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27 de febrero de 2020

Entrevista a Felipe Polleri / CTXT

A principios de noviembre se alinearon los astros y tuvimos la suerte de que Felipe Polleri visitara España. Este escritor urugayo no es precisamente lo que se llama un viajero; por tanto, su paso por la librería Juan Rulfo lo saboreamos con el delite propio de las ocasiones únicas. Además, vino acompañado de María Laura Pintos, una de las fundadoras y editoras del sello de poesía La Coqueta. Como anunció la tarjeta de invitación, fue «una tarde intensamente uruguaya».

Mucho de lo que conversamos Polleri y yo lo recogí después en una entrevista que publiqué el 24 de enero de 2020 en la revista CTXT. Otras cosas, como los quince minutos en estuvo leyendo pasajes de La inocencia, quedarán para el recuerdo de quienes estuvimos allí. Fue un encuentro verdaderamente entrañable, genuino y divertido. Al escuchar leer y luego hablar a Polleri, diría que su tribu lectora madrileña pudo captar algo a veces complicado a este lado del Atlántico: el desopilante humor negro que rezuma esta novela (y, en general, toda su obra).

En España, por desgracia, solo está publicada La inocencia (:Rata_, 2017). Eso implica que, si alguien quiere seguir leyendo a este rabioso y salvaje escritor uruguayo, debe tener contactos trasatlánticos, comprar los libros de importación, etcétera, etcétera. Por increíble que parezca, se han publicado más libros de Polleri en Italia o en Francia que aquí. Así, nuestros vecinos franceses han traducido ya Gran ensayo sobre Baudelaire, ¡Alemania, Alemania! y Los animales de Montevideo; y los italianos han publicado ¡Alemania, Alemania! y este año sacarán Los sillones marchitos. Eso por no hablar de que la filial mexicana de Tusquets publicó un par de libros hace unos años. En fin, no hay que desesperar; quizá en 2021 haya buenas noticias.


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Felipe Polleri / Escritor uruguayo, autor de ‘La inocencia’

“Un libro es una enfermedad 

de la que uno se cura escribiéndola”


Rubén A. Arribas 24/01/2020

Felipe Polleri, en su casa. Foto de Diego Eguía Castro.

La literatura de Felipe Polleri es una especie rara y misteriosa, y sobre todo feroz. Bebe del inconsciente, considera que la autocensura es una descortesía con el lector y defiende la catarsis —siempre que sea estética— como un método liberador tanto para quien escribe como para quien lee. A la manera de su admirado Antonin Artaud, este escritor uruguayo considera que una verdadera obra de arte debe perturbar el reposo de los sentidos y agrietar, a través de la sombra, un concepto tan petrificado como es la cultura. Probablemente, eso explica por qué sus novelas están plagadas de yoes monstruosos cuya voz reconocemos en nuestro interior, pero que negamos cuando hablamos o escribimos. En el caso de Polleri (Montevideo, 1953), esas voces, sin embargo, alimentan las vidas imaginarias y horrorosas de sus personajes.

Su literatura se caracteriza, además, por una voz narrativa intensa y rabiosa, pero no por ello exenta de humor —humor negro, claro— y de ternura. Es una voz que busca atestiguar
la crueldad de un mundo que otros construyeron, como suele decir Polleri, para jodernos. Quizá por eso sus narradores se entregan a “la ira luminosa que todo lo arrasa” de la que hablaba Angélica Liddell en Trilogía del infinito. Además lo hacen, como pedía la autora de Una costilla sobre la mesa, no solo como un mecanismo de supervivencia, sino como una vía para devolverle al arte la fuerza y la belleza inherentes a su naturaleza salvaje... Y así, de paso, rescatarlo de las manos de ese censor moderno que es el puritanismo (sea este de corte más clásico o más progresista).

