15 de agosto de 2008

Ryszard Kapuscinski

Estoy leyendo Ébano, de Ryszard Kapuscinski (Ricardo, me vas a perdonar; pero acentuarte la ese y la ene, y ser justo así con el idioma polaco, complica demasiado la existencia de este bloguero español). Decía: hace tiempo que le tenía ganas a este libro, y por fin me lo he cruzado. Resulta que Javi y Cris se han ido a visitar a un amigo al Congo (Diego, che, a ver si publicas una foto con ellos en tu blog, que nos encantaría saber que han llegado sanos y salvos al corazón de las tinieblas), y me han dejado a cargo del riego de las plantas y etcéteras varios que uno le pide a los colegas cuando sale de vacaciones. Total, que el miércoles hice la primera ronda. Cumplidas mis tareas botánicas, abrí una cerveza (ya te la repondré, Javi) y escruté los libros que estaban en el salón. Allí estaba Ébano.

Abrí la ventana, me acomodé en el sofá y me senté a leer. Eran algo así como las diez de la noche. Estaba cansado porque me había pasado el día trabajando; sin embargo, abrí el libro y, trago va, trago viene, me ventilé las primeras 41 páginas y medio litro de Mahou. También media bolsa de patatas fritas (Javi, te las repondré también, de verdad). Entusiasmado, guardé el libro en la mochila y prometí devolverlo a la estantería cuando me toque hacer la segunda ronda de riego.

Hoy, mientras tomaba el primer café de la mañana, encontré unos párrafos que me encantaron. Kapu y dos más acaban de llegar a Zanzíbar. Son los primeros corresponsales de prensa que llegan a la isla tras el golpe de Estado que se acaba de producir. Pasados unos días, así describe este periodista polaco el amanecer en el país africano:

El tomarse el café por la mañana es aquí [Zanzíbar] un rito ancestral a partir del cual —junto con la oración— los árabes comienzan el día. La campanilla del vendedor de café que al amanecer recorre el barrio calle tras calle ha sido su tradicional despertador. Al oír este toque de diana, se levantan de un salto y salen de sus casas a esperar la aparición del hombre que distribuye café recién hecho, aromático y fuerte. El tomarse un café por la mañana es el momento de intercambio de saludos y parabienes. Momento en que unos informan a otros de que la noche ha transcurrido con normalidad y expresan su confianza en lo bueno que será —si Alá lo permite— el día que empieza.

Cuando llegamos aquí no había ningún vendedor de café. Pero ahora, apenas transcurridos cinco días, ha aparecido de nuevo: la vida ha vuelto a circular por sus cauces, la norma y la cotidianeidad han regresado. Es hermosa y reconfortante esa aspiración tenaz y heroica que el hombre tiene a la normalidad, esa instintiva búsqueda de ella contra viento y marea. Es que aquí, la gente corriente trata los cataclismos políticos —golpes de Estado, alzamientos militares, revoluciones y guerras— como fenómenos pertenecientes al mundo natural. De ahí que muestren ante ellos los mismos sentimientos de resignación apática y fatalismo. Como si se tratase de una inundación o una tormenta. No se puede hacer nada, hay que esperar a que pasen, guarecerse bajo techado y de vez en cuando levantar la vista hacia el cielo, a ver si ya han desaparecido los rayos y se han alejado las nubes. Si es así, ya se puede salir al exterior y volver a hacer lo que momentáneamente se ha interrumpido: el trabajo, el viaje, el sol.

En África la vuelta a la normalidad resulta un tanto más fácil y puede producirse un tanto más deprisa; como que aquí todo es provisional en grado sumo, inestable, liviano y precario; de modo que, a pesar de que se pueda destruir una aldea, un campo o un camino en tiempo récord, también se los puede reconstruir a la misma velocidad.

Al margen de la plasticidad y de la sencillez con que cuenta Kapu la vida cotidiana en Zanzíbar, lo que me se subyuga de él es cómo mirando ese amanecer, consigue hablar también, en clave de metáfora, de esos días difíciles que todos enfrentamos cada tanto, de esa necesidad que tenemos de instaurar la normalidad cuanto antes, de cómo se puede medir ese afán con una sencilla taza de café. Qué mirada tan limpia y precisa la de este caballero. Qué capacidad para mirar dentro de sí y entender el afuera.


*

Ébano, Ryszard Kapuscinski.
Anagrama, Barcelona, 2008 (18ª edición).



2 comentarios:

  1. ya me lo estoy comprando, esa forma de relatar,es una joya, gracias ruben, vas por el buen camino

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  2. ¡Epa, Iuliani! ¿Vio? Si es que tarde o temprano llegan los libros a las manos de uno, no hay que ponerse nervioso. Kapu supo encontrarme.

    Estoy a punto de terminar Ébano (intercalé una novela entre tanto periodismo, que si no yo no puedo) y quiero copiar al menos un par de párrafos más. Desde ya que van dedicados a la fan n.º 1 de John Lee Anderson y pronto, muy pronto, de Ryszard Kapuscinski (a ti te va a encantar).

    PD: Además, creo, estás de suerte. De un tiempo para acá Anagrama está reeditando estos libros en la Argentina, y el precio es sensiblemente inferior a cuando era n de importación.

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