestro—. No es mucho lo que le pedimos. No podemos meternos en su cabeza, es verdad —pero sí en su culo—. Y una vez ahí, le damos libertad de pensar lo que quiera. Ese orificio es nuestro más delicado órgano de percepción del error, y no hay mejor antídoto contra cualquier estúpida tentación de independencia o rebeldía que un culo bien fruncido. A partir de ahora, Marroné, cuando se le presente cualquier duda, consúltelo con su culo, y él le dirá que debe hacer. Recuérdelo: su culo es su mejor amigo.
Además de la caracterización del personaje, el otro aspecto que me ha gustado de la novela es el manejo del contraste. Cuando Marroné llega a la fábrica de yeso para comprar la mercancía, resulta que la empresa ha sido tomada por los trabajadores, quienes, por supuesto, se declaran en huelga y retienen a todo aquel que no es proletario. La complicación narrativa es clara: conseguir los bustos se convierte en un objetivo imposible.

Sin embargo, este sumiso jefe de compras, súbdito leal hasta la muerte de su jefe secuestrado, comienza un proceso de proletarización con tal de conseguir el favor obrero. Guiado por Dale Carnegie, autor de Cómo ganar amigos e influir en las personas, intenta aprehender el punto de vista ajeno, consciente de que si llega a ser reconocido como obrero de pelo en pecho, le resultará más fácil persuadir a la fuerza trabajadora para que fabriquen los 92 bustos. Como es obvio, con un planteamiento así, las aventuras y desventuras del protagonista sólo crecen y crecen para regocijo del lector.

Con estos elementos —un personaje protagonista bien caracterizado y un conflicto narrativo apoyado sobre el contraste proletario/alto ejecutivo—, la novela construye una parodia que consigue esbozar una crítica social incisiva, a la par que ofrece 345 páginas de buena lectura. Quizá Gamerro no tiene tanto brío verbal como Eduardo Mendoza en su mejor época o Antonio Orejudo en Fabulosas narraciones contadas por historias, dos autores españoles a los que se podría asemejar; pero está cerca. Eso sí, la novela tiene mayor calado y más sustancia política. O al menos eso nos deja entrever una de las guerrilleras, de nombre María Eva, que deja caer la siguiente perla mientras debate con Marroné sobre los prejuicios burgueses:
[...] No es una crítica, eh, ya sé que lo que necesitamos no es literatura de sofá sino de trinchera.
Y es que quizá eso sea lo mejor de la novela: la mezcla de literatura de sofá y de trinchera que contiene. Hoy, que incluso el Partido Popular se lanza a la arena y se autoproclama «el partido de los trabajadores», no estaría mal que algunos políticos leyesen Las aventuras de los bustos de Eva; así podrían practicar desde ya líneas de diálogo que parecen escritas para ellos. Por ejemplo, esta:
A cierta edad hay vicios muy arraigados... No se lava con un poco de grasa de máquina el estigma de colegio inglés.
O esta otra:
—¿Entendés ahora por qué me hice proletario? —exclamó su amigo, exultante—. Mirá lo que es esto. ¿Dónde más vas a encontrar un fervor así?
Son líneas de diálogo que, en vez de suceder en una fábrica argentina tomada en los años 70, parecen remitirnos a algunos acontecimientos recientes de la política española.

P.D.: Entrevista - reseña en Página 12.

*

La aventura de los bustos de Eva, Carlos Gamerro.
Editorial La otra orilla, Buenos Aires 2006.

2 comentarios:

  1. Si no la leíste te recomiendo su novela "Las islas"

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  2. Uf, esa novela me temo que es complicada conseguirlo aquí, Anahí... (600 páginas sobre Malvinas juraría que no deben de ser demasiado tentadoras para un editor español. O no por ahora, mejor dicho; hace poco publicaron "Los pichiciegos" de Fogwill, más cortita, pero que allana el camino temático).

    Tengo muy buenas referencias de "Las islas". Sumo la tuya.

    Un beso.

    PD. Sé que te debo una lectura... Soy un desastre, lo sé. No haga vudú ni magia negra pensando en mí, por favor.

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