Tras la apariencia de unas memorias familiares —no autobiográficas—,
La inocencia (:Rata_, 2017) puede leerse como una declaración sobre el derecho a odiar la infancia propia y como un ajuste cuentas con el concepto familia. También como una declaración de enemistad eterna a Pocitos, el aristocrático barrio montevideano donde se crio el autor y donde, según Rodolfo —el narrador de la novela—, la gente se preocupa más por cuidar la hermosura de las calles que por los problemas sociales que existen en el resto de la ciudad. Asimismo, La inocencia relata un desclasamiento: Rodolfo prefiere ser un grasa —intraducible coloquialismo uruguayo— y vivir como tal a cumplir con las expectativas derivadas de tener un apellido ilustre y de vivir en un barrio de gente rica.

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Esther Peñas, María Laura Pintos, Felipe Polleri y Rubén A. Arribas.

La hinchada madrileña reunida en la librería Juan Rulfo (5/11/2019).
 
Grupo de estudio de la obra polleriana (Universidad Grasa de Yarará).
 

23 de octubre de 2019

Una tardecita uruguaya con La Coqueta y Felipe Polleri


En noviembre de 2017, presentamos La inocencia, de Felipe Polleri. En aquel entonces, el escritor uruguayo no pudo viajar a España, por lo que hablamos de su novela a nuestas anchas, es decir, sin que él pudiera rebatirnos, golpearnos, acuchillarnos, dispararnos con su negro revólver negro, etcétera, etcétera (todas esas cosas que hacen los personajes del gran Polleri, digo). Bien, dos años después de aquello y en el mismo cuadrilátero —la librería Juan Rulfo—, celebraremos la revancha, la reedición o vaya usted a saber qué en honor de La inocencia... Eso sí, esta vez tendremos a Polleri en carne y hueso —más hueso que carne, creo— dispuesto a leer algunos fragmentos de la novela y a conversar públicamente sobre ella. En fin, como suele decirse: será una oportunidad única.

Antes de todo ello, presentaremos el sello uruguayo de poesía La Coqueta. Una de sus directoras, María Laura Pintos, nos contará sobre este proyecto colaborativo fundando en 2017. A día de hoy, La Coqueta ha publicado diez poemarios y es un sello de referencia a la hora de hablar de la poesía contemporánea uruguaya. Prometemos leer unos cuantos poemas.

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Algunas cosas que escribí sobre Felipe Polleri y su obra:

15 de enero de 2018

Felipe Polleri: el dinosaurio y su birome / CTXT

Felipe Polleri escribe unas notas en su cuaderno. Foto de Diego Eguía.
El viernes pasado debuté como colaborador en la revista CTXT. Contexto y acción. A propósito de la publicación de La inocencia (:Rata_, 2017), me invitaron a escribir un perfil literario sobre Felipe Polleri... Y eso hice, con toda la negra y perversa admiración que tengo por este escritor uruguayo.

Copio un par de párrafos del texto; el resto puede leerse en la web de la revista.
Más abajo, y ya que estoy, enlazo también una entrevista que me hicieron para Radio Uruguay.

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Felipe Polleri: el dinosaurio y su birome 

Por fin se da a conocer en España otro ‘raro’ de la literatura uruguaya, pródiga en autores inclasificables 


Rubén A. Arribas


En su conocida canción Biromes y servilletas, Leo Maslíah dejó constancia de que Montevideo es tierra fértil para el talento artístico. Según este músico y escritor inclasificable, en la capital uruguaya hay poetas que, sin bombos ni trompetas, van saliendo de recónditos altillos y que, en vez de pretender glorias o laureles, prefieren escribir en papel experiencias totalmente personales. A lo que añade, con su habitual ironía y actitud lúdica, que, en Montevideo, también hay biromes desangradas en renglones de palabras que se retuercen, confusas, en delgadas servilletas como alcohólicas
reclusas. 

Desconozco en quién pensaba Maslíah cuando escribió la letra. Preguntárselo, además, sería exponerme a una de sus humoradas y a quedarme sin respuesta. En mi caso, Biromes y servilletas me hace pensar en ese baudeleriano poeta en prosa que es Felipe Polleri. Cada vez que escucho la canción, lo veo sentado en el borde de la cama, cigarrillo en mano, desangrando una birome sobre un cuaderno escolar. Lo imagino, además, como sigue diciendo la canción, escribiendo su manía, su locura, su neurosis obsesiva.


