Lo suyo es flotar en la existencia, como si estuviera esperando por algo o por alguien que le obligase por fin a tocar el suelo, como si no tuviera un propósito o sentido del porvernir: vive a trozos y ahorrando cualquier entrega. Es una buena defensa, al fin. Por una parte, si no hay plan, no hay pérdida ni fracaso; por otra, su tibieza, sus tres pasos ante cualquier cosa, son la distancia perfecta para huir, no para luchar. Algo se rompió dentro de él definitivamente, alguna esperanza, desamor, algo tiene que haber que lo explique.
Y después está su fidelidad al origen. Tiene a mano una vida digna y parece no quererla. ¿Entonces? Sabe que los perderá, si sube, [por]que la altura determina la perspectiva sin remedio y quiere seguir siendo a toda costa uno de los suyos. Pero lo cierto es que él nunca ha sido uno de los suyos, aunque sea imposible hacérselo saber. Quiero decir, no tiene la piel lo suficientemente dura para aguantarlo, para soportar las condiciones de vida de sus padres sin desagarrarse por dentro. No es una cuestión de desclasamiento prematuro, simplemente, su cuerpo no es lo bastante fuerte para esa lucha. Por eso tampoco le sirve lo de llegar a ser clase media de izquierda, divino o bourgeoise bohême, no cree en la clasificación de la basura en sus respectivos contenedores, en el voto cada cuatro años, en la mala conciencia que colabora con oenegés. Piensa que es delatora: el cadáver en el jardín y todas las metáforas de la culpa en los salvados. Entonces, claro, la vía revolucionaria.
Para él ese es el abrazo, la única relación entre clases posible sin condescencia. Solo así conseguiría que el vínculo no se rompiese nunca, porque ahí estás con ellos, detrás de ellos, del Santo Proletariado. El solitario construye las mejores místicas de la unión. ¿Pero cuánto hay de ilusión? Por supuesto, contestar a esta pregunta sería su perdición: credo quia absurdum. Evidente. Como en una especie de maldición, de Dorian Gray inverso: la mala existencia garantiza su pulcritud en el relato. La pobreza como precinto de garantía, etc.
Y después está su fidelidad al origen. Tiene a mano una vida digna y parece no quererla. ¿Entonces? Sabe que los perderá, si sube, [por]que la altura determina la perspectiva sin remedio y quiere seguir siendo a toda costa uno de los suyos. Pero lo cierto es que él nunca ha sido uno de los suyos, aunque sea imposible hacérselo saber. Quiero decir, no tiene la piel lo suficientemente dura para aguantarlo, para soportar las condiciones de vida de sus padres sin desagarrarse por dentro. No es una cuestión de desclasamiento prematuro, simplemente, su cuerpo no es lo bastante fuerte para esa lucha. Por eso tampoco le sirve lo de llegar a ser clase media de izquierda, divino o bourgeoise bohême, no cree en la clasificación de la basura en sus respectivos contenedores, en el voto cada cuatro años, en la mala conciencia que colabora con oenegés. Piensa que es delatora: el cadáver en el jardín y todas las metáforas de la culpa en los salvados. Entonces, claro, la vía revolucionaria.
Para él ese es el abrazo, la única relación entre clases posible sin condescencia. Solo así conseguiría que el vínculo no se rompiese nunca, porque ahí estás con ellos, detrás de ellos, del Santo Proletariado. El solitario construye las mejores místicas de la unión. ¿Pero cuánto hay de ilusión? Por supuesto, contestar a esta pregunta sería su perdición: credo quia absurdum. Evidente. Como en una especie de maldición, de Dorian Gray inverso: la mala existencia garantiza su pulcritud en el relato. La pobreza como precinto de garantía, etc.
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De la máquina, Alberto Lema
Caballo de Troya, 2012
Traducción del gallego de Oriana Méndez
Entrevista con el autor en Culturamas.
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