26 de abril de 2015

El 'best seller' y Pedro Salinas


El texto que copio más abajo forma parte «La gran cabeza del turco o la minoría literaria», un ensayo que publicó Pedro Salinas en la revista mexicana Cuadernos americanos entre finales de 1945 y principios de 1946 (fueron dos entregas). En concreto, he transcrito la sección «Presentación de un monstruo: el best seller»

Este ensayo forma parte del libro La responsabilidad del escritor (Seix Barral, 1961), que recoge parte de la producción del poeta en la década 1941-1951. Si bien no figura dato alguno al respecto en la nota editorial que oficia de preámbulo, esta edición (1961) que menciono —y que encontré de chiripa en los saldos— debió de ser la primera en España... En ese momento habían pasado diez años desde la muerte del poeta en su exilio estadounidense (antes vivió unos años en Puerto Rico).

Solo he leído un par de ensayos, así que no tengo una idea de conjunto. Con todo, lo que más me ha sorprendido —una vez más— es mi propia ignorancia: pensaba que la polémica sobre los best sellers era más reciente, y sin embargo ahí está don Pedro Salinas hablando en 1945 sobre que «se ha establecido una falaz concatenación: el libro que más se vende es el mejor» o sosteniendo que «hoy el valor de un libro se determina por una mayoría, cuyo funcionamiento no es discursivo ni crítico, sino mercantil: la mayoría de compradores».

En fin, he ahí una razón de peso para leer a los clásicos: evitarnos el ridículo de creernos cada tanto tan rabiosamente modernos... Quienes vivieron antes ya pensaron en —y hasta inventaron— la rueda por nosotros.


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Se dice que el mundo moderno ya no produce seres quiméricos, monstruos fabulosos como los que alumbraba la antigüedad. Y sin embargo, ¿qué si no  monstruosa criatura, medio ángel, medio bestia, es lo que llaman los anglosajones el best seller? Significa 'el mejor vendido', esto es, el libro que más se vende.

Acerquémonos al fenómeno para examinar su dual y contradictoria constitución. Best, 'el mejor', la cabeza de ángel, noción de excelencia, de calidad, aquello a que todos aspiramos; y luego, seller, 'vendido', el cuerpo de endriago, lo venal, lo que se hace por puro dinero; al estar calificado por aquel mejor quiere decir que se vende más e introduce como dominante la noción de cantidad. La expresión es especiosa si las hay; tentativa diabólica de conciliar lo inconciliable, de uncir al mismo propósito al cordero y al león. 

En el seno de esa fórmula late siempre la pugna entre los dos conceptos de calidad, insinuado en lo de 'mejor', y de cantidad declarado en lo de 'el que mejor se vende'. Naturalmente, lo de mejor es el anzuelo en que pican las bandanas innúmeras de incautos peces. Se aspira a hacer creer que el volumen de lectores, representando en cifras, significa el valor relativo de la obra literaria y que la autoridad suprema que decide su mérito reside en la aritmética.

Hay anuncios que se presentan con caracteres de majestuoso laconismo, de honesta imparcialidad. Por ejemplo, uno que tomo del libro Best Sellers, de Stevens y Unwin: «El tercer mes de la vida de un gran libro: octava semana, 116 000; novena semana, 121 000; décima semana, 127 000; oncena semana: 133 000». Sigue luego el título del libro, que es una novela histórica mediocre. ¿Moverá acaso al editor al publicar este sobrio anuncio tan solo el ingenuo deseo de enterar al público de la prosperidad de su negocio en este caso particular? 

Nada aconseja, nada pide; solo que la intención se ve a cien leguas. «Lector —argumenta mundanamente el anuncio—, si cada semana se venden 5000 ejemplares más de este libro, ¿qué duda cabe de que ha de tratarse de que tú la adquieras en el acto?». Y con la apariencia más objetiva del mundo se da un empujoncito al lector hacia la confusión entre mérito literario del libro, esto es, el valor intrínseco del artículo en sí, el único legítimamente alegable, con su facilidad de venta, con su valor económico.

Sin decir palabra, ese anuncio inclina al que lo lea a dar cosa por sentada esa capciosa correlación entre éxito de venta y valor literario y humano del libro; y, manejando habilísimamente el mecanismo de la transferencia de juicios, equipara un hecho económico, la rápida venta de un objeto en el mercado, a un hecho espiritual, el nacimiento de una gran obra literaria.

He aquí un caso que cabe en lo que llama Mannheim «formas de democratización negativa». Se ha llegado a un magno descubrimiento, y es que el negocio de pesas y medidas de los valores literarios, el cuerpo que determine su relativa grandeza está lógicamente constituido por los contables de las librerías y de las casas editoriales.

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