»» El artículo sigue en la sección «El Ministerio», de CTXT.


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»» Entrevista para el programa La Máquina de Pensar, en Radio Uruguay, conducido por Pablo Silva (unos 20 minutos).
»» Entrevista a la editora Iolanda Batallé, en Radio Uruguay, sobre la publicación de La inocencia en España (unos 25 minutos).

8 de noviembre de 2017

El 15 de noviembre charlaremos sobre 'La inocencia'

El miércoles que viene, 15 de noviembre, nos reuniremos en la librería Juan Rulfo (Madrid, metro Moncloa) para conversar sobre La inocencia, de Felipe Polleri. Empezaremos a las 19 h y me acompañará Gloria Fernández, escritora y coordinadora de los talleres en Fuentetaja. Dejo más abajo las invitaciones que han preparado la editorial y la librería para la ocasión. Si alguien se aburre y no sabe qué hacer ese día, allí estaremos charlando sobre por qué poner en nuestra vida libros tan rabiosos, delirantes y raros (o, como dijeron en esta reseña, de una «escritura feroz, sin concesiones, políticamente incorrecta»). Veremos qué tal se nos da.


 




17 de mayo de 2017

Felipe Polleri, el uruguayo indomable

«La literatura es el espacio de la libertad;

ya la vida cotidiana nos exige que cumplamos un montón de reglas»



A partir de hoy —si todo va como debe—, La inocencia, de Felipe Polleri, estará disponible en las librerías españolas. La publicación de la novela hay que agradecérsela a la editorial :Rata_, sello valiente y atrevido donde los haya. Quizá incluso demasiado atrevido: me encargó a mí que perpetrara el prólogo... Cosa que hice, por cierto, con mucho gusto y admiración por este indomable escritor uruguayo (lo siento, Felipe; ya vendrán prologuistas mejores...). En fin, ojalá que alguno de los disparates que escribí anime a la gente a adentrarse en el singular mundo literario que propone Polleri.

También, y ya que estoy metido en faena, reproduzco la entrevista que escribí para el catálogo de la editorial. En realidad, lo que transcribo es solo el fragmento de una larga conversación que tuvimos el 1 de diciembre de 2016. La otra parte de la charla —o al menos una parte notable de ella— puede leerse en el prólogo del libro.

Por último, va una ración de agradecimientos (disculpad el sentimentalismo...). Varias personas me han ayudado a cumplir con este loco afán mío de que se publicase algún libro de Polleri en España, así que va para ellas este último párrafo. Gracias a Iolanda Batallé por fiarse de mí y por la generosidad de sus comentarios; a Constantino Bértolo, por su siempre lúcida y lucense presencia; a Iago Fernández, por su paciencia y buen hacer; a Loris Tassi, por hacerme cómplice de su polleriana traducción al italiano de ¡Alemania, Alemania! (y de su consiguiente napolitanísima desesperación); a Pablo Silva, por hacerle llegar mis reseñas al autor y ayudarme a localizarlo; y, sobre todo, a Diego Eguía y a Laura Caorsi, por dejar todo lo que estaban haciendo y dedicar una tarde de sus vacaciones australes a robarle el alma —fotográficamente hablando— al gran Felipe Polleri. A todos y a todas, insisto, muchas gracias, etcétera, etcétera.

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En La inocencia haces referencia a los niños locos, algo habitual en otras novelas tuyas. ¿Qué relación tiene lo infantil en la construcción de tu voz narrativa?
Es la raíz; en el fondo, soy un niño rabioso... Y ese niño es el que escribe, o al menos uno de los Otros que escribe. Es un niño rabioso, dolorido, que no puede ser consolado —la época del consuelo ya pasó— y que lo único que le queda es la lucha hasta el final. Todos tenemos ese niño adentro. Yo al mío lo siento dolido, resentido, vengativo, inconsolable.

