El otro día estaba chateando con Alberto y va y me pregunta si me acuerdo de comienzos de novela que me gusten... Y nos pusimos a cambiar cromos apelando a los clásicos, que es lo que suele hacerse en estos casos para quedar como alguien más o menos leído. Que si el de las familias felices e infelices de Tolstoi en Ana Karenina, que si el de Santiago Nasar al que Gabo ya sabía que lo iban a matar desde el primer párrafo de Crónica de una muerte anunciada, que si, en fin, en un lugar de la Mancha y tal y tal y tal. Vamos, que parecíamos dos eunucos filológicos de esos para quienes sólo existe el pasado.
En eso que Alberto dice que a él le molan los inicios de Chuck Palahniuk. Yo no he leído a este señor, pero sé que es el de El club de la lucha; así que deduje que debía de estar vivo y que la cosa se ponía contemporánea. Según Albertix, este novelístico luchador «te agarra por las solapas y no te suelta» o algo así. (Han pasado algunas cervezas desde entonces, digo). Liberado de las referencias clásicas, me animé a contraatacar con algo equivalente a Palahniuk: La pistola de mi hermano (caídos del cielo), de Ray Loriga, que justo acaba de leerlo.
—Jo, ese libro quiero leerlo y ya no se consigue —dice Alberto.
—Yo se lo he pillado a unos amigos que me han dejado encargado de regarles las plantas mientras están de vacaciones —contesté.
—¿Mola? A mí Héroes me gustó.
—Ese no lo he leído. Yo leí Trífero y Tokio no nos quiere.
—¿Y?
—El primero me gustó, el segundo lo abandoné en la página 90 dos veces. La pistola de mi hermano, qué sé yo, está bien: te lo lees de un tirón, no incordia, tiene sus destellos. No es literatura para la posteridad y la historia no es gran cosa, no sé; pero se sostiene por la voz del narrador. Loriga es un estilista nato, y a mí eso me gusta: estructura fragmentaria con capítulos breves, oraciones cortas y cada tanto lapidarias, poética Generación X... En fin, esas cosas de los 90. El comienzo mola. En concreto, la primera página casi es el primer capítulo y me parece que está bien, que invita a seguir leyendo:
**
Y así quedó la cosa. Alberto dijo que sí, que no estaba mal. Ahora, de yapa y ya que me pongo a actualizar el blog, dos fragmentos más del libro en cuestión. O mejor dicho: dos capítulos más:
(Capítulo 38, página 133.)
*
(Capítulo 32, página 115.)
*
La pistola de mi hermano (caídos del cielo), Ray Loriga.
Plaza & Janés Editores S.A., Barcelona 1997.
PD para Alberto: Che, que dice el otro Alberto que Alfaguara publicará todo Loriga dentro de poco; así que pronto podrás pillarte este libro y el que quieras. Por cierto, que también dice Alberto que, además de Heroes, el que hay que leerse de Loriga es El hombre que inventó Manhattan. Dicho está.
En eso que Alberto dice que a él le molan los inicios de Chuck Palahniuk. Yo no he leído a este señor, pero sé que es el de El club de la lucha; así que deduje que debía de estar vivo y que la cosa se ponía contemporánea. Según Albertix, este novelístico luchador «te agarra por las solapas y no te suelta» o algo así. (Han pasado algunas cervezas desde entonces, digo). Liberado de las referencias clásicas, me animé a contraatacar con algo equivalente a Palahniuk: La pistola de mi hermano (caídos del cielo), de Ray Loriga, que justo acaba de leerlo.
—Jo, ese libro quiero leerlo y ya no se consigue —dice Alberto.
—Yo se lo he pillado a unos amigos que me han dejado encargado de regarles las plantas mientras están de vacaciones —contesté.
—¿Mola? A mí Héroes me gustó.
—Ese no lo he leído. Yo leí Trífero y Tokio no nos quiere.
—¿Y?
