3 de noviembre de 2008

Últimas notas de Thomas F., Kjell Askildsen

«Ponga un noruego en su vida». Cuando lo entrevisté el lunes pasado para Vulture, a Pote Huerta, editor de Lengua de Trapo, sólo le faltó acicalarse con una banda roja —de esas de edil o miss lo que sea— para promocionar a su adorado Kjell Askildsen. Y ese detalle me gustó. Me alegra la vida encontrar gente que se entusiasma con los escritores, con sus libros. Después a ti te pueden gustar o no; pero me reconcilia con el género humano descubrir personas que, además de apasionarse con el fútbol, la películas de Woody Allen o la crisis económica, son capaces de ampliar sus miras hasta la literatura. Ya sé, ya sé: Pote es editor; si él no flipa con los libros, ¿quién si no? Pues no sé qué decir a eso, salvo que hay editores y editores, y que he topado con algunos que ni siquiera leen y que, como diría don Quijote, «arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos». Así de mal está el mundo, qué va a ser. En fin, a lo que iba: este libro y este autor los conocí por esa evangélica insistencia con que los buenos editores promocionan a sus hijos dilectos, los escritores. Y en buena hora.

Mira que descreo de la efusividad editorial —al fin y al cabo, ellos venden lo suyo y quieren llegar a final de mes—; sin embargo, debo reconocer que con Kjell Askildsen me sucedió aquello que decía Savater —el filósofo, no ese señor metido a novelista planetario— de que el placer de la lectura se contagia. Y, sencillamente, eso fue lo que pasó: Pote me contagió el placer de encerrarme a solas con este cuentista noruego con fama de ogro, eterno aspirante al Nobel y que ha ganado un par de veces el Premio de la Crítica en Noruega (un galardón que visto así, en la solapa del libro, suena a más o menos respetable, por cuanto para los españoles Escandinavia representa el colmo de la civilización y uno tiende a pensar que allá arriba los premios se amañan menos que aquí abajo... Lo cual debe de ser de una pasmosa ingenuidad, vaya; pero reconocido quede este prejuicio).

Mejor o peor dados esos premios, lo que está claro es que Askildsen es un buen escritor. En Ultimas notas de Thomas F. para la humanidad, don Kjell adopta un narrador que desde el primer párrafo del libro despeja cualquier duda sobre quién es y en qué tono contará las historias que vendrán después de esta:

El mundo ya no es lo que era. Ahora, por ejemplo, se vive más tiempo. Yo tengo ochenta y muchos, y es poco. Estoy demasiado sano, aunque no tenga razones para estar tan sano. Pero la vida no quiere desprenderse de mí. El que no tiene nada por qué vivir, tampoco tiene nada por qué morir. Tal vez sea ese el motivo.
Es una voz que recuerda a Thomas Bernhard o a Emil Cioran, con esa clásica y acerada y cínica e hiriente desesperanza centroeuropea, también nórdica, y que yo juraría no haber leído nunca en un cubano o en un latinoamericano. Y digo esto porque lo siguiente que hace este personaje es visitar a su hermano, al que hace tres años que no ve... ¿Y cuál es la primera frase con que lo saluda este?
Sigues vivo.
Familiaridad noruega, se ve. Así, en esa impiadosa afinación que evoca al Bergman de Saraband, por ejemplo, continúa esta colección de cuentos integrados cuyos ejes vinculantes son el narrador, Thomas F., y el tema de la vejez (en los dos últimos relatos, el protagonista cambia; pero se mantiene la temática). Según Pote, Askildsen, pese a su fama de cascarrabias, es un «señor encantador»... Intuyo que la aclaración me la hizo anticipando que al menos en este libro —no he leído los otros— destila una acidez desbordante.

Y es que para Thomas F., no hay tabú alguno a la hora de encarar el fin de sus días. Considera que «el mundo no es misericordioso» porque no le permite la eutanasia, no sale demasiado de casa porque eso sería «correr el riesgo de desmayarme en la acera» y «significaría el hospital o la residencia de ancianos», y opina que la omnipotencia de la que hacen gala los jóvenes, que creen saberlo todo, no es tal porque «desconocen qué es la vejez». Y por si faltaba algo, en un momento asevera que preferiría ser sordomudo a ser viejo: total si nadie lo escucha, si él ya no tiene nada más que decir...