¿Eso tiene algo de autobiográfico?
Sí, fui un niño muy problemático: tenía todas las somatizaciones habidas y por haber y me pasaba de todo... Se ve que el cuerpo habla cuando la cabeza no puede procesar. Ahora, en cambio, se manifiesta la cabeza. Por eso, ahora no somatizo nada; estoy bárbaro gracias a la escritura. A mí la escritura me salvó: era lo único que podía hacer para ser socializable.

¿La inocencia es la mejor obra para entrar en tu literatura?
Eso me han dicho los buenos lectores y los lectores no tan entrenados. Mi estilo no tiene casi argumento —el argumento es lo que siente el personaje—; sin embargo, todo el mundo suele identificarse con la niñez —todos tuvimos una niñez compleja— y con Rodolfo, un tipo de clase alta que se come vivos a sus propios orígenes... En fin, todo el mundo odia a los ricos, y diría que mi autopsia logra sacar ese odio, tan sano, del corazón de los lectores.

Llevas publicando desde 1990, ¿cómo valoras La inocencia en el conjunto de tu obra?
Fue el libro que más se vendió, y eso tiene su interés; pero, sobre todo, fue un libro que me hizo mucho bien escribirlo. Me costó una enfermedad porque tuve que hundirme en el pasado, pero me hizo mucho bien descargarme. No es que la novela sea literal ni mucho menos —mi padre fue un señor muy culto y mi madre, una persona muy amorosa—, pero sí ese ambiente de la niñez, al que quise volver porque lo sentía como una especie de molestia, de malestar.

¿Hubo algún detonador para comenzar a escribir?
Una noche tuve una pesadilla, que es con la que empieza el libro, y la escribí: yo me despertaba en un cuarto a oscuras, era el cuarto de mi hermana, luego agarraba y buscaba la luz, después alguien tocaba el timbre y era el tipo que vendía el Diario Imperial... Se ve que eso me estaba presionando, que era una parte de mi infancia a la que no había vuelto, y una buena manera de volver fue escribiendo. Fue un proceso liberador, pero doloroso.

¿Por qué se llaman igual, «Vivir a veces», la primera y la tercera parte?
En la primera parte habla Rodolfo, que es ventrílocuo y cuenta su historia familiar. Después, en «Las muchachas de Pocitos» —cuando Rodolfo aparece como un solterón con buena guita que vive con una hermana—, el que habla es uno de sus muñecos, un pingüinito vestido de frac que también se llama Rodolfo. Lo que cuenta el pingüinito es lo que Rodolfo hubiera sido de no haberse rebelado... Es su pesadilla, lo que más teme. La tercera parte es la continuación de la primera.

Tu literatura está llena de esas ideas algo enrevesadas. ¿Cómo se te ocurren?
Me gusta hacer ese tipo de cosas. Cada libro te plantea una serie de derivaciones, por las que vos circulás o no si estás abierto a ellas. Cuando escribo, no tengo límites: si el libro deriva a lugares más complejos, voy a esos lugares más complejos; si deriva a que todo quede como un sorete, también voy ahí. La literatura es el espacio de la libertad; ya la vida cotidiana nos exige que cumplamos con un montón de reglas.

¿Y si el lector no puede seguirte?
Si encuentra dificultades, pienso que son un estímulo. Como diría Jean Genet, las dificultades son una cortesía para el lector: lo estás suponiendo superinteligente y receptivo. El lector se merece lo mejor; no se merece que vos estés achicando, arrugando y diciendo: «Ay, esto no lo voy a poner porque...». ¡No! El lector se merece que vos les des todo, que pongas toda la carne en el asador. Yo me rompo todo escribiendo. El lector merece que le des el mejor libro que puedas hacer, sin vos autocensurarte. Si te autocensurás, estás en el horno.


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Si quieres saber más de la editorial :Rata_, aquí te enlazo sus cuentas de Facebook, Twitter e Instagram. Y aquí puedes hacerte una idea de su catálogo. Otra manera de saber qué tipo de libros publica es leer lo que escribí sobre Escrituras sublevadas, de Carles Hac Mor, o sobre Yo misma, supongo, de Natalia Carrero.

