29 de agosto de 2008

John Gardner

Cuanto se escriba sobre el oficio de novelista es polémico. Y en el caso de John Gardner y su Para ser novelista, no iba a ser menos. De ahí que el lector deba tener en cuenta desde qué trinchera escribe el maestro de Raymond Carver mientras lo lee perorar sobre cómo se escribe una novela. A saber: para él, Nabokov, Joyce o Flaubert son pirotécnicos del lenguaje, escritores de segunda fila en comparación con Stevenson, Dickens, Melville o Tolstoi. Es decir: sin realismo, estructuras decimonónicas y ladrillos de más 600 páginas casi que no hay literatura. Se entiende: estoy simplificando (los matices, cerveza mediante).

Sigo aclarando cómo es el Parnaso gardneriano. Cervantes parece no existir. Borges tampoco. Gabo, ¿y ese quién es, m’hijo? Cortázar, Onetti, Rulfo, Monterroso... Uhhhh, con esos apellidos tan poco yanquis no sé yo si saben escribir. Como mucho, dame un Hemingway, un Faulkner, un Below. En fin, que la tradición en la que se inscribe Gardner es la de escritores estadounidenses más algún clásico universal: un Dostoievski por aquí, un Shakespeare por allá, etcétera.

Aclaro todo esto porque mucha gente toma estas lecturas como recetarios del tipo Aprenda chino mandarín en 10 lecciones. Y no. Ya lo dijo Michael Phelps: es más difícil aprender chino mandarín que ganar ocho medallas de oro en las olimpiadas. Quiero decir: no conviene convertir un libro de este tenor en dogmática biblia del oficio (tampoco creo que Gardner lo pretenda, vaya), sino más bien tomarlo como un punto de partida para animar el fuego de la conversación. (Claro que eso mismo dijo Solbes ayer sobre la financiación autonómica y así le fue...).

Pues eso, que este libro de Gardner sirve para opinar sobre el oficio, formarse ideas sobre la estética propia y ajena, saber cómo afronta el prójimo el proceso creativo y cuestiones similares. Aunque mantengo mis desavenencias con ciertos puntos de vista del autor, reconozco que
Para ser novelista está escrito con mucho sentido común y contiene pensamientos que no son baladíes. Además, como el propio Gardner defiende que «hasta el mejor consejo tiene sus límites», puedo aceptarle ese ánimo tan pragmáticamente yanqui que desprende a veces. Tomo lo que dice hasta donde a mí me sirve o me parece bien. Diferencia de temperamento. Cervantino que es uno.

A continuación, ocho subrayados que hice sobre la primera cualidad que Gardner le pide a un novelista: sensibilidad verbal.

01 :: Armarse de paciencia
«Escribir una novela lleva muchísimo tiempo, al menos para la mayoría, y es algo que pone a prueba la mente del escritor y puede llegar a desquiciarla».

02 :: Los inéditos también son escritores
«Hay escritores jóvenes que, debido a una peculiaridad de su forma de ser, no se sienten tales si no han conseguido publicar algo, como sea, donde sea. Probablemente, dichos escritores harán bien en conseguirlo y acabar con ello de una vez, pero harían aún mejor si, con las miras puestas en el futuro, mejoraran su nivel y lograran aparecer en publicaciones de mayor prestigio».

03 :: Más calle, menos retórica
«Puede que los niños negros que juegan en la calle a «las docenas» —a replicarse ingeniosamente con metafóricos insultos a sus respectivas madres, empleando metáforas que no son siempre gramaticales ni claras—, demuestren mayor sensibilidad verbal que los escritores de discursos que contribuyeron a crear la imagen de John Kennedy».

04 :: Como una película
«Cuando llevamos leídas cinco palabras de la primera página de una buena novela, nos olvidamos de que estamos leyendo palabras impresas en una página y comenzamos a ver imágenes: un perro husmeando entre cubos de basura, un avión volando en círculo sobre las montañas de Alaska, una señora mayor lamiendo furtivamente su servilleta en una fiesta...».

05 :: Prohibido interrumpir el sueño vívido y continuo
«Si el escritor comete una falta gramatical, el lector deja de pensar en la señora mayor de la fiesta y mira las palabras del texto, para ver si, como parece, la frase es gramaticalmente incorrecta. Si lo es, el lector piensa en el escritor o, posiblemente, en el editor —«¿Cómo es que se les ha escapado una cosa así?»— y no en la señora, cuya historia se ha visto interrumpida».

06 :: El contrato con el cliente
«El lector común exige una razón para seguir pasando páginas».

07 :: Profe, ¿sirvo para escribir?
“El escritor con menos posibilidades —ése a quien uno contesta en el acto: «No lo creo»— es aquél cuya sensibilidad para el lenguaje parece incorregiblemente pervertida. Su ejemplo más evidente es el del escritor que no consigue avanzar sin emplear frases como «con un gracioso parpadeo» o «los adorables gemelos», o «su risa franca, estentórea», expresiones trilladas producto de la emoción fingida de quien no siente nada en su vida cotidiana o le falta algo de lo que estar lo suficientemente convencido como para encontrar su propia manera de decirlo, y ha de recurrir a cosas como «reprimió un sollozo», «amable sonrisa oblicua», «enarcando una ceja con ese aire suyo tan peculiar», «sus anchos hombros», «ciñéndola con su fuerte brazo», «esbozando una sonrisa», «con un ronco susurro», «con el rostro enmarcado por sus bucles cobrizos»”.

08 :: Escribir es reescribir
«Lennis Dunlap, mi colaborador, era y sigue siendo uno de los perfeccionistas más exasperantemente tercos que he conocido. Trabajábamos cada noche cinco, seis o siete horas y a veces sólo conseguíamos terminar tres o cuatro frases. Me volvía loco, y consigo mismo tampoco se ablandaba: a veces teníamos que parar porque con la tensión de trabajar con un joven tan impaciente como yo, a Lennis le entraba dolor de cabeza. Con el tiempo yo adquirí la misma reticencia que él a dar una frase por definitiva si el significado de la misma no se veía tan claramente como un oso en una cocina bien iluminada. Descubrí lo que todo buen escritor sabe: que conseguir escribir exactamente lo que se pretende decir ayuda a descubrir lo que se pretende decir».

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Para ser novelista, John Gardner.
Ultramar Editores, Barcelona 1990.
Traducción de Víctor Conill.

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