El sábado pasado estuve en el diálogo entre Ignacio Echevarría, Rodrigo Fresán y Ray Loriga que aconteció en el Festival Eñe. La sala María Zambrano del Círculo de Bellas Artes estaba llena —¿unas cien personas?—, y quedó confirmado así que este era uno de los puntos álgidos del festival. La propuesta que figuraba en el programa era genérica: autores que hablarán de su experiencia y tal; sin embargo, Echevarría, quien moderaba la mesa, traía otra idea más jugosa.
Aprovechando que Anagrama acababa de publicar Historia Argentina, donde Echevarría y Loriga comparten prólogo, don Ignacio retomó lo que allí comentan a propósito de Fresán y propuso hablar de los paralelismos que existen entre el escritor argentino y el español. Según él, Loriga y Fresán son algo así como el anverso y el reverso de la misma moneda. O dicho más sencillo: Fresán es el Loriga argentino y viceversa.
El argumento fundamental de Echevarría es que Fresán y Loriga son las cabezas visibles de «una nueva mercadotecnia literaria». Son dos nombres que, además de introducir un renovador aire fresco en sus respectivas literaturas y romper con las estéticas dominantes a principios de los 90, marcan un antes y un después en el negocio editorial. Por tanto, no es el estilo o las búsquedas literarias lo que los une, sino más bien otros aspectos.
¿Cuáles? Pues que ambos eran muy jóvenes cuando irrumpieron en el panorama literario, los dos se convirtieron en un fenómeno mediático, uno y otro lideraron sin querer una nueva generación de escritores —con muchos de los cuales no tenían nada que ver— y, también sin proponérselo, vieron cómo dejaron el campo literario sembrado de fallidos epígonos. Al margen de la valía de Historia Argentina y Lo peor de todo, las obras con que se hicieron populares, lo que los une es que descubrieron a las editoriales un nuevo nicho de mercado, «la joven narrativa», donde el gran criterio para publicar fue... la edad. Sí, la edad.
En el caso español asistimos, según Echevarría, al encumbramiento de autores prescindibles como Lucía Etxebarría y José Ángel Mañas, a quienes se envolvió en el mismo papel de regalo usado para vender a Loriga. Para las editoriales eran autores buenos porque eran jóvenes. Incluso se inventó una generación, la «Generación X». Algo paradójico: según Loriga, él ni siquiera conocía a Douglas Coupland y había publicado Lo peor de todo 3 o 4 años antes de que el canadiense sacase Generación X. (Quien, por cierto, ahora publicará Generación A).
También, y ya por último, Echevarría mencionó datos relacionados con la personalidad: dos escritores que abandonan su país para alejarse del fenómeno mediático que los envuelve y dos personas que tienen algo más que vasos comunicantes con la música y el cine, y en cuyas raíces literarias es clara la influencia de EEUU. En definitiva, dos autores unidos por una manera diferente de ser escritor, más globalizada o internacional, si se quiere (y temo no ser muy exacto con esto último).
De Macondo a Nocilla,
y del estilo a los best sellers
A lo largo de la charla, que fue de lo más fluida y distendida, se sucedieron los asuntos de conversación. Extracto aquí algunas ideas que anoté.
Escribes como lees. Los dos autores hablaron de que Historia Argentina y Lo peor de todo fueron meras continuaciones de sus lecturas. Una suerte de «Leo esto, luego escribo así». Es decir, que por parte de ninguno hubo un pensamiento previo de querer romper algo o de ocasionar algún tipo de ruptura con sus respectivas tradiciones. De hecho, Loriga dijo que su libro era deudor de El guardián entre el centeno, un libro de rebeldía adolescente.
Dilema Macondo. Fresán habló de que el problema no era García Márquez, ni siquiera el realismo mágico, que circunscribió a un sólo libro, Cien años de soledad; sino que Macondo en verdad estaba en la mirada editorial española y en la estigmatización a la que esta sometió a los autores latinoamericanos. Para los editores españoles, el cono sur significaba indiscriminadamente folclorismo. ¿Qué hay de realismo mágico en Cortázar, en Borges o en otras obras del propio García Márquez?, comentó Loriga.