Antes de cometer la temeridad de escribir el prólogo a un libro de Felipe Polleri, cometí otras osadías menores; a saber: reseñé las novelas ¡Alemania, Alemania! (HUM, 2013), Los animales de Montevideo (HUM, 2015) y La inocencia (HUM, 2007).

En el prólogo cito, entre otros, a Mario Levrero, Jules Supervielle, Damián Tabarovsky o Federico Jeanmaire. Dejo enlazado algo que escribí sobre ellos tiempo atrás.

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El libro, finalmente, tendrá este aspecto.

10 de febrero de 2017

Escrituras sublevadas, Carles Hac Mor

Cada tanto aparece un libro importante, uno de esos libros que te desarma la cabeza y te deja con la tarea de ver cómo recompones el puzle. Escrituras sublevadas (:Rata_, 2016), de Carles Hac Mor, es uno de ellos. Un libro-artefacto divertido, creativo, inquietante, genuino, inteligente... Pero, por encima de todo, uno de esos libros que te liberan de las inhibiciones y te autorizan a escribir y a pensar con más libertad. Aire fresco, que suele decirse.

En general, Hac Mor rehuye de las metáforas, pues sostiene que, si el lenguaje ya es de por sí metafórico, metáfora sobre metáfora es enredar, favorecer la engañifa, estar más cerca de que se puede decir algo cuando, en realidad, según él, nihilista y anarquista convencido, lo mejor que podría pasarnos es que se muera el sentido y que regrese el desorden a esta vida tan ordenada que llevamos. Paradójicamente, la mejor manera de definir este libro es con una de las pocas metáforas que hay en él: la escritura sublevada es literatura para lectores que aprecian las cucharas en forma de tenedor.

¿Y qué es eso de los tenedores con forma de cuchara? Estaba tentado de explicarlo cabal y racionalmente, como suelo hacerlo con otras obras... Sin embargo, entiendo que eso sería una aberración para un libro que le pide al lector ser más permeable, más poroso, menos respetuoso con el orden creativo establecido. Además, el propio Hac Mor habilita a que cada quien corte, recorte y reescriba a su manera lo que sus heterónimos y él han escrito.

Por tanto, como lector aplicado y entusiasta de Escrituras sublevadas, todo lo que tengo que contar sobre el libro lo contaré de una manera hacmoriana. Es más: me apropiaré sin pudor de las palabras o ideas sublevadas —muchas veces incluso de manera textual— y las recombinaré a mi libre albedrío. Lo que mi reseña reste a la obra habrá de compensarse leyendo lo que otras personas mucho más sabias y hacmorianas dijeron antes que yo en Escriptures alçurades, la versión original e inimitable de este libro. A ellos me remito: Jordi Marrugat, Ester Xargay, Álex Broch, Dolors Miquel, Jaume C. Pons Alorda, Jordi Nopca o Joan Casellas. También, por supuesto, a Pablo Martín Sánchez, quien ha traducido del catalán con imaginación, garbo y pericia un texto absolutamente imposible.

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#hacmoriana n.º 1 |
Escritura abstracta. Antinovela. Ensayo paraparémico para deslegitimar lo que otros sobrelegitiman. También, por qué no, derridadaísmo anarconihilista duchampiano (o algo así). La escritura sublevada es a veces una narración sin argumento y otras, un argumento sin narración que cambia —salta— de cuadro —de tema— todo el tiempo. ¿Todo? Bueno, de vez en cuando: cada dos o tres líneas, o cada cuatro, o cada siete, quién sabe. En cualquier caso, es una narración o un argumento (¡o un cordero negro de patas rosas!) cuyo hilo narrativo viene fragmentado en miles de pedazos por aquello de evitar la tiranía de la linealidad y el fascismo de las formas bien acabadas (tan perfectitas ellas, ay). La escritura insurrecta consiste —si es que consiste en algo— en decir algo porque no se tiene más remedio que decir algo, pues, hagas lo que hagas, ese algo es lenguaje, y el lenguaje siempre nos tiende su trampa y se empeña en que todo signifique algo. Por tanto, la única salida cabal que le queda a uno es contradecirse lo antes posible, de la manera más rotunda, prefijo va, prefijo viene, rizoma va, rizoma viene, y así intentar anular el significado de lo creado anteriormente. También es bueno infringir cualquier regla de estilo y repetir la palabra algo. Es más: no hay sublevación sin descenso del peldaño de poeta al de perro y de ahí al de infrapoeta con aspiraciones de fracasado total. Entendámonos: el prestigio es una pátina de mierda que ahoga la creatividad. Por cierto, hay un mejillón abandonado en la cuneta de la carretera: ¿estamos perdiendo el norte o qué?

