Este fin de semana boxean Manny Pacquiao y Floyd Mayweather. Dado que, en términos económicos y deportivos el combate excede casi cualquier cosa que hayamos visto antes, están surgiendo todo tipo de comparaciones con otros combates clásicos (hay una larga retahíla en el enlace anterior). Esas comparaciones aparecen, entre otras razones, porque se enfrentan dos estilos de boxeo antagónicos: el dúctil, provocador, siempre cimbreante y todavía invicto de Maywether frente a esa máquina de repartir estopa que es Pacquiao, quien hace algunos años, en plan Pac-Man, se merendó a cuanto aguerrido fajador mexicano le ponían por delante (ay, Margarito, ese tornado tijuanero que devino en brisilla de mar...).
La cosa es que, como Mayweather es un bocazas bastante insoportable, un excelso bailarín del cuadrilátero y tiene la piel negra, suele vinculársele con enorme facilidad al gran Muhammad Ali. Y, bueno, como justo en estos días he leído En la cima del mundo (451 Editores, 2009), de Norman Mailer, diría que eso es una gran injusticia para Ali.
El anteriormente conocido como Cassius Clay se negó a participar en la Guerra de Vietnam y nos dejó una frase sobre el asunto para la posteridad:
A mí el Vietcong ese no me ha hecho nada.
Una frase que, según refleja Andrés Barba en el prólogo del libro, inspiró a Spike Lee —que era un niño entonces— o provocó que Bertrand Russell le escribiera una carta de apoyo. De hecho, las palabras de aquella frase terminaron convertidas en una de las acciones de desobediencia civil más sonadas del momento: el boxeador se negó a ir a la guerra y lo condenaron por ello a algo más de 3 años de cárcel.
Cassius Clay, en el país más mojigato y cristiano del mundo, se convirtió al islam y se renombró como Muhammad Ali. Se adhirió al movimiento Musulmanes Negros y fue amigo de Malcom X. En fin, que sí, que podía hablar como si se hubiera intoxicado de Walt Whitman y soltar fanfarronadas como esta:
Soy joven, soy guapo, soy rápido, soy elegante y probablemente no pueda ser golpeado. He cortado árboles, he luchado contra un cocodrilo, me he peleado contra una ballena, he encerrado rayos y truenos en prisión, incluso la semana pasada asesiné a una roca.
Pero también era un tipo con conciencia racial y de clase que, siendo campeón del mundo de los pesos pesados, lanzaba puyas como esta contra el show-business:
No consideran que los púgiles puedan tener cabeza. No consideran que puedan ser hombres de negocios ni seres humanos ni inteligentes. Los boxeadores no son más que brutos que vienen a entretener a los blancos ricos. Pegarse entre ellos y romperse la nariz, y sangrar, y actuar como monitos para el público, y matarse por el público. Y la mitad del público son blancos. En lo alto del ring no somos más que esclavos. Los amos escogen a dos esclavos grandes y fuertes y los ponen a pelear mientras ellos apuestan que su esclavo machacará al del otro. Y eso es lo que veo cuando veo a dos negros peleando.
De ahí que Mailer le dedicase en En la cima del mundo un fragmento memorable, digno de uno de los iconos más genuinos del siglo XX:
Ali los controló a todos con el poder de su mente. Pasó de largo por el lóbrego corredor de los negocios sucios y atractivos, pasó de largo por la humareda de puros caros y la palabrería, la hipocresía y las palmaditas en la espalda, pasó de largo por los políticos corruptos y la pus patriotera; pasó como un láser, en el filo, sutil e impersonal, y cortó hasta el corazón mismo de la carne más podrida del boxeo. Pues no olvidemos que el boxeo fue siempre como un Vietnam del Sur oculto para Norteamérica, enterrado durante cincuenta años en nuestra guarida hasta que fuimos a la guerra. Sí, Ali pasó de largo por los saludos a la bandera en las madrugadas de resaca y dijo: «A mí el Vietcong ese no me ha hecho nada». Entonces decidieron hundirlo y lo sometieron a un martirio de tres años y medio.
En fin, por muy bailarín, bocazas y vistoso que sea Floyd Maywether —me encanta su estilo—, él siempre estará muchos escalones por debajo de Ali. Maywether es solo un boxeador encantado de participar en el show-business; su cuenta de Instagram, por ejemplo, no deja lugar a las dudas. Un tipo como Ali, digo, este sábado pelearía por sus hermanos de Ferguson o Baltimore, por los que saltan la valla de Melilla o por los que mueren camino de Lampedusa. Maywether tan solo pelea por 120 millones de dólares, no pasar a la historia como el boxeador que huyó de Pacquiao y, si puede, acercarse al récord de Rocky Marciano (49-0). Pase lo que pase el sábado, Ali seguirá siendo el más grande.
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PD. En este enlace puede leerse el primer capítulo de En la cima del mundo. Y en Bibliostock están liquidando 25 títulos del catálogo de 451, así que puede adquirirse a buen precio (3,95 €).
Soy de Argentina y este libro no lo puedo encontrar por ningun lugar, pero "La pelea" por suerte si.
ResponderEliminarEspero poder conseguirlo de alguna manera. Los pesos pesados y Mailer son un combo dificil de ignorar
Qué lástima, Juan Manuel. Aquí se consigue en los saldos... Ya debe de estar descatalogado. Es un libro corto, así que quizá, con suerte, algún día editen en un solo volumen los dos libros.
ResponderEliminarSaludos y gracias por la lectura.
Recien veo esto jaja. Solo encontre este articulo, que fue del dia en que murio Joe.
ResponderEliminarhttp://diario.latercera.com/2011/11/12/01/contenido/reportajes/25-90133-9-frazier-vs-ali-segun-norman-mailer.shtml
Muchas gracias
Saludos
Gracias por el enlace, Juan Manuel. Otro artículo como ese y ya casi tienes medio libro (es finito...).
ResponderEliminarBromas aparte, quizá lo encuentres en alguna librería argentina de saldos. Hace poco estuve en Uruguay y me encontré varias pilas de libros de la editorial 451 en los sitios más insospechados (en un supermecado de un balneario, por ejemplo, a unos 150 pesos uruguayos). Quiero decir: cualquier día aparece en una librería de Corrientes, plaza Italia, plaza Rivadavia, etc.
Otra opción es que pruebes en www.iberlibros.com y que filtres por librerías de viejo argentinas.
Saludos y gracias por pasar de nuevo por aquí.
PD. No me preguntes cómo es posible que unos libros de una editorial española terminen en una mesa de saldos uruguaya o argentina... No lo sé, pero sucede. Es más: sucede desde hace años.