Generación Nocilla. Aunque los citen como influencia, ni Fresán ni Loriga ven a la llamada Generación Nocilla como una continuación de su literatura. (Por cierto, que Fernández Mallo tiene más o menos la misma edad que Loriga). Y, a modo de crítica constructiva, Fresán señaló que en ese discurso donde priman el pop y la mixtura echa en falta referencias, por ejemplo, a Gorila en Hollywood, de Gonzalo Suárez, o a Automoribundia, de Gómez de la Serna. Y para concluir, indicó que cualquier escritor español contra quien debería rebelarse es contra el Quijote... Al fin y al cabo, dijo, todas las maniobras estéticas que trajo la modernidad del siglo XX están ya en la segunda parte del libro de Cervantes.
El estilo y los sentimientos. Ahora ambos autores se preocupan más por el estilo, entendido este como el gusto por obras donde «lo que sucede —dijo Loriga— es la propia escritura», y por la profundización de los sentimientos. Si bien en Loriga siempre estuvieron presentes ambas cuestiones, etcétera, para Fresán es algo más novedoso. Él mismo señaló, trazando un paralelismo con un videojuego, que pasó por cuatro etapas: 1) el héroe, 2) la trama, 3) la escritura y 4) el estilo.
PD: Al hilo del estilo se formó una pequeña polémica, donde Fresán comentó algo muy interesante: algunas tramas o subtramas de Stephen King o Ballard, en sí, son tan genuinas, tan propias de esos escritores, que también son estilo. Es decir que el estilo no sólo es textura, fraseo y metáforas, también puede ser la manera de construir. Por su parte, Loriga aportó un pensamiento muy flaubertiano: «el estilo también es la imposibilidad de escribir otra manera». Es decir, como diría don Gustav, uno escribe con sus limitaciones.
La vuelta a casa. Echevarría señaló que, desde que Loriga ha vuelto de Nueva York, sorprenden los proyectos en que se embarca, como por ejemplo la película sobre Teresa de Ávila o un guión sobre los crímenes de Puerto Urraco. A lo que Loriga dijo que quizá lo suyo había sido sólo el clásico «largo camino de regreso a casa», y que ahora mira las cosas desde otra perspectiva. Asimismo, puntualizó que cuando investigó sobre Puerto Urraco dijo «Esto es Fargo: un crimen rural»... Lo que pasa es si lo hacen los hermanos Cohen y sucede en EEUU viste más que si lo filma Carlos Saura y transcurre en España, añadió.
Best sellers. Fresán comentó que ha bajado mucho la calidad de esa clase de libros. Comparó los vampiros de Ann Rice con los de Crepúsculo, y dijo que es preocupante la banalización hacia la que se encamina ese género. Cada vez son de peor calidad.
Crítica. Loriga dio a entender que crítica era la de antes (intuyo que con antes se refería a antes de que despidieran a Echevarría de El País por aquella reseña sobre El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, tan contraria a los intereses de Alfaguara y del Grupo Prisa). Confirmó que quiso matar un par de veces a Echevarría por sus reseñas, pero destacó el papel de la crítica para guiar a los autores y al lector. Y, para ilustrar la situación actual, dijo: «Hoy publicas un libro y se te olvida ir al kiosco a ver qué ha dicho la crítica». Además, acotó, en los suplementos ocupa más espacio el anuncio de la editorial que las líneas que dedican a evaluar la obra. Fresán estuvo de acuerdo en esto de que el buen crítico ayuda al escritor, y mencionó que guarda celosamente un volumen que contiene las reseñas de John Updike. Según él, de Updike, destroce o alabe un libro, uno aprende cada vez que habla de literatura.
Aprovechando que Anagrama acababa de publicar Historia Argentina, donde Echevarría y Loriga comparten prólogo, don Ignacio retomó lo que allí comentan a propósito de Fresán y propuso hablar de los paralelismos que existen entre el escritor argentino y el español. Según él, Loriga y Fresán son algo así como el anverso y el reverso de la misma moneda. O dicho más sencillo: Fresán es el Loriga argentino y viceversa.