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#hacmoriana n.º 2 | Escribir por escribir, ordenar el pensamiento y, a continuación, desordenarlo sin necesidad de caer en lo onírico, en los sueños, sino trabajar desde el preconsciente con toda la filosofía y estética que uno lleva a cuestas, por pesada —o ligerísima— que sea su carga. Al fin y al cabo, qué remedio, uno es también ese ser que se sienta en una silla a pensarse y hacer como que se mira desde dentro y desde fuera, como si la existencia fuera reversible, etcétera, etcétera. En fin, la clave de todo está en el escalaborne. Sin escalaborne todo sería muy distinto. También sería todo muy distinto sin los corderos negros de patas rosas. Por ejemplo, un escalaborne a tiempo evita que el candidato a infrapoeta se solidifique, se vuelva rígido, se cristalice sobre sus propios prejuicios y ya no sepa balar como un cordero negro. La escritura sublevada predica —si es que predica algo sobre algún sujeto— que más vale ser gelatina para flan que hormigón o acero para obelisco laudatorio de uno mismo. También que más vale balido volando que valiente escalaborne en mano volátil. En fin, que el arte, ya lo dijo alguien, es un peligro para el arte y querer enseñarle algo a alguien un delito de lesa creatividad. Seamos serios: toda convicción es una enfermedad.

 
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#hacmoriana n.º 3 | Sublevarse es romper con la fuerza coercitiva más tirana de todas: la coherencia. La coherencia es nazi, dice Hac Mor, o deja que diga alguno de sus múltiples heterónimos. Por tanto, ¡mujan los sonetos y bailemos al son de la musicalidad patética y tétrica del gato en plan pazguato por la epidemia de la academia! Al parecer, hemos pasado demasiado tiempo viajando hacia el orden dentro del caos y, quién sabe, acaso sea el momento de cambiar de dirección y dirigirnos hacia el caos que hay dentro del orden. Es más: a lo mejor es factible hacerlo a través del lenguaje. Acaso las cumbres de las cordilleras nos impidan ver el sotobosque; pero, quién sabe, a lo mejor no, a lo mejor nos ayudan a que emerja la obra maestra, una obra maestra por completo ilegible, incontaminada, sin ningún referente, con un lenguaje de colores que aún no existen. Por eso mismo, y antes de que nos pongamos más estupendos, lo suyo es desjerarquizar lo jerarquizado (aunque yo más bien diría lo sobrejerarquizado) y desestudiar lo estudiado (aunque yo más bien diría, etcétera). ¡Berreen los corderos negros con patas rosas! ¡Mujan los gatos! Y, ya puestos, y por pedir que no quede, tampoco sería mala cosa desestructurar lo superestructurado; en particular, lo amartillado con sangre, sudor y lágrimas (y mucho capital, claro). La liberación habrá de ser integral y llegar por la vía del humor. Y del escalaborne, naturalmente.

