01. Crímenes sin resolver. Chicas muertas (Random House, 2015) aborda el asesinato no resuelto de
tres chicas adolescentes del interior de la Argentina a finales de
los 80. Si bien algunas secciones del libro mencionan muchos otros casos de mujeres asesinadas que no han sido resueltos, el hilo principal se sostiene sobre las tres primeras de las que tuvo noticia Selva Almada (Entre Ríos, 1973), con la democracia argentina recién estrenada y todavía presente «una policía con los vicios de la dictadura». A la memoria de ellas, de Andrea, María Luisa y Sarita, está dedicada su investigación.
02. Las tres chicas asesinadas. Andrea Danne, de 19 años y estudiante de
profesorado, a quien alguien —todavía no se sabe quién— apuñaló en casa de sus padres mientras
dormía..., y mientras sus padres estaban en el hogar. María Luisa Quevedo, de 15 años, que salió una
mañana a trabajar y fue encontrada violada y estrangulada en un
baldío de la ciudad. Sarita Mundín, que tenía un hijo de 4 años
y un novio que la obligaba a prostituirse para mantenerlo; un día se fue a bañar al río con su novio y ya nunca más regresó. Andrea era de San José (Entre Ríos); María Luisa, de Presidencia
Roque Sáenz Peña (Chaco); Sarita, de Villa María (Córdoba).
03. Machismo rural. Selva Almada pone su talento narrativo, demostrado en
El viento que arrasa y en
Ladrilleros, al servicio de un texto periodístico que dibuja con precisión y nitidez cómo parte de la sociedad argentina ha naturalizado el machismo, en particular los estratos más pobres. En conjunto, el libro ofrece algo así como un catálogo de situaciones preocupantes que acontecen con frecuencia en el norte del país: chicas de 15 años que no van al colegio y tienen que trabajar en algo para sobrevivir; núcleos
familiares que asumen con normalidad que acostarse con el jefe
es un medio como cualquier otro de ganarse unos pesos extra; madres solteras que salen con hombres por dinero; varones celosos y
posesivos con sus parejas; padres que no quieren que sus hijas se
pinten o vayan a bailar; varones que hostigan a las mujeres y que no aceptan un no por
respuesta ante sus avances...
04. Lo atmosférico. Uno de los aciertos de
Chicas muertas es su capacidad para contarnos cómo es el ambiente de las ciudades donde vivían las chicas asesinadas y, a partir de ahí, iluminar alguna arista de los hechos. Así, paseamos por la chaqueña ciudad de Presidencia de Roque Sáenz Peña, un sitio donde todos se encierran «a cal y canto en sus casas, esperando que la bravura del calor amaine», no hay apenas bares para los jóvenes o donde un posible negocio familiar es una agencia de viajes que venda un circuito en furgoneta por Bolivia. También, por ejemplo, palpamos la textura sórdida y fabril que envuelve San José (Entre Ríos), donde la actividad económica
depende casi en exclusiva de un frigorífico
cárnico, que parece transferirle tanta gelidez a la carne de vaca como a la humana.
05. Esa teleserie con tan poca audiencia llamada Vida. El libro recoge una variedad de maneras de matar a una mujer que parece sacada del cualquier teleserie estadounidense estilo
CSI,
Bones, Castle, etc.: a los golpes, mutilándola, violándola —de manera individual o en grupo—, estrangulándola,
apuñalándola, descuartizándola, quemándola, a los tiros... A diferencia de las teleseries, en la vida, el resultado es más brutal y aterrador; no hay ficción: solo muerte, desolación, ausencia. Tampoco, en muchos casos, la policía da con el culpable.
06. Centro en lo propio. Otro acierto del libro es que
Almada toma su familia como fuente de su experiencia; eso nos permite entender el vínculo emocional que ella ha forjado con la violencia machista. Así, relata que sus padres se casaron muy jóvenes —tan jóvenes como
algunas de las chicas muertas— y que un buen día su padre quiso
pegarle a su madre; esta agarró un tenedor y se lo clavó en el
antebrazo. Desde entonces, su padre supo mantenerse a raya.
07. La bestia está ahí, cerca de ti. La madre de Selva Almada aparece como la excepción de la regla. En el vecindario de sus padres, sin ir más lejos, hay un par de mujeres que han recibido palizas de sus maridos y otra a quien su marido violaba. Es más: su tía Liliana estuvo a punto de ser
violada en los maizales por su primo Tatú. Y el suegro de Almada ayudó a
transportar a Carahuni, una chica que encontraron
violada y muerta en un baldío de Villa Elisa. Moraleja: el machismo no es una abstracción ni un invento mediático o feminista: está ahí, en el barrio o edificio donde vivimos. Y quien más y quien menos conocemos al menos un caso.
08. Un trilogía inesperada. Por curioso
que parezca,
Chicas muertas funciona estupendamente como apéndice de las dos novelas
de Selva Almada que se han publicado por ahora en España. Quienes no sepan mucho del espacio
físico donde se desarrollan
El viento que arrasa o
Ladrilleros agradecerán esta lectura en clave literaria. Además de por el calor que los atraviesa y por la geografía, los tres libros están unidos entre sí por la reflexión sobre la familia y el análisis del universo masculino.
09. Un libro que denuncia. Este no es un libro brillante —no juega en la liga de
Leila Guerriero,
Martín Caparrós,
Rodolfo Walsh o Tomás Eloy Martínez, digo, por citar los referentes del periodismo argentino más conocidos en España—, pero es un libro necesario y que se ajusta a su función periodística: aporta información, pone voz a casos olvidados, denuncia, pelea. Y siempre lo hace con un tono contenido, equilibrando perfectamente lo personal y lo observado, dejando que el material recabado hable por sí solo. Al final, ninguno de
los tres asesinatos queda resuelto, y eso decepciona a la par que asusta: queda la sensación de que, como sociedad, nos estamos acostumbrando a que un día nos maten a una hija, una amiga, una hermana, una madre... y que el criminal no pague por ello. ¿Verdad que estamos enfermos?
10. Chicas muertas. Mariela Bustos, Marina Soledad da Silva, Zulma Brochero, Arnulfa Ríos, Paola Tomé, Priscila Lafuente, Carolina Arcos, Nanci Molina, Luciana Rodríguez, Querlinda Vásquez, Maira Tévez, María Soledad Morales, Gladys Mc Donald, Elena Arreche, Adriana y Cecilia Barreda, Liliana Tallarico, Ana Fuschini, Sandra Reiter, Carolina Aló, Natalia Melman, Fabiana Gandiaga, María Marta García Belsunce, Marela Martínez, Paulina Lebbos, Nora Dalmasso, Rosa Galliano... Y la lista sigue y sigue. Todas ellas aparecen en algún momento en este libro por la misma razón: fueron asesinadas a manos de un varón que hacía las veces de vecino, amigo, amante, novio, exnovio, marido, exmarido, putero, proxeneta, lo que fuera. Por desgracia, ellas son solo un puñado de las miles que mueren cada año en el mundo a causa de la violencia machista. De hecho, en España, van
más de 700 mujeres asesinadas en la última década y también tenemos nuestra propia lista (enlazo solo, a modo de ejemplo,
la de 2015).