Terrible, el mozo.

Eso sí, mientras deja manar esa pus existencial, Thomas F. te cuenta la odisea que le supone ir al peluquero, lo maravilloso que resulta tener una repentina erección o qué buena idea es recortar con las tijeras los calzoncillos largos de invierno para usarlos en verano (signo inequívoco de que entonces no esperaba ver el sol de nuevo y de que ahora que lo ve, probablemente, considere que no llegará al invierno siguiente). Y así un cuento tras otro.

Con un estilo sobrio y llano, pero donde cada palabra cobra gran densidad, Askildsen introduce con elementos muy cotidianos conflictos familiares larvados o angustias personales. La suya es una prosa en apariencia sencilla y que invita a la velocidad en la lectura, pero que exige demorarse, releerla para saborear con calma los detalles que elige el autor para construir cada escena. Si se cae presa del vértigo, se puede pasar demasiado rápido por encima de oraciones como «Mi mujer murió hace ya mucho. Era una mujer exigente, que descanse en paz, por fin me la concedió a mí», que están dichas como quien no quiere la cosa, pero que, en el conjunto del cuadro, resultan fundamentales para disfrutar el texto en profundidad.

Eso ocurre porque en todo momento Askildsen elige siempre el camino directo y evita las digresiones. Tampoco, salvo en los dos cuentos finales, echa mano del diálogo. Asimismo, sólo rompe la sobriedad para largar alguna sentencia lapidaria como «se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo antes de morir». Vamos, que algún lector puede caer envenenado por la mordacidad de este noruego antes de apreciar la sutilidad que esconde.

Si se traspasa ese umbral, puede verse cómo Askildsen no cae en la autocompasión, y su libro puede leerse como una crítica despiadada a un modelo de progreso donde niños y ancianos integran la población más desprotegida. La soledad de quienes han llegado a la Tercera Edad —ese eufemismo de quienes adoran el lenguaje políticamente correcto del que huye este autor—, amén de lo hiriente que resulta sentir la muerte a un paso, es el gran tema aquí. Y esa agónica soledad, Askildsen logra dibujarla con dos imágenes nítidas e incontestables. La primera es la escena donde Thomas F. deja caer intencionadamente su cartera al suelo del café para intentar entablar una charla con alguien. La otra está en el primer párrafo —mención aparte merece cómo arranca este hombre sus cuentos— de La aglomeración:
Cuando leo o estoy ocupado resolviendo un problema de ajedrez, suelo sentarme junto a la ventana mirando a la calle. Nunca se sabe si va a suceder algo que merezca la pena presenciar, aunque es muy poco probable, la última vez fue hace tres o cuatro años. Pero también puede haber algo de distracción en lo cotidiano, y fuera de la ventana al menos hay algo que se mueve, aquí dentro sólo me muevo yo y la aguja del reloj.
Tremendo. He ahí una manera magistral de contar qué es la soledad sin recurrir a la trampa de nombrarla. Ahí está sucediendo la literatura... Yo hasta casi escucho el inexorable tic tac del reloj.

Desde luego, Últimas notas de Thomas F. para la humanidad y Kjell Askildsen son un libro y un autor recomendables para cualquier buen catador literario. Incisiva y rotunda, esta pequeña joya de 122 páginas lo mismo te saca una sonrisa cómplice que te da una cachetada tras las orejas. Sin riesgo a equivocarme, tras degustarla, quien más y quien menos terminará diciendo algo testicularmente pérez-revertiano, algo así como «Qué cabrón, qué cojones, qué escritor». (Gracias, Pote. Te debo una).
*

Últimas notas para la humanidad, Kjell Askildsen.
Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
Lengua de Trapo, Madrid 2006.

2 comentarios:

  1. ¿Y esta editorial la conoces?
    http://www.nordicalibros.com/

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  2. Sí, he visto los libros por las vidrieras; pero no me he adentrado todavía en ella. ¿Recomedable?

    Eso sí, Luisru, he mirado las fotos de los autores en la web y me ha parecido que tenían pocos nórdicos vivos...

    Por cierto, tú que eres cinéfilo: un tío finlandés está haciendo una peli sobre este libro de Askildsen. Si entras en la sección Noticias de Lengua de Trapo, ahí tienen una escena del rodaje.

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