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#hacmoriana n.º 4 | La escritura sublevada es una escritura potencial: es el sumatorio de todas las escrituras que podrían ser y no son, de las escrituras que no caben ni en el canon ni en la cabeza de quienes se enfrentan al hecho de escribir tan anclados en unas tradiciones que excluyen de plano otras sin importarles una mierda (ni un escalaborne) su olvido. A ellos y a ellas les digo: aún os veo completamente desnudos con una hoja de col en la cabeza, ¿sabéis? La escritura sublevada es el contrapunto de la literatura instituida, aceptada, esa que es pasto hasta el momento de cualquier tipo de crítica literaria. Es una escritura con vocación de impublicable y que aspira al fracaso más absoluto y donde todo lo que no viene a cuento tiene cabida; en particular, los tópicos o las series de frases banales sin ilación, siempre y cuando, cada tanto, uno se permita un florón estilístico para demostrar que, por debajo del tontorrón que escribe, hay un esteta que huye de la nefanda excelencia de la indignidad literaria que otros y otras practican. ¡Mujan los sonetos! ¡Balen los escalabornes! Se trata de ir hacia la Oscuridad para comprender mejor la Claridad, de explorar la costra matérica que hay en los márgenes de los ajilimójilis de la santísima trinidad gramatical del yo, tú y él (o ella, claro). El arte, entre otras cosas, es una lucha por liberarse del arte. Y si no que venga Duchamp y lo mee todo.

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#hacmoriana n.º 5 | La escritura sublevada gusta de lo abstracto, incluso de escribir sin conceptos, y se caracteriza por la ausencia total o relativa de tema o de argumento, por la mezcla aleatoria de géneros, por aceptar cualquier alteración o tensión sintáctica sin justificación aparente, por amparar la ausencia de lógica y de coherencia como algo inherente al hecho creativo. La escritura sublevada, en el fondo —pero también en la superficie—, es un tenedor con forma de cuchara capaz de prender fuego, por fin, a todos los museos. La escritura sublevada rehuye la sensatez, aunque no siempre; tan solo cuando alguien caza al vuelo nuestra memoria y se produce una transmigración de personalidades o cuando, sin apenas esfuerzo, el personaje de una obra se convierte en un mueble doméstico (literalmente, que lo otro no tiene mérito, ¿eh?). La escritura sublevada se lleva bien con el anacoluto, la anáfora, el homotéleuton o la botaratada (lleve nombre griego o no). Esto de sublevarse mientras se escribe es, al fin y al cabo, la trascendencia de la intrascendencia mezclada con teoría acérrima del absurdo. Con todo, no deja de ser una escritura donde escribir es una manera de construir un objeto de conocimiento llamado texto y una manera de reconocer que el conocimiento es una vía de acceso más al desconocimiento. He ahí la paraparemia suprema (o no, quién sabe).

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#hacmoriana n.º 6 | El estilo es un recurso que momifica el estilo que podríamos estar inventando al escribir, si no pensáramos tanto en el estilo. Es más: el estilo es algo que nos impide empezar diciendo banalidades y experimentar cómo, en mitad de ese charco textual, de repente, brota un borbotón de profundidad destinado a diluirse en ese océano banal donde chapoteamos la mayoría del tiempo. Quizá sea conveniente trabajar con una mezcla indisciplinada de elementos que favorezcan lo asociativo, los saltos imprevistos, la fusión de la perspectiva objetiva y subjetiva. No estaría de más que ese sujeto que somos —o creemos ser— fuese capaz de desestudiar cómo construye la mirada con que la que se cuenta a sí mismo quién es. ¡Hay que subvertir los hábitos de escritura y de lectura! ¡Hay que escribir contra el canon y contra el lector! Hay que zambullir a los abuelos del geriátrico en una piscina contaminada por energía alienígena y hacerlos rejuvenecer hasta que vuelvan al útero de sus respectivas madres, de modo que esas madres vuelvan a vivir y que todo vuelva a empezar. Pero, sobre todo, hay que recordar que lo importante es entender que lo más importante de todo es que nunca nada es importante, y por lo tanto esta afirmación —y todo lo afirmado con anterioridad— tampoco lo es. La vida es un trabalenguas cacofónico, sí, qué le vamos a hacer si se nos lengua la traba. Ahora bien, sin escalabornes ni corderos negros ni hojas de col, ¿cómo luchar entonces contra una debilidad que no cesan de imponernos?