El argumento fundamental de Echevarría es que Fresán y Loriga son las cabezas visibles de «una nueva mercadotecnia literaria». Son dos nombres que, además de introducir un renovador aire fresco en sus respectivas literaturas y romper con las estéticas dominantes a principios de los 90, marcan un antes y un después en el negocio editorial. Por tanto, no es el estilo o las búsquedas literarias lo que los une, sino más bien otros aspectos.
¿Cuáles? Pues que ambos eran muy jóvenes cuando irrumpieron en el panorama literario, los dos se convirtieron en un fenómeno mediático, uno y otro lideraron sin querer una nueva generación de escritores —con muchos de los cuales no tenían nada que ver— y, también sin proponérselo, vieron cómo dejaron el campo literario sembrado de fallidos epígonos. Al margen de la valía de Historia Argentina y Lo peor de todo, las obras con que se hicieron populares, lo que los une es que descubrieron a las editoriales un nuevo nicho de mercado, «la joven narrativa», donde el gran criterio para publicar fue... la edad. Sí, la edad.
En el caso español asistimos, según Echevarría, al encumbramiento de autores prescindibles como Lucía Etxebarría y José Ángel Mañas, a quienes se envolvió en el mismo papel de regalo usado para vender a Loriga. Para las editoriales eran autores buenos porque eran jóvenes. Incluso se inventó una generación, la «Generación X». Algo paradójico: según Loriga, él ni siquiera conocía a Douglas Coupland y había publicado Lo peor de todo 3 o 4 años antes de que el canadiense sacase Generación X. (Quien, por cierto, ahora publicará Generación A).
También, y ya por último, Echevarría mencionó datos relacionados con la personalidad: dos escritores que abandonan su país para alejarse del fenómeno mediático que los envuelve y dos personas que tienen algo más que vasos comunicantes con la música y el cine, y en cuyas raíces literarias es clara la influencia de EEUU. En definitiva, dos autores unidos por una manera diferente de ser escritor, más globalizada o internacional, si se quiere (y temo no ser muy exacto con esto último).
De Macondo a Nocilla,
y del estilo a los best sellers
A lo largo de la charla, que fue de lo más fluida y distendida, se sucedieron los asuntos de conversación. Extracto aquí algunas ideas que anoté.
Escribes como lees. Los dos autores hablaron de que Historia Argentina y Lo peor de todo fueron meras continuaciones de sus lecturas. Una suerte de «Leo esto, luego escribo así». Es decir, que por parte de ninguno hubo un pensamiento previo de querer romper algo o de ocasionar algún tipo de ruptura con sus respectivas tradiciones. De hecho, Loriga dijo que su libro era deudor de El guardián entre el centeno, un libro de rebeldía adolescente.
Dilema Macondo. Fresán habló de que el problema no era García Márquez, ni siquiera el realismo mágico, que circunscribió a un sólo libro, Cien años de soledad; sino que Macondo en verdad estaba en la mirada editorial española y en la estigmatización a la que esta sometió a los autores latinoamericanos. Para los editores españoles, el cono sur significaba indiscriminadamente folclorismo. ¿Qué hay de realismo mágico en Cortázar, en Borges o en otras obras del propio García Márquez?, comentó Loriga.
Generación Nocilla. Aunque los citen como influencia, ni Fresán ni Loriga ven a la llamada Generación Nocilla como una continuación de su literatura. (Por cierto, que Fernández Mallo tiene más o menos la misma edad que Loriga). Y, a modo de crítica constructiva, Fresán señaló que en ese discurso donde priman el pop y la mixtura echa en falta referencias, por ejemplo, a Gorila en Hollywood, de Gonzalo Suárez, o a Automoribundia, de Gómez de la Serna. Y para concluir, indicó que cualquier escritor español contra quien debería rebelarse es contra el Quijote... Al fin y al cabo, dijo, todas las maniobras estéticas que trajo la modernidad del siglo XX están ya en la segunda parte del libro de Cervantes.
