5 de abril de 2009

Guy de Maupassant y Gustav Flaubert

«Gustav Flaubert era ante todo y por encima de todo un artista». Así absuelve Guy de Maupassant a su maestro y amigo frente a cualquier crítica que pudiera derivarse de la célibe devoción que profesaba el autor de Madame Bovary por la literatura.
Gustav Flaubert estuvo durante toda [su vida] dominado por una única pasión y dos amores: la pasión fue la prosa francesa; uno de los amores su madre, el otro los libros.
En Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert (Editorial Periférica, Cáceres 2009), Maupassant disculpa a su mentor con el cariño previsible que se deben los amigos. Sin embargo, cada vez que aborda el asunto ahonda más, sin querer, en la reflexión que le produce la actitud de su padre literario. Es como si se preguntara de vez en cuando ¿qué me falta a mí para llegar a ser Flaubert? O dicho de otro modo y de manera más impersonal: el artista, ¿es aquel que vive absorbido sólo para su obra, aquel que ni siquiera tiene espacio para el sexo con el prójimo?
Gustav Flaubert amó las letras de una manera tan absoluta que en su alma rebosante de este amor no cabía ninguna otra ambición.
Sujeto, verbo y predicado. Cada vez que Maupassant tiene que decir algo sobre la vida íntima de su maestro parece Azorín... ¿Por qué? ¿Para qué ese tono asertivo? Quizá, bajo esa aparente claridad de juicio, trate de pasar de puntillas por un asunto que prefiere no explicar y que justifica de maneras realmente curiosas. Por ejemplo esta:
Pasaba casi todo el tiempo en Croisset, entre sus libros, y junto a su madre. Fue un hijo modélico (...).
Increíble, pero alguien inteligente como Maupassant intenta hacerle creer al lector que encuentra normal que Flaubert prefiera estar con su madre que perdido entre las sábanas de Louis Colette. Maupassant, Maupassant... Pero si eres tú mismo el que después nos dices esto otro:
Era, por el contrario, un hombre bondadoso, aunque de verbo violento y muy tierno, a pesar de que tengo la sospecha de que su corazón jamás se conmovió profundamente por una mujer.
¿Un «hijo modélico» es alguien del que tienes la sospecha de que «su corazón jamás se conmovió profundamente por una mujer»? Con amigos como tú para trazar semblanzas no hacen falta enemigos como yo... Y si no, mira esto otro que escribiste:
Se ha hablado mucho y se ha escrito mucho sobre su correspondencia, publicada después de su muerte, y los lectores de las últimas cartas aparecidas han pensado que era presa de una gran pasión porque están llenas de literatura amorosa. Flaubert amó, como tantos poetas, equivocándose sobre la mujer que amaba. Musset hizo otro tanto, pero él al menos huía con ella a Italia o a alguna isla española, añadiendo a su débil pasión el decorado del viaje y el legendario atractivo de la soledad en la lejanía. Flaubert prefirió amar completamente solo, lejos de la amada, y escribirle, rodeado de sus libros, entre dos páginas de prosa.
El remate del párrafo es memorable: prefirió amar solo, lejos de la amada... Pareces Bioy Casares hablando de Borges. Ah, el indescriptible orgasmo de la página perfecta. Gran onanismo ese, sí. En fin, también se ve que eso de «hijo modélico» implica elegir a la mujer equivocada y amarla de lejos, al lado de la madre, encerrado en una biblioteca y entregado a las voluptuosidades de la prosa francesa. Enternecedoramente sensual... Casi tengo una erección.

Y, para terminar de arreglarlo, aún escribiste un párrafo más, el que sigue al anterior. Es de suponer que hablas de Louis Colette, aunque nunca das nombre y apellido:
Dado que ella le reprocha continuamente, en cada una de sus respuestas, que no iba nunca a verla y que podía prescindir de su presencia con una obstinación humillante, le dio una cita en Nantes, y con la triunfante satisfacción que produce el deber cumplido, se lo anunció de este modo: «Piensa que la semana próxima pasaremos juntos toda una tarde».
Joder con el «hijo modélico», el «apóstol más ferviente de la impersonalidad del arte» y, por encima de todas las cosas, el Artista. Menuda educación sentimental la suya, qué modales de galán: nena, confórmate con que te dedico una tarde cada tanto... A ver, Maupassant, Maupassant, seamos honestos, la pregunta que te haces es esta otra, y se comprende: ¿quiero ser de mayor como Flaubert? O, venga, vamos a formularla en plan genérico: ¿hace falta la célibe exageración del ermitaño para llegar a ser un gran artista?

Es una pregunta difícil y que cada escritor contesta a su manera. Suena a Cioran hablando de las taras y de su correlación con la calidad de la obra. Lo sé. Y es que más allá de la técnica literaria o de que Flaubert sea, según tú, un «investigador infatigable» que «amontonaba sin descanso los documentos», más allá de que hables de tu maestro como el genio que emparenta con Rabelais, La Bruyère, Bossuet, Montesquieu o Chateubriand, y que le pega una patada en el culo a Balzac, más allá incluso de que Flaubert practique de manera inigualable el arte «de dar valor a las ideas mediante las palabras, mediante la sonoridad y la textura de la frase», más allá de todo eso, mi querido Maupassant, bajo tu texto hay una duda que te roe las entrañas, pareces preguntarte a ti mismo: si llevara una vida como la de Flaubert, ¿daría el salto y llegaría a su nivel de excelencia? Yo, que con esfuerzo he logrado un fraseo digno de la aprobación de mi maestro, ¿qué más necesito para igualarlo?

En este libro que te han publicado en Cáceres reflexionas de manera lateral sobre ello... Y por eso es una delicia ver cómo te contienes, cómo evitas no irte de la lengua, cómo el cariño que sientes por tu maestro te obliga a buscarle, como le pasó a Zapatero con la crisis, todos los sinónimos, eufemismos y referencias elípticas que puedes. Eso sí, yo sólo te digo que pese a la sífilis, el intento de suicidio o los hijos no reconocidos, tu biografía se parece más a lo que cualquiera entiende por vida que la de Flaubert. Con todo, prometo escribir otra entrada donde desmenuce tus referencias a la técnica literaria del autor de Salambó, La tentación de San Antonio o La educación sentimental. Nobleza obliga.

*

Todo lo que quería decir sobre Gustav Flaubert, Guy de Maupassant.
Editorial Periférica, Cáceres, 2009.


No hay comentarios:

Publicar un comentario