—El primero me gustó, el segundo lo abandoné en la página 90 dos veces. La pistola de mi hermano, qué sé yo, está bien: te lo lees de un tirón, no incordia, tiene sus destellos. No es literatura para la posteridad y la historia no es gran cosa, no sé; pero se sostiene por la voz del narrador. Loriga es un estilista nato, y a mí eso me gusta: estructura fragmentaria con capítulos breves, oraciones cortas y cada tanto lapidarias, poética Generación X... En fin, esas cosas de los 90. El comienzo mola. En concreto, la primera página casi es el primer capítulo y me parece que está bien, que invita a seguir leyendo:
—¿Y ahora qué?
No sabía muy bien a qué se refería. Llevaba toda la mañana con el estómago revuelto. Con un dolor en el estómago. Un dolor agudo, como un clavo. Lo sé porque me lo dijo ella misma antes de darme la pistola. La pistola no era suya. Eso se dijo, pero no era cierto. La pistola era de él. Se dijeron muchas tonterías, da igual, era de él. Seguro. Una pistola grande, automática, negra.
—No se mueve.
—Ni se moverá, está más muerto que yo.
—Tú no estás muerto.
—Lo estaré.
Tenía razón. Dos horas después le pegaron tantos tiros que hacía falta quererle mucho para ir a mirarlo. Mamá no fue. Nadie le quería mucho. Nadie le quería nada. Ella tampoco. Ella había visto todas esas películas de asesinos juveniles. Estaba en babia. Pero de eso al amor hay un paseo.
—No da asco.
—No.
—Tampoco mucha pena.
—Da lo que da, vámonos de aquí.
Subió al coche, se acordó de mamá, seguro, se acordó de mamá diciendo: Algo me dice que todo esto estará limpio mañana. Arrancó el coche y dijo:
—Algo me dice que esto no va a estar limpio mañana.
**
Y así quedó la cosa. Alberto dijo que sí, que no estaba mal. Ahora, de yapa y ya que me pongo a actualizar el blog, dos fragmentos más del libro en cuestión. O mejor dicho: dos capítulos más:
El sol entraba por las ventanas abiertas y también el viento que la despeinaba y la volvía a peinar y no hacía ni frío ni calor, ni era pronto ni demasiado tarde, los dos bebían cerveza y la carretera se alargaba como si no fuera a terminarse nunca y parecía de verdad que Dios estaba tocando sus grandes éxitos.
(Capítulo 38, página 133.)
*
Se estaba haciendo de noche. No había nubes. No había casas. No había nada.
—¿Dónde vamos a dormir?
Él volvió la cabeza y la miró sorprendido. Hubiera jurado que iba solo.
(Capítulo 32, página 115.)
*
La pistola de mi hermano (caídos del cielo), Ray Loriga.
Plaza & Janés Editores S.A., Barcelona 1997.
PD para Alberto: Che, que dice el otro Alberto que Alfaguara publicará todo Loriga dentro de poco; así que pronto podrás pillarte este libro y el que quieras. Por cierto, que también dice Alberto que, además de Heroes, el que hay que leerse de Loriga es El hombre que inventó Manhattan. Dicho está.
el último gran principio que he leído es el de Trueba en Saber Perder, de hecho es lo que más me ha gustado del libro y es mi último post.
ResponderEliminarLee a Palaniuck, como suele pasar el libro le da 100 vueltas a la película. El Asfixia tambien me gustó mucho.
Tomo nota, esadelblog. A ver si me dan un respiro la falta de conexión a internet, la mudanza de casa y demás fuerzas del espacio que conspiran contra mí, y entonces me hago socio de la biblio de Puerta de Toledo y me saco los libros que comentas. Es que no es vida esta que llevo últimamente.
ResponderEliminarPor cierto, acabo de empezar las memorias de Phillipe Sollers, que publica Páginas de Espuma, y debo reconocerle a este señor que tiene una manera más que particular de comenzar:
Alguien que más tarde dirá 'yo' entró en el mundo humano el sábado 28 de noviembre de 1936, a mediodía, en los suburbios inmediatos a Burdeos, junto a la ruta hacia España. No tengo razón alguna para no creerlo. En cualquier caso, el registro civil es riguroso, porque en él fui declarado...
Ahí es nada. Toma psicoanálisis desde el principio. Debe de ser el efecto secundario de la Kristeva, no sé.