El estilo y los sentimientos. Ahora ambos autores se preocupan más por el estilo, entendido este como el gusto por obras donde «lo que sucede —dijo Loriga— es la propia escritura», y por la profundización de los sentimientos. Si bien en Loriga siempre estuvieron presentes ambas cuestiones, etcétera, para Fresán es algo más novedoso. Él mismo señaló, trazando un paralelismo con un videojuego, que pasó por cuatro etapas: 1) el héroe, 2) la trama, 3) la escritura y 4) el estilo.
PD: Al hilo del estilo se formó una pequeña polémica, donde Fresán comentó algo muy interesante: algunas tramas o subtramas de Stephen King o Ballard, en sí, son tan genuinas, tan propias de esos escritores, que también son estilo. Es decir que el estilo no sólo es textura, fraseo y metáforas, también puede ser la manera de construir. Por su parte, Loriga aportó un pensamiento muy flaubertiano: «el estilo también es la imposibilidad de escribir otra manera». Es decir, como diría don Gustav, uno escribe con sus limitaciones.
La vuelta a casa. Echevarría señaló que, desde que Loriga ha vuelto de Nueva York, sorprenden los proyectos en que se embarca, como por ejemplo la película sobre Teresa de Ávila o un guión sobre los crímenes de Puerto Urraco. A lo que Loriga dijo que quizá lo suyo había sido sólo el clásico «largo camino de regreso a casa», y que ahora mira las cosas desde otra perspectiva. Asimismo, puntualizó que cuando investigó sobre Puerto Urraco dijo «Esto es Fargo: un crimen rural»... Lo que pasa es si lo hacen los hermanos Cohen y sucede en EEUU viste más que si lo filma Carlos Saura y transcurre en España, añadió.
Best sellers. Fresán comentó que ha bajado mucho la calidad de esa clase de libros. Comparó los vampiros de Ann Rice con los de Crepúsculo, y dijo que es preocupante la banalización hacia la que se encamina ese género. Cada vez son de peor calidad.
Crítica. Loriga dio a entender que crítica era la de antes (intuyo que con antes se refería a antes de que despidieran a Echevarría de El País por aquella reseña sobre El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, tan contraria a los intereses de Alfaguara y del Grupo Prisa). Confirmó que quiso matar un par de veces a Echevarría por sus reseñas, pero destacó el papel de la crítica para guiar a los autores y al lector. Y, para ilustrar la situación actual, dijo: «Hoy publicas un libro y se te olvida ir al kiosco a ver qué ha dicho la crítica». Además, acotó, en los suplementos ocupa más espacio el anuncio de la editorial que las líneas que dedican a evaluar la obra. Fresán estuvo de acuerdo en esto de que el buen crítico ayuda al escritor, y mencionó que guarda celosamente un volumen que contiene las reseñas de John Updike. Según él, de Updike, destroce o alabe un libro, uno aprende cada vez que habla de literatura.
Excelente artículo, muy bueno.
ResponderEliminarMe gustó mucho tu blog, aquí me instalo.
Cariños!
Permítenos felicitarte por tu blog. Nos hacemos eco en La Esfera Cultural:
ResponderEliminarhttp://programalaesfera.blogspot.com/2009/11/enjaulando-blogs-recomendaciones.html
Un saludo
Muchas gracias, Sol.
ResponderEliminarPor cierto, no lo incluí en la entrada; pero aprovecho el comentario para hacer un añadido. Según Loriga y Fresán, Jack Kerouac no soportaba a toda la banda hippie que se le metía en casa a todas horas. Él no quería ser beat, él quería ser un respetado y venerable escritor al uso, y le resultaba muy cargosa toda la chusma beat. (La fuente es no me acuerdo qué familiar de Neal Cassady).
PD: Algún enlace del blog está roto, pero estoy en vías de arreglarlo.
Muchas gracias, Esfera Cultural, por la recomendación en vuestro blog. Os pincho para seguiros.
ResponderEliminarSaludos.